Peregrinamos a Luján por la paz

Bajo el lema “Madre, ayúdanos a trabajar por la paz”, este fin de semana millones de jóvenes argentinos peregrinarán a pie hasta Luján uniendo los casi 70 kilómetros que hay entre los santuarios de San Cayetano en Liniers y el de la Virgen de Luján en aquella localidad bonaerense.

Si bien es cierto que el pueblo argentino peregrina a Luján desde hace más de cuatro siglos, la peregrinación juvenil a pie que habitualmente se realiza el primer fin de semana de octubre, comenzó en el año 1975 a instancias de un mítico sacerdote y teólogo del clero porteño, el padre Rafael Tello.

Sin lugar a dudas la peregrinación a pie a Luján es el acontecimiento de religiosidad popular más multitudinario de nuestro país. Ante semejante expresión de la fe popular puede surgir la pregunta del porqué o del sentido de la peregrinación. Quizás aquí podemos intentar alguna respuesta. Continuar leyendo

El acontecimiento de la fe

La expresión de fe que ocurre todos los días en el Santuario de San Cayetano de Liniers, pero especialmente cada 7 de agosto, es una manifestación exterior de un asombro interior que acontece en el corazón del pueblo. El estupor de la fe se despierta como respuesta a un absoluto trascendente que se abre a la experiencia popular y se deja percibir como presencia existencial.

Ese asombro necesitará un lenguaje flexible para configurar un decir y la piedad popular es entonces como una poesía que revela la belleza de ese sentir interior pero no la define, es ese lenguaje flexible que dice más de lo que muestra. El pueblo peregrina a San Cayetano porque tiene fe, una fe que es acontecimiento.

Ante cada acontecimiento se hace necesaria una determinada hermenéutica. Así, si se interpretara la piedad popular con una hermenéutica fuera del lenguaje de la fe o de lo popular, en clave meramente sociológica, o política o económica, se perdería la esencia misma del acontecimiento. Siempre el ver esta afectado por la mirada, por eso la primera actitud ante la piedad popular es preguntarse con qué mirada voy a acceder a ese acontecimiento. Aquí queremos contemplar el peregrinar del pueblo al Santuario de San Cayetano desde una perspectiva empática y positiva con la fe y la cultura popular.

San Cayetano fue un noble italiano del siglo XVI que, después de haber servido como tal en la corte papal, renunció a sus honores y riquezas y se hizo sacerdote para dedicar su vida al servicio y cuidado de Cristo en los más pobres. Su devoción llega a nuestras tierras de la mano de una increíble mujer, Sor María Antonia de Paz y Figueroa, que en el siglo XVIII caminó de Santiago del Estero a Buenos Aires para que la difundir la fe en Dios. Con ese fin, ella edificó la “Santa Casa de Ejercicios”, ese grande y viejo edificio que subsiste en Independencia y 9 de julio. Y fue ella quien encomendó en su oración a San Cayetano que nunca faltara alimento y provisiones en su casa. Con el paso del tiempo esa intuición espiritual se fue haciendo certeza de fe para el pueblo cristiano en nuestras latitudes: San Cayetano intercede ante Dios por nuestras necesidades de pan y trabajo.

Hoy, cotidianamente el pueblo de Dios acude al Santuario porque descubre aquí un espacio sagrado donde puede invocar a Dios por el pan, por la paz y el trabajo. El Santuario es para el peregrino un lugar de reposo, es el suelo firme donde se puede apoyar. En medio de las vicisitudes del camino, de los problemas, encrucijadas y desconciertos de la historia, el pueblo reconoce un lugar de vida, una especie de oasis espiritual donde quizás no encuentra soluciones para sus problemas, pero encuentra la esperanza que le permite seguir construyendo un presente y un mañana.

Es evidente que la realidad social y económica es difícil, siempre lo ha sido para los pobres. Muchos tienen miedo ante el futuro, ante la inseguridad, ante el poder del mal que atormenta nuestras vidas de tantas maneras. Pero también es evidente que en el Santuario el pueblo redescubre que tiene adónde ir y por lo tanto su caminar tiene un sentido. En el peregrinar de la fe, el pueblo es rescatado del absurdo del no-sentido.

