Sykes-Picot: un siglo después

Este mes marca el centenario del famoso acuerdo Sykes-Picot entre Francia y Gran Bretaña, el tratado secreto más trascendental de la historia moderna de Medio Oriente. Conocido por el nombre de los diplomáticos que negociaron el acuerdo en representación de las potencias firmantes, es recordado por sentar las bases de las fronteras que definen a los Estados contemporáneos de la región. Firmado el 16 de mayo de 1916, durante la Primera Guerra Mundial, el pacto venía a congelar la rivalidad colonial entre Londres y París, particularmente en relación con la sucesión del Imperio otomano, entonces perceptiblemente moribundo.

La relevancia de Sykes-Picot como hito histórico estriba no tanto en el pacto en sí, sino más bien en los eventos que desencadenaría desde 1916 en adelante. Existe la creencia inexacta, más ampliamente difundida, de que el pacto creó las fronteras de los países que actualmente componen la región. Este delineamiento sería el resultado de negociaciones y acontecimientos venideros que reemplazarían el orden establecido por el tratado original. No obstante, lo que sí es cierto, y de allí su importancia, es que Sykes-Picot dividió Medio Oriente (o más concretamente al Levante extendido) en áreas de influencia, las cuales esencialmente condicionaron la formación de las actuales entidades políticas a los intereses y la discrecionalidad de los miembros del entente anglo-francés (con el consentimiento de la Rusia zarista, a la cual se le prometieron territorios en Turquía). Continuar leyendo

¿Por qué Rusia retira el grueso de sus fuerzas de Siria?

El presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó la retirada del grueso de las fuerzas rusas apostadas en Siria. La decisión se produce casi siete meses después de que los contingentes rusos entraran en la refriega siria, en principio para socorrer al régimen de Bashar al Assad. Con este anuncio, lo cabal es que Moscú apuesta por bajar las tensiones que de momento venían recrudeciendo día a día, especialmente con Arabia Saudita y con Turquía.

La retirada rusa, que cabe aclarar que no es completa, responde al pragmatismo del Kremlin. En primera instancia, este evidentemente ha logrado preservar al régimen alauita en el poder. Como consecuencia, esto implica que los rusos conservan a su aliado, como así también su única salida estratégica al Mediterráneo, la base naval de Tartus. Desde una perspectiva más amplia, aunque es muy temprano para confirmarlo, la retirada de las fuerzas rusas delinearía las nuevas fronteras de facto de una Siria fragmentada. Continuar leyendo

¿Cuánto durará la tregua en Siria?

Reunidas en Múnich, el mes pasado, las potencias acordaron un cese al fuego en Siria. Se trata de una tregua, de duración incierta, articulada con el fin de que la tan necesitada ayuda humanitaria pueda llegar a las zonas calientes más afectadas por la guerra. No contempla el cese de hostilidades contra el Estado Islámico (ISIS), ni tampoco define pasos a seguir a futuro. Esto significa que no intenta encaminar a los actores involucrados a una verdadera negociación para resolver sus diferencias.

Siendo este el caso, los analistas han tratado la noticia de la tregua con cautela y escepticismo. Desde el punto de vista humanitario, visto en el corto plazo, el cese al fuego, aunque imperfecto, ciertamente es mejor que nada. Desde otro lugar, pensando en un plazo más amplio, si se mantiene el cese al fuego, este será aprovechado por los actores regionales para reacomodar sus fichas en el tablero, en disposición para futuras ofensivas. En efecto, hay indicios de que el escenario bélico sobre el Levante podría densificarse drásticamente en los próximos meses y que, llegado el caso, la violencia podría escalar hasta lograr un alcance virtualmente global. Siria es solamente el escenario más visible de una guerra más extensa por el dominio geopolítico de Medio Oriente. Continuar leyendo

El peligro del terrorismo islámico en Europa

A partir de una nota del Sunday Express, la semana pasada los medios conjeturaron que alrededor de cuatro mil yihadistas habrían entrado a Europa, camuflados entre los refugiados sirios. Sacando ventaja del enorme flujo migratorio hacia el continente, a suerte de caballo de Troya, el Estado Islámico (ISIS) habría infiltrado a combatientes experimentados con el objeto de reclutar nuevos miembros, formar células locales, y perpetrar ataques terroristas. Lastimosamente, lejos de ser esto solamente una especulación mediática, es una realidad severa que podría llegar a materializarse en un atentado. Cualquier estimación contraria es lisa y llanamente negligencia. Se trata de un escenario adverso que ya ha sido vociferado por varios funcionarios, entre ellos el ministro de Interior español, el ministro de Educación libaneses, el director de Inteligencia estadounidense, e incluso el Papa.

