Instrucciones para sobrevivir al relato

Fernando Morales

Desde muy chico uso anteojos, así que no me asombra si alguna vez confundo una cara o no saludo a alguien que pasa lejos, simplemente porque no lo reconocí. Como contrapartida, siempre me jacté de mi buen oído… hasta que escuché el discurso presidencial durante el acto de cierre de la jornada de trabajo del consejo del salario en la que se fijó el nuevo mínimo, vital y móvil.

Le pido perdón, amigo lector, si mi otrora impecable sistema auditivo comenzó a jugarme en contra, pero creo que la Presidente dijo algo así como que en el hipotético caso que tuviéramos una inflación del 100% mensual, en once meces tendríamos una inflación acumulada del 1100%.

Antes de ser oficial de la marina, fui perito mercantil. Pasaron muchos años, claro, pero creo que recordar que el cálculo de la inflación acumulada no era lineal sino geométrico: si algo que vale diez aumenta un 100% pasa a 20 y si luego aumenta otro 100% pasa a 40 y luego a 80, y así sigue la rueda (el mismo concepto del interés compuesto). Pero repito, pasaron muchos años y tal vez sea yo el que se equivoca. Por algo no llegué a Presidente de la Nación.

También escuché a la máxima líder del país pedirle a los empresarios automotrices que no “encanuten los autos”. Una vez más me sorprendí. Siempre creí que los autos, sin llegar a ser productos perecederos como la carne o la leche, tenían fecha de vencimiento. Al menos la tenían para ser exhibidos en un salón de ventas como “último modelo”. Cuando hablamos de “encanutar”, ¿de cuántos autos y de por cuánto tiempo estamos hablando?

Empresarios y gremialistas escuchaban atentamente, impertérritos o más bien conscientes que no existe la menor posibilidad de corrección, opinión o gesto antirreglamentario. No están allí para eso, están allí para dar marco a la clase magistral del día, sonreír (por amor o espanto pero sonreír) aplaudir y  -de ser elegidos y “ungidos”- estrechar la mano de la jefe de Estado. Cumplido este ritual, abandonarán rápidamente el recinto que los cobijó con más dudas que certezas y con la esperanza que la cámara no los enfocará justo en el momento del asentimiento incondicional al relato, porque luego hay que explicar cosas que son muy difíciles de explicar.

Va resultando complicado ser original al intentar emitir un “reporte semanal” de la hoja de ruta nacional. Los problemas son los mismos cada día, la única diferencia es que empeoran de manera preocupante. La reacción frente a esos problemas por parte de las autoridades también es siempre la misma: negarlos, ignorarlos ,o en el mejor de los casos, culpar a enemigos siempre ocultos que recuerdan a los quijotescos “molinos de viento”. Lo único que guarda relación entre el relato y la realidad es la proporción lineal entre acción y reacción. Cuanto más se agrava la situación, más se empeña el Gobierno por negar o desconocer el agravamiento. Fieles a este criterio, si la recaudación por percepción del IVA aumento 35% en un año, nada de ese aumento tiene que ver con esa palabra inventada por la corpo, los buitres y el establishment llamada inflación. Mucho menos se puede sugerir que no es mayor porque al fenomenal aumento de precios se agrega una drástica caída del consumo interno. Decirlo no puede significar otra cosa que trabajar de meritorio en el juzgado de Mr. Thomas Griesa

Habitualmente, esta columna carga las tintas apuntando a las fallas o falencias en la gestión. Con mayor o menor severidad suelen llegar las “replicas” a lo aquí escrito. Pero debo ser honesto a la hora de reconocer que, más allá de algún enojo ministerial, jamás los mismos constituyeron ni remotamente algo parecido a una amenaza o he visto restringida en modo alguno mi interacción con los distintos organismos del Estado con los que en virtud de mi condición de marino estoy relacionado. Ahora, claro, no podría esperar de este Gobierno una designación política, ni una comisión al exterior ni tan solo una vacante para la portería de la Casa Rosada.

Entonces tal vez corresponda comenzar a reflexionar sobre en cuánto estamos dispuestos a alterar a la ecuación “costo beneficio” de nuestras empresas, cámaras, gremios, o simplemente de simples aspiraciones personales, a la hora de “ilustrar al soberano” o a los “príncipes del reino” sobre la cruda realidad de la situación. Cuantos enfáticos “No” estamos dispuestos a decir ante cada planteo descabellado, ilógico o impracticable que desde el poder suelen realizarnos. A cuántos contratos con el Estado estaremos dispuestos a renunciar, cuántas prebendas sectoriales resignaremos por ponernos firmes en nuestras convicciones, declamándolas en público con el mismo énfasis con que lo hacemos en reuniones de “camaradería”.

Hemos conseguido a fuerza de repetir fracasos , hacerles entender a los militares que, mientras vistan el uniforme y empuñen las armas de la patria, no tienen oportunidad alguna en forma corporativa de cuestionar a la política oficial. También es cierto que tampoco deben apoyarla tan enfáticamente que terminen poniendo las armas de la Nación al servicio de una facción política. Para al resto de los actores del cuerpo social este principio no aplica, El todopoderoso Berni no deja que un Gendarme o Prefecto nos expliquen un accidente vial o acuático, so pena de pase a retiro inmediato. Pero ni los ministros Kicillof o Giorgi darán de “baja” a un empresario ni Tomada hará hacer “salto de rana” a un gremialista por alzar la voz. Eso sí tal vez dejen de gozar de algunos placeres propios de quienes acarician las suaves mieles del poder

Muerta definitivamente y a Dios gracias la “asonada militar”, tal vez ha llegado el momento de asumir que en el largo camino que va desde la conveniente mansedumbre al boicot empresario, del contubernio político sindical a la huelga salvaje y desde la apatía al estallido social, hay un punto intermedio. Podemos comenzar a transitarlo lentamente, ensayando no sonreír ante cualquier disparate que se nos diga desde un atril oficial. Cometer la osadía de no aplaudir al final de cada frase del relato, dejando que el silencio sea la más contundente muestra de desaprobación y -contrariando al recordado Roberto Galán- comenzar besarse y abrazarse menos con los funcionarios que además de retarnos y darnos cátedra, van llevando el país hacía la destrucción total. Tal vez no cambien el rumbo pero al menos aminoren la velocidad.

Dirigentes y “dirigentas”: la cadena nacional de la felicidad, ahora en HD, tiene para ustedes un pequeño inconveniente. Los vemos, miramos sus gestos, sus adorables sonrisas y su maravillosa agilidad para saltar de sus butacas cuando el guion marca “aplausos de pie”. Si no son capaces de hacerlo, hágannos al menos un favor, no sigan ensayando frente al espejo y en la retaguardia lo que no son capaces de hacer cuando se perfuman y afeitan para sacarse una foto en el frente.