Argentina y el factor militar: ¿hay un cambio de rumbo?

Fabián Calle

Un repaso por los clásicos de la Ciencia Política de la década de los 70 y 80 mostraría que el futuro de las FFAA que tuvieron a su cargo la gestión del poder político de un Estado durante períodos más o menos prolongados dependería en gran medida del tipo de transición que lograron articular.

En aquellos en donde el traspaso del poder fue fuertemente pautado y condicionado, siendo el caso de Chile pos-Pinochet uno de manual en este sentido, los militares se reservaron una inmensa cuota de poder y sobre todo capacidad de veto.

En las transiciones más graduales y menos rígidas, tal el ejemplo de Brasil pos 1984, las condiciones en que regresan los uniformados a sus tareas específicas son relativamente ventajosas en cuanto a no escudriñar el pasado (ni de ellos ni de los grupos armados civiles con agendas revolucionarias) pero con una capacidad de veto no tan marcada así como mayores restricciones presupuestarias.

Finalmente, aquellas situaciones en donde se dio por quiebre o colapso, la Argentina 1983, la no revisión del pasado no estuvo garantizada y ni qué decir en lo atinente a la asignación de recursos para la inversión en Defensa Nacional. Tanto sea por la desconfianza que aún anida entre las élites políticas que retoman el poder así como por agudas crisis económicas como la tuvo casi toda la región, y con particular fuerza en el caso argentino, por el estallido de la deuda externa de 1982 tras la suba masiva de la tasa de interés de la Reserva Federal de los EEUU a partir de 1979.

A estas variables hay que combinarlas con el rendimiento económico que cada uno de los gobiernos militares de estos tres países tuvo y el nivel de violencia previa existente en la actividad guerrillera así como en su represión y de aquellas agendas y objetivos que fueron más allá de enfrentar a grupos armados de extrema izquierda y buscaban cambiar de raíz las dinámicas políticas y socio económicas del país. Baste comparar los 400 desaparecidos registrados en Brasil con los más de tres mil en Chile y los ocho a nueve mil en Argentina según los registros de la Conadep. Ni qué decir de la capacidad de fuego alcanzada por organizaciones como Montoneros y ERP vis a vis las escuálidas agrupaciones brasileñas.

El gran y fallecido politólogo argentino Guillermo O’ Donnell los definió 40 años atrás cómo “Regímenes Burocráticos Autoritarios”. El primero y más largo de ello el brasileño iniciado en 1964 y concluido en 1984 y luego la Revolución Argentina de 1966 hasta la caída de Juan Carlos Onganía en 1970, Chile entre 1973-1990 y nuestro país nuevamente en 1976. El régimen pinochetista, a posterior de los fracasos económicos de 1975 y 1982, lograría a partir de 1983-84 un Plan que le brindó estabilidad económica y fuerte crecimiento. Lo que, más aún contrastando con lo que ocurría en la Argentina y otros países de la región, pasó a definirse cómo “el milagro chileno”. De más está mencionar las inconsistencias socioeconómicas que ese “milagro” y que los gobiernos democráticos posteriores buscaron gradualmente de moderar. Viendo diversos indicadores cuanti y cualitativos, pocas dudas caben que lo pudieron lograr sustancialmente.

En lo referente al Brasil, el boom del crecimiento económico e industrial se dio entre 1964-1973 hasta que la crisis petrolera mundial pegó con fuerza en aquel entonces un país muy deficitario en materia energética. Los militares abandonarían el poder dejando un país con crecimiento nulo o más que modesto y alta inflación pero con una fuerte base industrial y productiva. Conservando así un espacio importante de reconocimiento y prestigio.

El caso argentino seria el más crítico de los tres en materia macroeconómica. No casualmente el deterioro presupuestario y del prestigio de los militares, no quizás en los sectores más populares donde ciertas fobias más o menos actuadas de las élites o “círculos rojos” no parecen haber calado tan hondo, fue el más agudo. Llegando niveles presupuestarios para la Defensa por debajo de 1 punto del PBI y marcados retrasos salariales y ni qué decir en la no renovación de sistemas de armas o al menos actualización del material ya existente. Quizás una de las pocas “políticas de Estado” entre 1983-2013 haya sido ésta.

