Un discurso provocador e incómodo

Escuché en Madrid el discurso del Papa Francisco al Parlamento Europeo en Estrasburgo.

Genial y profético discurso. Y a la vez provocador e incómodo.

Estuvo dirigido primeramente a los europeos. “Gracias por la oportunidad que me ofrecen de dirigirme, a través de ustedes a los más de quinientos millones de ciudadanos a quienes representan”, dijo el Papa a los eurodiputados presentes en la asamblea. Pero también se trata de un discurso que excede, y en mucho, los límites geográficos de Europa.

Tres espíritus atraviesan todo el discurso papal: un diagnostico duro y provocador de la realidad,  un esperanzado llamado al coraje y valientes propuestas de instancias superadoras ante las dificultades planteadas.

En su documento programático “Evangelii Gaudium” (la alegría del Evangelio), de noviembre de 2013, Francisco dice que el riesgo más grande del mundo moderno es la tristeza individualista que amenaza al hombre de hoy. En su discurso al Europarlamento el Papa ha retomado esta idea advirtiendo sobre el drama de la soledad y del individualismo. “Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno”, ha dicho Francisco.

Luego ha diagnosticado a Europa como “ una abuela envejecida, estéril y sin vida”, donde la vida no crece.  Es comprensible esa lectura si pensamos que cae la natalidad, crece el aborto, se expulsa a los inmigrantes (“o se los deja morir en el Mediterráneo”). Todo esto signo de una cultura que se aleja del influjo vital y se enreda en procesos de disolución y muerte.

El Papa latinoamericano habla al parlamento europeo describiendo la crisis de eso que llamamos occidente, crisis de una cultura que se agota donde la fuerza vital para continuar desfallece.

Los cambios de épocas son críticos y desconcertantes pero la vida es mas fuerte que los vivientes y seguirá y conseguirá formas nuevas de expresión. La razón técnica fue uno de los componentes esenciales de la cultura europea-occidental pero el resultado de ese endiosamiento de la razón fue despojar hombre de su entramado antropológico y social. Nos toca ahora vivir ese cambio parece insinuar el Papa en su descripción diagnostica de la cultura europea, de un desierto que crece y crece.

Pero no se trata de una mera crítica cultural. El Papa propone como camino el volver a los orígenes de una cultura humanista (que tenga en el centro a la persona humana) y cristiana (abierta a la trascendencia, la esperanza y la visión positiva y valorativa del mundo y del hombre).

El humanismo cristiano ofrece la posibilidad real de vivir “la unidad en la diversidad” como reza el lema de la Unión Europea. Una diversidad que para estar reconciliada y en paz necesita que cada uno asuma su propia identidad y respete la identidad del otro. El humanismo cristiano necesario para enfrentar los riesgos de la angustia, la soledad, la injusticia y la desigualdad.

El humanismo cristiano que se preocupa por el cuidado del medioambiente y su uso en función del bien. El humanismo cristiano que protege la familia, el trabajo y el cuidado de los más vulnerables.

Al final, el discurso termina siendo un grito histórico y profético que advierte sobre la crisis del tiempo presente pero abre las puertas a reencontrar acaso una esperanza en la invitación a “abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad.”

Podríamos estar tentados de leer este discurso del Papa como si hablara de Europa, exclusivamente como un territorio geográfico. Ciertamente que lo es, pero no sólo. Nosotros en algo también somos parte de esa cultura que es metáfora de Occidente. También nosotros estamos entre algo que ya pasó y a la vez todavía no llegó y también nuestra cultura y nuestra historia tienen gérmenes de esa mentalidad occidental de la que habla el Papa.

El secreto, parece decir Francisco, es el sentido de las cosas y no la sola razón como único criterio de la realidad. La grieta de la cultura europea está en la falta del sentido y por eso debe generar “productos” que disimulen ese vacío y esa conciencia aparente de que la sola vida no alcanza para vivir.

Parafraseando al Papa y mirando nuestra propia cultura podemos decir que no sólo para Europa sino para todo Occidente ha llegado la hora de construir juntos el mundo que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana.

Al final todo se reduce a volver a lo esencial de la vida. Tan simple y salvífico como eso. Tan simple y necesario como humanizar la vida.

Aquí en Europa. Y aquí en Occidente.

 

Francisco y la esperanza de la paz

No es lo mismo optimismo que esperanza. Mientras que el optimismo consiste en una actitud positiva ante el futuro -independientemente del momento presente-, la esperanza, en cambio, adopta una mirada positiva sobre lo que vendrá pero encontrando ya en el presente signos que invitan a confiar en ese porvenir. El optimismo es sobre todo una actitud de la voluntad. La esperanza incluye además a la razón en una determinada hermenéutica del hoy.

En su reciente viaje a Tierra Santa, el Papa Francisco invitó a los presidentes de Israel y Palestina a un encuentro de oración en su casa en el Vaticano. En el avión de regreso a Roma aclaró que no se trataría ni de una mediación formal ni del inicio de negociaciones, sino simplemente de un encuentro de los tres líderes a rezar por la paz en la región.

Milenaria historia de violencia y divisiones hace de éste un conflicto de enorme envergadura y complejidad, a primera vista con escasa posibilidad de solución de fondo. Sin embargo, este encuentro de Shimon Peres y Mahmoud Abbas con el Papa es un hecho significativo que permite nuevamente abrir la puerta de la esperanza a la tan ansiada paz en Medio Oriente.

Mientras lo tuvimos de arzobispo de Buenos Aires no pocas veces le escuchamos decir al entonces Cardenal Bergoglio que, cuando hay un conflicto, es necesario entablar un dialogo buscando necesariamente una instancia superior a la zona de discusión. Los conflictos se resuelven en un plano superior a aquel en el cual se produce la crisis.