Ahora bien, ya desde un principio no haría falta poner la lupa en los refugiados para sonar la alarma. Europa viene atestiguando en la última década un auge en actividades terroristas llevadas a cabo por musulmanes radicales. En contexto, y para ilustrar, alcanza con pasar revista a sucesos como los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, del 7 de julio de 2005 en Londres, del 29 de marzo de 2010 y del 21 de enero de 2011 en Moscú, entre tantos otros. Más recientemente, entre el 7 y el 9 de enero de este año, los atentados en París (Charlie Hebdo, Hyper Cacher) volvieron a manifestar la vulnerabilidad de las capitales europeas frente al terrorismo. Lo peor del caso es que los responsables, asesinos, cómplices y perpetradores, no siempre provienen de un país musulmán extranjero, pero suelen ser nacionales del Estado atacado -españoles, británicos, rusos o franceses. Continuar leyendo

Una parálisis institucional que amenaza con continuar

El Líbano viene experimentando desde hace un par de meses una crisis institucional. Catalizada por la parálisis del Gobierno, incapaz de dar con una solución al problema de la recolección de basura, con los desechos amontonándose en las calles de Beirut, desde hace dos semanas hay multitudes saliendo a protestar contra las autoridades. Lo que inicialmente se suponía era una manifestación de ciudadanos preocupados por semejante deterioro sanitario, pronto se convirtió en un movimiento masivo, convocado ya no solamente a raíz de la basura, sino también por otros agravios generales que se desprenden de la escena política del país. Vistas en contexto, las protestas en efecto dicen mucho acerca de la disfuncionalidad crónica que afecta al Líbano, uno de los países más desarrollados culturalmente de Medio Oriente y, sin embargo, uno de los más desgarrados por conflictos.

Bajo el lema viralizable de #youstink (apestas), los manifestantes tomaron el incidente de la basura para convertirlo en una crítica general al estado de las cosas. En la Plaza de los Mártires en la capital libanesa, aquella que diez años atrás presenció la llamada Revolución de los Cedros, los citadinos exigen cambios y, vistosamente, las protestas no llevan una agenda sectaria o partisana. Sintetizada, la consigna es “Que se vayan todos” -que renuncien todos los funcionarios implicados en los sucesos recientes, desde el primer ministro al ministro de Interior. Continuar leyendo

El dilema de Erdogan

Tras sufrir una recaída electoral en junio, con su popularidad en un bajo histórico, Recep Tayyip Erdogan, fiel a su estilo, ha vuelto a apostar a la política exterior para ganar los puntos que le faltan. Apelando a un tono nacionalista, tanteando una ofensiva contra los enemigos del Estado, el oficialismo busca compensar por la gestión que falta en casa y, apalancándose en el contexto actual de guerra regional, busca recuperar los votos que en las últimas elecciones no pudo cosechar. Es la primera vez, desde las elecciones generales de 2002, que la plataforma de Erdogan, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), no logra hacerse con una mayoría parlamentaria.

Pese a ganar las elecciones pasadas, dado que no ha podido formar coalición con otra fuerza política, Turquía llamará a elecciones anticipadas en noviembre. Erdogan intenta cambiar el sistema turco para convertirlo en un presidencialismo moldeado en el ejemplo ruso y, en los tres meses que quedan hasta los próximos comicios, espera recuperar votantes apoyándose en una política exterior fornida. Esta, que en el pasado reciente ha sido duramente criticada por su ambivalencia frente al conflicto en Siria y el avance del yihadismo, en los últimos meses se ha endurecido; y mientras el Gobierno la presenta como el cálculo estratégico propio de los intereses nacionales, la oposición, los periodistas y los analistas sospechan que estriba de intereses políticos bastante limitados, con mira a réditos inmediatos en el plano doméstico. De cualquier modo, vale preguntarse si la política exterior turca es sustentable, como desde ya también inquirir si le saldrá bien o no la apuesta a Erdogan. Continuar leyendo

La otra crisis griega

Mientras la atención del mundo se centra en las negociaciones entre Atenas y sus acreedores, discutiendo la crisis económica helena y sus ramificaciones, en Grecia se está desarrollando otra crisis que no ha recibido suficiente atención. Se trata del drama de los miles de migrantes, sirios principalmente, que a duras penas logran cruzar el Egeo con la meta de rehacer sus vidas en suelo europeo. Desde Turquía se embarcan en balsas y en botes que fácilmente podrían zozobrar debido al sobrepeso con el que se adentran al mar. Amontonados y desesperados, no todos logran salir con vida de la arriesgada travesía. Los que sí llegan a destino dan fin a un calvario, pero solamente para comenzar a vivenciar otro.

Como consecuencia de la inestabilidad generalizada que sacude a Medio Oriente y África del Norte, se ha desatado una crisis humanitaria sin parangón en la región que, entre otras cosas, ha resultado en un aumento avasallante en la cantidad de refugiados que intentan llegar a las costas sureñas de Europa. En contexto, a raíz de los conflictos fratricidas y sectarios que se extienden desde Libia hasta Yemen, se estima que hoy existen alrededor de 15 millones de refugiados y desplazados en Medio Oriente, desamparados, a la espera de volver a casa, o bien esperanzados con encontrar un nuevo hogar. Con el detonante de la guerra civil siria y la aparición del Estado Islámico (ISIS) la crisis se ha acentuado. Dada su cercanía con el teatro de batalla, los países que lindan con Siria se han visto forzados por las circunstancias a dar cabida a un número creciente de refugiados. Según cifras oficiales del Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), Jordania alberga a 629.128 personas, Líbano a 1.172.753 y Turquía a 1.805.255, aunque en condiciones que van de malas a deplorables, siendo que el elevado flujo ha colapsado la capacidad de respuesta de estos Estados. Continuar leyendo

Elecciones en Turquía: ¿el fin de la era Erdogan?

