¿De camino a una tercera intifada?

La Tierra Santa es nuevamente foco de atención con motivo de los actos terroristas que vienen sacudiendo a israelíes y a palestinos desde hace algunas semanas. En medio de la violencia, los analistas se preguntan si se avecina una tercera intifada, o si esta ya es una realidad asentada. Todos los días se registran nuevos incidentes, generalmente provocados por jóvenes palestinos con armas blancas contra uniformados y civiles israelíes. Desde mi punto de vista, delinear a estas alturas si en efecto se trata de una intifada, es decir, de un levantamiento general, es prematuro, en tanto la aseveración genera mayor pesadumbre y ansiedad. Sin embargo, en cualquier caso, la pregunta obvia es por qué está sucediéndose semejante escalada, por qué en este momento y qué responsabilidad puede atribuírsele a cada bando.

Para poner la situación en contexto, la presente ola de ataques terroristas se produce cuando la atención de la comunidad internacional dista de estar enfocada en el conflicto israelí-palestino. Con las potencias preocupadas por el desarrollo de los acontecimientos en Siria, en Yemen y en Irak, y el conflicto sectario que sacude a todo Medio Oriente, la cuestión palestina ha pasado a un plano secundario. En vista de las circunstancias, ha quedado finalmente en evidencia que el embate entre árabes e israelíes no es principal causante de inestabilidad y resquemor en la región. Esto ha quedado visiblemente expuesto durante las recientes sesiones de Naciones Unidas, en donde el tema de Palestina no tuvo el protagonismo que tuviera en años anteriores. La agenda internacional, por el contrario, está sobrecargada con el desasosiego sobre el futuro del mundo árabe, preso de una conflagración mayor entre yihadistas y dictadores. Por esta razón, durante su discurso ante la Asamblea General, el presidente palestino, Mahmud Abás, buscó precisamente llamar la atención con el anuncio de que ya no se sentía obligado por los acuerdos (de paz) de Oslo, establecidos dos décadas atrás. Continuar leyendo

Reflexiones sobre el extremismo religioso

Dos trágicas noticias sacudieron recientemente a Israel. Primero está el caso del judío ultraortodoxo con antecedentes penales, quien sin ningún escrúpulo por el quinto mandamiento, se infiltró en una marcha del orgullo gay y apuñaló a seis personas, hiriendo de muerte a una adolescente de 16 años. Luego está la noticia del niño palestino de un año y medio abrasado tras un ataque perpetrado por colonos israelíes en Duma, un pueblo del norte de Cisjordania. El padre del pequeño falleció al cabo de unos días. Su madre y su hermanito de cuatro años salieron con vida, mas con quemaduras graves. Estos incidentes, percibidos con justa razón como tangentes, provocaron una ola de indignación en la amplitud del establecimiento político israelí, como asimismo en gran parte de la sociedad civil.

El sábado primero de agosto miles de personas se congregaron en distintos puntos del país para condenar los hechos de violencia y la intolerancia religiosa subyacente. Articulados por judíos, estos actos fueron catalogados inmediatamente como terroristas y no representan hechos aislados. Las protestas, en este aspecto, hicieron eco de una inquietud arraigada principalmente en los sectores medios, frente a lo que se siente como una tendencia hacia la polarización religiosa; que en vista de muchos, amenaza la identidad pluralista y secular de Israel. Continuar leyendo

¿Qué significa la disolución del Gobierno de unidad palestino?

La semana pasada los medios anunciaron que Mahmud Abás, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), disolvería a la brevedad el Gobierno de unidad palestino, formado un año atrás para reconciliar al partido tradicional Al-Fatah con el islamista Hamás. Si bien las cadenas de noticias hicieron bien en hacer eco de esta novedad, a mi criterio no han sabido explicarle al público en general cuáles serán las implicancias venideras, o cómo será el panorama político de los territorios palestinos de aquí en adelante. Lo más importante que debe ser dicho es que la ruptura formal de Fatah y Hamás era algo que los analistas ya se veían venir desde hace tiempo. Partiendo de la base que ambas organizaciones han probado ser mutualmente excluyentes en reiteradas ocasiones, podría inferirse que la ruptura de la supuesta unidad no representa otra cosa que la decisión de Abás, heredero de Yasir Arafat, de prescindir de las apariencias de fraternidad y entendimiento con Hamás.

Para situar el caso en contexto, Fatah es la facción que históricamente ha tenido más predominio en el foro multipartidario que representa la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Si hay algo para decir a grandes rasgos del partido que encabeza Abás es que es una plataforma autocrática y populista por excelencia. El movimiento fue fundado en 1957 por Yasir Arafat y llegó a adquirir fama internacional por su notorio accionar terrorista durante las tres décadas que precedieron la firma de los tratados de paz (Oslo) en 1993. Detrás del telón del conflicto palestino-israelí, Arafat, un oportunista nato, consolidó su poder haciendo malabares discursivos para atraer a su causa a representantes de todo el espectro político palestino. Ávido planificador, Arafat supo amasar una red de financiamiento ilegal sin parangón en ningún otro grupo no estatal, dándole el lujo de financiar su propio mito, y eventualmente el poder de manejar las arcas palestinas a discreción, y sin ningún tipo de control. Abás, también conocido como Abu Mazen (por su nom de guerre y kunya) asumió la dirigencia palestina cuando Arafat falleció en 2004. De acuerdo con la ley vigente su mandato debió de haber terminado en enero de 2009, pero aun seis años más tarde continúa en el cargo, y a esta altura ya no hay indicios creíbles de que vaya a renunciar.

