Entre Bachelet y el “pongui pongui”

Fernando Morales

Hace un tiempo, mientras aguardaba a ser atendido por un directivo de la Liga Marítima de Chile, observaba el paisaje imponente que rodea al coqueto edificio “Coraceros” ubicado en pleno centro neurálgico de la ciudad de Viña del Mar. Hacia el poniente el majestuoso océano Pacífico. que casi parece acariciar el pórtico de entrada; hacia el este, la majestuosa Cordillera de los Andes y la sobresaliente silueta del Aconcagua. Esa postal que retrataron mis ojos desde un piso 24, era lo último que me faltaba para terminar de comprender la casi mágica subsistencia del pueblo trasandino (según nuestra ubicación, al menos; para ellos los trasandinos somos nosotros…)

Imagine, amigo lector, desde qué punto de la Argentina, sin importar lo alto que éste fuere, podríamos divisar los límites este y oeste del país. Imposible, claro está. Pero en Chile, basta trepar unos metros por sobre el nivel del mar para tomar adecuada perspectiva de su extrema delgadez territorial. Por un lado, el muro rocoso infranqueable; por el otro. el impredecible beso marino, que año tras año se roba unos centímetros de costa y que de tanto en tanto rompe sus propios límites para robarse la vida, los sueños y los bienes de los inevitablemente ribereños pobladores.

Con climas duros en el sur y en norte, con una agricultura extremadamente ingeniosa para arrancarle nutrientes a la roca, una rica minería y mucho pero mucho espíritu de sacrificio, Chile nos exhibe con orgullo algunos indicadores de desarrollo que son dignos de admiración. Puede también dejarnos con la boca abierta en algunas otras cuestiones, entre ellas la gran madurez con la que el pueblo y los distintos gobiernos democráticos han dejado atrás los años oscuros de la dictadura y, como más allá de derechas e izquierdas, cuestiones básicas tales como el posicionamiento internacional, la inquebrantable voluntad de ver en el Pacífico más que un límite una oportunidad de negocios con todo Oriente y la astucia y pragmatismo con que los demócratas de hoy supieron mantener todo aquello que los tiranos de ayer habían hecho más o menos bien, les permitió avanzar a un excelente ritmo.

Hace pocos días atrás, el anterior Jefe de la Armada Chilena definió a su país como “un balcón al mar”. Dicho sea de paso, no pasó a retiro porque osara hablar en público, ni por haber posado en una foto con un dirigente opositor. Simplemente cumplió su mandato de cuatro años al frente de su fuerza y, tal como marca la ley, fue reemplazado por uno de los tres oficiales superiores que le seguían en antigüedad. Una elemental forma de despolitizar a las cúpulas militares. (igualito que acá ¿vio?). Pero el destino parece ensañarse con nuestros hermanos con una inusual frecuencia: cuando apenas comienzan a levantarse de un tsunami, les manda un terremoto y, con las heridas aún sangrando, les envía un devastador incendio en la populosa Valparaíso, uno de los principales focos económicos del país.

Como todos saben Chile es gobernado por una mujer; una mujer que ha demostrado ser una verdadera estadista. Hija de un militar asesinado por sus propios camaradas de armas. Una mujer de esas que sí la pasaron mal durante la ausencia de la democracia y tendría más que sobrados motivos para buscar “revancha” desde el poder que por segunda vez le otorgó el voto popular. Pero una vez más y ante la terrible tragedia que ahora azota a su país, la presidente Michelle Bachelet no dudó en poner la zona en emergencia bajo el absoluto control de la fuerzas armadas de su nación. ¿Supone tal vez esta actitud sucumbir bajo el despótico dominio de las botas castrenses? ¿Significa acaso, que la autoridad civil se declara rendida ante la emergencia y pide a hombres de una raza superior que por favor salven al pueblo? ¿Claudicó la seguramente también nacional y popular jefa de Estado a los mandatos de las corporaciones trasandinas, al establishment local o la presión de alguna superpotencia extranjera ubicada más bien al sur de Canadá?

No, no y una vez más no. Simplemente la Jefa de Estado y Comandante en Jefe de sus Fuerzas Armadas ha revindicado su natural mando sobre las mismas. Ella; la Jefa civil, diagramará la estrategia y sus subordinados de uniforme actuarán en el terreno táctico. Bajo el mando civil, pero con la experiencia, disciplina, equipos y entrenamiento que les son propios. La democracia no pierde ni se arrían sus banderas con esta actitud, sino todo lo contrario. Se verá fortalecida

Algún amigo lector afín a nuestro “modelo” podrá decir que ante las últimas inundaciones en la ciudad de La Plata, las FFAA del país también fueron puestas al servicio de la población. Y es verdad en parte. Pero fueron confinadas a una función periférica, eran los aguateros del equipo. Las primeras figuras, como no podría ser de otra manera, fueron los jóvenes de la “Cámpora”, de “Unidos y Organizados”, de “Kolina” y cualquier otro con ganas de lucir en su pecho un chaleco que revindique a la década inundada. Perdón… ganada

Un papel no menor jugó el ahora exiliado ex secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el que dando muestras de una capacidad ejecutiva increíble decretó el ya famoso “pongui pongui” millonario impuesto de facto. Prolijamente recaudado, al parecer hasta el presente no fue aplicado a solucionar ninguno de los problemas originados aquel 2 de abril de 2013. Por su parte, Bachelet viajó de inmediato a ponerse al frente de la situación, no tuvo tiempo de pasar por la casa de su madre para mostrarla como una víctima más de la catástrofe. Seguro a causa de alguna perversa razón, los medios chilenos no enfocan a los jóvenes que portando pecheras de la “ Allende” o alguna otra organización política oficialista. Si se vieron por doquier a decenas de socorristas, médicos, camilleros, bomberos y militares haciendo su trabajo, no haciendo política.

Puede llegar a imaginar, querido amigo lector, qué nos pasaría de este lado de Los Andes si sufriéramos una seguilla de catástrofes como las que vienen padeciendo nuestros vecinos. ¿Se imagina a algún miembro de nuestro eximio gabinete (excepto Berni seguramente) metiendo los pies en el barro o tendiendo la mano a una víctima? ¿No? Tranquilo, yo tampoco. Se ve que Dios tampoco lo imagina: tal vez por eso no nos castiga con adversidades extremas y, a la hora de balancear desventajas territoriales con talento y honestidad dirigencial, ubicó de un lado de la cordillera a Bachelet y del otro al “pongui pongui”.