Animales de costumbre

Fernando Morales

Estimado amigo lector, ¿se dio cuenta de que el segundo procesamiento del Vicepresidente tuvo menos “glamour” que el primero? No tuvimos una emisión en cuasi cadena nacional para anunciarlo. Y si bien los distintos medios le dieron un lugar destacado en sus ediciones, la noticia fue más bien como la consumación de algo esperado por todos; para cuando lleguen el tercero y cuarto procesamientos la noticia tal vez aparezca en sociales o en la sección “servicios” de los principales medios.

Es que aquella vieja premisa de que “el hombre es un animal de costumbre” se aplica en forma inexorable a casi todos los campos de las relaciones humanas. La perra “Laika” asombró al mundo allá por noviembre de 1957 cuando orbitó la tierra como única tripulante de la nave soviética Sputnik; hoy asumimos como normal  que nos saquen fotos carnet desde la estratósfera y a nadie emociona que los humanos anden husmando por las callecitas del cosmos.

Atrévase por un instante, querido amigo, a efectuar un breve repaso de cosas que ayer nomás lo escandalizaban, sorprendían o simplemente le parecían imposibles y que hoy ya no lo son. Divorcio, matrimonio igualitario, elección de género con DNI incluido; ver al Papa o a una Reina (me refiero a Máxima, por favor no confundir) y asumir que transitaron las mismas calles que nosotros hasta hace muy poco tiempo. Todo absolutamente todo se termina asimilando, digiriendo y, hasta me atrevo a agregar, disolviendo en nuestro inconsciente a fuerza de acostumbrarnos a una determinada realidad.

Pero así como podríamos afirmar que esta capacidad innata para absorber lo novedoso e imprevisto al cabo de un lapso mayor o menor de tiempo puede ser altamente beneficiosa en muchas circunstancias e incluso nos puede resultar provechosa por aquello de “adaptarse al cambio” ya que “el cambio es permanente”, deberíamos ser muy cuidadosos a la hora de aceptar graciosamente lo absolutamente inaceptable e inadmisible por más veces que se repita en el transcurso de nuestras vidas.

Damos absolutamente por sentado y por probado (por ejemplo) que la salud pública es mala, que la ecuación entre el talento y el amor con el que los profesionales del arte de curar encaran su labor cotidiana y la total falta de medios e infraestructura, da por resultado un sistema altamente ineficiente.  SI un amigo o vecino nos comenta que fue víctima de un robo, secuestro virtual, real o express, nos limitaremos a confortarlo con la ya famosa frase “la sacaste barata, estás vivo” y nuestro amigo responderá “sí, la verdad me trataron bien”

No nos asombrará seguramente que nuestras tenencias de efectivo, confiadas al sistema bancario, una mañana se reduzcan, transformen o evaporen, por imperio de una medida económica tomada de apuro para protegernos de una nueva crisis. ¿A quién le mueve el “amperímetro” de la sorpresa la falta de energía eléctrica, agua o gas por largos periodos de tiempo? Se le corta el celular? Chocolate por la noticia; ¿su hijo no tuvo clases hoy? Bueno, lo novedoso sería que sí las hubiera tenido.

Y abreviando infinitamente la lista de aberraciones cotidianas que son parte de nuestro ADN, llegamos a la más cruel, salvaje e inadmisible para cualquier conglomerado humano y que da la mayor parte de las veces el pie necesario para la existencia de todas las demás, la madre de todas las malas costumbres: la corrupción, y dentro de ella, la más letal forma de presentación, la corrupción desmedida, descarada y despiadada.

Si pudiéramos vernos a nosotros mismos desde una perspectiva elevada nos descubriríamos comentando con total naturalidad los “prima fascie” delitos cometidos por la segunda autoridad del país; tal vez nos sorprenderíamos de nosotros mismos; hace pocos días pasó casi inadvertida la noticia de una intendente municipal que se donó tierras a sí misma. La ex secretaria de Medioambiente pagaba con fondos públicos hasta sus más íntimas compras privadas; las plantillas de empleados públicos de los poderes del Estado se recargan con nombramientos de familiares directos de nuestros representantes; muchos de nuestros  actuales funcionarios fueron siempre funcionarios públicos y no obstante ello, nos muestran orgullosos sus propiedades, hoteles, chacras, autos y motos; para que aplaudamos a su paso y los reconozcamos como “profesionales exitosos” (¿dónde escuche esa frase?).

Nos acostumbramos con alarmante preocupación a las mentiras reiteradas con descaro y terminamos aceptando como reales cosas que no sucedieron ni sucederán jamás. El sector al que pertenezco como profesional, fue uno de los primeros en caer víctima del relato, el modelo y los teólogos de la nueva Argentina. Por estos días se cumplen 10 años de uno de los anuncios más estridentes del ex presidente Néstor Kirchner, quien por decreto 1010/2004 estableció el renacimiento de la marina mercante nacional, ordenando inmediatamente que los ríos y mares del mundo se saturen de buques que hagan flamear en sus popas la gloriosa bandera nacional. Hoy, y para mi asombro, un colega (Enrique) festejaba los diez años de una brillante medida que simplemente jamás surtió efecto alguno. Casi diría que por el contrario la actividad marítima nacional se reduce día a día, pero así y todo muchos como Enrique creen que algo pasó y lo hacen con la más absoluta buena fe.

Ni usted, amigo lector, ni yo, ni nadie, puede hoy imaginar qué nueva sorpresa nos deparará un proceso político que está llevando a la Patria a la más profunda crisis de su historia en todos los aspectos (desde el ético y moral hasta el social y económico). Cada día un nuevo acto, un nuevo descubrimiento, una nueva invención o una nueva acción descontrolada sacudirán nuestras mentes y nuestros corazones; pero a poco de estremecernos allí estaremos asimilando el golpe y listos para recibir el próximo; el que sin dudas será más duro, más devastador y letal. Será cuestión, aunque resulte difícil y hasta antinatural, de comenzar a desarrollar anticuerpos que nos permitan conservar dos capacidades que por momentos parece que hemos perdido: la primera, la de no dejar nunca de asombrarnos aunque ese asombro lleve luego a la bronca e indignación  y la segunda y por sobre todo la de poder reaccionar a tiempo para que nunca más tengamos la tendencia a acostumbrarnos  a que siempre se puede estar un poco peor.