El último 7 de junio, Turquía celebró elecciones generales y ya se discute que el resultado electoral podría tener implicaciones trascendentales para la escena política del país. Siendo una república parlamentaria, el primer ministro no es electo por voto popular directo, sino por los miembros del Parlamento. Las elecciones determinan el número de bancas que cada partido político tendrá en la Gran Asamblea Nacional situada en Ankara, de modo que, en este caso, lo más destacable de los recientes comicios ha sido la pérdida de la tradicional y cómoda mayoría con la que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan solía contar.

Para tener una mayoría constituyente un partido debe obtener como mínimo 276 bancas de un total de 550, y resulta que, en está ocasión, por primera vez luego de doce años de dominación, el AKP ha perdido su predominio sobre la Asamblea. La fuerza filoislamista de Erdogan, formalmente liderada por su escudero Ahmet Davutoglu, ha conseguido 258 bancas, razón por la cual por lo pronto le será más difícil convenir un nuevo Gobierno. Llegado el caso, nos encontramos ante un cambio de paradigma en la política turca que podría traer importantes repercusiones tanto en el panorama doméstico como en el escenario internacional.

Para empezar, si bien el AKP sigue siendo la plataforma política más popular, llevándole una diferencia de 126 bancas a la segunda fuerza más votada, puede discutirse que a partir de ahora el oficialismo ya no sobrepasará el sistema con relativa facilidad. El AKP en este sentido viene siendo duramente criticado por sus opositores por el estilo personalista y autocrático de Erdogan. A veces referido por sus detractores como “el sultán”, Erdogan viene impulsando una reforma constitucional para dotar a Turquía de un sistema presidencial, en el cual sería el presidente, y no el primer ministro, quien se convertiría en el Jefe de Gobierno. El oficialismo defiende la propuesta argumentando que un presidencialismo haría de Turquía un país más estable y eficiente, desplazando al frágil sistema de coaliciones e interminables discusiones en donde el parlamentarismo ha sido propenso a caer. Pero, por otro lado, dicha reforma le permitiría al AKP, que todavía es mayoría, dirigir el país (con el liderazgo del etiquetado sultán) sin la inconveniencia de tener que mediar y negociar con legisladores de otros espectros políticos.

Trabado por la oposición que no le permite llevar a cabo sus designios, lo cierto es que Erdogan ha buscado enaltecer la posición simbólica del presidente, intentando facilitar una suerte de transición cultural hacia un sistema donde el poder ejecutivo deje de descansar en el primer ministro. Por esta razón, en 2007 el AKP logró pasar una reforma electoral para que el presidente, pese a su posición ceremonial, fuese electo por voto popular y no ya por el parlamento, incluida la posibilidad de la reelección. Además, en agosto de 2014, Erdogan, entonces primer ministro, decidió postularse a presidente y cederle la primera jefatura de la nación a Davutoglu. Habiendo ganado casi el 52 por ciento de los votos, los comentaristas y analistas presentaban la maniobra como una ávida jugada estratégica para consolidar poder y en efecto hacer más digerible la prospectiva transición a un presidencialismo con Erogan a la cabeza. Otro hecho que da cuenta del mismo propósito es el majestuoso e imponente palacio presidencial que el Gobierno inauguró en octubre del año pasado, con un costo estimado en los 615 millones de dólares.

Hasta ahora los analistas explicaban el éxito del AKP en base a dos cuestiones importantes. Primero, Turquía con Erdogan ha tenido una gran bonanza económica que ha elevado la calidad de vida de millones de habitantes. Durante la década pasada la economía turca creció exponencialmente gracias a bajos intereses y poca inflación, factores que permitieron un incremento destacable en el consumo doméstico y la atracción de capital extranjero. Como resultado, el producto interno bruto (PIB) per cápita incrementó drásticamente, de alrededor de 6.000 dólares en 2003, hasta alrededor de 8.700 para comienzos de 2014. En segundo lugar, más intangiblemente pero indubitablemente capitalizable, durante la gestión de Erdogan Turquía adquirió una renovada vitalidad como actor internacional. Empleando una retórica y política exterior que los analistas han etiquetado como “neo-otomanista”, en los últimos años el populista viene articulando un discurso nacionalista, antisraelí y antioccidental, atractivo tanto en Anatolia como en un nivel regional; compatible con las plataformas masivas que han surgido en el mundo árabe tras las protestas de 2011.

No obstante, las circunstancias han cambiado. En tiempos recientes la economía turca ha comenzado a mostrar signos estar desacelerándose. La inflación y el desempleo se han disparado, el crecimiento ralentizado, y con un déficit en su cuenta corriente el país ha perdido competitividad. Acaso un flagelo común a todo populismo, con su notoriedad aún en auge, desde 2007 en adelante muchos analistas discuten que el Gobierno desvirtuó su responsabilidad fiscal inicial, para dar lugar a proyectos más cortoplacistas –socavando la estabilidad monetaria con empréstitos y malversación de las arcas públicas. Erdogan está convencido que altas tasas de interés causan inflación, y sobre esta cuestión viene peleándose con el Banco Central, una entidad que al día de hoy retiene su independencia frente a las presiones de la facción gobernante.

