La verdad incómoda acerca del Estado Islámico

Sea por miedo o por recaudo a no estigmatizar a las comunidades musulmanas, es común que en los debates acerca del fenómeno del yihadismo suelan evadirse términos que son indispensables para comprender mejor la realidad, y que a lo sumo se los reemplace con eufemismos más en sintonía con el discurso políticamente correcto que con la búsqueda de la verdad. El signo más recurrente es la tendencia a evitar hablar de “terrorismo islámico” y, en cambio, aducir que grupos como el Estado Islámico (ISIS), Boko Haram, o Al Qaeda representan a una minoría que secuestra la religión que profesa una mayoría tolerante y pacífica. Esto es, por ejemplo, lo que hizo el presidente estadounidense Barack Obama durante un discurso algunos meses atrás. Ahora bien, ¿es esta una posición responsable ante la amenaza del extremismo religioso homicida?

De un modo u otro, ya sea para calmar ansiedades o para desalentar perjuicios, cuando se insiste directa o indirectamente en que los terroristas en cuestión no son musulmanes, al final de cuentas los yihadistas salen ganando y los valores democráticos salen perdiendo. Si bien desde ya es evidente que la mayoría de los musulmanes no son asesinos en potencia, existen muchísimos fieles que profesan versiones de la fe que no se correlacionan con la contemporaneidad y con la reflexión multiculturalista. Políticos, periodistas e intelectuales ponen axiomáticamente al islam en igualdad de condiciones con otras religiones, como si todos los individuos fuéramos criados con los mismos valores. El problema es que no se toman mucho tiempo para estudiar acerca de religión y política antes de emitir opinión. Continuar leyendo

ISIS dejará de existir, pero no será el fin del fanatismo islámico

En la columna de Iván Petrella publicada en este medio el 8 de octubre, el académico y legislador porteño afirma que los primeros en condenar el accionar del ISIS (Estado Islámico) son los exponentes del islam. Tal como presenta Petrella, la deslegitimación que pesa sobre el ISIS deriva de la durísima oposición de importantes referentes musulmanes, y de miles de creyentes alrededor del globo, quienes hacen escuchar su voz a través de las redes sociales. El autor correctamente argumenta que no hay que confundir a una minoría con la totalidad de la población musulmana. Sin embargo, hay ciertas cuestiones que considero conveniente debatir.

Antes que nada, tomando como punto de partida las manifestaciones musulmanas contra el ISIS que se citan en su artículo, Petrella sugiere que el conflicto no representa un enfrentamiento entre el Islam y Occidente, sino que en cambio es un conflicto entre una mayoría pacífica y una minoría violenta dentro del credo musulmán. Coincido con Petrella en esto último, pero difiero en lo primero. Si bien es cierto que la dicotomía Islam-Occidente es servicial a los intereses de los yihadistas, no por ello deja de ser verídica. Al analizar la historia, uno puede encontrarse que por regla general, los extremistas políticos y religiosos de toda rama y procedencia han optado por desquitarse primero con la oposición doméstica y luego con la externa.

En el caso del mundo islámico, el polo extremista del movimiento religioso revivalista siempre buscó imponer la purificación del creyente por la fuerza. Si uno no se purificaba bajo los rígidos parámetros ultraconservadores, entonces se era tan pagano o infiel como un no creyente, por más consideración que uno podía tenerse a sí mismo como musulmán devoto. En este aspecto, la purgación casera de los individuos descarriados siempre fue considerada un paso previo y necesario, por lo menos en términos discursivos, a la dominación mundial. La prueba está en que desde las primeras conquistas wahabitas en Arabia en el siglo XVIII, pasando por el Emirato Islámico de Afganistán en 1996, y la actual conformación del autoproclamado califato sirio-iraquí, los yihadistas han buscado fijar que los musulmanes que no se ajustan a una tradición dogmática no son musulmanes.

En términos abarcativos, este argumento es habitual en todas las corrientes totalitarias. Consiste en señalar que aquellos individuos que se han autoconvencido de ser algo que no son, terminan siendo más peligrosos que aquellos que reniegan abiertamente de la fe, la ideología, o el partido, por la mera razón de que propagan el mal ejemplo entre sus pares. El ISIS ejemplifica esta minoría totalitarista. Pero aunque existe una tendencia común entre los totalitarismos a aniquilar a los opositores internos, esto no minimiza el hecho que estos movimientos frecuentemente buscan antagonizar con terceros, no solamente por una cuestión de labia política, sino por un cuerpo de creencias enmarcado en una ideología bien establecida.

No debería sorprender que diversos comentaristas hablen de “islamofascismo” o incluso de “islamoleninismo”, lo que suena a oxímoron, para asemejar al islam político, es decir, al islam ideologizado, con los grandes totalitarismos del siglo pasado. Para ser claros, no es el islam per se como religión el que está enfrentado con Occidente, pero sí son sus formas politizadas, que en distintos tonos, más o menos extremistas, en definitiva persiguen la consecución de un Estado puritano, estrictamente basado en la práctica religiosa. Para los islamistas de toda denominación, el Estado no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a un fin.

