El catecismo político de los industriales

En la historia del capitalismo, el avance sobre el feudalismo fue necesario, al los incipientes comerciantes e industriales determinar el rumbo de la expansión del sistema. Es el caso de Inglaterra, Alemania y Francia. Cruzando el Atlántico aparecerá el capitalismo norteamericano y del otro lado del Pacifico el sol naciente del Japón hará lo mismo entrando en el siglo XX. Estas economías se sustentaron con la dirección central de un Estado y sociedad civil, sobre la base de la acumulación de capital proveniente del mercado interno y los sistemas coloniales.

El rol de los “fabricantes o comerciantes” siempre fue de la preocupación de los clásicos: Adam Smith (1723-1790), David Ricardo (1772-1823) y Saint Simón (1760-1825). En la obra de Smith, “Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones”, describió que el “producto anual de la tierra y del trabajo de una Nación, o lo que es lo mismo, el precio conjunto de este producto anual, se divide {…} en tres partes: la renta de la tierra, los salarios del trabajo y el beneficio del capital” y señala que se constituye con ella “la renta de tres clases de la sociedad: de la que vive de rentas, de la vive de salarios y de la que vive de beneficios. Éstas son las tres grandes clases originarias y principales de todo sociedad civilizada”.

Estos beneficios de las clases, según el autor, esta “intima e inseparablemente vinculada con el interés general de la sociedad”. Es decir, que las clases sociales se vinculan en su designio civilizatorio sobre la base de del “producto anual de la tierra y del trabajo”. Pero ¿cualquier clase social podía/puede llevar conducir la economía de la sociedad civilizada? La respuesta del autor es un “no positivo”. Para Smith, la deliberación de los poderes públicos sobre los asuntos de comercio o de administración no pueden recaer sobre los que viven de la renta de la tierra. Asimismo, descarta que los obreros puedan comprender la relación del interés como clase con el interés general de la sociedad.

Pero recordemos, está hablando en el siglo XVIII. Si bien con los obreros es categórico, no menos deja de serlo con los que viven de los beneficios del capital: “el interés de esta tercera clase no se halla tan íntimamente relacionado, como el de las otras dos, con el general de la sociedad. Los comerciantes y fabricantes son, dentro de esta clase, las dos categorías de personas que emplean, por lo común, los capitales más considerables y que, debido a su riqueza, son objeto de la mayor consideración por parte de los poderes públicos. Como toda su vida se haya ocupada en hacer planes y proyectos, gozan de una mayor acuidad mental que la mayor parte de los terratenientes”.

Pero Smith advierte que, si bien existe esta clase de fabricantes y comerciantes que tiene condiciones para la administración en los poderes públicos, también existen quienes “trafican” manufacturas o quienes tienen un interés opuestos al bien público: “el interés del comerciante consiste siempre en ampliar el mercado y restringir la competencia. La ampliación del merado suele coincidir, por regla general, con el interés del público; pero la limitación de la competencia redunda siempre en su perjuicio, y sólo sirve para que los comerciantes, al elevar sus beneficios por encima del nivel natural , impongan, en beneficio propio, una contribución absurda sobre el resto de los ciudadanos”. Concluye su Libro Primero con una afirmación categórica: “Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio que proceda de esta clase de personas deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada”.

¿Por qué reflexionamos y tomamos las conclusiones del texto de Smith? Por la simplicidad. Plantear la existencia de las clases sociales y de los intereses de cada una en relación a la sociedad civilizada, al decir de los liberales. Pareciera que, en palabras de Smith, la dirección de los asuntos públicos está, por acuidad mental, en manos de los comerciantes o fabricantes. Descarta, naturalmente, a los trabajadores y a los terratenientes que viven de renta y son holgazanes (“conviene más especular con la inflación y el dólar que producir”, Luis Etchevehere – InfobaeTv) en cualquier tarea de asuntos públicos.

Cabe la advertencia sobre el rol de ciertos fabricantes o comerciantes (de ahora en más industriales, al estilo del “Catecismo político de los industriales” de Saint-Simon), ya que pueden en muchos casos imponer su interés particular a costa del general y atentar contra la sociedad civilizada. Al poner su interés particular por sobre el conjunto, se convierten, según Smith, en barbaros. En términos de Saint-Simon, la insurrección de los industriales fue necesaria para ocupar el lugar que le corresponde en la sociedad.

UCI Automtriz (1)

Las citas de los clásicos expuestas en el presente artículo nos permiten repensar el rol de los industriales en esta última década en la Argentina. Si reflexionamos en base al pensamiento de Smith, ciertos industriales en la Argentina serían incivilizados ya que ni si quiera hacen planes ni proyectos de inversión. El ejemplo del sector automotriz es claro. Tiene la utilización de la capacidad instalada industrial (UCI) al 57% (Mar-14), nivel similar al del año 2006. En 2009 la UCI-Automotriz toco el piso del 22%. Y además coincide con el comportamiento de la UCI general. Parecen terratenientes, no invirtieron en ampliar la capacidad industrial instalada ni lograron reducir los componentes importados en base a I+D. El Estado les aseguró un mercado interno y espacios en el Mercosur. Luego de años de crecimiento económico se apropiaron de la actualización de los salarios y protección por parte del Estado para su beneficio sectorial y ponen todo el peso de la desaceleración económico sobre los trabajadores. Y ni siquiera se han insurreccionado ante el poder terrateniente y trasnacional sino que han acordado la no inversión y vivir a cuesta de las mejoras de los trabajadores.