Bajo la dirección de Erdogan la experiencia económica turca en algún punto encuentra paralelos con la realidad de algunos países latinoamericanos. El semanario británico The Economist sostiene que el Gobierno cayó en “la trampa del ingreso medio”, esto es, su apremio por resultados en el campo de la industria de productos básicos con salarios bajos, y la falta de interés en reformas estructurales a largo plazo para incentivar la innovación y la promoción de una industria avanzada. Al igual que en América Latina, un problema de fondo que gravita sobre Turquía, que desalienta las inversiones privadas y ergo reduce los prospectos de la economía, tiene que ver con el debilitamiento institucional que ha dejado la prolongada gestión personalista de un líder que no se muestra muy dispuesto a compartir o transferir la batuta.

La misma desazón ha dejado la política exterior, virtualmente conducida por Erdogan, quien como resultado de su unilateralismo ha aislado incluso a funcionarios de su propia plataforma. A partir de la Primavera Árabe la agenda exterior turca incrementó la proyección de Ankara en la región, mas no sin también proyectar un nacionalismo en casa para consumo de las masas. Este doble juego, sin embargo, ha puesto al país en ridículo por el grado de irresponsabilidad con el cual ha lidiado con la guerra civil siria y la crisis humanitaria que se está desarrollando en los territorios lindantes. El caso más claro que ejemplifica la ineptitud turca ha sido la ambivalente posición del Gobierno en relación al Estado Islámico (ISIS). Siendo que los turcos tienen sus razones para desconfiar de los kurdos, Ankara se negó a ayudar directa o indirectamente a los militantes de esta etnia en su lucha contra los yihadistas, esencialmente por temor a desbalancear la ecuación en favor de separatistas que le reclaman a Turquía independencia. Esta postura no ha sido bien recibida en las capitales occidentales, y la inacción del Gobierno de cara a la crisis siria y al ISIS sustenta la noción de que Turquía está perdiendo prestigio y relevancia, no solamente desde la mirada de los analistas, pero desde aquella de los turcos corrientes también.

Las protestas que sacudieron Turquía en 2013 hicieron eco de muchos de los agravios que preocupan a la oposición. Grupos de derecha como de izquierda canalizaron sus quejas en cuanto al estilo autoritario del “sultán”, el deterioro de las instituciones y la libertad de expresión, la política exterior, y la paulatina imposición de pautas islámicas en la vida pública. Gonul Tol, experta en asuntos turcos, afirma sin rodeos que “Erdogan es su propio peor enemigo”. Ciertamente podemos convenir que el no tan simbólico presidente desconoce las limitaciones de su cargo, y se comporta como si su reforma presidencialista ya hubiese sido puesta en marcha. Desde luego este no ha sido el caso, y para dificultar sus anhelos, una encuesta reveló que el 77% de los tucos no apoya semejante iniciativa. Llegado este punto, en mi opinión creo que cualquier Gobierno de tinte populista con doce años de gestión consecutiva estaría (si es que ya no lo está) a un paso de la crisis. Su narrativa simplemente no se condice con la realidad, y esto genera resquemor y expectativa por un cambio entre segmentos de la población.

Una encuesta conducida por el Pew Research Center el año pasado mostraba a la sociedad turca altamente polarizada en estos temas. Desde lo general, alrededor de la mitad de los ciudadanos estaban en desacuerdo tanto con el capitán Erdogan como con el compás que empleaba para tramar el rumbo del país. Volviendo pues al aquí y ahora, en palabras de Cengiz Çandar, destacado periodista turco, con el resultado de las elecciones “la política turca ha dejado de ser un show unipersonal”. Desde el lunes de la semana pasada, el AKP tiene concretamente 45 días estipulados por la Constitución para ponerse de acuerdo con la oposición y formar un nuevo Gobierno. La decepcionante pérdida de popularidad ha forzado a Davutoglu a presentarle su renuncia a su “sultán” y benefactor; y bien, de no alcanzarse acuerdo, Erdogan ya adelantó que será necesario llamar a elecciones anticipadas, las cuales él tiene potestad de convocar.

Desde otro lugar, también debe destacarse que los kurdos tendrán por primera vez representación en la Asamblea. Habiendo alcanzado un 13 por ciento de los votos, superado el umbral legal que exige que las fuerzas políticas consigan al menos un diez por ciento de los mismos para obtener bancas en el parlamento, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) de sustrato kurdo se ha asegurado presencia con 80 parlamentarios. Esto es definitivamente una buena noticia en virtud de conceder representatividad a un grupo étnico que representa entre el 15 y el 20 por ciento de la población de Turquía, y hasta ahora excluido de las deliberaciones. No obstante el hito suscita fuertes controversias. Si bien el HDP ha apoyado el proceso de paz entre el Gobierno y los separatistas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), una agrupación considerada terrorista por el grueso de la comunidad internacional, los líderes democráticos del primer grupo están acusados de mantener vínculos cercanos con la dirigencia terrorista del segundo.