Basándonos en la columna de Petrella, analizar al ISIS puede convertirse en un ejercicio propio de la paradoja del vaso medio lleno o medio vacío. Para mi experimentado colega, el vaso está medio lleno porque hay indicios positivos de que los propios musulmanes están tomando cartas en el asunto; de que quieren defenestrar la inelástica, anticuada y violenta visión del islam que profesan los extremistas. En contraste, para mí el vaso está medio vacío. Aunque Petrella está en lo correcto en sostener que el islam debe ser parte de la solución, el islam que él cita no es exactamente un ejemplo de progresismo.

Ha habido protestas encabezadas por musulmanes contra las atrocidades del ISIS, pero no de forma multitudinaria, no de forma constante, y no así contra la noción de “yihad armada”. Por otro lado, decenas de miles de musulmanes de todo el mundo se movilizaron para condenar la incursión militar de Israel en Gaza entre julio y agosto de este año, y sin embargo, en términos relativos, los manifestantes prestaron poca atención a lo que venía sucediéndose en Siria y en Irak. Mientras que la guerra en Gaza se llevó la vida de alrededor de 2.000 palestinos, en Siria, según las últimas cifras, la guerra civil viene sumando la cantidad de 170.000 muertos, un tercio de ellos civiles. En cuanto al ISIS, según cifras de Naciones Unidas, hasta comienzos de septiembre, los yihadistas habrían matado ya cerca de 9.400 civiles.

Dicho esto, vale preguntarse con un espíritu crítico, ¿por qué no vemos tantas manifestaciones cuando los musulmanes matan musulmanes, y no obstante cientos de ellas cuando los judíos (israelíes), o los cristianos (norteamericanos) matan musulmanes?

Petrella destaca como positivo que varios países árabes hayan integrado la coalición contra el ISIS. Ahora bien, esta medida no se debe a una cuestión de discrepancia religiosa o rectitud moral, sino a la percepción estratégica de un peligro común, que amenaza, entre otras cosas, la posición de las monarquías en la región. Salvando las distancias, así como en los últimos años del siglo XVIII las casas reales europeas se aliaron contra la Francia revolucionaria (para contener la expansión de sus ideales radicales al orden imperante), hoy son los reales regentes conservadores del mundo árabe quienes han decidido romper la revolución yihadista para evitar que sus cabezas se exhiban en la plaza pública. Notoriamente al caso, si Arabia Saudita ha decidido enfrentarse al ISIS, es porque entendió que a razón de la Primavera Árabe, seguir financiando a los grupos islamistas para promover la versión religiosa ortodoxa que prima en dicho Estado se convirtió en algo contraproducente, algo que podía poner en jaque la supervivencia del régimen. Por eso, tal como lo ha notado un analista, “controlar el discurso religioso se ha convertido en un requisito de seguridad y en una necesidad social, antes que en un redundante llamado a la reforma”.

El hecho de que prominentes clérigos musulmanes hayan decretado al ISIS como un ente ilegitimo es claramente una buena noticia, pero debemos tener sumo cuidado antes de catalogar a estas figuras como “moderados” –un error que a mi juicio los medios repiten bastante seguido. Petrella cita por ejemplo al prestigioso jeque Abdallah bin Bayyah. Como dato de color, es curioso notar que hasta no mucho tiempo atrás, el órgano del cual el jurista era vicepresidente, la Unión Internacional de Juristas Musulmanes (IUMS por sus siglas en inglés), dictaba que la resistencia armada contra los israelíes en Palestina y los norteamericanos en Irak era un deber religioso. Bin Bayyah se distanció de esta esta línea y ha renunciado a su cargo en dicho organismo el año pasado, pero sospecho que esto se debería más a presiones sauditas que a un pleno cambio de corazón. Hoy en día apoyar a un grupo islamista, o peor aún, a un grupo yihadista, se ha vuelto políticamente incorrecto a los ojos de los regímenes árabes, por la razón discutida recién.

Otro clérigo de renombre internacional como lo es Yusuf al-Qaradawi, presidente del IUMS, se mantiene un fiel allegado a los brazos de la Hermandad Musulmana que proliferan en la región. Qaradawi también se expresó en contra del ISIS, mas eso no quita que sea un extremista en potencia, si es que no lo es ya, a punto tal que Estados Unidos le prohíbe el ingreso al país.

¿Es entonces el mundo islámico la solución al fenómeno del ISIS? Afirmar prestamente que sí es una concesión al discurso políticamente correcto que manda en las sociedades libres y pluralistas como la nuestra. En efecto debería serlo, pero en el terreno, salvando algunos casos puntuales, no parece ser así. Pese a su excepcionalísimo, creo que en muchos sentidos el ISIS es solamente la punta de un iceberg. Si existe una tendencia destructiva entre los musulmanes, esa sería la severa aplicación de la tradición religiosa en las sociedades modernas. Sin ser ellos los enemigos declarados de Occidente, esto se ve reflejado en la estricta aplicación de la ley islámica en los países del Golfo, y luego, en las plataformas islamistas que proliferan desde Libia hasta Siria, o de India hasta Indonesia.

El ISIS posiblemente dejará de existir eventualmente, pero su destrucción no signará el final del fanatismo religioso islámico, en tanto las comunidades musulmanas, sobre todo aquellas fuera de Occidente, no se expresen con suficiente vigor en contra de la politización de la religión, sea para el fin que sea, pero especialmente para justificar luchas armadas. Cuando la religión haya medidamente pasado a un segundo plano en la esfera cotidiana, entonces a mi criterio podrá descartarse a lo religioso como un catalizador de violencia y conflicto en Medio Oriente.