Una huella imborrable para Latinoamérica

Fernanda Gil Lozano

Denostado y alabado siempre en exceso, la figura de Hugo Chávez deja una huella imborrable en la historia latinoamericana del siglo XXI.

Pero como siempre ocurre con las figuras de gran trascendencia, es común dejarse llevar por el ícono más que por la personalidad histórica concreta. Gran antiimperialista y defensor de los desposeídos, gobernante autoritario y mesiánico son atributos más aplicables a una figura simbólica que a un ser humano.

Quizás su enfermedad y deceso, además de ser un hecho penoso que mueve a una sincera congoja, tenga como única virtud devolvernos su imagen real como ser humano. Chávez finalmente es alguien como nosotros.

Y si se trata del personaje histórico, es evidente que hubo un antes y un después de Chávez en la historia venezolana. Indudablemente un sistema político alejado de la población que naturalizaba episodios de marginalidad y pobreza extrema comenzaron a ser visualizados y reconocidos a partir de su ascenso a la presidencia. Más allá de las estadísticas, que muchas veces pueden manipularse, es evidente que los pobres de Venezuela adquirieron su carta de ciudadanía, comenzaron a ser partícipes de una forma u otra.

También es indudable que Venezuela pasó a ocupar un lugar de protagonismo en el contexto internacional.

¿Qué ocurría en Venezuela antes de Chávez? Una suerte de cogobierno de dos grandes partidos (Acción Democrática y COPEI [1]) que no sólo alternaban presidentes sino que compartían la administración del Estado. Esto tuvo origen en el “Acuerdo Punto Fijo” que se firmó luego de la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958. El “puntofijismo” y su falta de competencia política terminó por corromper al sistema político y al Estado. Por eso la bandera de la reforma constitucional que levantó Chávez tuvo tanta aceptación.

Pero también es cierto que esta nueva Venezuela no se vio libre de flagelos. El chavismo comenzó a generar sus propios privilegiados y el caso de Antonini Wilson que nos involucró fue uno de ellos. Asimismo, la división de la sociedad quizá hubiera sido un hecho evitable y muchas acciones intolerantes del chavismo, también.

Sin embargo, el futuro es incierto y esto es responsabilidad del chavismo. Los liderazgos carismáticos sufren enormemente la pérdida de su líder y las reelecciones indefinidas dificultan el surgimiento de nuevos dirigentes capaces de asumir las mismas responsabilidades y permitir que los procesos políticos puedan seguir avanzando con las imprescindibles modificaciones que todo curso vital conlleva.

Por otro lado, una política centrada en los acuerdos y no en la competencia corre el riesgo de alejar al sistema político de la sociedad y dejar de lado a muchos ciudadanos que sistema le debe soluciones insoslayables.


[1] Hubo un tercer partido, la Unión Republicana Democrática, que posteriormente perdió toda influencia.