El nuevo dilema de Erdogan

Hace dos meses escribía que Recep Tayyip Erdogan tenía un dilema por delante. Con su popularidad en un bajo histórico, en aquella oportunidad discutía que para imponerse en las elecciones anticipadas (y generales) del 1.º de noviembre el mandamás turco, en el poder desde hace más de una década, tenía que dar con un logro resonante en política exterior. Actuar o no actuar en Siria y en Irak: esa era la cuestión. Por ponerlo sucintamente, Ankara se opone al régimen de Bashar al-Asad, porque representa una gran fuente de inestabilidad regional y porque se supone el apéndice de Irán, al que Turquía quiere contrarrestar. Por otro lado, el Estado Islámico (ISIS) también representa un grave peligro, pero el Gobierno turco teme que una derrota yihadista signe una victoria kurda irreversible, poniendo a los kurdos un paso más cerca de su tan ansiada estatidad. En agosto este era el dilema de un Erdogan presionado doméstica e internacionalmente por su ambigüedad y su vacilación. Los analistas concedían al respecto que si el sultán turco quería asegurarse una mayoría parlamentaria en los comicios, necesitaba tomar una resolución contundente y, lo que es más difícil (considerando los riesgos), conseguir una victoria rápida que sea mediatizable y redituable en términos electorales.

Bien, ¿qué puede hacer el oficialismo turco, a poco más de una semana de las elecciones, para incrementar sus posibilidades? Independientemente de lo que pase en los próximos días, lo más probable es que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), capitaneado por Erdogan, se posicione como la primera fuerza política del país. El problema pasa, no obstante, por el hecho de que Erdogan no quiere verse obligado a formar una coalición para poder gobernar, pues hasta ahora nunca ha tenido que negociar o conciliarse con sus contrincantes políticos. Para peor, ya no puede intervenir en Siria ni aunque quisiera; y de momento difícilmente pueda actuar en Irak. Vladimir Putin le ha ganado de antemano, y le ha cortado a los turcos la posibilidad de interponerse, en detrimento del prestigio de Turquía como actor regional. Consecuentemente, podríamos decir que Erdogan se enfrenta ahora a un nuevo dilema: ¿cómo proyectar poder? ¿Apuntar sus cañones al escenario doméstico o al campo de batalla externo? Por lo pronto, la distinción entre uno y el otro parece haberse desvanecido del glosario político de los turcos. Y dispare a donde dispare, Erdogan arriesga con incendiar Turquía y sus alrededores. Continuar leyendo