Hamás, desde otro lado, fundada en 1987, tuvo que trabajar diligentemente durante dos décadas hasta arrebatarle el poder a Fatah en la franja de Gaza. En contraste con la facción tradicional, caracterizada por tener una orientación secular, Hamás es y siempre fue una agrupación islamista que nunca se molestó por ocultar su identidad. Su éxito sin embargo no vino ligado, al menos no enteramente, a la atracción que la idiosincrasia política y religiosa del movimiento podía ejercer, pero sino también al hecho que Hamás en su momento representó la única alternativa viable a la veterana – y muchos dirían corrupta – guardia de Fatah. En enero de 2006 la agrupación islamista obtuvo una victoria contundente en las elecciones generales marcando un hito; demostrando en efecto que la dominación por parte de los dirigentes de siempre podía caer. Siguiendo el protocolo, a continuación siguió un Gobierno de unidad que resultó en un estrepitoso fracaso. Pese a los comicios, Abás alienó a la comitiva parlamentaria de Hamás y en breves cuentas los islamistas perdieron la paciencia. En junio de 2007 en Gaza se llevó a cabo, a manos de Hamás, una purga violenta de la dirigencia de Fatah, resultando en la cabal división de Palestina en dos entidades diferentes. Está la palestina basada en Cisjordania, el bastión de Fatah, y la palestina de “Hamastán”, el reducto comandado por los islamistas en Gaza.

Desde entonces, y como sería de esperar para el observador del conflicto palestino-israelí, las hostilidades y los bretes con Israel han provisto causa suficiente para fomentar la unidad palestina. Sin embargo, más allá de las fotos y los discursos, lo cierto es que nunca hubo una verídica reconciliación entre las fuerzas que disputan la representación de la causa de los palestinos. Ambos partidos son mutuamente excluyentes porque los dos comparten una aversión hacia compartir el poder. Siendo que las dos plataformas se afianzaron bajo fundaciones ideológicas maximalistas, cada una de estas estructuras ve en la otra una amenaza – sea porque la misma representa toda la decadencia de un modelo agotado e inoperante (como ve Hamás a Fatah), o bien porque signa la irrupción en la política de fanáticos e insulsos aficionados (como ve Fatah a Hamás). Se trata en definitiva de un juego de suma cero, en donde la desconfianza y el escepticismo han prevalecido sobre cualquier acuerdo. Vale recalcar en este sentido que el supuesto Gobierno de unidad acordado el año pasado significó el sexto intento por alcanzar una conducción mixta.

Crónica de un fracaso anunciado, la crisis contemporánea fue atribuida a la irritación de Abás por no pinchar ni cortar en Gaza, donde Hamás se niega a compartir influencia, sobre todo en lo que respecta a la cuestión de seguridad y defensa, que eufemismos de lado, significa el patrimonio para hacerle la guerra a Israel. Parte de lo que explica el juego de suma cero entre las facciones contendientes pasa por una pugna por ver qué organización tiene más credenciales combatiendo a la entidad sionista enemiga. En cierta medida cuando Hamás le tira cohetes a Israel Fatah pierde credibilidad; y cuando hay algún evento o conmemoración, a veces parecerían verse en el aire más banderas verdes de Hamás que amarillas de Fatah. Explicando la reticencia de Abás a compartir el poder, sucesivas encuestas vienen mostrando que entre los palestinos Ismail Haniyeh de Hamás suele ser más respetado que la investidura de Abás, de modo que el líder, ya octogenario, no podría revalidarse convocando a elecciones sin antes arriesgar perjudicarse. A Abás el tiro le podría salir por la culata, y de ser así, posiblemente estaría abriéndole la puerta a un Gobierno islamista en Cisjordania, cosa que indubitablemente oscurecería todo prospecto de paz en la región.

En los últimos años Abás ha querido mostrar su faceta de combatiente llevando la lucha por el reconocimiento de un Estado palestino a los foros internacionales de las Naciones Unidas, donde ha obtenido victorias simbólicas, que aunque prematuras y carentes de impacto real, le han valido repuntar puntos como cabecilla. Desde luego, en términos de la realpolitik, un Abás fuerte es naturalmente preferible a un Haniyeh fuerte, en tanto con el primero se puede discutir de paz y con el segundo no. En la medida que no deponga la vía de las armas en sus tratos con Israel, en lo que concierne a la política internacional, Hamás seguirá siendo considerada una organización terrorista por los grandes actores. Abás hasta ahora ha sabido capitalizar la indecorosa posición de sus rivales islamistas, justificando su mandato prolongado y la perpetua postergación de reformas democráticas en la necesidad de trabarle la puerta a Hamás – y por así decirlo, en la máxima diablo conocido mejor que diablo por conocer. El problema de esta postura es que la urgencia al corto plazo ha inhibido el desarrollo institucional de los palestinos, y ha enceguecido a los ministros de exteriores frente a los abusos cometidos por Abás, a quien rápidamente tildan como moderado y amante de la paz.

