Los sistemas totalitarios son el festín de los corruptos

Facundo Chidini

Uno de los motivos más convocantes del 18A fue la mediatización reciente de casos de corrupción y connivencia en negociados del gobierno kirchnerista con empresarios prebendarios del régimen. No se trata de casos aislados sino de una estructura social que facilita posibilidades de corrupción en toda la red jerárquica hasta llegar a niveles cuasi mafiosos que conjuga a funcionarios de alto nivel con empresarios y testaferros privados.

Para profundizar la temática de la corrupción de manera sistémica quiero dar luz a esta cuestión con una reflexión del notable sociólogo Rubén Zorrilla, que esboza en el capítulo VII del libro El fenómeno Menem:

“Cuanto más frondosas sean las reglamentaciones, y cuanto más arbitrarias o menos ajustadas estén (y siempre lo están en alguna medida) habrá más corrupción. Y cuanto más autoritario sea el sistema de poder (por más intachable que sea el detentador del poder supremo) más posibilidad de ejercerla tendrán los centros de poder. Esta es una ley sociológica decisiva para la vida institucional de cualquier orden social. Por ella podemos afirmar que los países totalitarios (sean socialistas, nacional-socialistas o fascistas) han sido o son (Cuba de Castro) los mayores generadores de corrupción.”

Siguiendo estas ideas, podemos dilucidar que mientras haya normas y autoridades que las hagan cumplir habrá posibilidades de corrupción. El quid de la cuestión radica en qué sistema se generan mayores estímulos para que se lleven a cabo.

Los sistemas autoritarios y totalitarios se destacan por legislar infinidad de reglamentaciones, muchas de ellas arbitrarias e inadecuadas a las exigencias de la sociedad. Descreen del Estado de Derecho, o lo utilizan como disfraz para violarlo sigilosamente. Implantan mecanismos que intentan ocultar la visibilidad del poder para que no los puedan controlar. Manipulan la opinión pública y restringen -o en algunos casos, eliminan- la democracia. El bastión más importante que buscan derribar es la Justicia independiente, ya que ejerce el control de los demás controles. Si no hay control a estas medidas, la creación de posibilidades de corrupción crece a pasos agigantados.

Estos rasgos son representativos del sistema que está implementado -en etapa avanzada- el kirchnerismo. Un sistema que genera corrupción de manera profunda y estructural que tiene como principal palanca de acumulación de rentas a la propia política económica de la última década (sobre y subfacturaciones, contrataciones de servicios y compras directas sin mediar licitaciones, creación de empresas fantasmas con testaferros afines a los funcionarios públicos, etc.).

Es tan exacerbado que no se hacen a espaldas de la actividad regulatoria del Estado sino que son favorecidas por un Estado puesto al servicio de un gobierno, y a una cúpula dirigencial mafiosa.

Los Lázaro Báez que pululan alrededor del régimen K son la manifestación de un sistema “empresarial” mafioso, dependiente y conservador, que se adecúa a las reglas del juego estatal como mera actividad adaptativa, predatoria y prebendaria. 

Mientras siga este sistema, donde el dinero no está en su lugar sino en rentas de privilegio, el inventario que conforma la tragedia de Cromañón, la masacre de Once y las inundaciones mortíferas, seguirá creciendo.

En este contexto, la corrupción aparece como razón de Estado, a la cual se le debe oponer una razón civil, expresión legítima de las manifestaciones civiles y una razón política que represente los reclamos de la sociedad y se anime a tomar el desafío de proponer un sistema moderno con menos regulaciones y mayor adecuación a la realidad social, justicia independiente, democracia plena, opinión pública sin manipulación estatal y respeto irrestricto por el Estado de Derecho.

Porque si no se logra este ansiado contralor político y social, el kirchnerismo tiene el camino allanado hacia la suma del poder público, tiranizando la Justicia y suprimiendo lo que queda de prensa independiente; materializando de esta manera, su anhelado “vamos por todo”. Y, si esto sucede, lamentablemente no sólo pasaremos de un régimen autoritario a uno totalitario, sino que la República se convertirá en el festín de los corruptos.