El narcotráfico y su espiral del silencio

Esteban Wood

¿Alguien se acuerda de que hace escasas dos semanas Norma Bustos murió acribillada a balazos por sicarios en Rosario, luego de haber denunciado en 2008 la venta de estupefacientes en su barrio? ¿Alguien recuerda que a mediados de noviembre, un periodista fue amenazado de muerte por medio de llamadas telefónicas luego de que publicara una serie de notas sobre el narcotráfico? ¿Importa a esta altura de los acontecimientos discutir sobre el enorme mural dedicado a Claudio Cantero, líder de la banda narcocriminal “Los monos”, en una villa de Rosario? ¿Es demasiada retrospectiva traer al debate los acontecimientos de octubre del 2013, cuando balearon la casa de un gobernador? ¿Alguien tiene presente que durante el 2014 ya son más de 200 los muertos en la ciudad santafecina, producto de la violencia del crimen organizado?

Existe un mecanismo sociológico por el cual las definiciones de los medios de comunicación y la ausencia de apoyo manifiesto de las propias opiniones en la comunicación interpersonal originan una suerte de “espiral de silencio”. El término, acuñado por la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, identifica de qué manera la percepción de la opinión pública puede influir en el comportamiento de un individuo. Si son los medios masivos de comunicación los que generan opiniones, posturas y marcas ideológicas, controlar el contenido de su masividad implicaría regular la voz de las masas.

Hace cuatro años, un informe de la Fundación MEPI aseguraba que el silencio impuesto por los carteles de droga en México había creado una suerte de vacíos informativos.  La llamada narcoviolencia impactó de lleno en las páginas de los periódicos y portales: la prensa  daba cuenta de menos del  5 por ciento de los crímenes y violencia relacionados con el crimen organizado.  “No es que las secciones policiales estén vacías, sino que los periódicos se enfocan en delitos menores o hechos que no tienen que ver con el mundo de la droga”, sostenía el reporte.

Al extorsionar y obligar al silencio periodístico, el narcotráfico fue creando agujeros negros de información en todo el territorio. Esos grandes apagones mediáticos fueron los que impidieron a la sociedad mexicana ver las señales de alerta que marcaron el avance de la espiral de muerte y de violencia que hoy sacude al país del norte.

Ante los recientes acontecimientos en Rosario resulta sumamente preocupante la apatía y la ausencia social frente al problema. Una ruleta rusa colectiva, una macabra indiferencia, un riesgoso mutismo que sólo nos conduce al suicido. Ocurre que la victoria de una cultura se torna más potente en la medida en el que el proceso de imposición logra pasar desapercibido. Y lo que abunda deja de ser noticia, y se incorpora invisible a nuestros hábitos y prácticas cotidianas, siempre es mucho más difícil de percibir. Indiferencia, tolerancia y aceptación son los primeros síntomas.

Es menester comprender que los medios de comunicación son artífices de los imaginarios y representaciones sociales. Son la memoria colectiva de una sociedad, nuestro cuaderno de bitácora. La amenaza de muerte a Germán de los Santos no puede ingresar al archivo de la indiferencia. Silenciando las voces periodísticas que dan visibilidad al problema, el crimen organizado encuentra vía libre para corromper a las instituciones, vulnerar derechos y ciudadanía, deteriorar el tejido social y proseguir su sembradío de violencia.

La espiral del silencio del narcotráfico está en marcha. Como en “El Eternauta”, minúsculas partículas han comenzado a caer sobre nosotros. Como en la historieta de Oesterheld, el único y verdadero héroe ante la tragedia en ciernes será el nosotros, el yo colectivo.