Los detractores del hombre fuerte de Fatah, y no necesariamente los islamistas, le inculpan gobernar con un impúdico nivel de autoritarismo, nepotismo y corrupción. Se concede que en sus dominios no hay libertad de prensa, que hay arrestos extrajudiciales, y que en suma, cuando se presta atención en los problemas internos palestinos donde Israel tiene poco que ver, aparece una gran concentración de poder en torno a la figura del presidente. La pauta de este flagelo no solamente viene dada por la disputa partidaria entre Fatah y Hamás, mas también se percibe dentro del propio entorno de Abás. Ejemplo de ello, en 2013 Salam Fayyad tuvo que dimitir de su cargo como primer ministro por impulsar políticas antípodas a la visión cortoplacista oficialista. Laureado economista reconocido internacionalmente, Fayyad era celebrado por sus esfuerzos por consolidar gobernabilidad al largo plazo empoderando a las comunidades locales de forma apartidaría. Ilustrando el mismo punto, en los últimos días han salido informes que indican tensión entre el sucesor de Fayyad, Rami Hamdallah, y su benefactor.

Los eventos recientes exponen la inviabilidad de un Estado palestino dividido territorial y psicológicamente entre un polo islamista y otro secular, mas también muestran la decadencia de las instituciones políticas locales. Con independencia del rol que vaya a jugar Israel, esta realización dificulta por lo pronto la concreción de un acuerdo de paz comprensivo porque no es posible determinar a un solo interlocutor para tanto Cisjordania como Gaza. Por el contrario, cada territorio tiene a su propia autoridad y su propia agenda, y esto implica una complicación al proyecto de un Estado palestino unificado. Por otra parte, dado que el Gobierno israelí había anunciado que no negociaría con la ANP en tanto Hamás tuviera representación en ella, la ruptura podría allanar el paso a una nueva ronda de negociaciones, que podrían decantar en resultados positivos.

Juzgada por sus propios méritos, parecería que la política palestina necesita una tercera opción. De momento lamentablemente la coyuntura complica este anhelo, pues para ganar legitimidad y credibilidad como líder, entre los palestinos no se valoran tanto las credenciales de pichón como aquellas de halcón.

El macabro legado de Hitler en el terrorismo árabe

El pasado 30 de abril se cumplieron setenta años desde que Adolf Hitler se suicidara en su bunker en la asediada y destruida ciudad de Berlín. Siete décadas más tarde Occidente lo recuerda como el peor diablo que podría haber engendrado la sociedad contemporánea del siglo XX. Sin dudas un líder paradigmático, el Füher logró transformar a la culta y productiva Alemania en una máquina de guerra, que mandó a asesinar sistemáticamente a millones de personas. El legado macabro de Hitler refleja que los occidentales no están exentos de desarrollar totalitarismos, y más extensivamente, sentimientos antiliberales, antirrepublicanos como también, paradójicamente, antioccidentales. Hoy en día, su influencia generalmente se asocia con grupos reducidos de neonazis e individuos. Lo que no es tan conocido sin embargo, es que la figura de Hitler le dio a una importante parte de la dirigencia árabe un ejemplo a seguir, un modelo de Estado a imitar, y naturalmente, una tendencia autoritaria con la cual gobernar. Lo que es más, particularmente vinculante con el conflicto árabe-israelí, el nazismo le impartió a los árabes mediante intermediarios la doctrina de la judeofobia europea.

La razón que explica la admiración de los árabes por los alemanes parte del hecho histórico que durante la Primera Guerra Mundial, muchos árabes y musulmanes se identificaron con la causa germana, casi instintivamente, porque los alemanes eran los enemigos de los británicos y franceses, quienes acarreaban un historial de intervenciones e injerencias en los asuntos internos de los poderes musulmanes de la época. Para 1914 los británicos se habían establecido en Adén (desde 1839), en Egipto (desde 1882), en Chipre (desde 1878), dominaban el subcontinente indio (desde el siglo XVIII), y ejercían una fuerte presión sobre los asuntos del golfo Pérsico y del Imperio otomano. Los franceses por su parte tomaron colonias en Argelia (en 1830), Túnez (en 1881) y Marruecos (en 1912), de modo que su influencia se extendía a lo largo del norte de África. Para las multitudes árabes, la conflagración europea se presentó como una oportunidad para denunciar los agravios del colonialismo, redescubrir una identidad propia y cuestionar la legitimidad del orden anglofrancés. Los alemanes ya entonces supieron capitalizar el descontento de los árabes contra las autoridades londinenses y parisinas, lanzando esfuerzos dirigidos para poner a los musulmanes en contra de sus respectivos tutores imperiales. Para ello apelaron al concepto de guerra santa, la yihad, y colaboraron con los otomanos en campañas propagandísticas orientadas a dar legitimidad religiosa a la sublevación contra las fuerzas aliadas. El plan no dio resultado, y los alemanes no lograron formar quinta columnas dentro de los dominios coloniales enemigos, o sublevaciones religiosamente motivadas entre los musulmanes.