Algunos analistas sugieren que, de convocarse a nuevas elecciones, Erdogan podría recuperar votos apelando a instintos otomanistas tradicionales que devienen de un largo historial de “turquificación” de las minorías étnicas para quitarle protagonismo a una fuerza política que despierta mucha oposición por su mera esencia sectaria. De obrar así, esto sería bastante irónico siendo que fue Erdogan quien combatió esta tendencia durante sus primeros años en el poder, ofreciéndole a los kurdos ciertos derechos culturales oprimidos durante décadas anteriores. Pese a esto, y en todo caso, dado que ninguna fuerza política está cómoda con perpetuar la influencia del conocido mandamás, habiendo también discordia dentro de las propias filas del AKP, es muy plausible que con independencia de lo que deparen los próximos meses este sea el inicio del fin de la era Erdogan. Los últimos comicios pueden ser perfectamente interpretados como un referéndum personal a la figura del líder, y si hay algo que ha quedado en evidencia es que los turcos no quieren a un sultán como presidente vitalicio.

Qatar, la Copa del Mundo y la yihad

Cuando en diciembre de 2010 Qatar fue escogido para ser el anfitrión, en 2022, de la vigésima segunda Copa del Mundo de la FIFA, comenzó a desentrañarse la trama de corrupción que gravita actualmente sobre dicha organización. De antemano, en aquel entonces se criticó la decisión de montar el torneo en un lugar caracterizado por un clima desértico, adverso al desempeño físico de los deportistas. Solucionado en teoría este problema, moviendo el evento de junio a diciembre, con la promesa de imponentes estadios provistos con las últimas tecnologías de refrigeración, las críticas a la FIFA, además de tornarse en dirección de la flagrante corrupción – algo especialmente cierto en estos días – se volcaron hacia la grave situación sociopolítica del pequeño emirato arábigo.

Pero, ¿por qué Qatar, que nunca calificó para participar de un Mundial, está interesado en invertir millones para organizar la fiesta del fútbol universal? La respuesta se hace evidente con otra pregunta, simplemente, ¿por qué no? Después de todo, el fútbol se ha convertido en una verdadera pasión mundial, y los Estados suelen conceder que mediante el deporte, y más precisamente mediante la copa de la FIFA, pueden ganar dividendos en materia de lustre y poder blando (soft power). En otras palabras, se trata de una oportunidad para ganar prestigio.

Así y todo, en el caso de Qatar hay un diferencial importante que lo separa de los otros países que han servido de sede para el megaevento. El emirato, una monarquía absoluta, no solamente sería el primer país árabe en preparar el torneo, sino que más importante, gracias a los petrodólares, cuenta con una billetera sin fondo para financiar todo tipo de emprendimientos faraónicos. Pese a su insignificancia territorial y poblacional, Qatar viene adquiriendo predominancia como actor internacional, influyendo en la región por intermedio de sus inagotables arcas y de la bajada de línea mediática que es su cadena televisiva Al Jazeera, lanzada en 1996 por la casa real Al Thani; y por cierto la mejor financiada del mundo. En este sentido el mundial 2022 es una arista de una estrategia más abarcadora por adquirir protagonismo en Medio Oriente.

Para situarlo en contexto, Qatar, un Estado peninsular que linda con Arabia Saudita al este, se rige por un código penal ortodoxo basado en la interpretación dogmática de la sharia, la ley islámica. De los 2 millones y 155 mil de habitantes que componen su población, solo el 12 por ciento nacieron en el país. Menos de 300 mil personas constituyen el segmento más rico y desarrollado de la sociedad. Del resto, cerca del 80 por ciento de la población, son trabajadores “invitados” que se ocupan de los empleos menos pagos en el rubro de la construcción y en el sector de los servicios domésticos. A raíz de su exponencial crecimiento económico durante la década pasada, y con un presupuesto de infraestructura que asciende a los 100 billones de dólares, Qatar está construyendo obras a una velocidad y escala sorprendente, y lo viene haciendo desde antes de anunciarse como anfitrión de la Copa del Mundo. Pero para la consternación de los activistas de derechos humanos, las obras se hacen con la sangre, sudor y lágrimas de los miles de trabajadores mal remunerados, que no obstante, frente a la falta de empleo en sus países nativos, viajaron a la península arábiga para mantener a sus familias.

Llama la atención que los trabajadores estén sometidos a un sistema, conocido como kafala, (esponsoreo), por el cual el Gobierno se reserva la potestad de monitorear (ergo, controlar) la estadía del trabajador. Además de ser sometido a condiciones que algunos calificarían cercanas a la esclavitud, el trabajador debe renunciar a su pasaporte. En tanto, el mismo es retenido por su empleador, el inmigrante no puede regresar a su país sin el permiso de las autoridades correspondientes. De acuerdo con la Confederación Sindical Internacional, el año pasado habrían muerto 1.200 trabajadores y según se estima, cuando suene el primer silbato del Mundial dentro de siete años, más de 5.000 personas habrán fallecido construyendo las instalaciones que serán aprovechadas por miles de turistas de todo el mundo.

