Un tratado que impide avanzar

La idea del Ejecutivo nacional de hacer un acuerdo con el entonces presidente iraní Mahmud Ahmadinejad (un negador del Holocausto), con la supuesta finalidad de aclarar el atentado terrorista contra la mutual judía AMIA, que dejó 86 personas muertas y familias argentinas destrozadas, no podía dejar de sorprender a cualquier observador. O era una genialidad diplomática que nadie normal alcanzaba a comprender o era una barbaridad para la reputación de la Argentina.

Aparentemente, el acuerdo se había gestado durante una reunión secreta de nuestro Canciller con iraníes en Siria, lo que abría espacio para cualquier hipótesis y para cualquier suspicacia. Los que estudiamos el texto del acuerdo y votamos en contra, notamos que contenía mecanismos para levantar las ordenes de captura internacional libradas contra jerarcas del régimen persa, acusados por la Justicia argentina de haber participado en la decisión del atentado, aparentemente efectuado por medio de sus relaciones con terroristas sirios y libaneses.

Un año después, Irán fracasó en su intento de lograr el levantamiento de las ordenes de captura internacional y no ratificó el acuerdo que, supuestamente, tenía por finalidad “demostrar la verdad de los hechos”. Curioso. Ante ello, la Presidenta reconoce la inutilidad de su camino por el mundo del espionaje internacional y los fines políticos poco claros y le pide a la oposición un camino superador.

El principal problema es que la investigación del crimen de lesa humanidad contra la AMIA no puede avanzar mientras exista el llamado Memorándum de Entendimiento, pues ningún país nos puede pasar información, cuando el acuerdo obliga a la Argentina a darle esa información al principal acusado: Irán. Así que hay que derogar el tratado para poder avanzar.

A partir de ahí, creo que hay que legislar para que los fiscales y jueces argentinos puedan actuar, ya sea con formalidades disminuidas en el exterior o con juzgamientos en ausencia de los responsables. Me parece que sería prudente, razonable y justo, que los políticos no pensemos primariamente en pelearnos entre nosotros, con acusaciones que terminan lastimándonos a todos, y optemos por el camino de la colaboración para un fin común superior, que es la reparación a la que son acreedoras las familias de las víctimas.

Como viví la entronización del Papa

Al alba hay que ponerse en marcha para ocupar los sitios que corresponden a la delegación argentina a la entronización del Papa Francisco. Las caravanas oficiales truenan y se deslizan por las calles cortadas, a toda velocidad. Entramos a la Plaza de San Pedro y un pasillo de policías y gentilhombres vaticanos nos conduce frente al altar ubicado en la explanada de la Basílica. Ocupamos la primera fila por la nacionalidad del Papa, que es la nuestra.

Bastante antes del comienzo de la ceremonia, la muchedumbre percibe un movimiento, se para y grita. Francisco hace su primer travesura e ingresa a la plaza en un vehículo descubierto, con el que circula por entre su gente. En algún lugar se baja a dar la mano a fieles que no olvidarán el hecho mientras vivan. Sube de nuevo y sigue saludando. Al pasar frente a nosotros, la sorpresa mezclada con emoción es tal, que nos quedamos paralizados, embobados. Lo fotografío de espaldas, cuando ya dejara tras de sí una sonrisa sorprendida y luminosa.

Se produce luego el desfile de importantes buscando sus sillas. Gentes de todos los rincones del mundo, muchas de ellas ataviadas con sus trajes típicos, especialmente los africanos y un destacado cacique norteamericano, con su sombrero de plumas cayendo a sus espaldas. Frente nuestro, se alinean, detrás de la presidenta argentina, los futuros reyes de Holanda, que la saludan, varios árabes con sus túnicas del desierto, los príncipes españoles, Angela Merkel y nuestro conocido el presidente europeo, Van Rompuy. También gente algo absurda, apostando su rango y relevancia social a zapatos sofisticados. Nobles vaticanos acomodan y son acomodados. Alguna chica de jeans y zapatillas demuestra el poco apego a las formas de muchos jóvenes. Una despampanante acompañante de un ignoto personaje, apenas puede caminar, porque sus zapatos de seda le quedan grandes. El embajador argentino en Roma, Torcuato Di Tella, a mi lado, hace sus comentarios mordaces de sociólogo educado en Oxford. Nuestra delegación se comporta con discreción, salvo por alguna foto de más o por alguna conversación telefónica en plena misa.