Cada 7 de agosto cientos de miles de peregrinos acuden al Santuario de San Cayetano de Liniers, en donde ahora estoy escribiendo estas líneas, mientras me acompaña la “música funcional” de la oración y los cantos de los peregrinos que están llegando. Vienen aquí por una necesidad interior que sienten en lo más íntimo de sí. Vienen a pedir, a agradecer, a expresarle a Dios su amor, su fe, a buscar el consuelo y la ayuda de San Cayetano. Vienen a buscar paz. Y la encuentran.

Lo que quizás ignoran esos peregrinos es que cada 7 de agosto ellos se vuelven también maestros de vida para todo el resto del pueblo. En su fe y en su peregrinar brilla la certeza de que aún en medio de las dificultades, la vida se sostiene en la esperanza. Peregrinar es ponerse en camino, es salir al encuentro de otro, es dar sentido a la vida. San Cayetano es un santo y es un lugar que Dios y su pueblo eligen para encontrarse por eso el pueblo peregrina hacia él. Esto lo aprendemos contemplando la fe de los peregrinos de San Cayetano.

Una Pascua de la indiferencia al amor

A Jesús de Nazaret lo mataron. Lo acusaron entre gallos y medianoche, le imputaron unos cuantos delitos incomprobables, lo torturaron y al final lo asesinaron cruelmente.

Hoy, con el diario de lunes, podemos mirar la escena y descubrir la vergonzosa actitud de casi todos los que no supieron descubrir qué estaba pasando allí. Con su acción o con su indiferencia, con su decisión o con su silencio cómplice, mataron a Jesús de Nazaret.

En su mensaje del día de San Cayetano de 2005, el entonces cardenal Bergoglio atendió a uno de esos personajes, quizás el más patético de todos: “La anti-imagen es Pilato lavándose las manos. Con ese gesto entró para siempre en la historia del ridículo. Y cada vez que los que tenemos algún poder nos lavamos las manos y le echamos la culpa a otros nos ponemos del lado de Pilato: vamos a engrosar la fila patética de los que usaron el poder para su propio provecho y fama.”

La lógica del mal tiene un aliado imprescindible: la comodidad. Es en pos de una mayor comodidad que el hombre se puede volver cobarde o corrupto; en cambio la lógica contraria, la del amor que construye, tiene que renunciar a la mera comodidad como el criterio definitivo y último de la realización personal. El que quiere vivir una vida cómoda debe renunciar al vértigo de buscar los grandes ideales que suelen molestar al medio pelo circundante. No se puede transformar nada desde el conformismo y la comodidad.

Es muy fácil convertirse en Pilato. Criticar a los otros y culparlos de todo lo malo que sucede es una de las peores formas de indiferencia, porque nos vuelve meros narradores sin capacidad de acción ni de autocrítica. Y a veces incluso cómplices involuntarios de la injusticia. De esa manera nos aseguramos todos que nada cambie, y seguir así en la comodidad de la indiferencia.

El pilatismo es vivir sólo para ganar más poder y más fama. Ya no cuenta la verdad, ni la justicia, ni el bien de los otros, sino sólo lo que me conviene, lo que hace crecer mi imagen y me hace más cómoda y placentera la vida.

Y si es verdad aquello de que los hombres aprendemos sólo para la posteridad quizás hasta Pilato tenga algo para enseñarnos en estos días.

En Semana Santa acaso podamos hacer el intento de mirar la realidad y más que juzgar, criticar y condenar a los supuestos culpables de todo, preguntarnos cómo podemos sumar. Preguntarnos qué acción, que no estemos haciendo en el presente, de empezar a hacerla, podría modificar significativamente la realidad.

Frente a cada ser humano que sufre cualquier tipo de necesidad sólo tengo dos opciones: o me hago cargo (como Cristo que le lavó los pies a sus discípulos), o me desentiendo totalmente de su suerte (como Pilato que se lavó las manos y con su cobardía condenó a muerte al inocente Jesús).

Pascua significa “paso”, el paso del Israel por el mar Rojo y hacia su libertad; el paso de Cristo de la muerte a la vida. Hoy una vez más podemos decidir ser como Cristo, o como Pilato y actualizar en el presente la historia del compromiso o de la cobardía universal. Esa elección está en nuestras manos y ese paso de la indiferencia al amor puede ser la pascua nuestra de cada día.