Para salvar la democracia

Ernesto Sanz

Hace 20 años, un atentado terrorista en Buenos Aires mató a 85 personas e hirió a 300 más. Han pasado 20 años y los culpables de aquel asesinato masivo están libres.

Los argentinos hemos visto con horror cómo nuestro propio Gobierno aparece como sospechoso de haber contribuido a encubrir a aquellos asesinos y cómo el funcionario judicial que hizo pública esa sospecha resultó muerto pocos días después, cuando estaba a punto de revelar sus pruebas ante los representantes de la Nación en el Congreso.

Da igual si fue venganza, mensaje disuasorio al estilo mafioso, ajuste de cuentas en las zonas más oscuras del Estado o hundimiento personal de alguien abrumado por las más terribles presiones y amenazas que puede recibir un ser humano. Lo importante es el efecto: un país asustado de sí mísmo, un Estado sumido en el descrédito y una democracia en peligro.

Estamos asistiendo con escándalo a un engaño masivo desde el Gobierno justo en el momento en que una sociedad conmocionada más necesita y merece saber la verdad.

Acabamos de ver también que el periodista que dio la primera noticia sobre la muerte de Nisman en las redes sociales tuvo que escapar del país para proteger su vida. Lo lograron, miembros del Gobierno: la Argentina que ustedes conducen desde hace doce años vuelve a enviar gente al exilio político.

Hoy ya sabemos algo con toda certeza: que con este Gobierno nunca se va ya a esclarecer el atentado de AMIA. Porque su prioridad ya no es investigar aquel crimen, sino defenderse de la terrible sombra de sospecha que cayó sobre él. Puede que en algún momento futuro llegue a hacerse justicia, pero tendrá que ser con otra gente en el poder.

Sabemos más cosas.

Sabemos que, con este Gobierno, el Poder Judicial no va a recuperar su independencia. Que con este Gobierno los tribunales se han convertido en el teatro de operaciones de una disparatada batalla política en la que se pretende instrumentar a jueces y fiscales como meros ejecutores de designios ajenos al imperio de la ley.

Sabemos que, para los que ocupan el Poder Ejecutivo, hoy lo que menos importa en la administración de justicia es el Derecho. Que la suerte final de un proceso judicial, sobre todo si afecta al poder político, ya no depende de la razón jurídica sino de la capacidad de ese poder político para influir en los encargados de dictar sentencia. Que ya no se buscan jueces imparciales sino jueces amigos; o aún peor, jueces sumisos.

Sabemos que los servicios secretos que se mueven en el subsuelo del Estado hace ya mucho tiempo que dejaron de servir a los intereses de la nación y se dedican a espiar, vigilar, amedrentar -y, después de Nisman, puede que a algo más-, a los ciudadanos a los que deberían proteger. Sabemos que hay demasiados políticos en la cúpula política de este país que creyeron poder usar esos servicios secretos para su beneficio y hoy son prisioneros de ellos.

Sabemos que hoy la Argentina es, a los ojos del mundo entero, un Estado sospechoso de complicidad con el terrorismo. Se ha llegado a sugerir en medios extranjeros que se forme una comisión internacional para esclarecer el atentado terrorista de AMIA. Ningún Estado democrático y soberano podría aceptar algo semejante; pero el hecho de que se haya planteado es ya un síntoma muy grave de que en estos días, más que nunca, el mundo mira hacia nosotros y no le gusta nada lo que ve.

Constatamos que con este Gobierno los términos se han invertido y el Derecho es un instrumento al servicio del poder en lugar de ser el poder un instrumento al servicio del Derecho.

Sabemos que con este Gobierno la Argentina no va a salir de la trampa terrible de la inflación desbocada, la recesión y la deuda. Que con este Gobierno no sólo las familias se han empobrecido; además, el país perdió su crédito ante el mundo. Si la economía es una cuestión de confianza, hoy en los mercados internacionales la Argentina suscita cualquier cosa menos confianza.

