Cambiar el rumbo de Brasil

Fernando H. Cardoso

Año nuevo, esperanzas de renovación. Pero ¿cómo? Sólo si cambiamos el rumbo, empezando por la visión del mundo que resurgirá de la crisis de 2007-2008. El gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), sin decirlo, le apostó todas sus fichas a la “declinación del Occidente”:

  • De la crisis surgiría una nueva situación de poder en la cual los países de BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el mundo árabe y lo que sería el antes llamado Tercer Mundo tendrían un papel destacado.
  • Europa, abatida, haría contrapunto a unos Estados Unidos menguantes.

No es eso lo que está sucediendo: los estadounidenses salieron adelante, después de cierta confusión para salvar su sistema financiero y ahogar al mundo en dólares, logrando además un fuerte arranque en la producción de energía barata. Y el mundo árabe, después de la primavera, sigue desgarrándose entre chiítas, sunnitas, militares, laicos, talibanes y lo que más haya. Rusia se convirtió en productora de materias primas.

Sólo China fue capaz de darle impulso a su economía. Probablemente los próximos decenios serán de ”coexistencia competitiva’’ entre los dos gigantes, Estados Unidos y China, con partes de Europa integradas en el sistema productivo estadounidense y con las potencias emergentes, como nosotros mismos, México, Sudáfrica y tantas otras, en busca de espacios de integración comercial y productiva para no perder relevancia.

Desde esa perspectiva, es obvio que la política exterior brasileña tendrá que cambiar de foco, abrirse al Pacífico, estrechar relaciones con Estados Unidos y Europa, establecer múltiples acuerdos comerciales, no temerle a la competencia y ayudar al país a prepararse para ella.

Brasil tendrá que volver a asumir su papel en América Latina, hoy disminuido por el bolivarianismo prevaleciente en algunos países y por la cuenca del Pacífico, con la cual debemos integrarnos, pues no puede ni debe ser vista como excluyente del Mercosur. No debemos de quedar aislados en nuestra propia región, vacilantes ante el bolivarianismo, abrazados a la irracionalidad de la política argentina –que ojalá se reduzca– y poco preparados para la embestida estadounidense en el Pacífico.

Para exportar más y dinamizar nuestra producción para el mercado interno, el énfasis que se hace en el consumo deberá de equilibrarse con una mayor atención en el aumento de la productividad, sin que se reduzcan los programas sociales y demás iniciativas de integración social. El fomento de la productividad, en este caso, no se limita al interior de las fábricas, sino que abarca a toda la economía y la sociedad. En la fábrica depende de las innovaciones y de la adaptación con las cadenas productivas globales, que son fuente de renovación.

En la economía depende de un audaz programa de ampliación y renovación de la infraestructura y, en la sociedad, de poner más atención a la capacitación de las personas (educación) y a sus condiciones de salud, de seguridad y de transporte. Por no decir que ya es tiempo de reducir los impuestos sin seleccionar sectores específicos y de abrir más la economía, sin temerle a la competencia.

Todo esto en un contexto de fortalecimiento de las instituciones y las prácticas democráticas y de redefinición de las relaciones entre el gobierno y la sociedad, entre el Estado y el mercado. Será necesario despolitizar las agencias reguladoras, fortalecerlas, estabilizar los marcos regulatorios, revigorizar y estimular las empresas público-privadas en las inversiones fundamentales.

En otros términos, hacer con competencia lo que el gobierno del PT paralizó en los últimos 10 años y que el actual gobierno de la presidenta Dilma Rousseff se ve obligado a hacer. Pero lo ha hecho en desorden, abusando del derecho de aprender por ensayo y error y dejando en el aire la impresión de amateurismo y la duda sobre la estabilidad de las reglas del juego. Con eso no se movilizan las inversiones en el sector privado a la escala y la velocidad necesarias para que el país dé el salto en materia de infraestructura y productividad.

Afectado todavía por el ADN antiprivatista y estatizante, el gobierno actual persiste en los errores cometidos en la definición del modelo de exploración del manto pre-salino. La imposición de que la compañía de petróleo Petrobras sea la única operadora y responda de por lo menos 30 % de la participación accionaria en cada consorcio, sumada al poder de veto que se le otorgó a la empresa Pré-Sal Petróleo S.A. (PPSA) en las decisiones de los comités operativos, ahuyenta a mayor número de interesados en las licitaciones del manto presalino, reduce el potencial de inversión en su exploración y disminuye los recursos que el Estado podría obtener con el elogiado régimen de asignaciones. Es ruinoso para Petrobras y pésimo para el país.

Además de insistir en errores palmarios, el actual gobierno hace contorsionismo verbal para negar que las concesiones son una modalidad de privatización. Es patético. También para negar la realidad se enreda en explicaciones sobre la inflación, que no está fuera de los objetivos sólo porque los precios públicos están reprimidos artificialmente; y sobre la solidez de las cuentas públicas – objeto de declaraciones y contabilidades oficiales a veces creativas no raras veces contradictorias y generalmente divorciadas de los hechos.

Tan necesario como recuperar el tiempo perdido y acelerar el paso en las obras de infraestructura será desarraigar de la maquinaria pública – y sobre todo en las empresas estatales (felizmente no todas han cedido a la furia partidista) – los nódulos de intereses privados y partidistas que dificultan la eficiencia y facilitan la corrupción.

No menos necesario será restablecer el sentido de servicio público en las áreas sociales, de la educación, la salud y la reforma agraria, evitando que sean usadas para fines electorales, partidistas o corporativistas. Sólo revalorizando la meritocracia y con obsesión por el cumplimiento de las metas, Brasil dará el salto que tiene que hacer en la calidad de los servicios públicos.

Con una carga tributaria que representa el 36 % del producto interno bruto, los recursos no faltan. Lo que falta es una cultura de planeación, de pago por desempeño y evaluación de resultados, sin ”mercadotecnismo’’. ¿O es que alguien cree que manteniendo el sistema de cooptación, de trampas generalizadas, de corrupción, de impreparación administrativa y de voluntarismo nos enfrentaremos con éxito al desafío?

Es necesario rediseñar la ruta del país. Dos terceras partes de los entrevistados en recientes encuestas electorales dicen desear cambios en el gobierno. Hay un grito suspendido en el aire, un sentimiento difuso pero que está presente. A la oposición le corresponde expresarlo y darle consecuencias políticas. Es la esperanza que tengo para 2014 y son mis votos para que el año sea bueno.