Umberto Eco, Occidente e Islam

Umberto Eco fue un escritor y un intelectual con impronta global. Con motivo de su fallecimiento, el último 19 de febrero, me gustaría, a modo de homenaje, hacer una breve mención sobre sus pensamientos relacionados con mi campo de investigación: el intercambio entre Occidente e Islam (con mayúscula, el mundo musulmán), y el fenómeno del extremismo islámico contemporáneo.

Eco fue, sin lugar a dudas, un espíritu lúcido como crítico. Respetado mundialmente, el docto italiano se sumó al debate que nació a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando intelectuales y comentaristas por igual comenzaron a tratar la tesis del choque de civilizaciones.

Para comenzar, desde el punto de vista del rigor académico, Eco era un tradicionalista que advertía sobre la importancia de lo metodológico en las ciencias. El literato se alarmaba frente a la actitud prepotente de muchos intelectuales, que tratan cualquier tema sin los debidos conocimientos que imparte el estudio. Con esto se refería a los opinólogos que abordan los temas de actualidad como si fuesen oráculos, preparados para dar respuestas instantáneas a cualquier aflicción. Por ello, a razón de esta observación, se puede decir que Eco reconocía honestamente sus propias limitaciones. Un intelectual cauto, prefería recurrir a las enciclopedias antes que a internet. Sospechaba de las nuevas tecnologías mediáticas, porque —según lo insinuaba— competían contra la “función de filtro” que tiene la cultura para determinar lo que es importante de lo que no, como asimismo qué opinión es calificada y cuál no. En su resquemor a los medios, expresaba lacónicamente: “La verdad no se encuentra en el tumulto, sino más bien en una búsqueda silenciosa”. Continuar leyendo

La verdad incómoda acerca del Estado Islámico

Sea por miedo o por recaudo a no estigmatizar a las comunidades musulmanas, es común que en los debates acerca del fenómeno del yihadismo suelan evadirse términos que son indispensables para comprender mejor la realidad, y que a lo sumo se los reemplace con eufemismos más en sintonía con el discurso políticamente correcto que con la búsqueda de la verdad. El signo más recurrente es la tendencia a evitar hablar de “terrorismo islámico” y, en cambio, aducir que grupos como el Estado Islámico (ISIS), Boko Haram, o Al Qaeda representan a una minoría que secuestra la religión que profesa una mayoría tolerante y pacífica. Esto es, por ejemplo, lo que hizo el presidente estadounidense Barack Obama durante un discurso algunos meses atrás. Ahora bien, ¿es esta una posición responsable ante la amenaza del extremismo religioso homicida?

De un modo u otro, ya sea para calmar ansiedades o para desalentar perjuicios, cuando se insiste directa o indirectamente en que los terroristas en cuestión no son musulmanes, al final de cuentas los yihadistas salen ganando y los valores democráticos salen perdiendo. Si bien desde ya es evidente que la mayoría de los musulmanes no son asesinos en potencia, existen muchísimos fieles que profesan versiones de la fe que no se correlacionan con la contemporaneidad y con la reflexión multiculturalista. Políticos, periodistas e intelectuales ponen axiomáticamente al islam en igualdad de condiciones con otras religiones, como si todos los individuos fuéramos criados con los mismos valores. El problema es que no se toman mucho tiempo para estudiar acerca de religión y política antes de emitir opinión. Continuar leyendo

La caja de Pandora del islam

Salmán bin Abdulaziz es el nuevo rey de Arabia Saudita, luego de que su medio hermano, Abdalá, muriera el 23 de enero pasado a los 90 años. Salmán, de 79 años, no representa un cambio de aire en la bien establecida monarquía saudita. Por el contrario, Salmán personifica el legado empedernido de su familia por cortejar y financiar la yihad islámica alrededor del globo. De hecho, el nuevo rey supo ser uno de los principales recaudadores de fondos para los muyahidines, los “guerreros santos” que combatieron a los soviéticos en Afganistán durante la década de 1980, a los serbios en los Balcanes durante la década de 1990, y a los rusos en Chechenia durante los 2000.

Por sus acciones, en mi opinión Salmán puede ser descrito como el Víctor Frankenstein de la yihad. Según aducen varios analistas, en gran medida fue el padre del monstruo contemporáneo que es el llamado Estado Islámico (ISIS). El recientemente coronado rey fue uno de los personajes que al abrir los cofres del Estado, le proveyó a una generación de yihadistas la energía vital que esta necesitaba para cobrar forma. Efectivamente, creo que la misma alegoría podría ser empleada con otros sauditas de renombre y linaje real, como los príncipes Bandar bin Sultan, Turki al Faisal, y Al Waleed bin Talal.

