El presidente procesado

Fernando Morales

Finalizado el Mundial y sin la copa en la mano, la sociedad argentina volvió a prestar atención en forma inmediata al resto de los torneos que día tras día la tienen también liderando los primeros puestos del ranking mundial: inflación, inseguridad, déficit educativo y de salud, y un largo etc. Pero ninguno de todos los anteriores nos ha de llevar a la cima del podio en forma tan espectacular como lo hará -en el campeonato mundial de la corrupción- la breve estancia del encartado Amado Boudou al frente del Poder Ejecutivo Nacional

Si tuvo usted tiempo, amigo lector, de ver por estos días emisiones de TV de afuera, la expectativa por la final futbolística hizo que muchos canales de los cinco continentes se refieran en forma reiterada a cuestiones relacionadas al lejano país sudamericano que, una vez más, enfrentaría a la prolija y ordenada Alemania. He visto y oído hablar de nuestro país con mayor o menor grado de detalle, con precisiones y con subjetividades propias de la visión que tienen de nosotros en distintas latitudes del orbe.

Si por una cuestión de calendario el cierre de la Copa Mundial se hubiera corrido un par de días, el mundo tendría una perla periodística que muy difícilmente podría ser asimilada o entendía con facilidad por las culturas germana, nipona o sajona; muy probablemente tampoco por las mexicana, chilena o uruguaya. Si bien, con sus más y sus menos, ninguna de las comunidades aludidas es ajena a hechos de corrupción que han sacudido en alguna que otra ocasión lo más profundo de sus cimientos institucionales, la delegación de la presidencia de la Nación a un funcionario procesado por la Justicia en una causa por sobornos y con firmes posibilidades de ser procesado en al menos otras dos, constituye un hito periodístico de amplio espectro digno de protagonizar tanto la pantalla de CNN y RTVE como de History Channel o Animal Planet

Podrá en este punto, amigo lector, tildarme de exagerado; unas horas de interinato seguramente no lleven al procesado a la obligación de producir actos protocolares o administrativos que comprometan de manera significativa el futuro de la patria o sus instituciones. Es muy probable que el encartado haya recibido directivas claras de no circular por los alfombrados pasillos del poder, no llamar, no preguntar, ni hacer nada que pueda exacerbar aún más sus “no positivas” relaciones con el resto del equipo gubernamental. Hay que evitarle incluso al jefe de la “devaluada” casa militar, la difícil tarea de –en caso de ingresar Boudou a Casa de Gobierno- ordenar la rendición de honores militares a un procesado; algo que se da de patadas con elementales normas de disciplina castrense. La tradicional fórmula de bienvenida “Buenos días señor Presidente; Casa de Gobierno sin novedad” sonaría casi a cargada; ya que precisamente la novedad sería que la cabeza del PEN se encuentre siendo ejercida por un individuo con varios expedientes abiertos en la justicia penal

Suelen -desde el kirchnerismo- comparar la situación del Jefe de gobierno de la Ciudad con la del vicepresidente; parecen olvidar dos cuestiones muy importantes. La primera es que uno al margen del título rimbombante del cargo, Macri no es más que un intendente municipal. La otra, y tal vez más importante, es que se suponía que esta gestión del FPV era más buena, más transparente y más patriota que todas las demás. En especial que la del alcalde porteño. Nos dijeron que venían a romper con la corrupción, que no dejarían sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, que no permitirían que se le siga robando al pueblo su ilusión y su futuro. (algo creo que dijeron también sobre no robarles su dinero; pero no estoy seguro)

Un vicepresidente es nada más ni nada menos que un “presidente suplente”. Aún imbuido del clima futbolero, me permito reflexionar sobre el excelente papel que jugó Romero en nuestra selección. No hizo falta poner en acción al arquero suplente; pero seguro que Orión o Andujar no eran ni mancos, ni rengos ni discapacitados visuales. Si Sabella los eligió sería porque podrían cumplir su rol con la misma idoneidad que el titular. Eran en suma, hombres de total confianza para el resto del equipo.

Hablando de confianza, me despido con una pregunta que suele hacerse a modo de test de honestidad simbólico -alguna vez se la habrán hecho seguramente: Usted, amigo lector, ¿le compraría un auto usado al vicepresidente Boudou? En este particular caso, la respuesta la tendrá tarde o temprano el juez federal Claudio Bonadio.