Ella lo hizo

Fernando Morales

Un poco por mi profesión y mucho por intuición, a medida que avanzaba hacia el punto de encuentro, respondía con pesimismo a mis ocasionales interlocutores cuando estos me decían “Dios quiera que no llueva”.  La forma y el color de las nubes  indicaban otra cosa; llovería y muchísimo.

Podría ensayar una forma literaria para expresarle, querido amigo lector, qué era lo que se sentía en esas calles saturadas de gente. La emoción de ver a ancianos apoyados en bastones forzando a sus propios cuerpos a mantenerse erguidos cada vez que se entonaba el himno nacional; como retumbaba en las vidrieras de la Avenida de Mayo el grito unánime de cientos de miles de personas “nunca más”; o lo emotivo que fue el haber quedado por unos segundos cara a cara con la madre y las hijas del fiscal; pero si  usted fue a la marcha no hace falta que lo haga y si no fue le puedo asegurar que no tengo la capacidad para expresarle cabalmente lo que significo este 18F.

Las primeras gotas causaron la lógica reacción por acto reflejo; los ciudadanos marchantes intentaban guarecerse debajo de las marquesinas de los locales comerciales. De a poco como si fueran flores multicolor que se abrían de repente, el paisaje comenzó a poblarse de paraguas; minutos antes de las 1800 horas, el cielo descargó con fuerza lo peor del temporal. Algún esbirro despreciable del modelo nos decía desde Twitter “Néstor está haciendo pis”; pero para quienes allí estábamos la copiosa precipitación fue casi una bendición divina que le dio a la marcha un toque épico que la tornará inolvidable en nuestras mentes e imborrable en el ADN de la democracia.

El “agua bendita” nos acompañó durante toda la jornada a punto tal que aquellas “flores abiertas” pasaron a ser solo simbólicas; nuestras ropas y cuerpos se humedecían más y más y solo el calor del entusiasmo por estar allí mitigaba en parte la cada vez más baja sensación térmica corporal.

Una escena recurrente durante todo el acto, fue ser observador o participe de los abrazos que se prodigaban personas que se encontraban casualmente en el lugar. Movilizados por esta sed  de justicia, con ganas de poner  fin a la impunidad y de apoyo a quien verdaderamente dio  su vida por defender los intereses de la Patria, muchos “marchantes” se iban cruzando con conocidos, amigos o familiares; mi abrazo con un cronista, coincidió con el momento en el que me encontré con un general de nuestro ejército; minutos antes me había detenido a charlar con un almirante y un grupo de jóvenes oficiales de la Armada quisieron acercarse pero la marea humana les impidió “navegar” a mi encuentro.

Dos compañeros de colegio secundario, un vecino y un ex alumno completaron durante el 18F mi  ronda de encuentros casuales. Y es precisamente este hecho el que motiva el mensaje principal de mi corta columna de hoy-

Es más que lógico que yo detectara la presencia de hombres y mujeres de las fuerzas armadas por mi área de acción; pero en cada uno de los miles de abrazos, se encontraban médicos, abogados, arquitectos e ingenieros, también enfermeros, escribientes, albañiles y carpinteros.

La marcha nos igualó, el general con bermudas; caminaba empapado al igual que quien estaba a su lado que comentaba que había dejado su taxi cerca para volver a trabajar al terminar pero que el estado de sus ropas no se lo permitiría. Detrás de mí, una abogada que marchaba junto a una joven mujer le pedía que no olvidara tomar vista de un expediente judicial al día siguiente.

Todos y todas, con mucha convicción y sin armas de ninguna clase, sin vidrieras rotas, sin caras tapadas, sin odio; hermanados en la necesidad de hacer entender a quienes  han llegado a creer que son los dueños de la patria, que deben trabajar para el bien común, no para sus propios intereses.

Así marchamos, profesionales y obreros, militares y civiles, católicos, judíos y agnósticos; con carteras de marca y con paraguas rotos; con bebés en brazos y con bastones de apoyo; con el desparpajo propio de los adolescentes y con rostros cruzados por las arrugas de la vida. Todos y todas; una marcha inclusiva, una marcha que llevó a la práctica la tan mentada “transversalidad”, declamada por el modelo.  Tal vez el mayor mérito  de la Presidente fue haber logrado que nos una si no el amor, el espanto por el presente; el miedo por nuestro futuro y una profunda necesidad  expresarnos aunque más no sea con el silencio. Gracias Cristina por unirmos; de todo corazón:gracias.

Hablando del silencio; un periodista de una cadena televisiva española, le preguntó a una señora que marchaba a mi lado “¿por que habéis denominado a esta manifestación como marcha del silencio” la señora respondió; “ no hace falta hablar pues nuestra Presidente es sorda”-