El peligro del terrorismo islámico en América Latina

Ya hemos sido advertidos, y ya hemos pagado con sangre el precio de la inacción, la inoperancia y la corrupción. Pero a vista de algunos en Latinoamérica el terrorismo parecería ser una invención de la imaginación. Una excusa yankee para justificar intervenciones armadas y designios imperiales. Un guion para dar legitimidad a todo tipo de intromisión; y una suerte de trama confeccionada para socavar la soberanía de las naciones y conquistar recursos vitales.

Estoy hablando de ciertos elementos dentro del pensamiento contemporáneo y de algún que otro artífice del populismo latinoamericano. No obstante, y sin ánimos de entrar ahora en un debate político más amplio, a veintiún años de la voladura a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), la sociedad civil debe concientizarse sobre los peligros que representa el terrorismo internacional. Debemos terminar con las declaraciones obtusas que hacen apología del delito, que básicamente arguyen que el que para uno es terrorista para otro es un combatiente -un freedom fighter- que lucha por la liberación de su pueblo. Como argumenta pues George Chaya, nunca nos pondremos de acuerdo sobre las causas puntuales del terrorismo si nos empecinamos solamente en explicar (y en justificar) la existencia de ideales frustrados.

Aunque no existe una definición internacionalmente consensuada sobre el tema, los expertos por lo menos coinciden en que un acto terrorista es aquel que busca la matanza de civiles y hacedores de decisión. Los terroristas pueden intentar maximizar el número de víctimas atacando un lugar lleno de transeúntes, o bien directamente atentar contra la vida de un funcionario público. Sean a gran escala o en un nivel simbólico, los atentados se llevan a cabo con fines políticos y propagandísticos; y su objetivo final consiste en influenciar, o mismo coaccionar, por medio del miedo y el terror, las decisiones y las políticas de un Estado o una organización internacional. Continuar leyendo

Pachter, el exilio de los decentes

Dentro de los recuerdos que conservo de mi paso por la escuela primaria y secundaria, desde las tareas hechas con la ayuda de la emblemática revista Billiken, hasta los manuales Santillana y Kapelusz, puedo acordarme de una pregunta, que con todas sus variables, me quedó marcada. Es una pregunta que repetí a maestros y profesores a lo largo de los años:

“¿Profe, por qué San Martin y Alberdi se fueron al exilio a Francia? ¿Qué les pasó a Artigas y a Sarmiento que terminaron en Paraguay? ¿Tanto miedo a que lo maten tenía Mariano Moreno parar querer ser embajador en el extranjero?”

Podríamos, sin mayores dificultades, completar la lista con muchos nombres más. Entrado ya a la universidad en años más recientes, esta pregunta elemental volvió a sonar en mi cabeza al escuchar las experiencias de figuras como Aída Bortnik, Facundo Cabral, Martín Caparros, Pepe Eliaschev, Pino Solanas, entre tantos otros protagonistas del periodismo y de las artes, que tuvieron que escapar de la Argentina durante sus años más terribles.

Profe… ¿por qué todos los decentes se van al exilio?

Conozco y soy amigo de Damián Pachter desde que cursáramos juntos varias materias en la universidad. Dami, como le decimos sus compañeros, en las aulas se caracterizaba por su buen humor, y sobre todo por mantener un pensamiento crítico frente a cada circunstancia, cada materia, y cada noticia. No tranzaba con nadie, ni repetía automáticamente todo lo que le decía un profesor. Para Damián, que tuvo que recibir órdenes en el ejército israelí durante algunos años, volver a Argentina fue en algún punto una experiencia reconfortante, la cual le permitió ponerse en sintonía consigo mismo.

Nunca voy a olvidar aquella primera clase de “Etiqueta y Protocolo”, cuando ni bien comenzada la misma, Damián desde el banco le preguntó a la profesora, con el espíritu cuestionador y enérgico que lo caracteriza:

“Dígame profe, ¿por qué tengo yo que agacharme y rendirle homenaje a un tipo solo porque tiene coronita?

Remarcar esta pregunta, especialmente estos días, es en mi opinión rendirle distinción. Cuando chateábamos, y de tanto en tanto nos juntábamos a tomar un café, Dami demostraba que su compromiso interrogador por encontrar la verdad, esté donde esté, seguía tan vigente como siempre. No me cabe entonces la menor duda de que es un excelente profesional, mas ante todo, jamás podría dudar de su pasión ni de su honestidad.

El pecado de Damián, al igual que tantos otros jóvenes, artistas, periodistas, e idealistas, fue precisamente no rendirle homenaje al rey (o reina) de turno. Damián no pudo rendirse ante la consagración de un estilo de conducción, que busca imponer una verdad por medio de artimañas políticas, prácticas demagógicas, o amenazas. Solo cuando percibió que su vida corría riesgo decidió ir al exilio.

La última vez que nos juntamos a finales de noviembre, hablamos invariablemente de la situación del país. En un momento le pregunte: “Che, ¿pensás en la posibilidad de volver a Israel? “No sé” – me dijo – “están complicadísimas las cosas allá”. Jamás hubiera él imaginado que tan poco tiempo después tendría que irse con lo puesto, vía Montevideo, para engañar al ojo del Gran Hermano del Estado.

Un twittero escribe: Pachter fue soldado del Ejército israelí. No parece delirante que sea del Mossad o que tenga vínculos con esa gente linda.”

¿Por qué le pasó esto a Damián? Porque es un cabo suelto, porque “les cagó el tema con ese tuit”. Porque o bien supo conseguir a un informante dentro de la mafiosa inteligencia argentina, o por las cosas del destino, fue escogido por su fuente para comunicar lo que nadie más podía decir. No creo para nada desacertado decir que con Nisman vuelve a morir ese pilar republicano ensalzado por nuestra constitución. Su asesinato no es nada parecido a un golpe de Estado, pero nos lo recuerda bastante. Con el exilio de Damián, forzado a escaparse por cumplir con su profesión, Argentina vuelve instintivamente a retrotraerse a sus días más oscuros.

Temo por Damián. Al igual que todos sus familiares, amigos y colegas, estoy muy preocupado por lo que su exilio forzado ha provocado. Mas temo también por lo que esta inesperada y maldita fama – su nombre y rostro diseminado en todos los diarios del mundo –podría haberle ocasionado personalmente. Si es que el tiempo en efecto lo cura todo, deseo que Damián pueda recuperarse lo más rápido posible de estos agravios, de que pueda volver al país, a su profesión y a seguir haciendo la maestría que cursaba en la UBA. A Dami le deseo que siga siendo la persona que siempre fue, que no pierda su coraje, su inescrupulosa actitud frente al poder, y que siempre mantenga viva su pasión por la escena periodística.