El verdadero enemigo de los palestinos es Hamas, no Israel

Ezequiel Spector

El conflicto en Medio Oriente es uno de los temas centrales en los medios nacionales e internacionales. La mayoría de las opiniones sugiere que los palestinos están siendo víctimas del enorme poderío militar de Israel, y le imploran paz, mientras hacen constantes apelaciones a la piedad sobre los niños palestinos muertos, como para conmover a la audiencia y canalizar ese sentimiento en contra del Estado Judío. Sin embargo, a pesar de este discurso engañoso, el verdadero enemigo de los palestinos no es Israel, sino Hamas.

El Estado de Israel se formó a raíz de una necesidad imperiosa de darle seguridad al pueblo judío luego del Holocausto. Hoy es una democracia republicana, con alternancia en el poder, una Corte Suprema independiente, respetuoso de las elecciones sexuales, con libertad religiosa, universidades libres y libertad de expresión, donde en la televisión pueden aparecer personas que critican a Israel a veces con la misma saña que los medios latinoamericanos, además de tener entre sus ciudadanos un nivel de vida muy alto, incluyendo un 20% de ciudadanos árabes, muchos integrantes de partidos políticos y gente con influencia en los medios. Es un país del tamaño de Tierra del Fuego, donde la mitad es desierto, que logró prosperar por sus marcos institucionales.

El gobierno de Hamas en Gaza es de temer. Viola sistemáticamente derechos humanos de sus ciudadanos, asesinando o encarcelando a todo aquel que ose criticarlo públicamente, no aceptando la vida de los homosexuales, de los ateos, de los laicos (ni hablar de los judíos), sometiendo a las mujeres a una vida degradante y tratándolas como si fueran trapos de piso, obligando a sus niños a sacrificar sus vidas construyendo túneles, adoctrinándolos para que odien a los judíos y su plan de vida sea asesinarlos. Hamas no se inmuta ante los altos niveles de pobreza y desempleo que sufre la población en Gaza. No tiene mucho tiempo para eso, pues está demasiado preocupado en cumplir con el objetivo que explícitamente establece en su carta fundacional: asesinar al pueblo judío; un nuevo holocausto.

Muchos afirman que el tamaño de Gaza no le permite crecer económicamente; ponen de excusa su densidad poblacional. Es curioso, porque la de Singapur es más alta y no le impidió convertirse en la sociedad que hoy es. Y países árabes más grandes, con más recursos naturales, sufren de los mismos males que Gaza. Es que la riqueza de las naciones no es una cuestión de geografías, de razas, ni de religiones, sino de marcos institucionales. Es cuestión de elegir entre fomentar el comercio y la seguridad jurídica, o invertir todo el dinero que recibe de la Unión Europea (e incluso el cemento, que junto con muchos otros recursos entran de Israel) para construir túneles y demás recursos para atentar contra el pueblo judío.

Para cumplir con su objetivo, Hamas viene arrojando hace tiempo misiles especialmente para matar civiles israelíes. Más del 90% de estos misiles son interceptados por la llamada “cúpula de hierro”, pero la vida cotidiana en Israel de todos modos se hace imposible. Interrumpen constantemente clases, trabajo, momentos familiares para correr en quince segundos a los refugios. Los misiles no logran matar a muchos civiles israelíes, pero sí logran que todos ellos vivan con pánico y angustia. Israel, entonces, responde atacando lugares donde hay armamento y demás recursos militares, antes avisando que van a atacar, para que la gente pueda salir de allí. Hamas esto lo sabe, y por eso se ocupa de esconder su material de ataque en lugares donde frecuentan civiles, y los obliga a permanece allí, a pesar de las advertencias de Israel antes de atacar para que evacúen. No es sorprendente, entonces, que mueran más civiles palestinos que israelíes. El gobierno israelí busca proteger a sus ciudadanos, mientras que el de Hamas busca sacrificar a sus ciudadanos para aumentar los costos humanitarios de Israel, que está cansado de, como dice Marcos Aguinis, pelear con una mano y producir con la otra. Por eso Israel renunció al territorio de Gaza, creyendo que era una forma de lograr la paz, sin pensar que terminaría convirtiéndose en el centro de operaciones del terrorismo islámico.

En vista de esto, ¿quién es el verdadero enemigo de los palestinos? Todo indicaría que la mayoría del peso mediático debería recaer sobre Hamas, simplemente porque oprime a su población y se jacta de desear un nuevo holocausto. Pero no. La opinión pública elige concentrarse en cómo Israel se defiende, acusándolo de genocida y hasta de nazi. El foco de los debates es cuán inmoral es Israel al defenderse, omitiendo prácticamente todo lo que tenga que ver con su enemigo, como si todo lo que expuse sobre Hamas fuera de menor importancia. Sectores de izquierda, con tal de oponerse al capitalismo de Israel, eligen ubicarse del lado de uno de los grupos más fascistas del planeta. Algunos admiten que Hamas no es la mejor opción para los palestinos, pero al pasar, sin desviarse de su eje central, que es la crítica incondicional al único Estado Judío. Otros son capaces de mantenerse apáticos frente a cualquier matanza; miles de muertos en Siria, campos de concentración en Corea del Norte, castigos de flagelación pública y latigazos en Arabia Saudita, presos políticos en Cuba, estudiantes muertos en Venezuela. Nada de eso parece quitarles el sueño. Pero el único Estado Judío, pequeño como es, les despierta una adrenalina especial; los obsesiona: cuando se trata de él, vale la pena discutir sobre derechos humanos y propiedad original de las tierras.

Algunos medios muestran neutralidad, como si fueran dos grupos peleándose en un pie de igualdad; pidiendo a los gritos “paz”. Tal vez sea eso lo que Hamas busque, porque cuando un bando es un grupo ultra-fascista que ataca, y el otro una democracia republicana que se defiende, la neutralidad le viene como anillo al dedo al primero, porque oculta quiénes son y cuál es su objetivo final.

Varias críticas a Israel son fundadas y hay que hacerlas, pero que reciba casi todo el peso mediático constituye un discurso simplemente mentiroso.