Educación en Argentina: la década perdida

Emilio Cornaglia

La semana pasada se dieron a conocer los resultados de la “prueba PISA” y con ello se reavivó el debate acerca del estado de la educación en el país. Con estos exámenes se produce un informe comparativo que analiza el rendimiento de estudiantes de 15 años en ciencias, matemáticas y lecto-comprensión. Es llevado adelante cada tres años por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) y actualmente evalúa a 65 países entre los cuales Argentina quedó ubicada en el puesto 59.

Lo primero que sale a la luz ante esta situación es la ausencia de debate en torno al sistema educativo. La Nación, las provincias, los partidos políticos y la sociedad civil rehuyen a la discusión sobre el estado de nuestras escuelas y universidades. Cuando surgen hechos incontrastables, como las tomas de los colegios o incluso la publicación de esta prueba PISA, el debate es pobre y generalmente apunta más a deslegitimar lo expresado por algunas voces que a entrar en el análisis profundo de lo que acontece. Discutimos nuestra Educación con anteojeras puestas.

Algunos dirigentes gremiales, como Stella Maldonado de CTERA, fueron más complacientes con el Gobierno que con sus representados, y salieron por la tangente criticando la “prueba PISA”. Los argumentos utilizados son válidos: sabemos que la OCDE coordina políticas económicas y sociales a nivel mundial, y son los países centrales los que “dirigen la batuta”. Sabemos que su interés está puesto en aspectos macroeconómicos, concibiendo a la educación en términos mercantilistas y pensando a los estudiantes como una pieza más de la maquinaria. Pero no podemos esconder bajo la alfombra la profunda crisis del sistema educativo argentino, ni responsabilizar a la OCDE por algo que debemos hacer nosotros.

La reacción del ministro de Educación ante el informe PISA 2013 fue decir que “esperábamos mejores resultados”, luego de haber construido un complejo andamiaje argumental, evadiendo sus responsabilidades como ministro y derivándolas hacia los docentes, los propios alumnos y sus familias. Nada dice Sileoni acerca de la terrible tasa de abandono y deserción escolar -medida por el propio Gobierno-, que refleja que 7 de cada 10 niños que empiezan la escuela primaria no llegan a finalizar la secundaria. Ni una palabra acerca del olvido en el que tienen a un millón de docentes, que perciben salarios indignos y poca formación. Tampoco menciona la pérdida de calidad y la falta de adaptación de los contenidos pedagógicos a los nuevos tiempos que corren. Sólo se jacta de haber repartido 3.800.000 netbooks y haber duplicado el porcentaje del PBI para Educación.

Otras voces, como la de algunos especialistas en materia educativa, hacen un esfuerzo por comprender los resultados de la prueba PISA para encontrar elementos que permitan identificar nuestros problemas y construir mejores soluciones. Desde la Federación Universitaria Argentina venimos alertando insistentemente al Ministerio y sus autoridades sobre la crisis del sistema educativo. Lamentablemente, el autismo y la sordera con que se manejan impiden encarar un diagnóstico conjunto, vedando con ello la posibilidad de forjar compromisos a mediano y largo plazo que permitan salir del laberinto.

Seguimos convencidos de que la Educación debe ser un pilar fundamental para la construcción de una democracia que elimine de una vez y para siempre el flagelo de la pobreza y la marginalidad, que forme en valores a sus ciudadanos, promoviendo su libertad e igualdad. En este fin de año convulsionado, con hechos que ponen de manifiesto una profunda fragmentación social, el Gobierno Nacional sigue cerrando las puertas del Ministerio de Educación, impidiendo a los protagonistas del sistema educativo encontrar la respuesta a un problema que no están dispuestos a ver, pero cuyas consecuencias salen a la luz con cada vez más crudeza.