Ley antiterrorista nacional y popular

Fernando Morales

Una noche cualquiera de mi adolescencia, con el silencio habitual de esa noche cualquiera. Una ciudad adormecida entre sábanas, recuperando energías para la jornada por venir. Silencio, quietud, calles vacías, sueños en curso. Un ruido estremecedor, repentino e imprevisto. Gritos, sirenas, visibles rastros de sangre en las manos de quienes las tienden para ayudar.  También sangre, invisible, en las de aquellos jóvenes que en honor a vaya a saber uno que sublimes “ideales” rompían algunas noches no solo los sueños de la ciudad sino los de cientos de familias destrozadas por la bomba traicionera, la metralla fratricida, la muerte por la muerte misma y el despreciable empecinamiento en la revolución permanente. Eso creo recordar que era para mí generación el terrorismo

El guerrillero preso y desarmado; torturado y desaparecido. La embarazada cautiva a la que se le arranca de los brazos al hijo recién nacido, que es luego entregado a extraños para que crezca sin pasado, sin origen y sin raíces; constituyendo un delito aberrante ejecutado por un Estado que adquirió en la batalla los mismos males que se proponía erradicar. Eso también era terrorismo -y por cierto, de la peor especie.

Los relojes detenidos en las inertes muñecas de las 85 víctimas de la AMIA marcaron definitivamente a la hora 09:53 de aquel 18 de julio de 1994, como la correspondiente al mayor atentado criminal perpetrado en territorio argentino. Aquello también fue terrorismo, en su máxima expresión

Y las torres gemelas, la explosión en Atocha, los fundamentalismos asesinos escudados en cualquier exacerbación de una creencia religiosa, constituyen obviamente demenciales extremos de lo que el concierto mundial de las naciones reconoce como terrorismo

El terrorismo es definido por la RAE como la “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. Simple pero contundente.

Nuestro código penal contempló hasta 2007 un concepto bastante aproximado al pensamiento mundial en la materia disponiendo en su artículo 213 “quien tomare parte de una asociación ilícita cuyo propósito sea, mediante la comisión de delitos, aterrorizar a la población u obligar a un gobierno o una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo, siempre que ella reúna las siguientes características:

a) Tener un plan de acción destinado a la propagación del odio étnico, religioso o político;
b) Estar organizado en redes operativas internacionales;
c) Disponer de armas de guerra, explosivos, agentes químicos o bacteriológicos, o cualquier otro medio idóneo para poner en peligro la vida o la integridad de un número indeterminado de personas”

Luego el modelo que todo lo puede, sin pedir permiso a los padres de la lengua, agrupo bajo el término “terrorismo” a la trata de niños, la prostitución el fraude financiero y hasta la protesta social (si es una protesta social no conveniente claro está). Incluso a un periodista inquieto se le quiso aplicar como “correctivo” la particular ley antiterrorista nacional y popular.

Hace un par de días, en una nueva emisión del melodrama presidencial de entrega casi diaria que bien podría titularse “Sola contra el mundo”, fuimos informados que la quiebra de la imprenta Donnelley, constituye un terrible acto de terrorismo “puro y duro”.

Inútil sería intentar desde esta columna descubrir la verdad sobre el cierre del establecimiento gráfico. Pérdida de rentabilidad, alteración insalvable de los términos de la ecuación “costo beneficio”, hastío irreversible por los caprichos y entuertos administrativos, cepo y más cepo o también -porque no- la vieja y conocida maniobra de quiebra fraudulenta. Como sea, y sin ser expertos en derecho, parecería prima facie que el vocablo “terrorismo” no aplica para esta situación.