El caso de Qatar refleja muchas de las contradicciones internas que socaban el desarrollo humano de las monarquías árabes del Golfo. Por un lado se habla de un Estado que invierte cifras astronómicas en relación a su relativamente minúscula población para modernizarse, para ostentar infraestructura de primer mundo, tocar los cielos con edificaciones imponentes, comprar galerías y centros comerciales en las capitales europeas, y – habrá comprobado al mirar la final de la Champions League – comprar espacio publicitario en la camiseta de uno de los clubes más exitosos del mundo.

Ahora bien, por otro lado, Qatar sigue siendo, religiosa y socialmente hablando, uno de los países más estrictos y aletargados del mundo. La fuente virtualmente inagotable de dinero está remodelando la imagen de este emirato, y es en este sentido que la Copa Mundial tiene el potencial de suavizar las apariencias, ofreciendo importantes réditos en negocios y prestigio. Sin embargo, tal como lo remarcaba Julián Schvindlerman en su columna del 30 de mayo, dada la prevalencia de una doctrina religiosa esencialmente antitética con los valores occidentales, el posicionamiento ideológico de Qatar en el tablero regional deja mucho que desear.

¿Qué haría usted si fuera el regente de un país con un tamaño poco mayor al de Puerto Rico y tuviera acceso a un torrente de dinero ilimitada? Según una estimación, las inversiones qataríes alrededor del mudo rondan los 60 billones de dólares. En virtud de los motivos expuestos recién, la política exterior qatarí se basa enteramente en la compra de influencia; la cual, al fin y al cabo, vale tanto como sus reservas. Como si fuera del estipe del rey Midas, la familia real puede cubrir de oro todo lo que toca. El problema es que no ha tenido buen tacto.

Como punto ordenador de su política exterior, Doha ha buscado en la última década convertirse en un jugador que “juega con todos”, el cual, gracias a sus potenciales y generosas donaciones, intercede entre las partes como mediador. Por ejemplo, Qatar ofició en 2006 para mediar entre las facciones palestinas, en 2007 para interceder entre el Gobierno de Yemen y los houtíes, en 2008 para mediar entre las facciones libanesas, en 2009 para sentar a negociar a las partes de la guerra civil sudanesa, y en 2010 para inmiscuirse en la disputa territorial entre Yibuti y Eritrea. Se sabe incluso que pese a no reconocerlo formalmente, Qatar tiene un vínculo comercial con Israel, dado el interés particular del primero por adquirir productos de alta tecnología procedentes del segundo, y de entablar un canal secreto para eventuales negociaciones. Qatar ha oficiado también de mensajero entre Estados Unidos, los talibanes y Al Qaeda. Doha incluso agasajaba a los Assad y hacía tratos con Teherán hasta que las revueltas de 2011 forzaron sobre la capital un cambio de rumbo.

Sin embargo, cuando se habla de Qatar como mediador, debe decirse que no se trata de un socio exactamente honesto, pues al instante que por alguna razón se le cierran las puertas a los rincones secretos de los foros diplomáticos (o sea cuando sus recomendaciones se juzgan en base a su tamaño físico y no al de sus arcas), Doha desdobla su política exterior en una agenda que podría decirse populista, dirigida a ganar la admiración de grandes masas junto con el consentimiento del establecimiento religioso en el mundo árabe.

Los expertos discuten que el emirato reparte millones tanto a las agrupaciones islamistas como a los grupos yihadistas de la región. La red qatarí jugó un papel en aprovisionar y dar refugio a los rebeldes y militantes de Egipto, Libia, Siria y la franja de Gaza –medidas que gozan de cierto grado de popularidad entre las masas del mundo árabe que suscriben a los ideales islamistas. En lo que a poder blando concierne, Al Jazeera se ha encargado de vanagloriar aspectos de la tendencia islamista, indirectamente apelando a las audiencias a creer que la monarquía qatarí es una que está con el pueblo, lo que desde luego es un absurdo.

Empero esta maniobra le ha valido a Doha el fuerte reproche del resto de los países del Golfo, los cuales, a la luz de los eventos de los años recientes, ven con suma preocupación el auge de militantes antisistémicos que podrían volcarse en contra de sus casas reales, pudiendo mermar su legitimidad apelando a eslóganes religiosos populares.

En suma, al menos en las esferas de alta política, Qatar ha ganado reputación como la incubadora de emprendimientos yihadistas. Si usted tiene simpatías hacia un grupo islamista y quiere colaborar en la lucha, y si la causa es medidamente bien recibida entre contingentes considerables de la sociedad árabe, usted puede reunirse con un representante gubernamental encubierto en alguna oficina lujosa -por qué no en el lobby de un hotel ostentoso- y hacer su pitch – su discurso de ventas – y obtener una bondadosa contribución del fisco qatarí. El hecho de que las donaciones se suministren prácticamente en la informalidad, es decir sin el endorso oficial de un sello estatal, le permite a las autoridades qataríes minimizar el desenvolvimiento de su país en la colecta de fondos para la yihad. Esto implica que en este campo oscuro Doha no opera por intermedio de agentes oficiales, ciertamente más identificables y posibles blancos de sanciones por parte de la comunidad internacional. Doha opera sagazmente gracias a particulares y organismos no gubernamentales, lo que le permite el amparo de la negación plausible frente a las críticas externas.

