Narcotráfico: once años de contradicciones

Todos sabemos que la única manera de incomodar o disminuir al tráfico ilícito de sustancias es mediante una política de Estado real y concreta. Para ello, aunque destacarlo resulte una obviedad, es imprescindible que el Poder Ejecutivo defina su mirada y convoque a los demás poderes y sectores de la sociedad. Mal se puede hacer esto cuando en el propio Gobierno nacional y desde los primeros lugares de decisión hay constantes contradicciones.

El último caso de diferencias en el seno del kirchnerismo involucró al Secretario de la Se.Dro.Nar., el sacerdote Juan Carlos Molina y al Secretario de Seguridad, Sergio Berni. El primero pretende desfederalizar las causas por narcotráfico, de manera que las provincias tengan competencias en el narcomenudeo, tal cual lo posibilita la ley. El segundo no acuerda con esa posibilidad y se opone argumentando la necesidad de una mirada federal de la problemática, cuestión con la que estoy firmemente de acuerdo.

También había habido cruces entre, nada más ni nada menos, el Ministro de Defensa, Agustín Rossi, y el ya mencionado Secretario -Ministro en los hechos- de Seguridad.  El tema que exponía sus diferencias: si Argentina era o no un país productor de drogas. Como cualquiera podría advertir, este no es un tema menor o semántico, sino de diagnóstico y por ende clave.

Anteriormente la discusión se centró en la utilización o no de las Fuerzas Armadas en el combate al narcotráfico (otro de los tema centrales en una política que enfrente a las organizaciones criminales). Los “contrincantes”: el Gobernador de la provincia de Buenos Aires y precandidato a la presidencia por el FPV, Daniel Scioli y, otra vez, el Ministro de Defensa, Rossi.

El año pasado el punto de disidencias fue la despenalización o no de la tenencia para consumo personal tema respecto al cual diferían varios legisladores y funcionarios. Por citar sólo algunos, el senador Fernández y el entonces diputado oficialista por Santa Fe (hoy “renovador”), Oscar “Cachi” Martínez, ubicados en veredas opuestas sobre el tema.

Sobre esa misma dicotomía se registró otro duelo discursivo más paradigmático. Los que se enfrentaban en este caso eran los doctores José Granero y Rafael Bielsa (el primero en contra y el otro a favor de la despenalización) con la gravedad de que fueron ellos los titulares de la Se.Dro.Nar. durante años y con miradas totalmente opuestas.

En otra oportunidad, más atrás en el tiempo y con menos difusión, se dieron discrepancias entre el Comité Científico Asesor del Ministerio de Seguridad y el entonces Secretario de la Se.Dro.Nar., Granero, respecto a la necesidad de actualizar o no la lista de precursores químicos que se deben fiscalizar. Para explicarlo mejor, el comité decía que el listado de las 60 sustancias que hoy se controlan está desactualizado y, por lo tanto, hay algunas que pueden estar siendo usadas sin ningún problema para la fabricación de estupefacientes. Ante esta advertencia, Granero decía que no era necesario tomar ninguna medida. Parecía que lo consideraba un “detalle menor”. 

El último tramo se lo dedico a la gravísima interna que protagonizaron, una vez más, Granero y Aníbal Fernández cuando, uno desde la Se.Dro.Nar. y el otro desde el Ministerio de Seguridad, llegaron a sabotearse políticas y a descalificarse a través de los medios de comunicación. El colmo fue cuando ambos expusieron posturas diametralmente distintas en foros internacionales, eso sí, siempre en nombre de la República Argentina. Un verdadero papelón.

Este es un pequeño resumen de las contradicciones y enfrentamientos de los principales actores del kirchnerismo en la lucha contra el narcotráfico. Como ya dijimos, sin la participación de todos los poderes del Estado y la unificación de políticas públicas, estamos a la deriva. Estas idas y vueltas han sido funcionales al avance de las bandas criminales. Después de once años el Gobierno sigue discutiendo qué hacer. El resultado es claro; hoy tenemos más consumo, más tráfico y más producción. No hay más tiempo para discusiones sin contenido, espasmódicas, superficiales y, por lo tanto, ineficientes.

El año próximo elegiremos una nueva fórmula presidencial. Ojalá todos los candidatos asuman el desafío de debatir este tema, con propuestas, cerca de las ideas y lejos de los slogans. Hoy el crimen organizado constituye la principal amenaza de las democracias latinoamericanas. Ante esta situación alarmante tenemos que dar el debate y generar propuestas serias, sostenidas a mediano y largo plazo.