El ingreso del Papa es sobrio. La multiplicidad de razas identifica a una Iglesia mundial de aspecto vigoroso en los jóvenes que le dedican sus vidas.  Es enorme la prelevancia de gente blanca entre los religiosos. Los rezos en idiomas africanos, ruso o japonés, delimitan ese fenómeno. La misa cantada ocupa un gran espacio. Bajo la cabeza y rezo. Desfilan detrás de mis ojos cerrados cada uno de los miembros de mi familia, chicos y grandes, vivos y muertos, los enfermos por quienes me pidieron, los que quiero, mis adversarios políticos… Cada tanto sonrío callado.

Habla el Papa. El poder como servicio; sólo como servicio. La humildad y la condena de la soberbia, del odio y de la intolerancia. La importancia del respeto y de saber escuchar. El mandato de ser custodios de los demás, de la tierra, del amor. La decisión de privilegiar a los marginados, invirtiendo los términos, atendiendo a los más pobres, a los chicos, a los viejos, a los privados de su libertad. La austeridad severa; el Papa dando el ejemplo. Aquello no es complaciente. Es duro, certero, concluyente, imposible de obviar. Un padre amigo suyo presagia grandes cambios.

La felicidad personal embarga a quienes nos encontramos luego en abrazos. Caminamos como a un metro por sobre el suelo.  Los amigos del Papa, monseñor Eduardo García, el padre Guillermo Marcó y el rabino Sergio Bergman (quien habla de la concurrencia masiva de judíos a la ceremonia), nos contagian su alegría. Almuerzo con un Mauricio Macri emocionado y conmovido. El Papa le agradeció su visita y le recriminó no haberle llevado a Antonia, su hija de año y medio. Se olvidó de preguntarle cuándo nos visitará. Sólo atina a caminar agarrado fuerte de la mano de su mujer.

El Papa americano

La influencia de Francisco en el mundo convulsionado que nos toca vivir será formidable. Es un hombre espiritual y de fe; es el dueño de un intelecto relevante; es americano; es jesuita; es humilde; es severo; sabe escuchar; fue elegido primado de la Iglesia de su país; creo que es el primer papa elegido por sus pares que es ajeno al Mediterráneo y a Europa y el primero de su Orden. Es el primer Francisco. El santo de Asís era el santo de la naturaleza y el santo de la pobreza. Francisco Javier fue el gran evangelizador del África, India, China y Japón.

Siendo obispo de la Argentina, Francisco impulsó incansablemente la unidad y el trabajo común de católicos, judíos y musulmanes. Ello impactará seguramente en la paz mundial.

Sus condiciones personales también serán relevantes en la comunidad hispana de los Estados Unidos y en los católicos de ese país, en el que tendrá una influencia completamente inusual en un sudamericano y, por eso, extraordinariamente interesante.

El Papa debe caminar un sendero que lleve a ensanchar los brazos de la Iglesia, acercándola a los pueblos y acercando los pueblos hacia ella. Sabemos que en su apostolado no habrá espacio para la demagogia, pero no dudamos de que el Papa sabrá aprovechar la fuerza insuperable de la libertad de las personas y del amor. La fe no declinará, se fortalecerá la esperanza que consiste en esperar a Dios y hacer lo que él espera, será clara la búsqueda de trascendencia y de eternidad en el mensaje pastoral.

La alegría histórica no se empaña frente a acciones críticas muy chiquitas, de mera política, de mera circunstancia.