Aun vistas las cosas desde la perspectiva qatarí con pragmatismo, el gran inconveniente de este modus operandi estriba en que simplemente no es posible monitorear a dónde van a parar los fondos, para quien realmente, y eventualmente para financiar qué. Qatar no tiene interés alguno en ver al Estado Islámico (ISIS) consagrarse, pero los analistas sospechan que es muy probable que parte del dinero, destinado por ejemplo al Frente Al Nursa, haya ido a parar al autoproclamado califato mesopotámico cuando el capítulo iraquí de Al Qaeda se ramificó en los tonos ultraviolentos que se atestiguan hoy en día.

En balance, la controvertida política exterior de Qatar dice mucho de las contradicciones domésticas de este pequeño y no obstante pudiente país. Por diestra se rige por cálculos geopolíticos, y busca adquirir prestigio como mediador indiscutido de Medio Oriente. Por siniestra, financia a los rebeldes y revolucionarios que en mejor sintonía están con las grandes audiencias, y que se ajustan medidamente a los postulados religiosos oficiales que dice preservar la monarquía. Lo cierto es que en todo caso Qatar es la gallina de los huevos de oro, y esa dicha le ha permitido al emirato cotizar hoy por hoy como uno de los actores más relevantes de la región. Por otra parte quedará por verse qué tan sustentable resulta esta política de “jugar con todos”. Mientras juega esta carta, Doha merma su propia mano financiando a los bandos que resultan más atractivos en términos de popularidad y que más utilidades dan entre las masas.

Por último me permito agregar que con tantas contradicciones en su accionar, es posible asentar que de no ser por sus activos líquidos, Qatar sería uno de los países más irrelevantes en la escena global. Mas siendo una mira de oro, imagínese usted la desazón y la indignación de Doha si de repente la FIFA es forzada a decidir cancelar el torneo deportivo más popular del mundo. Imagínese si luego de invertir en sobornos millonarios para orquestar la votación del anfitrión del mundial 2022 todo se viene al desplome. Llegado el caso – si es que llega – a Qatar le quedará manifiesto que hay cosas que el dinero no puede comprar.

El precio del machismo en Medio Oriente y África del Norte

Ser mujer en África del Norte y Medio Oriente no es fácil. Abundan abusos contra su integridad, y la región tiene la tasa de participación femenina más baja en la población laboral mundial. Integrar a la mujer a la sociedad, y en igualdad de condiciones que los hombres, implica necesariamente romper con esquemas tradicionales que la sitúan como rehén del círculo íntimo o familiar. Si bien hay que reconocer que en ningún país las mujeres están del todo exentas a tales infortunios, tomados en conjunto los países con mayoría musulmana tienen lejos el peor récord de igualdad entre sexos.

El hecho conocido de que en Arabia Saudita las mujeres no pueden conducir es el menor de los males. Lo grave es que el sexo femenino en muchas partes tiene vetado tener amigos de género masculino. La mujer no puede subirse a un automóvil o caminar acompañada de un hombre que no sea su hermano, esposo o padre. Por ello, si usted es mujer, mejor salga bien cubierta y siempre acompañada por un familiar cercano a quien usted pueda obedecer.

En algunos países las niñas y adolescentes son generalmente obligadas por sus familias a casarse. Esto es especialmente cierto en las zonas periféricas más alejadas de las zonas cosmopolitas contiguas al Mediterráneo. Se estima que en África del Norte y Medio Oriente una de cada cinco chicas es casada antes de los 18 años. Para ilustrar el caso con algunos ejemplos, en Irán el matrimonio es legal a partir de los 13 años, en Yemen a partir de los 15, y en Egipto, si bien la mujer no puede legalmente casarse antes de los 18, durante la gestión de Mohamed Morsi se intentó bajar la edad a los 13. De continuar esta tendencia, con 14.2 millones de niñas casándose todos los años antes de llegar a la madurez, para 2020 habrán en la región 140 millones de niñas casadas prematuramente. De este grupo, 50 millones tendrán menos de 15 años.

Suele acontecer que si la niña o mujer rechaza a su pretendiente, puede sufrir agresión física por faltarle el respeto al deseo de su padre o tutor. En lugares como Afganistán, Irán, Pakistán y Sudán si usted es mujer puede ser lapidada ante la presunción de adulterio. Si a usted le ha tocado nacer niña en esta parte del globo no será inocente hasta que se pruebe lo contrario; usted será culpable y punto. Si es violada, usted será la condenada. La considerarán axiomáticamente una malhechora de la moral por seducir al hombre que la atacó, y si tiene suerte el incidente no pasará a mayores instancias. Si dentro de todo es “afortunada” en la desdicha, su raptor será un familiar directo, y el asunto se quedará en secreto. Caso contrario, si quien la violó es un extraño, el patriarca de la casa podría casarla con el trasgresor para ahorrarle al núcleo familiar la deshonra de tener que lidiar con una mujer abusada. En algunos países predominantemente musulmanes se han registrado incluso casos en donde chicas y adolescentes, forzadas a casarse en semejantes ominosas condiciones, prefirieron el suicido antes que aceptar un destino de sumisión y humillación. Si usted no nació niño en uno de los países árabes del Golfo, olvídese de votar o presentar candidaturas. Allí a las chicas como Malala Yousafzai se las silencia.

