Ay, patria mía…

Fernando Morales

Cada acto, cada ceremonia, cada encuentro con su pueblo ha de tener muy seguramente un sabor especial para la presidente Cristina Fernández. Ese sabor característico de la última vez. En el Congreso, al abrir las sesiones ordinarias, el aniversario de la Revolución de Mayo y ahora la reciente celebración del Día de la Bandera han agregado al tradicional tono épico de cada arenga el matiz melancólico de la despedida.

Ese “los quiero mucho” al cerrar su discurso del 20 de junio en Rosario parecía recordar el famoso “llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dicho por Juan Domingo Perón el 12 de junio de 1974. Salvando las obvias distancias tanto en el tipo de despedida como en la altura política del orador, claro está.

Es muy cierto que la Jefe de Estado viene manejando la recta final de poder con extraordinaria maestría. Se las ingenia en cada oportunidad para ser el centro indiscutido de la atención de propios y extraños. Todos esperaban un anuncio espectacular. Prolijamente, los súbditos dejaron obligaciones funcionales y personales para viajar a Rosario a compartir ese anuncio que no llegó.

Excepto, claro, que lo que el mundo K hubiera estado esperando, hubiera sido el anuncio del ascenso a general de brigada del extinto coronel Manuel Dorrego. No pareció muy feliz la ocasión, ya que Dorrego fue en su momento severamente castigado por el general San Martín por las mofas que le propinaba a menudo al mismísimo Belgrano, por su poca voz de mando y sus modales para nada castrenses.

Por cierto, no fue el único desaire que se le propinó a su prócer favorito este 20 de junio. Un poco por desidia del Ministro de Defensa y otro por la adolescente cobardía de algunos almirantes, los cadetes de la escuela que fundara Belgrano en 1799 y que hoy, si bien en forma caótica sigue bajo la órbita de la Armada, no participaron del acto. Curioso desprecio a un instituto naval cuyos alumnos se armaron en defensa de la patria dos veces contra el mismo enemigo, la primera en 1806 y la segunda en 1982. Pero… ¿a quién le podría importar semejante nimiedad?

Dentro del fárrago de palabras que nos prodiga la primera mandataria en cada alocución, sin solución de continuidad desfilan los derechos humanos, los fondos buitre, los perversos medios de comunicación, él, ella misma y los temas de siempre. En esta oportunidad al menos, la alcaldesa de Rosario Mónica Fein obtuvo la promesa presidencial de fondos para restaurar el monumento a la bandera.

El paneo que las cámaras brindaron sobre los asistentes al magno evento dejó al desnudo lo particular de la jornada. Mientras el gobernador Antonio Bonfatti reclamaba que se respetara la voluntad popular, aunque sea por mínima diferencia (tal vez deba tragar y digerir esas palabras en un par de días), Florencio Randazzo se esforzaba sin éxito por expresar cristiana resignación. Daniel Scioli, entre tanto , recibía “calurosos” saludos en su carácter de príncipe heredero, aunque la herencia le llega con un usufructo vitalicio a favor del oscuro Carlos Zannini.

Aviones, helicópteros, buses y autos particulares emprendieron raudamente la vuelta a casa para abocarse a la sublime tarea. Los comunes mortales nos desayunamos a primeras horas del domingo sobre cómo había quedado definido el campo de juego en el que se dirimirá el futuro de la patria.

Descaro oficialista y mediocridad opositora parecen signar nuestro destino. Nepotismo en las filas K, máximo líder indiscutido encabezará la lista a diputados nacionales por su provincia natal, pero lo hace también la esposa de Sergio Massa, la pareja de José Manuel de la Sota y tantos otros. Se nominan en varias intendencias a los hijos de los actuales mandatarios comunales e ilustres desconocidos acompañan a políticos de renombre como segundos al mando.

“Scioli no garantiza la continuidad del modelo”, dijeron hasta el cansancio desde ministros hasta conspicuos dirigentes de La Cámpora, pasando por Carta Abierta y 678. Ahora todos integran la lista de candidatos que lo llevan a la cabeza. Al mismo tiempo, las puertas del canal oficial se abren generosas para recibirlo.

Con mayor o menor énfasis, estos resquemores del pasado trocaron en amor fraterno en casi todos los frentes, junturas, concubinatos y demás entuertos preelectorales en el momento de ver qué jugada especulativa deja a unos mejor posicionados que a otros. Un peligroso juego de ajedrez en el que ya sabemos quién es la reina, quiénes son los alfiles y, sobre todo, quiénes son los peones…

Cuentan los que saben que en algún lugar del más allá los padres fundadores de la patria, de tanto ser nombrados, evocados y torpemente emulados, se reúnen cada tanto para ver desde otra perspectiva la marcha de la nación. Se sorprenden, según relatan, de la gran facilidad con la que se los ponen como ejemplo mientras se hace exactamente lo contrario a lo que ellos hicieron.

Así las cosas, mientras San Martín mira asombrado el desfile en honor, ya no de su persona, sino de su sable, Belgrano se pregunta por qué en el homenaje a su bandera la escena era dominada por una que no tenía los colores de la que él hizo aquel 27 de febrero de 1812. Tal vez al ver el estado de cosas que impera a 195 años de su muerte, su alma inmortal haya vuelto a repetir aquella corta y contundente frase que, aunque ahora niegue el revisionismo histórico, refleja magistralmente la hora actual…  “Ay, patria mía”.