El punto a destacar, sin embargo, es que los alemanes se percataron de que la religión tenía el potencial de tocar la sensibilidad de los árabes, y probarían, con más éxito, la misma estrategia de propaganda durante la Segunda Guerra Mundial. Para entonces, destruido el Imperio Otomano al término de la Primera Guerra, la dominación de Francia y Gran Bretaña englobaba Medio Oriente, y los árabes ya habían experimentado un renacimiento nacionalista como también otro islamista, que volcaba la religión hacia significantes políticos. Estas condiciones, sumadas a la continua inmigración judía hacia Palestina, le facilitaron a los nazis la tarea de persuadir a los árabes que el resto de Occidente conspiraba en su contra; que se encontraba orquestado por la judería mundial, y que Alemania era el aliado natural de quienes luchaban contra la opresión y la injusticia.

Por su desdén contra las autoridades coloniales, los árabes desarrollaron opiniones contrarias a los valores liberales y al sistema parlamentario de los colonizadores. Estas eran ideas que difícilmente llegaban a aplicarse con éxito en la realidad local, donde la represión era moneda corriente, y la misión civilizadora de los europeos era vista popularmente como una agresión cristiana. Algunos autores, notoriamente Bernard Lewis, Efraim Karsh y Elie Kedourie, indican que dado su devenir histórico, la falta de instituciones representativas entre los árabes los hacía proclives a simpatizar con la disciplina autocrática. En su día, el fascismo, y luego el comunismo, parecían funcionar y prometer grandes réditos, pero lo que es más importante, el totalitarismo presentaba un discurso que, contrario a lo que sucedía con el liberalismo, no sonaba del todo foráneo, y utilizaba conceptos con los cuales los árabes podían relacionarse a partir de su propias memorias históricas. El modelo en cuestión insistía en el principio de seguir a un gran líder, llamaba al sacrificio y a dejar todo por una causa trascendental, y pensaba a la sociedad como un todo orgánico, donde el énfasis descansaba, no en los intereses egoístas del individuo, pero en la voluntad de la masa.

Lo cierto es que entrada la Segunda Guerra Mundial, los alemanes pusieron a trabajar su espectacular aparato propagandístico para repartir folletos y traducciones de “Mein Kampf” y “Los protocolos de los sabios de Sion”, y transmitir emisiones de onda corta a Medio Oriente, nuevamente enfatizando que la sublevación contra los poderes aliados era una obligación de carácter religioso. Esta campaña tuvo considerablemente más éxito que aquella llevada a cabo tres décadas antes. Resulta que además de aprovechar las últimas tecnologías de comunicación, a los efectos de persuadir a las masas, los nazis discutían que el futuro, sino la misma supervivencia de los árabes, dependían de la victoria hitleriana. Y para darle credibilidad a su llamado, los nazis emplearon intermediadores musulmanes.

El principal agente y agitador de los nazis trabajando para movilizar a los árabes fue el muftí de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini. Este era un hombre que poseía, bajo la gracia de las arrepentidas autoridades británicas, la conducción política y espiritual de los árabes palestinos. Exiliado en Alemania durante la guerra, su principal obra fue saltear las distancias entre el insipiente movimiento islamista y el nazismo. En breve, como ejemplifican sus declaraciones, su trabajo devino en que la retórica totalitaria fuese cubierta y validada con adscripciones islámicas, sobre todo en cuanto concierne al trato con los judíos.

En 1944 el muftí instó por radio a los árabes a que se levanten como un solo hombre y que peleen por sus derechos sagrados. “Maten a los judíos dondequiera los encuentren. Esto le agrada a Dios, a la historia y a la religión”. Haj Amin también fue instrumental en reclutar una división de soldados bosnios para pelear en las SS. Dirigiéndose a sus hombres, sintetizo que “existen muchas similitudes considerables entre los principios islámicos y el nacionalsocialismo, principalmente, en la afirmación de la lucha y la camaradería…en la idea de orden”. Este líder, considerado uno de los fundadores del nacionalismo palestino, no solamente compró el cuento de que la judería mundial dictaminaba la guerra, pero lo que es más importante, suscitó una tendencia de visceral odio hacia el judío entre los árabes que continua hasta el día de hoy. Hasta ese entonces, antes de la Segunda Guerra y la siguiente creación del Estado de Israel, el antisemitismo entre los árabes era una experiencia que si bien era recurrente, no se comparaba con el avasallante prejuicio y violencia de los europeos. El éxito de la campaña del muftí recae, según Jeffrey Herf, en que basándose en la ideología hitleriana, pudo tomar el Corán y “utilizar una apropiación e interpretación selectiva” del mismo para presentarle a los nazis “un punto cultural de entrada a los árabes y musulmanes”.

Curiosamente, incluso un hacedor de paz como Anwar Sadat llegó a admirar a Hitler. En 1953, a sus treinta y cuatro años, escribió para un periódico egipcio una carta hipotética al dictador como si este estuviese vivo.

“Querido Hitler: te admiro desde el fondo de mi corazón. Incluso si se parece que has sido derrotado, en realidad eres el ganador. Has sido exitoso creando disensión entre el viejo de Churchill y sus aliados, los hijos de Satán. Alemania renacerá a pesar de los poderes occidentales y orientales. Cometiste algunos errores, pero nuestra fe en tu nación ha más que compensado por ellos. Debes estar orgulloso de haberte convertido en un líder inmortal de Alemania. No nos sorprenderíamos de verte regresar a Alemania, o de ver alzarse a un nuevo Hitler para reemplazarte”.

