Piedra, papel, tijera

Fernando Morales

Fue la impronta humorística de Roberto Pettinato la que rescató del olvido a este antiquísimo juego en el que dos contendientes intentan imponerse el uno al otro doblegando el filo de la tijera con una piedra; neutralizando a ésta envolviéndola en un papel o cortando este último con la primera.

Un viejo profesor de la Escuela de Guerra Naval solía usar este juego para ironizar sobre la vida misma. Asimilaba el papel al poder de la legalidad o al arte de la diplomacia, imaginaba los cientos de hojas en los que se plasman desde la constitución nacional a convenios y tratados internacionales; mercados comunes y hasta acuerdos de paz. La piedra sin lugar a dudas era el símbolo de la guerra, de la destrucción y la barbarie. La tijera simbolizaba a la política; ya que esta podía con total facilidad destruir acuerdos, violar principios constitucionales, arrasar con la ley y llevar inexorablemente a una sociedad a tomar el camino de las piedras…

¿Se puso alguna vez a pensar, amigo lector, cómo funcionan en nuestra mente los mecanismos de capacidad de asombro y acostumbramiento? Le doy un ejemplo: un buen día nos despertamos observando azorados las imágenes de un señor vestido con ropas color anaranjado a punto de ser salvajemente decapitado a manos de un tenebroso personaje encapuchado; increíblemente, hoy esas escenas son tan habituales que ya no nos llama la atención tomar conocimiento de un nuevo y abominable hecho de este tipo. Los asesinos de ISIS ayer quemaron vivo a un militar jordano, tal vez para demostrarnos que siempre hay una vuelta de tuerca más para desplegar horror.

Como bien dijo nuestra Presidente en una de sus inefables cadenas nacionales de la buena onda y la irrealidad; toda esa brutalidad y sed de sangre no nos es propia y no debemos permitir que se instale en nuestra patria. Tal vez llega la tarde la señora presidente con su arenga; AMIA y Embajada de Israel son dos indicadores de que ya somos parte de ese horror. Así como durante los últimos diez años se ha permitido graciosamente que se instalen en nuestro suelo los más poderosos cárteles de la droga.

Pero para evitar las ya tradicionales “molestias y retos post columna” intentaré hacerle caso a la Comandante en jefe y hacer abstracción del espantoso mundo que rodea al paraíso argentino; ese paraíso que algunos perversos comunicadores nos quieren arruinar.

El asombro con que nos mira el mundo contrasta con el acostumbramiento con el que afrontamos nuestra realidad cotidiana; cada día un nuevo gesto. un nuevo acto o una nueva circunstancia dejan fuera de escala y reducidos a su mínima expresión los sucesos del día anterior. Por ahora el caso Nisman parece salirse de la regla. No nos acostumbramos a su muerte y menos aún a observar pasivamente las desesperadas maniobras gubernamentales para desviar el eje de nuestra atención o para presionar burdamente a la fiscal actuante; la que cada vez que enfrenta las cámaras se debate entre demostrar autoridad o implorar ayuda.

Hace un par de días el Jefe de Gabinete de ministros de la República Argentina dio el primer paso hacia el camino de las piedras; transformó sus propias manos en las tijeras de la política y en su acto de romper un diario, rompió además uno de los valores más sagrados de la democracia: la libertad de prensa. Llevó al plano de la realidad más pura y dura aquella metáfora de mi viejo profesor.

Este hecho no puede ni debe pasar a engrosar la lista de cosas a las que uno se acostumbra; podríamos decir que el desaforado gesto de quien ejerce uno de los más altos cargos de la administración central no puede compararse con la muerte de Nisman. Pero cuidado; eso solo lo podremos afirmar en el momento que sepamos cuando comenzó a morir el fiscal. Si su fallecimiento finalmente se relaciona con su labor plasmada en “papeles”, su muerte se ha debido -a no dudarlo- al accionar de una tijera política operada por manos por ahora “desconocidas”

La “tijera de Capitanich” es algo bastante más terrible que un arrebato circunstancial fruto de la impotencia que siente alguien que todos los días tiene que asumir la responsabilidad de ensayar explicaciones para lo inexplicable o defender lo indefendible. Esta reprochable actitud puede estar indicando el inicio de una ofensiva mucho más pesada en contra no solo de un medio de prensa de mayor o menor credibilidad. Puede ser el punto de partida de acciones más “severas” para intentar acallar por todos los medios disponibles cualquier voz que pretenda aportar algo de luz a la oscura realidad que nos toca atravesar

Los “papeles” cobran por estos días particular importancia. En papel plasmó Nisman su valiente denuncia. En papel real o virtual nos informan distintos medios sobre los detalles, contradicciones, marchas y contramarchas en torno a su escalofriante final. En papel están impresas nuestra Constitución, nuestras leyes y nuestra historia. Su oportuna lectura nos indica claramente como se violan a diario las dos primeras y como se mansilla a la última.

Ni Ud. ni yo querido amigo podemos manejar las “tijeras” del poder. Tampoco queremos volver a ver a la Patria envuelta en una lluvia de piedras con las que herirnos o matarnos los unos a los otros. Entre las “tijeras” y las “piedras” solo nos quedan los “papeles”, debemos cuidarlos, no nos podemos dar el lujo de permitir que nadie nos los rompa en nuestra propia cara y mucho menos a nuestras espaldas.

Del diario roto a la ley violada, a la Constitución quebrada, a la democracia avasallada, a la República perdida (una vez más) hay una distancia peligrosamente corta. Por ello hoy quería pedirle estimado amigo lector que no se resigne, que no se acostumbre, que levante su voz con fuerza para evitar que las tijeras del poder intenten cortar los sagrados papeles de la verdad, la ley y la democracia. Son nuestra última línea de defensa. No lo olvide por favor se lo pido.