De acuerdo con el exanalista de la CIA, Bruce Riedel, Salmán fue en su momento escogido por el régimen para velar por los intereses internacionales de la familia saudita. Por mucho tiempo gobernador de Riad, Salmán actuó como el nexo entre la casa real y el establecimiento wahabita, para proveer a los yihadistas con una fuente virtualmente inagotable de recursos para sostener su guerrilla contra sus enemigos. Tómese como ejemplo que durante los años de 1980, de acuerdo con otro analista de inteligencia, las donaciones privadas desde Arabia Saudita habrían alcanzado entre los 20 y los 25 millones de dólares por mes. Por supuesto, ningún análisis de la cuestión afgana sería consistente si no se señala que en aquella época frenar la invasión soviética era el común denominador entre la política Washington y Riad. Pero mientras que para los norteamericanos coartar a los rusos se convertía en un imperativo geopolítico, es decir, se traducía en un esfuerzo motivado por intereses pragmáticos, para los sauditas apoyar la yihad se convirtió en una política de Estado; basada ya no solamente en consideraciones estratégicas, sino ideológicas al mismo tiempo.

Durante los años de 1980, Arabia Saudita no solamente exportó la “guerra santa”, sino que diligentemente comenzó a preparar el caldo de cultivo para formar a nuevos yihadistas, incluso dentro de Occidente. En total, en aquella década se habrían canalizado 75 billones de dólares para la propagación del wahabismo por el mundo, a veces convenientemente inserto dentro de instituciones de solidaridad y beneficencia musulmanas. Esta “ofensiva cultural” es el verdadero problema detrás del extremismo islámico que se observa a diario. Detrás de la fachada de la Liga Mundial Islámica, presente en todos los rincones del mundo, se ha construido una institución instrumental en la difusión mundial de la doctrina wahabita. Es la misma que llevada al extremo, provee el sustento ideológico que caracteriza a grupos que van desde Al Qaeda, Boko Haram, y desde luego el ISIS. En términos generales, si alguien como el rey Salman es un Dr. Frankenstein de la yihad, Arabia Saudita en sí – esto es, su régimen político y su entendimiento con el orden religioso – representa la caja de pandora del islam.

Es paradójico que los sauditas estén construyendo un muro para repeler al ISIS. Si este grupo se personificara en una persona, sería el hijo prodigio de la casa Saud; de las enseñanzas que durante mucho tiempo la monarquía promovió en el extranjero con sus inagotables fuentes de dinero. Esta suerte de campaña internacional de evangelización se debe principalmente a las consideraciones que presento a continuación.

Por un lado, varios comentaristas vienen discutiendo que existe una similitud llamativa entre el ISIS y el Ikhwan (“Hermandad”), que en esencia era el movimiento wahabita que a falta de fanatismo, conquistó la mayoría de la península arábiga durante los años de 1920, y que en principio quería continuar conquistando la totalidad de Medio Oriente. El fundador y patriarca del actual Estado saudita, Ibn Saud, pactó con esta milicia religiosa a los efectos de poder asegurarse la prominencia política de la península. Bajo esta alianza, Saud pudo derrotar a facciones rivales y consagrar un Estado para su propio clan en 1932. A cambio de legitimidad religiosa, el rey ofreció a los wahabitas dominio sobre todos los asuntos religiosos como cotidianos de la esfera pública.

No obstante, y como no podría ser de otra manera, en el camino a la construcción de un Estado moderno, las fuerzas del progreso chocaron en reiteradas ocasiones con las fuerzas del conservadurismo clerical; opuesto a los automóviles, a la radio, a la televisión, y más recientemente a la presencia de tropas no musulmanas (norteamericanas) en territorio islámico. De esta fricción surgió Osama bin Laden, el hijo de un sobresaliente y millonario empresario que doto al país con autopistas y obras modernas de infraestructura. Osama sin embargo escogió no continuar con el legado de su padre, y termino convirtiéndose en el jeque de Al Qaeda.

Para la monarquía saudita, exportar la revolución wahabita se convirtió en un camino para conservar legitimidad a los ojos de los fieles, y quizás aún más importante, se volvió en una estrategia para desviar la atención de los fanáticos frente a las contradicciones inherentes del Estado saudita. Pues pese a los códigos de humildad material y celo por vivir a la usanza exacta en la que se vivía en los tiempos de Mahoma, lo cierto es que la familia real se caracteriza por vivir con extravagantes lujos – desviaciones a la luz de la práctica religiosa más rigurosa. En breves cuentas, exportar la yihad se convirtió para la casa real en un modo de ganar prestigio y así evitar que la “guerra santa” se vuelva contra ellos. Este resultado adverso quedó puesto de manifiesto a mediados de 1975 luego de que el rey Faisal fuera asesinado por llevar a cabo políticas modernizadoras en detrimento del orden nómade y tribal característico hasta entonces de la sociedad arábiga.

El mayor golpe se produjo no obstante en 1979. En ese año se sucedieron tres eventos clave que determinaron la posición de Arabia Saudita como financista de la yihad global y promotora de la variante más rígida y belicosa del islam. A comienzos del mismo, la revolución chiita del ayatolá Jomeini derroco al Shah Reza Pahlaví, convirtiendo a Irán en un Estado islámico, mas fundado por un movimiento popular con rasgos socialistas, antagónico al modelo monárquico y sunita de los sauditas. En segundo término, finalizando el año, se produjeron dos eventos que activaron fuertemente la opinión pública: la invasión soviética de Afganistán, y la toma de la gran mezquita de Masjid al-Haram en La Meca. Este último incidente se refiere a un grupo de fanáticos, que reviviendo el nombre de Ikhwan, tomó por la fuerza el lugar más santo del islam para protestar contra la laxitud religiosa, que según ellos, sesgaba la santidad de la península.