La realidad contemporánea, especialmente en los territorios palestinos, muestra que el desdichado saludo de Sadat hacia Hitler aún tiene resonancia en el siglo XXI. Multitudes árabes admiran al dictador por haberle dado batalla a los otros poderes de la época, y más aún, por haber aniquilado a millones de judíos, quienes son asociados con Israel; y en tono con la paranoia popular, responsables por toda calumnia e injusticia que sopesa sobre los musulmanes.

El instituto israelí Palestinian Media Watch (PMW) viene mostrando cómo los medios palestinos, tanto de Hamás como de Fatah, incitan a comparar a los israelíes con los nazis, a la negación del Holocausto, e incluso a la admiración de Hitler. El sitio de PMW le hace seguimiento a eventos o incidentes que denotan la magnitud del problema. Por ejemplo, resalta que hay palestinos llamados Hitler, que el nombre es utilizado como un proverbio positivo. Hitler es glorificado, y su obra es un éxito de ventas. Análogamente, un instituto norteamericano, The Middle East Institute (MEMRI), muestra frecuentemente como esta vanagloria del mal se ha convertido, en efecto, en una característica ya asentada en la cultura mediática del Medio Oriente en general.

Los grupos más propensos a difundir el culto a Hitler en la región son desde luego los islamistas, quienes toman su legado para encontrar paralelos con el presente. Esto se ve tanto en el carácter autocrático que suele caracterizar a estos grupos, en el estilo llamativo de sus insignias, saludos, y manifestaciones, y en la creencia en conspiraciones globales organizadas por los judíos. Es triste, pero el hitlerismo, lo que Occidente considera un capítulo cerrado de su historia, dista de verse de la misma manera en el mundo árabe.

La guerra que se avecina

Hace pocas semanas el grupo islámico palestino Hamás instó a Hezbollah, su contraparte chiita y libanesa a aunar fuerzas para combatir al enemigo común de siempre: Israel. De concretarse, semejanza alianza no resultaría en un desenlace inesperado. Ambos grupos comparten un odio ideológico visceral frente a lo que consideran un Estado ilegitimo y colonialista. No obstante, por encima de sus inclinaciones similares, ambos grupos responden a intereses que no siempre coinciden. Siendo actores no estatales, dependen de los víveres provistos por benefactores con agendas disimiles.

Fundados durante la década de 1980, hasta el levantamiento contra Bashar al-Assad en 2011 ambos grupos servían como intermediarios de Siria e Irán. Hamás no expresaba, pese a ser un movimiento sunita, ninguna convulsión en recibir fondos y armamentos mediante la gracia de Teherán. El liderazgo del grupo palestino tampoco podía quejarse frente a la hospitalidad del Gobierno de al-Assad, que le brindaba amparo y protección. Pero una vez que las fallas sísmicas del mundo árabe comenzaron a desplazarse, dando lugar a la guerra civil siria, Hamás se distancio de sus patrones tradicionales. Tomando partido en lo que constituye un conflicto sectario entre sunitas y chiitas, Hamás cambió a un patrocinador por otro. Su líder, Khaled Mashaal, movió sus oficinas desde Damasco a Doha, convirtiendo a su organización en pleno cliente de Qatar.

A diferencia de lo ocurrido con Hezbollah, atada geográfica e ideológicamente a la supervivencia del régimen sirio, el conflicto sectario en el Levante no afectó las prioridades de Hamás, que no desistió de atacar a Israel. Por el contrario, en 2014 el grupo aprovechó la situación regional para guerrear a los israelíes, y sumar puntos a su reputación como movimiento yihadista, verídicamente comprometido con “la destrucción de los sionistas”. Hezbollah en cambio sí vio su agenda alterada, porque tuvo que priorizar la supervivencia de Assad. Pero la situación podría estar cambiando.

Según algunas consideraciones, cuatro años más tarde de haberse iniciado, la guerra intestina entre los árabes lentamente se estabiliza en beneficio de Assad. Las fuerzas gubernamentales controlan la mayor parte de la zona costera del país, incluyendo las principales ciudades de Damasco, Homs y Alepo. Hoy Assad puede dormir tranquilo, a sabiendas de que su seguridad por lo pronto está garantizada.

La irrupción en escena del Estado Islámico (ISIS) en 2013, y acaso más concretamente, la campaña internacional iniciada en su contra el año pasado, ha sin lugar a dudas fortalecido la posición de Assad vis-à-vis Occidente. Apelando a que “más vale diablo conocido que diablo por conocer”, el regente damasceno apuesta a que si no tranzan con él, los estadounidenses por lo menos lo dejen ser. En este contexto los israelíes están más intranquilos. Por un lado, Assad – el diablo conocido – mantuvo una frontera tranquila con el Estado judío, realidad que para muchos lo convierte en la mejor opción frente al prospecto de la alternativa: un Gobierno islámico – el diablo por conocer. Por otro lado, algunos sostienen que la supervivencia del régimen sirio es un cálculo estratégico obsoleto, que debería ser revisado a la luz de su apoyo continuo a Hezbollah. En rigor, desde que fuera derrotada militarmente en la guerra de octubre de 1973, Siria ha buscado guerrear contra Israel por otros medios indirectos, esencialmente patrocinando a grupos terroristas de todo el espectro político y religioso.

