Res non verba

Fernando Morales

Se dio cuenta, querido amigo lector, usted y yo compartimos el incomparable privilegio de vivir en un país tan maravilloso que no solo le ha aportado a la humanidad excelentes profesionales, deportistas y artistas; poseemos además el honor de integrar un ítem propio en la clasificación de los sistemas socioeconómicos internacionales (según un premio nobel de economía existen los países desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina).

Dos siglos de vida institucional nos han permitido también aportar al mundo elementos tan útiles como el alambre de púa, el bolígrafo y el colectivo. Y mejor no hablo de Diego Maradona y del papa porque no cabe en mi pecho el orgullo.

No nos hemos quedado atrás tampoco en el campo de la literatura. No hablo solamente de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, otras mentes menos conocidas pero igualmente brillantes han permitido al orbe incorporar reflexiones, frases y palabras de todo tipo y tenor que magistralmente definen y resumen situaciones extremadamente complejas. Asonada militar, convertibilidad, sensación de inseguridad, cacerolazo, cepo, corralito, dólar blue y hasta la inefable máxima democrática “todos y todas”. Sacamos a la luz también la transversalidad y al “empoderar”, también a los “piratas del asfalto” y los nacionales y populares motochorros.

Son verdaderas composiciones gramaticales magistrales. Lo invito a leer por separado cada una de ellas y a dar rienda suelta a su memoria para redescubrir lo que cada término ha significado en su vida y en la de nuestra bendita nación, la que supo ser “El granero del mundo”. Otra más, y van…

Envueltos como estamos en plena época preelectoral, el talento literario y artístico vernáculo parece no tener límites. Si sumamos todos los segundos de todas las consignas electorales de los distintos candidatos -con imágenes incluidas-, obtendríamos un hermoso largometraje que dejaría a Federico Fellini sin ninguna condecoración.

Construcciones poéticas tales como “La victoria es tu casa”, “Somos el último país del mundo”, “Una fórmula soñada”, “Votá con la cabeza y con el corazón” e incluso Votá con el bolsillo”, “Poné al mejor en la final”, “Unidos somos invencibles” y tantas otras, sumadas a imágenes tan emotivas como poco sinceras, que nos muestran a los distintos candidatos siempre cerca de un pobre o un viejito, viajando en colectivo o caminando por la calle como el común de los mortales, alzando a un chiquito (si es de tez morocha, mejor) o sentados en despachos atiborrados de libros que seguramente jamás leyeron, hablan más, que del ingenio de nuestros creativos publicitarios, de lo fácil que les resulta vendernos cualquier cosa.

Hemos dicho más de una vez que educación, salud, acción social, seguridad, defensa y justicia son los pilares básicos del quehacer del Estado. Luego, de acuerdo con las distintas concepciones políticas de quienes gobiernan, se agregará un mayor protagonismo estatal a la economía, los negocios, las empresas, la prensa y tantas otras cosas. Pero, ¿qué es lo que nos están ofreciendo los floridos discursos de campaña sobre cada una de estos aspectos de la gestión gubernamental? Muy, muy poco, más bien diría que nada.

Además, cuando intentan hacerlo, nos confunden. Daniel Scioli manda emisarios a distintos sectores empresarios con señales “claras” de que el rumbo ha de cambiar, que negociará con los acreedores, que buscará una mejor relación con el “imperio” y, aunque lo abraza a Raúl Castro, ahora tiene la excusa de que el compañero Barack Obama también lo hace. El bailarín soñador Alberto Samid se permitió incluso decir en público que luego de asumir “Scioli para la victoria”, en 90 días La Cámpora sería solo un recuerdo.

Mauricio Macri, entre tanto, ya realizó su brutal reconversión, que abarca tanto a las empresas recuperadas como al Fútbol para todos, la asignación universal por hijo y la particular comparación con Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa que le regaló su asesor electoral Durán Barba, sin consultar seguramente con la profe budista que también lo asesora.

Sergio Massa, por su parte, se hace un festín con las incongruencias discursivas de ambos, aunque parece olvidar su declamado amor de otrora por la gestión de la actual Presidente y que los dislates oratorios de sus rivales no le alcanzan para llegar a la gran final.

Más derechosos o izquierdistas, a los candidatos principales se suma una catarata de otros aspirantes testimoniales, muchos de los cuales tienen en la publicidad de campaña su primera, única y última oportunidad de hacer su rostro visible ante la sociedad. Resulta particularmente curioso cómo los unos, los otros y estos últimos intentan vendernos, sin inmutarse, a sus respectivos candidatos a ocupar las bancas del Parlasur. Ese extraño foro regional que abrirá sus puertas dentro de cuatro años, pero para el cual estamos eligiendo ahora a 40 miembros que a partir del 11 de diciembre cobrarán un salario mensual muchas veces superior al que cobran en un año todos esos obreros, viejitos, señoras amas de casa y padres de nenitos con la cara sucia que tan amorosamente vimos ser besados, abrazados y mimados durante la campaña. Muchos ofrecen una boleta “corta”, sin candidatos a la presidencia o a las distintas gobernaciones, pero nadie se quiere quedar fuera de unas merecidas vacaciones pagas en la rambla de Carrasco y encima en dólares.

Y si, con mayor o menor cantidad de matices, hasta aquí le he resumido algo que más o menos usted ya sabía, me permito preguntarle y preguntarme qué es lo que estamos dispuestos a hacer al respecto. ¿Nos conformaremos bajando el volumen del televisor cada vez que vemos venir el spot de campaña? ¿O deberíamos levantar al máximo el volumen de nuestra propia voz para reclamar y exigir que se nos den explicaciones concretas ahora que necesitan de nosotros?

Nos llaman por teléfono a cualquier hora con impertinentes pretensiones encuestadoras, llenan nuestras casillas de mail y los buzones de nuestras puertas contándonos lo maravillosos que son, nos piden nuestra confianza ciega y ni siquiera se toman el trabajo de darnos una mísera explicación coherente y realizable de qué harán en forma concreta con cada una de las principales fuentes de preocupación de cada uno de nosotros.

Tal vez con cierta dosis de razón, pueda usted preguntarme: “¿Y qué podemos hacer?”. Modestamente, creo que mucho: respondiendo a cada encuestador que pregunta con nuestras propias necesidades de respuesta, a cada mail con mucho diseño y poco contenido con nuestras ganas de saber qué harán, a cada posteo que invade las redes sociales con nuestro propio pensamiento. Y si tenemos la suerte de toparnos con un candidato que -cámara mediante- se acerque radiante a estrechar nuestra mano, respondamos a cada promesa con una pregunta. Eso sí, luego no espere verse en la televisión. Lo que pretenden de nosotros es nuestra sonrisa sumisa y nuestro voto obediente, no mucho más que eso. Está en cada uno de nosotros hacer algo al respecto.