Sin libertad económica no hay libertad política

…En virtud de ello el programa anunciado el 2 de abril de 1976 establecía como primer objetivo básico el “bienestar humano” engarzado en el contexto general del Bien Común. El concepto de bienestar tiene una faz espiritual y faz material. La primera se vincula con tres principios que hacen el fundamento de la concepción de los valores humanos: libertad, justicia y solidaridad.
La libertad como principio rector no puede ser concebida en compartimientos estancos, sino que debe presidir todas las actividades del hombre en una sociedad organizada. Es decir, no puede haber libertad para la actividad económica si ella no se desenvuelve en el marco de la libertad política, siendo la recíproca igualmente cierta.
El ejercicio de la misma permite que el hombre desarrolle uno de sus más preciados dones: la iniciativa individual y la creativa. Para que ellos sea posible de existir también la igualdad de oportunidades que vincula el concepto de liberta con el de justicia.
De esta manera el progreso económico, tanto en el orden individual como en el nacional, dependerá del esfuerzo propio de cada uno, organizado en el contexto de reglas generales y objetivas que eliminen la distribución discrecional y arbitraria del favor oficial por un Estado paternalista como llave de la posibilidad del progreso individual.
Este concepto básico podrá ser alterado solamente cuando en función del tercer principio fundamental antes mencionado, el de la solidaridad, la comunidad toda asuma el costo de la protección individual o sectorial que sea requerida con sujeción al Bien Común…
…Sólo la necesidad de competir exitosamente es lo que impulsa a la modernización en un sistema político de libertad. La alternativa es la compulsión o el monopolio estatal propio del colectivismo…

Estas fueron las palabras escritas por el ex ministro de economía José A. Martínez de Hoz, o Joe, como le decían sus cercanos, en su libro “Bases para una Argentina moderna 1976-80”, donde plasmó las bases para la reconstrucción de un sentido común que se enraizó, a base de desapariciones y torturas, en la sociedad civil durante el golpe cívico-militar del 24 de marzo, hace unos 38 años. La necesidad de reconstruir un nuevo “sentido común” fue para dar un corte a todo lo anterior a 1976.

Por eso se precisó enfatizar el “bienestar común” como algo estrechamente vinculado y asociado al individualismo. Apelando a la iniciativa individual y creativa que son “dones” preciados de estas personas o empresas, que sin el apoyo del Estado, pueden ser los pilares de esta sociedad civil anhelada por “Joe” y la dictadura cívico-militar. Por eso el progreso económico nacional dependerá del esfuerzo “propio”, del individuo y no de lo colectivo. El Estado para los términos de “Joe” es paternalista que realiza distribuciones discrecionales y arbitrarias por eso la necesidad de cambiar las funciones del Estado.

Sin embargo, como toda idea, tiene sus raíces en distintos pensadores que abundan en universidades del extranjero pero también nacionales. Es el caso es Jeremías Bentham, uno de los pilares del individualismo y el utilitarismo, quien escribió “Fragmentos sobre el gobierno” que sirvió para el Proceso de Reorganización Nacional. Entonces las bases de esta modernidad van a estar centradas en una idea de Bentham. Retomando así una tradición filosófica que nace en el hedonismo de Aristipo de Cirene (nacido en 430 A.C.) y se prolonga en el fránces Claude Adrien Helvetius (1715-1771); la vida del hombre está dominada por dos impulsos: el deseo de la felicidad y la voluntad de evitar el dolor. Bentham afirma que, al sujetarse a los principios del utilitarismo, la sociedad dispone de una norma según la cual decidir qué es justo o injusto, correcto o incorrecto. “Aprueba o desaprueba cualquier acción, teniendo en cuenta si tiende a aumentar o disminuir la felicidad de aquel cuyo interés está en juego”. De allí que el principio utilitarista no puede ser confinado al ámbito de la individualidad: para alcanzar su verdadero despliegue, el utilitarismo tiene que ser establecido y acepto por el conjunto de la sociedad.

Durante el siglo XX estas ideas comienzan a difundirse en las universidades y se dio a conocer bajo el concepto de “economía del bienestar”. Marshall rescata esta doctrina de Bentham, se suman también Vilfredo Pareto (1848-1923) con su “equilibrio general”; Arthur Cecil Pigou (1877-1959), quien fue el creador del concepto de “economía del bienestar”; Richard Hicks, que amplió las teorías anteriores para dar lugar a la idea de “mercados perfectos” capaces de asegurar el equilibrio de la economía general y, al mismo tiempo, la prosperidad individual; y Oscar Lange (1904-1965).

Plan general de Accion -tentativo

“Joe” no fue ajeno a esta formación en sus años de carrera de abogado y posterior formación en Cambridge, Inglaterra, y plasmó estas ideas en el grupo ACIEL (Acción Coordinadora de Empresas Libres, 1958-62), siendo consejero asesor empresarial de la OEA (Organización de Estados Americanos) y asesor internacional del Chase Bank Manhattan (1971-74 y 1982-85). Esto último coincide con la crisis de la deuda externa de la Argentina y su anterior nacionalización a través de los seguros de cambio que realizaron en el mismo tiempo que Domingo Cavallo (1982) estuvo en el Banco Central de la Republica Argentina. La fuga de capitales representa el 60% del endeudamiento externo del periodo 1976-83.

En síntesis, el Proceso de Reoganizarción Nacional baso su principal objetivo en la reconstrucción de nuevo “sentido común” para lograr una Argentina diferente a las décadas anteriores, instalando la idea del individualismo y del “sálvese quien pueda”. Una sociedad civil fracturada en sus lazos sociales y subsumida a la idea básica de la indiferencia. Fundamentalmente, borrar la memoria y la historia, como herramientas, para que perduren en el tiempo los valores neoliberales de la modernidad, que se evidencia en el Plan General de Acción – Tentativo y que llega hasta el año 2001