En términos de la seguridad de Israel, la relativa mejoría en la situación del régimen sirio presenta una grave amenaza. Suponiendo que las prioridades de Hezbollah se reorientaran a su propósito fundacional, una operación contra el norte israelí sería plausible. El grupo ha adquirido mayor experiencia bélica, y de acuerdo con estimaciones de inteligencia, habría incrementado considerablemente su arsenal balístico. Si en la última conflagración durante el verano (boreal) de 2006 Hezbollah poseía 13 000 cohetes de corto y mediano alcance, ahora podría tener más de 100 000, incluyendo un inventario de misiles capaces de impactar Tel Aviv, que habrían sido provistos por Teherán.

Por supuesto, si el grupo libanés decidiera escalar en un conflicto abierto con Israel, esto pondría en riesgo dejar el flanco de Assad en descubierto, en tanto mayores recursos serían destinados a la frontera sur. Lo que es más, y aquí el dilema en la estrategia de Jerusalén, a esta altura una guerra con Hezbollah implicaría casi seguramente una guerra con Damasco. Con el ataque de helicóptero realizado hace un mes en Quneitra, en el límite entre Israel y Siria, las fuerzas hebreas parecen haber señalado que no tolerarán la apertura de un nuevo frente, o mismo aún, que no tienen intención de verse arrastradas en el conflicto sirio. Israel históricamente ha dependido de la fuerza como política de disuasión. Pero aunque esta disciplina ha funcionado de maravilla con los actores estatales del vecindario, el registro reciente muestra de sobremanera que esta no funciona tan eficazmente con los grupos terroristas transnacionales.

Los conocedores de la materia dejan por sentado que Israel actuará con severidad si los cohetes vuelven a llover sobre sus ciudades y poblados. Si bien una nueva guerra en el sur de Líbano y Siria podría resultar crucialmente perjudicial para Assad (y este podría estar opuesto de antemano a la misma), paradójicamente, un conflicto con los enemigos “imperialistas” de siempre, podría desviar la atención de los yihadistas de toda ramificación hacia la guerra contra los judíos. Si así fuese el caso, la comunidad internacional por descontado clamaría por la autocontención de Israel frente a sus objetivos vitales de seguridad.

Desde lo discursivo, Hasan Nasrallah, el líder de Hezbollah, ha prometido recientemente retaliación contra Israel. Lo cierto, no obstante, es que nunca faltan declaraciones beligerantes entre yihadistas e islamistas contra “el Satán sionista”. En este sentido tampoco sería la primera vez en que grupos islamistas hacen diplomacia entre sí para acordar que Israel debe ser destruido. Lo grave del llamado de Hamás a cooperar con Hezbollah no es la cooperación per se, pero más bien el momento crítico en el que podría llegar a darse esta. Es posible que el guiño de Hamás a Hezbollah represente la frustración del primero frente a un suministro disminuido de arsenal, queriendo ahora este reconciliarse con Irán. En todo caso, debe tomarse en consideración que el Gobierno egipcio de Abdel Fattah el-Sisi, contrario a la gestión anterior liderada por Mohamed Morsi, se ha propuesto ser mucho más estricto con el bloqueo a Gaza desde el Sinaí.

En suma, desde el sur, eventualmente otra guerra contra Israel le permitiría a Hamás agraciarse frente a Teherán. Desde el norte, otra guerra con Israel le permitiría a Hezbollah reafirmar su presencia, y ganar credenciales como elemento activo en la lucha contra los israelíes. Cabe de esperar que Irán se encuentre preparando a sus activos en el Levante como plan de refuerzo, para demorar y enredar el proceso de acercamiento que Barack Obama comenzara hace poco. Una guerra no solamente pondría a Israel en una situación precaria desde el punto de vista estratégico, sino que probablemente desenfocaría la atención de Washington frente a los designios persas. Con una guerra entre Israel y Hezbollah, Irán podría ganar tiempo en su búsqueda por la bomba nuclear, incrementar su influencia, y desviar el foco de atención desde Asad al premier israelí. En contrapartida, como ha sido discutido, la estrategia no está exenta de importantes riesgos.

De llegar a cumplirse este pronóstico, y de volver a caer cohetes sobre suelo hebreo, lo más probable es que los islamistas decidan abstenerse de comenzar una guerra en tanto no haya sido formado un nuevo Gobierno en Israel. Con las elecciones fijadas para el 17 de marzo, es posible que ya adentrado abril, las fuerzas políticas de este país no hayan pactado todavía para formar una coalición. En este momento, una ofensiva por parte de los grupos islámicos inclinaría a los votantes israelíes a votar por la plataforma más seguridad-intensiva, lo que se traduce en el voto a los partidos de derecha – menos moldeables a ceder frente a la violencia. Por todo esto, quedará por verse que sucederá este año, y si en efecto Hamas y Hezbollah encuentran el fatídico momento para atacar.

