Siria, más balas que votos

Fabián Calle

Los manuales de Ciencia Política, especialmente los destinados a analizar procesos electorales, distan de concebir una convocatoria a las urnas en plena guerra civil y con más de 160 mil muertos y más de 2 millones de refugiados. Pero eso es lo que sucede en estas horas en Siria.

La convocatoria formal a las urnas y sin competencia real ha sido una tradición en la Siria de los Assad desde que el padre de la dinastía tomara el poder por vía de un golpe militar encabezado por la Fuerza Aérea a fines de la década de los ’60. La recurrencia a coreografías electorales cómo ejercicio simbolico-legitimador es muy propia de la metodología empleada por la vertiente nacionalista árabe que se extendió a partir del ascenso al poder en Egipto de Nasser en los años 50, la toma del poder en la misma Siria y luego en Irak del Partido “pan árabe”, nacionalista, socialista y laico Baath. El único sobreviviente de esa experiencia luego de la caída del régimen iraqui en el 2003 es justamente Assad. Él mismo ganó sin contendientes reales sus dos elecciones anteriores por mandatos de 7 años. Esta es la primera vez que hay otros dos rivales, si bien poco conocidos y meramente simbólicos. Desde ya, solo se vota en las partes del país controladas por el gobierno. Se trata de usar el escrutinio para mostrar poder y algo de control territorial. No obstante, si bien Assad ha retomado hace algunas semanas la estratégica ciudad de Homs, Siria es aún un Estado fallido y colapsado y sin claros ganadores en esta guerra.‎

Por esos cruces tan propios del Medio Oriente de geopolítica, religión y etnias, la base de sustentación del régimen sirio en el último medio siglo ha sido la minoría alawita, un 10 por ciento de la población. Una vertiente muy minoritaria del Islam y emparentada cómo la corriente chiita que es solamente mayoritaria en Irán, que en su vertiente más fundamentalista toma el poder en 1979, e Irak. Esto sin duda es una de los nexos que unen tan fuertemente a Irán, Siria y las milicias chiitas de Hezbollah en el Libano.‎ Los alawitas están muy presentes en las filas militares y de seguridad del Estado sirio y cuentan con el respaldo de otras minorías que ven con temor el eventual ascenso al poder de la mayoría (poco más del 60 por ciento) sunnita. Corriente ampliamente hegemónica en los países musulmanes y en especial en enemigos de Assad como Arabia Saudita, Qatar y Turquía (si bien este último país busca también evitar que los kurdos presentes en Siria adquieran más poder y autonomía cómo ya lo han hecho en Irak).

Para una ampliación de información sobre este entramado de intereses e intrigas, sugerimos darle una mirada al artículo “Las razones del minimalismo de Obama” que publicamos en esta columna. Como complemento a lo allí vertido, cabría agregar que en el discurso del presidente Barack Obama en West Point de fines de Mayo comenzó a quedar claro que la administración demócrata está dispuesta a incrementar cautelosa pero claramente la asistencia en entrenamiento y armamento a las facciones más moderadas de la resistencia a Assad. La aparición de misiles antitanque estadounidenses del tipo Tow en manos de los rebeldes es solo el comienzo de ello. Quizás por esto mismo, Damasco no ha dudado en facilitar la llegada de ciertos “enemigos útiles” como las facciones fundamentalistas más extremas sunnitas ligadas a Al Qaeda para lograr el doble propósito de agudizar peleas internas con los rebeldes moderados así como mostrarle a EEUU y a Europa que ayudar a su caída solo daría un terreno fértil al terrorismo internacional. Ese juego de cooperar con un enemigo existencial de los alawitas y chiitas como es Al Qaeda ya se vio a partir del 2003 cuando esa organización utilizaba sin mayores trabas el territorio sirio para infiltrarse en Irak y atacar a las tropas americanas y sus aliados.

Por último, las elecciones que se desarrollan en estas horas distan de tener significación para lo que es clave hoy por hoy en Siria o sea el campo de batalla y el entramado de apoyos que uno y otro bando reciba.