Sin bien la imagen de 400 operarios sin trabajo causa angustia, desde hace ya bastante tiempo, con mayor o menor repercusión mediática, imágenes similares son casi cotidianas: autopartistas, metalúrgicas, constructoras, frigoríficos, textiles y tantas otras actividades industriales y comerciales van cerrando sus puertas. Van bajando sus persianas y apagando su luces para no encenderlas nunca más. Por más proclamas lanzadas en el salón “Mujeres argentinas”, por más conciliaciones que se hagan en la cartera laboral y por más que esmere nuestra Gendarmería en despejar las autopistas. Normalmente el empresario (patriota o buitre) recurre al cierre de su emprendimiento no como primer recurso ante un sacudón, sino como última e irreversible decisión cuando aprecia que con cada amanecer su situación empeora respecto al día anterior

Desde aquel famoso “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo” hasta las desaforadas alocuciones nacionales y populares que incluyen amenazas de expropiación de la gestión empresarial, precios cuidados y tal vez (porque no) la creación de un “Guantánamo” a la criolla para albergar a estos nuevos y peligrosos “terroristas”, nuestros brillantes líderes parecen no entender que sea que se trate de una poderosa filial de una aún más poderosa multinacional hasta un almacén de barrio, la cosa funciona con un viejo precepto fenicio: “maximizar utilidades y minimizar pérdidas”. Me permito agregar (utilizando mi profesión universitaria y no mi condición de marino) que resultará muy beneficioso también que las ganancias obtenidas lícitamente puedan también lícitamente ser de libre disponibilidad.

No se apure en condenarme, amigo lector. También existe la función social de la empresa, el rol integrador del trabajo, los factores de la producción que aprendimos en el cole (naturaleza, trabajo y capital) y un montón de cosas más. Pero el empresario no es un predicador y aún a los predicadores, a los curas y a los pastores, a usted y a mí, no nos gusta perder dinero, es así de simple y sencillo. ¿Acaso usted alguna vez pensó que el descuento del supermercado en un determinado día de la semana se hace para que el dueño de la cadena duerma mejor esa noche sabiendo que hizo el bien al prójimo? Seguro que no, pero eso no es óbice para que -si tenemos tiempo- aprovechemos ese día para deambular con nuestro carrito entre las góndolas y eso no nos transforma en usureros.

Gritos, amenazas, aplaudidores que asienten con la cabeza ante cada palabra pronunciada desde el podio y se miran entre sí para efectuar un “control cruzado” de gestos aprobatorios, advertencias cantadas por la barra adolescente y mucha pero mucha cadena nacional, no solo no alcanzan para frenar la debacle nacional y popular sino que la agravan y nos precipitan cada día a un abismo más profundo del que será más difícil salir.

Alguna razón secreta deberá existir para preferir estos métodos a otros un tanto más “ortodoxos” que permitan a un empresario trabajar con el natural riesgo de “ganar o perder”, pero sin el temor de ser equiparado a un miembro de Al Qaeda. Con todos los controles, regulaciones y medidas que por otra parte impidan que se transforme en un Al Capone. Y que si llegara a transformarse en un émulo del capo mafioso, hagan que vaya preso igual que este, por evadir sus tributos para con el fisco

La imprenta Donnelley tal como la conocimos ya no existe. Sus trabajadores, aún inundados por la adrenalina que genera la situación, se han puesto al frente de la producción. Sabemos cómo termina la historia: los clientes elegirán empresas menos conflictivas para encargar sus trabajos, no habrá plan de inversión ni conducción estratégica del negocio y tal vez cuando menos lo recordemos, la mano salvadora del Estado anexará la planta a la cartilla del déficit público o –por qué no- algún vicepresidente ducho en estas cuestiones armará alguna “cosita” con un par de amigos y se la quedará.Total, si lo pescan dirá que fue fruto de la más pura casualidad.

Una vez más lo invito a jugar juntos, amigo lector. Le pregunto: si pudiéramos poner en una larga fila a nuestros principales dirigentes empresarios, en otra a nuestros gremialistas y en una tercera a nuestros gobernantes y -ya que hablamos de terrorismo- los miráramos fijamente a sus ojos por un buen rato, ¿qué fila piensa usted que nos daría más terror?