Las variantes politizadas del Islam

Cada vez que en los medios de comunicación se toca el tema de la situación de Medio Oriente, incluyendo las eventualidades de grupos como el Estado Islámico (EI o ISIS), Al-Qaeda o el Hamás palestino, generalmente se intercambian terminologías para etiquetarlos o describirlos. Está claro que todos ellos tienen como denominador común un fuerte discurso reivindicativo de la religión, el cual pretende, de un modo u otro, hacer política. Uno de estos modos está emparentado con la violencia. Ahora está de moda utilizar la palabra “yihadismo” para darle especial connotación al carácter combativo que estos grupos suelen demostrar. En añadidura, si usted mira o escucha los noticieros, se percatará que los periodistas frecuentemente llaman a los islamistas “salafistas”. En cambio, a veces hablan de “wahabitas” o (el menos correcto) “wahabistas”. Pero, ¿cuáles son las diferencias entre estos términos? Mediante un pequeño aporte académico, vale la pena esclarecer el significado de cada palabra, para de este modo poder ser más precisos como coherentes a la hora de hablar de los grupos islamistas y de los sucesos contemporáneos que llegan a la primera plana.

Para empezar, la misma definición de islamismo debe ser revisada. Hace pocos días estuve en Madrid, y vi que en una importante librería se utilizaba este rótulo – islamismo – para delimitar la sección de libros dedicada a la religión islámica. La anécdota viene al caso porque muchas veces, desafortunadamente, en la cotidianidad se utiliza islamismo casi como sinónimo de islam. En concreto, islamismo se refiere a las formas politizadas del islam; a los movimientos sociales que partiendo de la religión, buscan activar a la comunidad para profundizar una agenda que es política, y no obstante religiosa al mismo tiempo. La confusión naturalmente viene dada por los usos del lenguaje. Hablamos de cristianismo, judaísmo o budismo para nombrar religiones, todas ellas terminadas con la letra o. Por eso, a pesar de las apariencias engañosas, debe tenerse siempre presente que para hablar de la religión islámica utilizamos islam, y que islamismo solo sirve para hablar de sus expresiones politizadas.

Bien, hay distintos tipos de islamismo. Están aquellos que persiguen la islamización – o para ponerlo con una expresión acaso más familiar – la evangelización de la sociedad, desde “abajo hacia arriba”, y quienes por mano contraria buscan imponerla desde “arriba hacia abajo”. Los islamistas que suscriben a la primera vertiente priorizan la construcción de un movimiento y de una plataforma con amplias bases de apoyo, como paso previo a lanzarse en la competencia política. Podría decirse que quieren generar cierta cohesión, y darse a sí mismos la relevancia que ostenta todo movimiento de masas. En contraste, lo que caracteriza a quienes acompañan a la segunda tendencia, es que han decidido prescindir de la paciencia y del enfoque largo placista de los primeros. Más allá de que algunos de los grupos islamistas han llegado al poder por vía del sufragio, dado que a la larga ninguno ha probado aún ser democrático en un sentido republicano, en mi opinión, lo esencial de este segundo tipo de islamismo es que no se viene con obras de teatro, sino que muestra sus ulteriores objetivos tal como son, ninguneando la fachada más conciliadora y hasta a veces democrática que adoptan los islamistas de la primera tendencia.

Véase por ejemplo que Hamás se asemeja bastante al modelo de “abajo hacia arriba”. Llegaron al poder por vía democrática, pero solo luego de construir un movimiento con amplias bases de fondo a lo largo de veinte años de trabajo social. Sin embargo, ya en el poder, es difícil sostener que Hamás se comporte de forma democrática, puesto que no respeta a la oposición, y tampoco cuida garantías básicas del sistema republicano. Por otro lado, Hamás tiene una faceta que se asemeja más al segundo tipo. Justamente, siendo que ya se ha consolidado en el poder, sus activistas pueden darse el lujo de exponer su crudeza y vocación fanática sin reparo por la etiqueta o las formas.

El término yihadismo es empleado para describir a los grupos islamistas que utilizan la violencia en pos de una causa religiosa, porque dicen apelar a una yihad, a una “guerra santa” contra los enemigos, sean estos internos (apóstatas) o externos (infieles). Siguiendo con el ejemplo anterior, Hamás podría ser clasificado como yihadista en la medida que emplea la violencia enmarcándola en una contienda religiosa. Aunque, por otro lado, en comparación con Al-Qaeda, el yihadismo de Hamás ciertamente es mucho más restringido. Se limita pues a la Franja de Gaza y a la lucha contra Israel. Al-Qaeda, en cambio, ha probado operar en una escala global, la cual no necesariamente queda restringida a una región en particular. Por esta razón, yihadistas los hay de distinto calibre y grosor.

Para ser islamista no es menester ser yihadista. Para dar otro ejemplo, el capítulo egipcio de la Hermandad Musulmana responde al esquema que va desde “abajo hacia arriba”, y distinto a Hamás, en términos generales, no ha adoptado una actitud abiertamente belicista ni siendo oposición, o ni siendo autoridad – durante la acotada experiencia de Mohamed Morsi en el poder.

Por descontado, los islamistas esbozan una agenda política instruida en la religión, pero al fin y al cabo, valga la redundancia, operan dentro de un marco que reconoce a priori el contexto político. Lo que esto implica, en otras palabras, es que por más soñadores que sean, los islamistas reconocen que la sociedad es un campo de batalla que debe ser ganado, a veces de forma progresiva, y a veces de forma sucinta y violenta. Significa que aceptan a la modernidad como tal, y emplean sus herramientas, como lo es el sistema político o las instituciones, para ganar influencia.

