Brasil busca ponerle dientes a su carismática sonrisa

Fabián Calle

Pasaron 18 años desde que la Fuerza Aérea de Brasil comenzó a planificar el reemplazo de sus principales aviones de combate y supremacía aérea y 11 desde que el entonces saliente presidente Cardoso decidía reimpulsar la compra de 36 vectores de este tipo. Transcurrirían pocos días del inicio de la primera presidencia de Lula para que éste tuviese que anunciar que se postergaba sin fecha esta operación dados sus elevados costos y la prioridad de la administración del PT de invertir en planes de ayuda social para los amplios sectores vulnerables que presentaba el país en 2002.

El primer lustro del siglo XXI le brindará al Brasil una masiva inyección de recursos derivados del fuerte incremento del valor de las materias primas exportables como la soja y los minerales. Los precios se triplicaron y hasta quintuplicaron en el algunos casos y aún se mantienen sólidos y nada indica que cambien en el corto y mediano plazo (buena noticia para la Argentina también, si se la sabe aprovechar inteligente y pragmáticamente). Para 2004-2005, la diplomacia de Brasilia potenciaría su marketing a nivel internacional para posicionarse como una de las potencias emergentes claves del nuevo sistema internacional.

El punto más citado por los “herederos de Barón de Río Branco” era la necesidad de, y el derecho del país a, una banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, una vez que el organismo avanzara hacia una reforma que lo actualizara de su “estructura perimida” del mundo de 1945. No obstante, ello se daba al mismo tiempo que los diarios y noticieros del país dedicaban algunas líneas a las serias carencias presupuestarias de la Marina para navegar, la baja porción de aviones de combate plenamente operativos y actualizados a las tecnologías modernas y la licencias anticipadas a los soldados del servicio militar obligatorio.

Esas dos caras de la misma moneda no dejaban de impactar. Una democracia sólida, liderada por un presidente de izquierda racional y prudente, con una macroeconomía sana desde mediados de los 90 y viviendo un boom de ingresos vía nuevos valores de sus productos exportables desde 2002-2003, parecía tener un raquitismo militar inaceptable para los estándares del poder mundial. Llegado ese momento y ya con su reelección asegurada gracias a los votos de los más pobres ayudados por los planes sociales que fueron priorizados frente a la compra de aviones, Lula decidió darle un impulso a la cuestión estratégico-militar. Para ello avanzó en varios sentidos: nombró un político con carisma, peso y prestigio propio como Nelson Jobim como ministro de Defensa, comenzó a analizar el modo de incrementar el presupuesto de Defensa desde un punto del PBI a dos, se firmó un acuerdo de cooperación tecnológica-militar con Francia en materia de submarinos convencionales y uno nuclear, y, finalmente, se blanqueó y reglamentó claramente el rol de los militares en tareas de seguridad frente a las mafias del narcotráfico en las favelas.

Este último tema, en gran medida dotado de un marco legal formal a partir de un decreto presidencial de 2004, fue el antecedente previo de un proceso que poco menos de un lustro después derivaría en el desembarco del Ejercito e Infantería de Marina en favelas de Río de Janeiro y en menor medida en San Pablo. Lula transitó sus últimos años en el poder en un clima político, económico y social óptimo, en el que los militares se sentían valorados e incluidos. En este escenario, se reabrió la licitación por 36 aviones de combate suspendida sin fecha en 2002. Un contrato inicial por 4 a 5 mil millones de dólares que luego daría lugar en en el largo plazo a un total en torno a unos 100 aviones con participación nacional en parte de su construcción y sistemas de armas. Para 2010, la Fuerza Aérea del Brasil ya tenía lista sus evaluaciones técnicas sobre los competidores: el F-18 Boeing de los EEUU, el Rafale de la Dassault de Francia y el Grippen de Saab de Suecia y BAE del Reino Unido. Según los trascendido de aquel entonces, en lo técnico-operacional el modelo americano tenía ventajas, pero no así en las consideraciones de “autonomía” política y tecnológica.

