¿Qué significa la disolución del Gobierno de unidad palestino?

Federico Gaon

La semana pasada los medios anunciaron que Mahmud Abás, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), disolvería a la brevedad el Gobierno de unidad palestino, formado un año atrás para reconciliar al partido tradicional Al-Fatah con el islamista Hamás. Si bien las cadenas de noticias hicieron bien en hacer eco de esta novedad, a mi criterio no han sabido explicarle al público en general cuáles serán las implicancias venideras, o cómo será el panorama político de los territorios palestinos de aquí en adelante. Lo más importante que debe ser dicho es que la ruptura formal de Fatah y Hamás era algo que los analistas ya se veían venir desde hace tiempo. Partiendo de la base que ambas organizaciones han probado ser mutualmente excluyentes en reiteradas ocasiones, podría inferirse que la ruptura de la supuesta unidad no representa otra cosa que la decisión de Abás, heredero de Yasir Arafat, de prescindir de las apariencias de fraternidad y entendimiento con Hamás.

Para situar el caso en contexto, Fatah es la facción que históricamente ha tenido más predominio en el foro multipartidario que representa la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Si hay algo para decir a grandes rasgos del partido que encabeza Abás es que es una plataforma autocrática y populista por excelencia. El movimiento fue fundado en 1957 por Yasir Arafat y llegó a adquirir fama internacional por su notorio accionar terrorista durante las tres décadas que precedieron la firma de los tratados de paz (Oslo) en 1993. Detrás del telón del conflicto palestino-israelí, Arafat, un oportunista nato, consolidó su poder haciendo malabares discursivos para atraer a su causa a representantes de todo el espectro político palestino. Ávido planificador, Arafat supo amasar una red de financiamiento ilegal sin parangón en ningún otro grupo no estatal, dándole el lujo de financiar su propio mito, y eventualmente el poder de manejar las arcas palestinas a discreción, y sin ningún tipo de control. Abás, también conocido como Abu Mazen (por su nom de guerre y kunya) asumió la dirigencia palestina cuando Arafat falleció en 2004. De acuerdo con la ley vigente su mandato debió de haber terminado en enero de 2009, pero aun seis años más tarde continúa en el cargo, y a esta altura ya no hay indicios creíbles de que vaya a renunciar.

Hamás, desde otro lado, fundada en 1987, tuvo que trabajar diligentemente durante dos décadas hasta arrebatarle el poder a Fatah en la franja de Gaza. En contraste con la facción tradicional, caracterizada por tener una orientación secular, Hamás es y siempre fue una agrupación islamista que nunca se molestó por ocultar su identidad. Su éxito sin embargo no vino ligado, al menos no enteramente, a la atracción que la idiosincrasia política y religiosa del movimiento podía ejercer, pero sino también al hecho que Hamás en su momento representó la única alternativa viable a la veterana – y muchos dirían corrupta – guardia de Fatah. En enero de 2006 la agrupación islamista obtuvo una victoria contundente en las elecciones generales marcando un hito; demostrando en efecto que la dominación por parte de los dirigentes de siempre podía caer. Siguiendo el protocolo, a continuación siguió un Gobierno de unidad que resultó en un estrepitoso fracaso. Pese a los comicios, Abás alienó a la comitiva parlamentaria de Hamás y en breves cuentas los islamistas perdieron la paciencia. En junio de 2007 en Gaza se llevó a cabo, a manos de Hamás, una purga violenta de la dirigencia de Fatah, resultando en la cabal división de Palestina en dos entidades diferentes. Está la palestina basada en Cisjordania, el bastión de Fatah, y la palestina de “Hamastán”, el reducto comandado por los islamistas en Gaza.

Desde entonces, y como sería de esperar para el observador del conflicto palestino-israelí, las hostilidades y los bretes con Israel han provisto causa suficiente para fomentar la unidad palestina. Sin embargo, más allá de las fotos y los discursos, lo cierto es que nunca hubo una verídica reconciliación entre las fuerzas que disputan la representación de la causa de los palestinos. Ambos partidos son mutuamente excluyentes porque los dos comparten una aversión hacia compartir el poder. Siendo que las dos plataformas se afianzaron bajo fundaciones ideológicas maximalistas, cada una de estas estructuras ve en la otra una amenaza – sea porque la misma representa toda la decadencia de un modelo agotado e inoperante (como ve Hamás a Fatah), o bien porque signa la irrupción en la política de fanáticos e insulsos aficionados (como ve Fatah a Hamás). Se trata en definitiva de un juego de suma cero, en donde la desconfianza y el escepticismo han prevalecido sobre cualquier acuerdo. Vale recalcar en este sentido que el supuesto Gobierno de unidad acordado el año pasado significó el sexto intento por alcanzar una conducción mixta.