Este reconocimiento de la realidad moderna es desde ya mucho más perceptible con los grupos que responden al modelo “abajo hacia arriba”. En contrapartida, muy a menudo quienes intentan imponer su voluntad por la fuerza desde “arriba hacia abajo” parecen estar más interesados en la realización instantánea de una utopía religiosa que en la construcción de una “Modernidad islamizada”. Hamás y la Hermandad Musulmana serán en muchos aspectos grupos fanatizados, pero el hecho de que no se comporten democráticamente no trae aparejado un rechazo por las instituciones del Estado moderno, como un sistema taxativo, un aparato represivo, o como una red de organismos burocráticos para gestionar la vida pública y dirimir los conflictos entre particulares. En contraste, grupos como Al-Qaeda o el ISIS que operan en una escala mayor, y que demandan a la población la impartición instantánea de sus recados de pureza, solo se interesan por los réditos propagandísticos o militares de la tecnología contemporánea, mas no así por las instituciones que se desprenden del Estado moderno. Los activistas y yihadistas del ISIS utilizan las redes sociales y las armas que los norteamericanos dejaron en Irak, pero reniegan de la idea de penetrar instituciones y organismos públicos para acaparar más espacios.

Esta razón hace que para algunos autores los islamistas que imparten de “arriba hacia abajo” no sean islamistas, pero más bien neofundamentalistas, fundamentalistas, o yihadistas a secas. En rigor, se trata de una zona gris dentro del campo académico que estudia el fenómeno islamista. Pero sean Al-Qaeda o el ISIS islamistas o no, el argumento consiste en señalar que sus militantes están más interesados en hacer triunfar lo netamente religioso por sobre lo cultural, y lo sagrado por sobre lo profano. Para ellos el Estado no es un fin en sí mismo, sino un instrumento por el cual dar renacimiento a prácticas religiosas ultraortodoxas. De este modo, para ellos la política queda completamente subyugada a un ideario imaginario. Siendo así, la ecuación entre lo político y lo religioso queda mucho más balanceada en los grupos del primer tipo, los cuales discutiblemente – observan y especulan los analistas – son más pragmáticos que los “fundamentalistas” salidos de Al-Qaeda, el ISIS, u otras agrupaciones.

A veces se utiliza “salafismo” como sinónimo de fundamentalismo. Este es un uso equivocado que confunde más de lo que aclara. La palabra salaf, “ancestro”, se refiere a las primeras tres generaciones de regentes y pensadores islámicos. Sin entrar en detalles, quienes se autoconsideran salafistas insisten en que buscan reinstaurar cierta originalidad o tradición religiosa perdida por el desarraigo de la identidad musulmana. Ahora bien, esta consiga de regresar a las bases puede ser empleada en un doble sentido. Por supuesto, están aquellos que defienden la tesis de que para volver a su esencia original, el islam debe modernizarse, compatibilizarse con el pensamiento racional, con las innovaciones y con el pensamiento humanista en boga hoy en día. Pero también existen quienes arguyen exactamente lo contrario. Los ejemplos mencionados recién responden a este último caso.

Con esta apreciación en mente, los diversos grupos islamistas debaten otro eje identitario que repercute en lo organizacional, entre una concepción progresiva del islam, y entre una regresiva. Quienes persiguen una islamización desde “abajo hacia arriba” por lo general se entienden a sí mismos del modo progresivo, y conceden cierta flexibilidad para condonar las innovaciones teológicas. Dado que estos intentan añadir sustento mayoritario a su plataforma, insisten en la unidad entre todos los musulmanes antes que distraerse en cuestiones sectarias. En contrapartida, quienes llevan el islam desde “arriba hacia abajo” casi siempre lo piensan como un modelo perfecto que fue descarriado a lo largo de las generaciones, de forma tal que sueñan con retrotraerse en el tiempo a la época inmediata a Mahoma para cumplir al pie de la letra sus recados.

Finalmente, “salafismo” es también utilizado como sinónimo de “wahabismo”. Este último sí adscribe mejor al significado que en lo cotidiano le otorgamos al término fundamentalismo. Los wahabitas históricamente eran los seguidores de Muhammad ibn Abd-al-Wahhab, un reformista del siglo XVIII, que inspiró a sus seguidores a purificar sangrientamente la península arábiga de todo quien fuese considerado un transgresor del mandato divino. En la actualidad, el wahabismo es considerado el ala más ortodoxa, fundamentalista si se quiere, dentro del islam sunita. En Arabia Saudita se le imparte un carácter de credo oficialista, cosa que se ve reflejada en el elevadísimo nivel de conservadurismo que rige la escena pública en dicho país. No obstante, en su versión militante, las campañas militares wahabitas del pasado se asemejan en demasía a los actos perpetrados por los hombres del ISIS.

En resumen, los islamistas no necesariamente son yihadistas, y todos dicen ser salafistas, aunque “progresivos”, “regresivos” o algún punto medio según lo reclame cada grupo. Solo aquellos salafistas marcadamente regresivos, con una actitud inflexible frente a las innovaciones, al estilo de vida moderno, y beligerantes en el estilo yihadista podrían llegar a ser wahabitas. Emplear estos términos conscientemente puede ayudarnos a lograr una mejor comprensión de este complejo fenómeno social, y al mismo tiempo incentivar un debate productivo como centrado sobre el desempeño, logros y fracasos de todas las formas politizadas del islam.