Por otra parte, en uno de sus discursos en Tierra Santa, Francisco dijo que la paz, siendo un “don de Dios”, es a la vez una responsabilidad que se construye “artesanalmente”. A esta doble lógica obedece el gesto de invitar a los dos presidentes a rezar por la paz: llevar el conflicto a un plano trascendente que amplíe las perspectivas y dar un pequeño pero contundente paso en el artesanal camino de la búsqueda de paz en la región ya que “más importante que ocupar espacios es iniciar procesos” dirá el Papa en su documento Evangelii Gaudium (EG 223).

Rezar es acudir a un plano superior. En realidad, a la más alta de todas las instancias, que es Dios mismo, el Absoluto. A ese plano quiere invitar el Santo Padre a israelíes y palestinos para buscar la reconciliación. Un hecho por demás significativo si se tiene en cuenta que gran parte del problema es la cuestión religiosa. Rezar por la paz parece un principio razonable cuando la religión es un factor tan influyente en el conflicto.

Con este encuentro de oración del Papa Francisco con Peres y Abbas, la paz en Tierra Santa se convierte en renovada y posible esperanza.

Esta es la cultura del dialogo y del encuentro, la que sabe promover pequeños pero significativos gestos en orden a consolidar la ansiada paz que es tan propia de la dignidad humana y que viene siempre de la mano del perdón y la reconciliación.

Frente a la Plaza de Mayo está la Catedral de Buenos Aires. En su friso se ve un conjunto escultórico que representa la bíblica escena del reencuentro de José con su padre Jacob y sus hermanos en Egipto, en alusión al encuentro y la reconciliación de los argentinos después de la Constitución Nacional y la unificación luego de la batalla de Pavón. Ese friso fue un gesto de esperanza que creyó posible la unidad nacional aún después de tantas luchas internas.

Miremos el ejemplo del Papa argentino, que con coraje busca abrir esperanzas de paz en una situación por demás problemática y compleja. Busquemos inspirarnos en su iniciativa por la paz para encontrar y provocar también en nuestra realidad nacional signos que nos hagan esperar el reencuentro, la reconciliación y la paz de la sociedad argentina.

La paz en Medio Oriente es posible  y la oración de los líderes por la paz es un pequeño gran signo de esperanza. Ojalá los argentinos sepamos provocar gestos análogos, para que no sólo seamos optimistas respecto de nuestro futuro sino que nos atrevamos a construir y vivir la esperanza de la paz.

Francisco en Tierra Santa: volver a las fuentes de la fe

Cuando el 13 de marzo de 2013 Jorge Bergoglio salió al balcón de San Pedro y se presentó como Francisco, buena parte del mundo entendió en su nombre una propuesta programática para la Iglesia de estos tiempos.

Quizás el viaje a Tierra Santa que el Papa está realizando en estos días sea uno de los gestos más elocuentes de su pontificado, un viaje que en sí mismo dice tanto o más que todos los discursos que se pronuncien en él.

Podemos delinear algunos ejes que nos provocan pensarlo de esa manera:

  • Según nuestra fe cristiana, Tierra Santa es el lugar donde Dios nos “primereó y nos salió al encuentro haciéndose uno de nosotros, “como un hombre cualquiera” dirá San Pablo en la Biblia. El viaje del Papa a los lugares santos es recordar nuevamente nuestra convicción de que Dios siempre da el primer paso.
  • Viajar a Tierra Santa representa también el deseo de volver a las fuentes de la fe, volver a transitar los caminos pobres que recorrió Cristo, y donde empezaron a seguirlo Pedro y los demás discípulos. Volver también al inicio -a la vez pobre y sobrenatural- del cristianismo. El Papa quiere mostrarnos que siempre es necesario volver a los orígenes de la fe cristiana, pero lo es especialmente en estos tiempos de renovación y de reforma de la Iglesia.
  • El encuentro del Papa Francisco con el Patriarca de Constantinopla Bartolomé I, conmemora el primer acercamiento entre Pablo VI y Atenágoras, hace cincuenta años en Jerusalén. Aquel encuentro culminó con el levantamiento de mutuas excomuniones y condenas entre ambas iglesias.
    Esta vez Francisco y Bartolomé I rezarán juntos en el Santo Sepulcro, un hecho totalmente inédito y de suma importancia histórica, que constituye un elocuente gesto de unidad entre diversas confesiones cristianas en el exacto lugar donde Cristo resucitó.
    Además, más allá del cristianismo, el Papa también tendrá encuentros con líderes judíos y musulmanes, israelíes y palestinos. Expresando el deseo de la Iglesia de “que la gran variedad de testimonios religiosos en esa región traiga como fruto un creciente respeto y entendimiento mutuo.” (Benedicto XVI)
  • Algunos días antes de viajar, el Papa decía que iría a Tierra Santa a “rezar por la paz en aquella tierra que sufre tanto”. Este viaje es un grito de paz para Medio Oriente y para todo el mundo. El nombre de Francisco evoca la paz y por eso también el Papa peregrina hasta esta región convulsionada por la violencia y los desencuentros: para rezar por la paz. El Papa quiere decirnos que la paz empieza cuando se reza por ella, cuando se fija la mirada y el corazón en Dios.

La primacía de la gracia, la vuelta a las fuentes de la fe como criterio para la reforma de la Iglesia, el trabajo por la unidad de los cristianos y la búsqueda de la paz entre los pueblos y las religiones, son los ejes de este viaje histórico de Francisco a Tierra Santa.

Ojalá sigamos creyendo que todo esto es posible y que el mundo, como dice frecuentemente el Papa, no se deje robar la esperanza.