¿Por qué hablamos tanto de la oferta de drogas y poco de la demanda?

En estos días, apremiados por la realidad, palabras como búnkers, kioscos, dealers, soldaditos, o cualquier expresión con el prefijo narco, son de uso permanente y pasaron a ser parte de nuestro vocabulario cotidiano. El crecimiento de la producción, consumo y tráfico de sustancias ilegales en esta última década en el país es una realidad que nadie puede desmentir, ni siquiera, poner en duda.

Sin embargo, todos los análisis y consideraciones se hacen, en general, sobre el combate al narcotráfico. Consecuentemente se piensa en este sentido y se proponen soluciones como reprimir el delito, limitar la oferta de las sustancias ilícitas con la idea de restringir el acceso y aumentar los precios para, de esta manera, producir una merma del consumo.

Quiero dejar en claro que considero al narcotráfico la principal amenaza de las democracias latinoamericanas y que la narcocriminalidad es uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad. Pero considero igual o más importante aún sumar al debate el por qué de la creciente demanda de sustancias y la necesidad de comprender que no será el combate al narcotráfico lo que modifique sustancialmente el problema social o sanitario.

Quizás porque no guste, sea incómodo o resulte más fácil, se tiende a poner la mirada en otro lado. Pero debemos hablar de la demanda de sustancias. Este es un debate vital. Allí tenemos que mirar, y todos tenemos que poner la mirada en esto, si pretendemos lograr cambios profundos y reales.

Según un estudio que realizamos con mi equipo de trabajo, uno de cada tres adolescentes comienza a consumir en su propia casa o en la casa de un amigo. Comparto este dato solamente para dimensionar que el Estado no puede estar en la casa de cada uno de nosotros y que debemos, además de reclamar, asumir la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos como ciudadanos.

Si pretendiéramos algún tipo de clasificación en torno a las drogas, no existe condición alguna que disminuya sus efectos. No podemos caer en la ilusión de pensar que las drogas legales no son un problema. Por ejemplo, hoy el principal problema, en estos términos, lo tenemos con el alcohol: uno de cada cuatro siniestros viales lo protagoniza una persona que consumió alcohol. Mientras tanto, el tabaco, otra droga legal, produce 40000 muertes por año, siendo 6000 fumadores pasivos y los niveles adictivos de la composición química de los cigarrillos se han ampliado.

Por otra parte, el consumo de drogas legales pero de uso ilegal, como los psicofármacos no prescriptos por médicos, es un hábito que crece de la mano de la automedicación, la sobre medicación y la medicación a terceros. Vivimos la “cultura de la pastilla” y no concebimos una visita al médico si éste no nos receta nada.

Por último, las adicciones en las que no intermedia una sustancia tampoco paran de crecer. La ludopatía o juego patológico (adicción con mayor nivel de suicidios) o la adicción a Internet son los dos exponentes más claros de estos comportamientos adictivos.

Como vemos, la demanda y la necesidad de consumo permanente no sólo de sustancias, sino de bienes, tiene un componente cultural y sociológico que hay que repensar. En esto deberíamos poner nuestra atención y generar campañas que fomenten modos de vida saludables, donde el deporte, las actividades artísticas o culturales y el estar con otros aportando algo a la sociedad sean los ejes. Ya hemos visto que las campañas del tipo “la droga mata” son insuficientes e ineficientes.

Aunque las campañas sean buenas, de nada servirían si el Estado se dedica a “hacer como” que está presente. Se puede convencer a un pibe que disfrute un deporte pero si no tiene dónde practicarlo sería una terrible frustración. Los altos consumos y la demanda permanente de sustancias (legales o no) nos están señalando que hay cosas que debemos revisar en nuestra sociedad.

Para graficar esto, viene bien una anécdota: en la Villa 31, durante la filmación de la película “Elefante Blanco” de Pablo Trapero, disminuyeron los consumos de todas las sustancias durante el tiempo que duró el rodaje. Así analizaba este hecho un sociólogo: “Durante esos días la gente rompió su agobiante rutina, se sintió parte de algo y ese algo los trascendía”. Creo que es una buena postal para entender qué nos pasa y actuar en consecuencia.