Monseñor Romero, profeta y mártir

Monseñor Romero, que hoy es beatificado en El Salvador, no fue un activista social revolucionario. Fue un sacerdote católico que vivió hasta las últimas consecuencias su compromiso con las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Por eso la Iglesia lo beatifica.

La fe es una hermenéutica, una interpretación trascendente (escatológica) de la historia. Es decir, el creyente entiende la historia con un sentido de global de “estar yendo hacia un fin” que constituye su culmen y su plenitud. La fe cristiana específicamente, se funda en la revelación tal como está contenida en la Biblia que es para nosotros, los creyentes, la “palabra de Dios”.

La profecía es el acto de confrontar el propio presente histórico con esa fe creída y leída en la Sagrada Escritura. El presente histórico se confronta con la fe para que la historia se encamine más claramente hacia el fin escatológico al que Dios la llama. Ese confrontar es la profecía. Continuar leyendo

Una Pascua de la indiferencia al amor

A Jesús de Nazaret lo mataron. Lo acusaron entre gallos y medianoche, le imputaron unos cuantos delitos incomprobables, lo torturaron y al final lo asesinaron cruelmente.

Hoy, con el diario de lunes, podemos mirar la escena y descubrir la vergonzosa actitud de casi todos los que no supieron descubrir qué estaba pasando allí. Con su acción o con su indiferencia, con su decisión o con su silencio cómplice, mataron a Jesús de Nazaret.

En su mensaje del día de San Cayetano de 2005, el entonces cardenal Bergoglio atendió a uno de esos personajes, quizás el más patético de todos: “La anti-imagen es Pilato lavándose las manos. Con ese gesto entró para siempre en la historia del ridículo. Y cada vez que los que tenemos algún poder nos lavamos las manos y le echamos la culpa a otros nos ponemos del lado de Pilato: vamos a engrosar la fila patética de los que usaron el poder para su propio provecho y fama.”

La lógica del mal tiene un aliado imprescindible: la comodidad. Es en pos de una mayor comodidad que el hombre se puede volver cobarde o corrupto; en cambio la lógica contraria, la del amor que construye, tiene que renunciar a la mera comodidad como el criterio definitivo y último de la realización personal. El que quiere vivir una vida cómoda debe renunciar al vértigo de buscar los grandes ideales que suelen molestar al medio pelo circundante. No se puede transformar nada desde el conformismo y la comodidad.

Es muy fácil convertirse en Pilato. Criticar a los otros y culparlos de todo lo malo que sucede es una de las peores formas de indiferencia, porque nos vuelve meros narradores sin capacidad de acción ni de autocrítica. Y a veces incluso cómplices involuntarios de la injusticia. De esa manera nos aseguramos todos que nada cambie, y seguir así en la comodidad de la indiferencia.

El pilatismo es vivir sólo para ganar más poder y más fama. Ya no cuenta la verdad, ni la justicia, ni el bien de los otros, sino sólo lo que me conviene, lo que hace crecer mi imagen y me hace más cómoda y placentera la vida.

Y si es verdad aquello de que los hombres aprendemos sólo para la posteridad quizás hasta Pilato tenga algo para enseñarnos en estos días.

En Semana Santa acaso podamos hacer el intento de mirar la realidad y más que juzgar, criticar y condenar a los supuestos culpables de todo, preguntarnos cómo podemos sumar. Preguntarnos qué acción, que no estemos haciendo en el presente, de empezar a hacerla, podría modificar significativamente la realidad.

Frente a cada ser humano que sufre cualquier tipo de necesidad sólo tengo dos opciones: o me hago cargo (como Cristo que le lavó los pies a sus discípulos), o me desentiendo totalmente de su suerte (como Pilato que se lavó las manos y con su cobardía condenó a muerte al inocente Jesús).

Pascua significa “paso”, el paso del Israel por el mar Rojo y hacia su libertad; el paso de Cristo de la muerte a la vida. Hoy una vez más podemos decidir ser como Cristo, o como Pilato y actualizar en el presente la historia del compromiso o de la cobardía universal. Esa elección está en nuestras manos y ese paso de la indiferencia al amor puede ser la pascua nuestra de cada día.