En estos puntos, le sacaba amplia ventaja el Grippen. Los franceses basaban sus expectativas en el vínculo estratégico antes mencionado. No casualmente, desde el poder político brasileño de aquel entonces no dejó de trascender de manera implícita -y alguna que otra vez explícitamente- que la decisión sería favorable a París. Pero algunos hechos comenzarían a operar sobre este renacer del sector de la Defensa brasileño. La llegada de Rousseff tuvo como una de sus primeras consecuencias un nuevo congelamiento y postergación sin fecha de la compra de estas aeronaves, lo cual luego sería acompañado por la renuncia del ministro Jobim.

Todo fue luego condimentado por las pasadas protestas sociales en varias de las grandes ciudades del país reclamando eficiencia en el gasto del Estado. Las partidas destinadas a Defensa del 2011 hasta hoy nunca dejaron de tener aumentos, pero menos que lo inicialmente esperado. En este escenario, pocos días atrás la presidenta Rousseff, luego de una extensa conversación personal con su par francés en donde al parecer le avisó de la decisión que tomaría, y para sorpresa de casi todos, dio su autorización a la tan postergada adquisición de los aviones de combate. Los medios de prensa especializados en Brasil y en el mundo venían alertando desde hace tiempo sobre la precaria situación que tendría el poder aéreo brasileño luego de que recientemente pasase a retiro los 12 Mirage 2000 usados que Francia le transfirió a precio preferencial en 2006.

Un país con 16 mil kilómetros de fronteras y la cuarta extensión del mundo, tendría sólo como principales vectores un lote de más de medio centenar de anticuados F-5 de los EEUU vendidos a mediados de los años ’70 y modernizados recientemente. Los brasileños interesados e informados en estas temáticas no dejaban de hacer notar que Chile, con un décimo o menos del PBI del Brasil y menos del 10 %  de su población, cuenta nada más y nada menos que con al menos 50 aviones de combate F-16 estadounidenses, 12 de ellos de los más sofisticados de su serie C y el resto más que bien actualizados con la versión MLU. En menor medida, el propio Perú podía presentar aviones de combate franceses y rusos con prestaciones superiores a los F5 y también la propia Venezuela bolivariana con los cazabombarderos Sukhoi 35 rusos. Con la compra de un lote inicial de 36 Grippen, se vuelve a la opción original recomendada por la Fuerza Aérea en 2010 luego de matizar lo técnico-operativo con lo “político-estratégico”. La administración Obama hizo un sincero y activo esfuerzo en los últimos tiempos para mejorar las chances del F-18, ofreciendo transferencias de tecnologías y garantías más allá de lo habitual. Nunca se sabrá si esto habría sido suficiente si no se desencadenada el escándalo “Snowden” y su fuga de EEUU con materiales que comprobarían el espionaje de la agencia NSA sobre diversos países del mundo incluyendo el Brasil, hecho que motivó la cancelación, o más bien postergación, de una reciente cumbre entre Obama y Rousseff. Un análisis un poco más interesado en la historia y menos en la coyuntura nos mostraría que este affaire dista seguramente de haber sido clave.

Desde comienzos de los 70, de manera sistemática tanto los gobiernos militares como luego los civiles de Brasilia han buscado combinar progresivos espacios de autonomía con Washington pero sin por ello dejar de ser “el interlocutor” de la superpotencia al sur del Canal de Panamá, estrategia que se combina con hacer buen uso de los exabruptos y grandilocuencia para la tribuna de algunos de los países vecinos en su relación con los EEUU, mostrándose, el Brasil, como una buen oído y consejero tanto para los contestatarios bolivarianos y sus socios como para el establishment político y económico de la principal potencia mundial, y sacando el mejor provecho de ambos mundos. Un juego básico, siempre, pero siempre eficiente.