Es entonces, como resultado ante estas eventualidades, que invertir en los muyahidines y en los yihadistas que les seguirían se convirtió en una política de Estado. A partir de ese momento, el régimen reclamó a sus ciudadanos una más estricta adherencia a los códigos religiosos, y allí es que para apaciguar al clero wahabita, al ahora rey Salmán se le encomienda servir de vínculo entre la casa real y la elite religiosa.

Por otro lado, en vista de este contexto, Arabia Saudita es uno de los países más conservadores del mundo desde todo sentido de la expresión. Las estrictas pautas sociales y normas religiosas dominan por completo a la sociedad. Las artes por lo general están prohibidas, la creatividad en los jóvenes es desalentada, los sexos son segregados y no existe ningún tipo de libertades republicanas. Si bien la ciudadanía no posee derecho a un sistema representativo para hacer oír sus demandas, en el Estado casi que no hay necesidad de que la gente page impuestos.

Este clima resulta en dos actitudes marcadamente opuestas frente a la vida y que sin embargo aparecen como dos caras de la misma moneda; como dos etapas naturales de la identidad saudita. Frente a las barreras impuestas a la interacción con el sexo opuesto, a las expresiones culturales, al cine, la música y el teatro, los jóvenes sauditas – o bien descargan sus pasiones comprando compulsivamente en los shoppings, o peor aún, exteriorizan sus inquietudes a través del marco religioso beligerante que les ofrece la doctrina oficial. Aquellos jóvenes que no tienen otra cosa que hacer salvo educarse religiosamente, el camino del wahabismo les ofrece redención, aventura, y la promesa de un lugar definitivo en el paraíso.

El ISIS es la expresión más aguda de esta experiencia. Algunos comentaristas vinculados con la izquierda se apresuran a culpar a Estados Unidos por la germinación de semejante radicalismo islámico. Son varias las voces que indican que, por sus desaciertos, la política exterior de Washington dio cabida al resentimiento y odio de la ideología yihadista. Pese a la discutible validez de algunos de los argumentos presentados por esta línea de análisis, estos observadores fallan en percatarse del rol que jugaron los sauditas durante las últimas décadas, en la promoción y confección de una ideología opuesta a toda expresión cultural, reivindicativa de una religiosidad utópica, y de antemano intolerante a cualquier noción de compromiso o dialogo.

El wahabismo es un fenómeno que data del siglo XVIII, mucho antes de que Estados Unidos se entrometiera en los asuntos de los árabes. Todavía más importante es el hecho que Arabia Saudita como Estado fue posible gracias a una revolución religiosa, la de los Ikhwan, semejante a aquella que hoy en día afecta a Siria e Irak mediante la acción del ISIS.En retrospectiva, en su afán por contener esta revolución internamente y al mismo tiempo exportarla, la monarquía saudita acrecentó las vicisitudes entre la clase dirigente y la elite religiosa. Como resultado, terminó inadvertidamente fomentando la creación de un movimiento que ahora se le ha vuelto en su contra.

¿Por qué Obama despidió a Hagel?

La semana pasada se anunció que Chuck Hagel dejaría de ser el secretario de Defensa, por presuntos desacuerdos con el presidente Barack Obama. Por descontado, en los últimos días los medios norteamericanos han dado rienda suelta a la especulación que rodea a esta decisión, y han hablado de la posible lista de candidatos para suceder a Hagel en el cargo. Si bien en este punto solo es posible hacer conjeturas, siendo necesario esperar hasta que Hagel publique sus memorias para aclarar la historia, podemos argumentar algunas razones que posiblemente hayan tenido que ver con la decisión de Obama.

En primer lugar, es tentador suponer de entrada que las diferencias entre el Presidente y su Secretario de Defensa engloban principalmente la cuestión de Medio Oriente y Ucrania. Republicano, veterano de guerra y exsenador, es sabido que Hagel no era partidario de una política necesariamente más dura, en relación a los desafíos en materia de seguridad, pero que sí demandaba al presidente más transparencia y claridad en cuanto a los objetivos por delante. Se viene discutiendo que Hagel tiene diferencias con Obama y su equipo en lo que hace a la estrategia para contrarrestar a las fuerzas de tanto Bashar al-Assad como aquellas del Estado Islámico (EI o ISIS), como asimismo adoptar una posición más clara frente a la intransigencia rusa en Ucrania. Pero Hagel no representa al sector duro del ala republicana. Por el contrario, algunos analistas discuten que su asignación a la jefatura del Pentágono en febrero de 2013 respondía a una sensación de transición, de un modo de guerra a un modo de retrotracción, que comprendía que las guerras en Irak y en Afganistán estaban terminando. La situación ameritaba a un hombre con credibilidad entre los republicanos y entre los demócratas, suficiente para conducir un proceso de recorte en materia defensiva. Continuar leyendo