En 2002, 15 chicas murieron en un incendio en una escuela de Arabia Saudita porque la policía “religiosa” (muttawa) evitó su rescate porque estas no estarían cubiertas con el velo exigido por la ley. En tal idiosincrasia, la deshonra aparenta ser peor calvario que la muerte. Por esta misma razón el goce sexual de la mujer es tabú, y es algo que en las sociedades triviales y ortodoxas se busca restringir culturalmente. Aunque la religión islámica no condona dicha práctica, el establecimiento religioso en donde la misma suele ser aplicada se muestra indiferente. Ergo, en África del Norte, para evitar la promiscuidad femenina, la mutilación genital o ablación de las mujeres es una práctica tradicional que dista de ser erradicada.

El problema de fondo

Si usted cree en la trascendencia que inspiran los Derechos Humanos, las garantías de la mujer no son algo relativo a contrastarse con la cultura o religión. Si usted sostiene esta posición, la cual tomo como propia, algunos intelectuales lo acusarán de orientalista o eurocentrista. Por mi parte les digo que así sea. En términos de principios rectores, creo que sobre la cuestión de la igualdad de género ya no debería haber debate. Para mostrar el asunto, contrario a lo que un respetado pensador islámico “moderado” sostuvo durante un debate para la televisión francesa en 2003, no debería haber un “moratorio” o discusión acerca de la legitimidad de la ablación sexual femenina. Debería ser prohibida y ya. Como la democracia, la doctrina ética de los Derechos Humanos representa la culminación del pensamiento liberal occidental. Llevadas a la práctica verídicamente, la democracia y los derechos humanos forman la institución “menos mala” para regir la convivencia entre las personas, y eventualmente terminar con el sexismo.

Por descontado una democracia difícilmente pueda ejecutarse como tal si no respeta a las mujeres, a las minorías o a los disidentes políticos. Por otro lado, no es casual que las mayores violaciones siempre se observan en los regímenes totalitarios. Democracia y Derechos Humanos son dos caras de la misma moneda. No obstante los relativistas culturales en algún punto tienen razón. No hay que perder de vista que estos principios liberales se desarrollaron históricamente en un contexto de perpetuo conflicto como el europeo, vasto en vicisitudes y protagonizado por recurrentes contradicciones.

La mayor parte del mundo islámico, sin embargo, no sufrió estas transformaciones. A pesar de los avances, por ejemplo en virtud de la Primavera Árabe que a la larga promete despertar una tendencia liberal en Egipto y el Magreb, lo cierto es que no se puede cambiar el zeitgeist y la idiosincrasia de toda una región de la noche a la mañana. En este sentido hay que tener presente la tendencia que muestra que cuanto más seculares sean los habitantes de un Estado (piénsese en Suecia o Dinamarca), mayor es la igualdad de oportunidades entre los géneros. Desde lo epistemológico, es precisamente el carácter arreligioso de los principios enarbolados por las Naciones Unidas lo que los hace universales. Antitéticamente, para una sociedad marcadamente religiosa que no ha hecho una separación completa entre lo público y lo privado, lo sagrado y lo profano, estos principios resultan anticuados. Así lo demostró, por ejemplo, la Organización para la Cooperación Islámica (OCI), que citó a sus miembros en 1990 en El Cairo para pronunciar su versión alternativa e islámica de los derechos humanos.

El mundo árabe sigue sumido en cierta medida en el pasado. Las tradiciones de África del Norte y Medio Oriente aquí brevemente presentadas no protegen a la mujer; y en la medida en que le quitan su libre albedrio, la oprimen. Existen rarísimos casos de personas que se autosometen a tales castigos, mas difícilmente podría ser asentado con plena seguridad que, al caso, la mayoría de las mujeres que llevan el burka (velo de cuerpo entero) son seres libres. En principio porque no podemos preguntarles. La organización estadounidense Freedom House opina que en el mundo árabe sólo el 2% de la prensa es libre; y aún busco enterarme de alguna mujer que haya sido acusada de infidelidad y haya sobrevivido sin recurrir al exilio en Occidente.

Con todos sus matices, el ejercicio de la moral occidental es la mejor garantía para las mujeres – porque simplemente es la menos mala, la que mejor funciona. El problema en África del Norte y Medio Oriente no es coyuntural a los Gobiernos de turno; es cultural y religioso. Idílicamente, sacar a la mujer de su sumisión debería ser un fin en sí mismo que no requiera por demás explicación. Pero esto no ocurre así. El machismo, además de constituir una barrera al desenvolvimiento de las mujeres, genera una enorme traba al progreso y desarrollo de las economías de dicha región. Lo que se requiere para destrabar el potencial de las naciones en vía de desarrollo no es – como algunos marxistas anticuados sugieren – “el fin del imperialismo”, sino lisa y llanamente la extensión de derechos a las mujeres. Véase que el sexismo no solo es un agravio espiritual, pero también económico. Allí quizás el incentivo para cambiar la situación.