Sabemos que con este Gobierno estamos perdiendo dramáticamente el tren del progreso mientras la señora Presidente pasa todas las horas del día buscando imaginarios conspiradores a los que perseguir, supuestos desleales a los que castigar y periodistas a los que culpar de los males del país.

Y en el momento más crítico que ha vivido nuestra democracia desde 1983, en lugar de ponerse frente a los ciudadanos y transmitirles serenidad y liderazgo, se dedica a escribir cartas paranoicas, que no por ser publicadas en Facebook, dejan de esparcir basura en todas las direcciones excepto en aquella en la que realmente está acumulada la basura que hoy nos apesta.

La esencia de este gobierno kirchnerista se resume en un frase: quieren mandar sobre todo pero no están dispuestos a hacerse responsables de nada.

Tenemos, es verdad, un Gobierno elegido en las urnas. Tenemos un Parlamento también elegido; tenemos –por el momento- libertad de expresión para publicar artículos como este; y tenemos libertad de movimientos, aunque muchos (políticos de la oposición, periodistas, sindicalistas, empresarios) sabemos que todo lo que hacemos y decimos se vigila y se registra por ese poder oscuro que se ha hecho dueño del Estado.

Tenemos, pues, algunos de los instrumentos imprescindibles de una democracia. Pero lo que en realidad tenemos en el día de hoy es una democracia en grave peligro de descomposición por el desprecio a la ley y la voracidad de poder absoluto de quienes se han enquistado en el aparato del Estado y parecen estar dispuestos a cualquier cosa por no abandonarlo.

Un Estado infectado por la arbitrariedad en la aplicación de las leyes, por la corrupción en todos los niveles del poder, por la sucia complicidad con el narcotráfico, por la amenaza patoteril de quienes nos advierten mediante afiches en todas las paredes de que “ni lo intenten” y por el intento de secuestro del Poder Judicial para asegurarse la impunidad de hoy y de mañana, tiene graves problemas para seguir llamándose propiamente democracia.

Sí: afirmo que la democracia argentina está en peligro.

Digo que esta democracia necesita una refundación para recuperar el espíritu con el que, entre todos, comenzamos a construirla en 1983.

Digo que mientras siga en el Gobierno este kirchnerismo que en 12 años ha degenerado en una ciega maquinaria de poder al servicio de sí mismo, la democracia argentina va a seguir deteriorándose y aproximándose cada día más a la raya a partir de la cual ya no será merecedora de llamarse democracia.

Digo que estamos a tiempo de rescatar a la Argentina de este descenso a los infiernos y abrir una nueva etapa con tres palabras en la boca: democracia, convivencia y progreso. Exactamente las tres cosas que más están sufriendo en el día de hoy.

No sé si en el curso del camino será necesario revisar algunos aspectos de nuestra Constitución: de momento, me conformo con que logremos ponerla de nuevo en pie y restablecerla en su letra y en su espíritu. Y les puedo asegurar que, tal como están las cosas, no es tarea pequeña.

Digo que esa tarea de refundación democrática, imprescindible, ineludible, inaplazable, no puede hacerla un solo partido ni un solo líder ni un Gobierno que no esté respaldado por una muy amplia mayoría social y parlamentaria.

Digo que el poder kirchnerista es el principal responsable del actual estado de postración de nuestro sistema institucional y del deterioro de nuestra convivencia pacífica.

Pero digo también que si el resto de las fuerzas políticas no somos capaces de ponernos de acuerdo y ofrecer una salida a ese 70% de ciudadanos que hoy demandan el cambio, seremos igualmente culpables ante la historia; y los argentinos harán bien en exigir responsabilidades a quienes, por cálculo partidista o simplemente por ceguera política, hayan impedido esa unidad por el cambio.

En 2015 tendremos la oportunidad de comprobar si el kirchnerismo es capaz de aceptar una derrota electoral, abandonar pacíficamente el poder y dar paso a la alternancia democrática. Será una prueba importante para todos; y en primer lugar para ellos, porque de eso depende su legitimidad para seguir siendo un actor político relevante en el futuro.

No dejemos pasar la oportunidad: pongámonos a prueba y pongámoslos a prueba.