Violencia política: la pesada herencia cultural del kirchnerismo

Emilio Cornaglia

La construcción de un enemigo fue siempre condición necesaria para la existencia del kirchnerismo. Así, los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner afianzaron su hegemonía política acompañándose de un dominio cultural. Quienes estaban en el poder eran dueños de la verdad y los demás teníamos que guardar silencio, bajo amenaza de ser denostados o difamados públicamente. Esta política llegó hasta un punto máximo, que marcó un límite en la tolerancia de la sociedad. A fines del año pasado, las urnas le dijeron basta al kirchnerismo y pusieron un freno a la violencia en la cultura política.

Sin embargo, las manifestaciones de intolerancia y autoritarismo siguen siendo marca registrada del “movimiento nacional y popular”. El último turno electoral les quitó la legitimidad popular con la que pretendían justificar su despotismo. A pesar de ello, la consigna paradójica de “El amor vence al odio” se ve contrariada en forma permanente por legisladores y referentes políticos del kirchnerismo, por periodistas y comunicadores que mantienen su alineamiento k y con militantes o adherentes al anterior Gobierno, que hacen uso de la violencia y la descalificación personal como recurso desesperado frente a una realidad que se niegan a aceptar.

Algunas muestras de esto fueron los insultos de la diputada Mayra Mendoza en la apertura de sesiones legislativas del Congreso de la Nación, los exabruptos de Hebe de Bonafini o las intervenciones cotidianas de Diego Brancatelli en Intratables. Los militantes universitarios del kirchnerismo también hacen lo propio y se jactan de “resistir con aguante”, mientras ofenden, injurian y agravian a todo aquel que piense distinto. Muchos miembros de la Franja Morada han sido destinatarios de este accionar, que se intensificó en las últimas semanas, quizás a causa de la desesperación que les produce estar lejos del poder.

En la sede Córdoba de la Universidad Tecnológica Nacional, todos nuestros carteles y material de trabajo son destruidos una y otra vez de manera sistemática. En la Universidad Nacional de San Martín, le prohibieron la entrada a la facultad a una alumna que participa de nuestra agrupación. Para resolver este inconveniente, la decana le sugirió que se dedicara a estudiar y abandonara la Franja Morada. La presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba es objeto de agresiones permanentes a través de una campaña de difamación y persecución en las redes sociales, orquestada por una agrupación k. En la Universidad Nacional de Quilmes, La Cámpora y la Juventud Universitaria Peronista (JUP) dedican sus horas de militancia a denostar a la Franja Morada, al acusarnos de “militontos” que tienen que “volver a la UCA y a la UADE”. En un paroxismo de la intolerancia, inauguraron el hashtag #ChauFranjaDeLaUNQ.

Estas actitudes no nos sorprenden ni desmoralizan, sino que nos dan más fuerza para seguir luchando por los derechos de nuestros compañeros, los estudiantes. La Franja Morada nació hace casi cincuenta años para resistir a las políticas de represión de la dictadura de Juan Carlos Onganía, en tiempos en que nuestras universidades eran intervenidas, en donde los bastones de la policía pretendían silenciar las voces de científicos, docentes y estudiantes. En aquellos años, nuestro compañero Santiago Pampillón cayó muerto de un balazo, mientras una marcha de estudiantes y obreros avanzaba por las calles de Córdoba. La actitud de la Franja Morada no fue de venganza ni revancha: sobre ese hecho sentamos las bases de nuestra organización a nivel nacional, para fortalecer nuestra lucha por los derechos estudiantiles, la libertad y la democracia. En tiempos de la Triple A y la dictadura militar de 1976, pregonábamos la vuelta pacífica a la democracia, mientras el Ruso Karakachoff y Mario Abel Amaya eran secuestrados, torturados y asesinados por defender las causas populares.

La conquista de la democracia llegó de la mano de Raúl Alfonsín, quien con mucho coraje, valor y tenacidad restableció el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales, en un marco de paz y democracia. De ahí en adelante, la Argentina sigue viviendo en democracia, a pesar de los vaivenes políticos y sociales. A siete años del fallecimiento del padre de la democracia y en momentos en que la vigencia democrática está —una vez más— en juego, es importante recordar una frase de su discurso de Parque Norte, en 1985: “El pluralismo es la base sobre la que se erige la democracia y significa reconocimiento del otro, capacidad para aceptar las diversidades y discrepancias como condición para la existencia de una sociedad libre”.