Crónica de un fracaso anunciado, la crisis contemporánea fue atribuida a la irritación de Abás por no pinchar ni cortar en Gaza, donde Hamás se niega a compartir influencia, sobre todo en lo que respecta a la cuestión de seguridad y defensa, que eufemismos de lado, significa el patrimonio para hacerle la guerra a Israel. Parte de lo que explica el juego de suma cero entre las facciones contendientes pasa por una pugna por ver qué organización tiene más credenciales combatiendo a la entidad sionista enemiga. En cierta medida cuando Hamás le tira cohetes a Israel Fatah pierde credibilidad; y cuando hay algún evento o conmemoración, a veces parecerían verse en el aire más banderas verdes de Hamás que amarillas de Fatah. Explicando la reticencia de Abás a compartir el poder, sucesivas encuestas vienen mostrando que entre los palestinos Ismail Haniyeh de Hamás suele ser más respetado que la investidura de Abás, de modo que el líder, ya octogenario, no podría revalidarse convocando a elecciones sin antes arriesgar perjudicarse. A Abás el tiro le podría salir por la culata, y de ser así, posiblemente estaría abriéndole la puerta a un Gobierno islamista en Cisjordania, cosa que indubitablemente oscurecería todo prospecto de paz en la región.

En los últimos años Abás ha querido mostrar su faceta de combatiente llevando la lucha por el reconocimiento de un Estado palestino a los foros internacionales de las Naciones Unidas, donde ha obtenido victorias simbólicas, que aunque prematuras y carentes de impacto real, le han valido repuntar puntos como cabecilla. Desde luego, en términos de la realpolitik, un Abás fuerte es naturalmente preferible a un Haniyeh fuerte, en tanto con el primero se puede discutir de paz y con el segundo no. En la medida que no deponga la vía de las armas en sus tratos con Israel, en lo que concierne a la política internacional, Hamás seguirá siendo considerada una organización terrorista por los grandes actores. Abás hasta ahora ha sabido capitalizar la indecorosa posición de sus rivales islamistas, justificando su mandato prolongado y la perpetua postergación de reformas democráticas en la necesidad de trabarle la puerta a Hamás – y por así decirlo, en la máxima diablo conocido mejor que diablo por conocer. El problema de esta postura es que la urgencia al corto plazo ha inhibido el desarrollo institucional de los palestinos, y ha enceguecido a los ministros de exteriores frente a los abusos cometidos por Abás, a quien rápidamente tildan como moderado y amante de la paz.

Los detractores del hombre fuerte de Fatah, y no necesariamente los islamistas, le inculpan gobernar con un impúdico nivel de autoritarismo, nepotismo y corrupción. Se concede que en sus dominios no hay libertad de prensa, que hay arrestos extrajudiciales, y que en suma, cuando se presta atención en los problemas internos palestinos donde Israel tiene poco que ver, aparece una gran concentración de poder en torno a la figura del presidente. La pauta de este flagelo no solamente viene dada por la disputa partidaria entre Fatah y Hamás, mas también se percibe dentro del propio entorno de Abás. Ejemplo de ello, en 2013 Salam Fayyad tuvo que dimitir de su cargo como primer ministro por impulsar políticas antípodas a la visión cortoplacista oficialista. Laureado economista reconocido internacionalmente, Fayyad era celebrado por sus esfuerzos por consolidar gobernabilidad al largo plazo empoderando a las comunidades locales de forma apartidaría. Ilustrando el mismo punto, en los últimos días han salido informes que indican tensión entre el sucesor de Fayyad, Rami Hamdallah, y su benefactor.

Los eventos recientes exponen la inviabilidad de un Estado palestino dividido territorial y psicológicamente entre un polo islamista y otro secular, mas también muestran la decadencia de las instituciones políticas locales. Con independencia del rol que vaya a jugar Israel, esta realización dificulta por lo pronto la concreción de un acuerdo de paz comprensivo porque no es posible determinar a un solo interlocutor para tanto Cisjordania como Gaza. Por el contrario, cada territorio tiene a su propia autoridad y su propia agenda, y esto implica una complicación al proyecto de un Estado palestino unificado. Por otra parte, dado que el Gobierno israelí había anunciado que no negociaría con la ANP en tanto Hamás tuviera representación en ella, la ruptura podría allanar el paso a una nueva ronda de negociaciones, que podrían decantar en resultados positivos.

Juzgada por sus propios méritos, parecería que la política palestina necesita una tercera opción. De momento lamentablemente la coyuntura complica este anhelo, pues para ganar legitimidad y credibilidad como líder, entre los palestinos no se valoran tanto las credenciales de pichón como aquellas de halcón.