Cabría contar con los dedos de una mano los desfiles en los que la sociedad argentina pudo tomar contacto con sus FFAA tal como se hacen en la casi totalidad de los países del mundo y en especial en los del “socialismo real” como China, Cuba, Vietnam, Corea del Norte o de los bolivarianos empezando por la militarizada Venezuela. Habría que remontarse a la parada organizada por el Ejército en la Matanza el 29 de Mayo del 2004 y a las coberturas periodísticas de la época que marcaban una gran presencia popular.

Una de las mayores diferencias que los especialistas detectaban entre el caso Argentina del último lustro, cuando se acentuó cierta retórica proto-bolivariana, y su estrecho vínculo con Hugo Chávez era la inexistencia en nuestro país de puentes entre el poder político, la sociedad y los militares. Imperaba en el caso argentino una visión más tradicional de control civil más propio de la academia-ONG’s estadounidenses de centroizquierda o “liberal”, en las categorías ideológicas en Washington, de la década de los 80 y 90 para los países latino americanos.

No obstante, para sorpresa de muchos, esto comenzó a cambiar recientemente. Desde la cúspide del poder político se ha comenzado a hacer mención a la necesidad de una mancomunión entre el mundo civil y militar y se han dado fuertes signos de apoyo en este sentido desde organizaciones de DDHH y grupos sociales identificados fuertemente con las posturas más de izquierda dentro del ámbito oficialista. Todo ello, combinado con debates públicos donde diversas personalidades más o menos cercanas al gobierno proponen el uso de los militares en tareas de seguridad interior y el regreso del servicio militar y la puesta en marcha de operativos cómo “Fortín”, “Escudo”, patrullajes conjuntos de soldados y gendarmes en el Norte argentino y actividad social de los uniformados en tragedias como las inundaciones de La Plata y tareas humanitarias en barrios carenciados.

Algunos observadores podrán decir que ya es tarde luego de haber esperado una década para hacer este cambio de rumbo, otros afirmaran que recién ahora se dan las condiciones para hacerlo, otros que constituye un riesgo de politización, otros que es tapar el sol con la mano, etc. Mas allá de dónde se pare cada uno de los observadores, hay una realidad que no deja de ser positiva y coherente con la historia argentina, signada desde su comienzo por el rol de los argentinos de uniforme, comenzando por Saavedra, San Martín, Belgrano, Güemes, Brown, Dorrego, Lavalle, Rosas, Mansilla, Roca, Mitre, Mosconi, Savio y Perón. Nos referimos al potencial regreso de una mayor fluidez y normalidad en el vínculo entre la esfera de la política, la sociedad y los militares.

El próximo gobierno, muy probablemente con agendas, estéticas y discursos alejados de la épica de los últimos años y que podrán ser calificados de manera más o menos bien intencionada cómo de “centro derecha”, tendrán un camino despejado en la materia de Defensa. Aquello que se abrió con el visto bueno de los sectores de izquierda e históricamente más desconfiados y críticos de los hombres de armas de la Nación, podrá ser continuado y perfeccionado con planes de mediano y largo plazo. Desde ya, nada que se asemeje al regreso del “partido militar” sino un instrumento armado para la Nación que busque lograr una capacidad de disuasión creíble como la desarrollada por países democráticos y con gobiernos progresistas cómo Chile y Brasil y colaborar, dentro de claros marcos legales ya existentes y a desarrollar, con las fuerzas de seguridad y policiales cuando sea necesario.

Poco importarán las chicanas o ataques cruzados que se dan hoy en torno a esta nueva e incipiente realidad si los decisores políticos y militares pueden articular una visión que los trascienda. Quizás cuando hayan pasado unos cuantos desfiles militares multitudinarios para festejar el 25 de Mayo y eso se transforme en algo tan natural como cuando se da en Santiago de Chile, Brasilia, Caracas, París, Londres, Colombia, Cuba, Rusia, China, Sudáfrica, el largo interregno iniciado en 1983 haya llegado a su fin. Los hombres sin y con uniforme que logren completar exitosamente esta realidad, tendrán su espacio en la historia grande de la Patria.