Ejemplo de convivencia para aspirantes al gobierno

Fernando Morales

Hace poco más de una semana, mientras me “calzaba” mi uniforme naval para oficiar de moderador de un seminario de intereses marítimos en el auditorio del Congreso Nacional, un sentimiento de profundo temor cruzó por mi mente. ¿Estaba seguro de lo que iba a hacer? Una decena de gremios movilizados, en su mayoría enrolados en la CGT opositora al Gobierno, estarían atentos dentro y fuera del recinto a las palabras que pronunciarían otros gremialistas, empresarios, marinos y, como broche de oro, el secretario de la Comisión de Intereses Marítimos de la Cámara de Diputados, Gustavo Martínez Campos (Frente para la Victoria, Chaco), que presentaría dos leyes que, de aprobarse, incidirán de manera superlativa en la actividad marítima y en la industria naval de la Nación.

Llegar al Congreso no fue fácil, cientos de trabajadores del sector marítimo con bombos, banderas y petardos ofrecían el típico paisaje de las movilizaciones gremiales. Una vez dentro del auditorio, el paisaje no era menos pintoresco: Ingenieros navales se mezclaban con hombres luciendo las pecheras verdes de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), empresarios con pinta de serlo charlaban amistosamente con legisladores y muchos colegas de la Armada Argentina, más precavidos que yo, vestidos de civil, compartían la previa totalmente distendidos.

Y déjeme contarle, querido amigo lector, que me tocó conducir tres maravillosas horas de convivencia amistosa, amable, civilizada y alegre entre gente que no piensa de la misma manera, pero que se unió en torno a una idea que simplemente les insinúa un futuro mejor.

Sentados a mi lado, dos legisladores oficialistas celebraron el saludo de adhesión que leí y que había sido enviado por una diputada del PRO. Luego, sin dejar de reconocer lo mal que estamos, se esbozaron los pasos necesarios para poder estar mejor. Lo hicieron profesionales embanderados en ideas liberales, progresistas y conservadoras, con sus matices y sus divergencias, con vehemencia y entusiasmo, pero con una mirada común a la hora de manifestar su certeza sobre que solo estando unidos se podrá salir adelante. El talento está, solo faltan las herramientas necesarias para lograr el objetivo.

De más está decir que no hubo insultos, no se rompió ningún vidrio, nadie se empujó con nadie a pesar de haber poco espacio para albergar a tanta gente y al final de la jornada empresarios, militares, gremialistas y profesionales salieron por la misma puerta, charlando tan amistosamente como al ingresar al salón.

Esto que le acabo de narrar no ocurrió en Suiza ni en Canadá, fue en esta convulsionada Argentina de agosto de 2015. La misma en la que un dirigente provincial tilda de “villerito europeizado” a un ídolo deportivo que dijo algo que no resultó, para el oído gobernante, políticamente correcto.

Aquella mañana, en el Congreso Nacional por alguna mágica razón se habló y debatió sobre problemas actuales y soluciones futuras para una porción de la patria, sin endiosar a Él a Ella, sin denostarlos tampoco, sin hablar de la década ganada ni del oprobio menemista, ni de la dictadura, ni de Juana Azurduy. Simplemente de problemas actuales y soluciones futuras.

Una gota de agua fresca en medio del barro de la sucia política que parece haberse adueñado de la escena nacional. Kirchneristas, massistas y macritas fueron capaces de superar a sus respectivos mentores, tal vez entendiendo que por el camino que vamos no llegamos a ningún lado.

Tucumán resume lo peor, lo más nefasto y terrible de la situación por la que atraviesa Argentina. ¿Quién duda acerca de la existencia de prácticas caudillistas en el interior del país? ¿Realmente nos asombra enterarnos de que se reparten limosnas horas antes de una votación? ¿Nos queda alguna duda de que el primitivo sistema electoral que seguimos utilizando es fácilmente vulnerable?

Urnas llenas de votos antes de iniciarse el acto electoral, urnas en las que hay más votos que votantes, urnas quemadas por temor a que al abrirlas arrojaran un resultado no deseado, corridas y tiros dentro y fuera de los colegios devenidos en centros de votación, y una larguísima lista de “percances propios de la cultura del lugar” (así definió los sucesos una autoridad provincial).

Luego del caos y del fraude expuesto con total descaro y crudeza, la reacción del pueblo, la marcha, la protesta, la represión por parte del poder, que no admite que tal vez pueda dejar de serlo, y lo que ya sabemos, la frustración, la bronca y la inevitable resignación ante el hecho consumado. Entre medio de cada estado de ánimo, políticos de uno y otro lado describiendo realidades opuestas y tratando de interpretar la voluntad popular.

Fronteras afuera de la convulsionada provincia norteña, la cosa no está mejor. Es cada vez más evidente que vamos a la deriva, literalmente a la deriva. El capitán del barco muestra claramente su fastidio hacia cualquiera de los tres candidatos a tomar el timón en diciembre. Parece empecinado en dejar el buque con proa a la colisión final antes de ceder el mando a su sucesor. Es espantosa la decisión, pero es más que evidente.

Los aspirantes a capitanear el país, por su parte, no parecen estar conscientes de lo que estamos esperando de ellos, al menos alguna señal concreta del rumbo que desearían tomar, un guiño, un gesto, algo. Pero, según pasan las horas, vamos perdiendo las esperanzas, no hay horizonte visible ni antes ni después del anhelado 10 de diciembre, solo millones de palabras vacías de contenido.

Contrastando mi humilde experiencia democrática antes narrada con la patética situación nacional en la que estamos envueltos, me permito imaginar qué pasaría si tal vez desde los estamentos inferiores de la política se comenzara a revertir esta cada vez más destructiva y letal confrontación de mezquindades personales. Es lógico, aunque repudiable, que quienes compiten por el único sillón presidencial se ocupen solo de llegar a la meta, pero por debajo de ellos muchos dirigentes deberán compartir bancas parlamentarias, organismos de auditoría y control, consejos asesores, cámaras y tantas otras instancias de poder. ¿No será hora de que sean ellos los encargados de mostrar a nuestros “líderes” que su liderazgo da miedo y espanto?

Tucumán es hoy una postal de lo que ya no queremos volver a ver. La popular Luna tucumana está hoy empañada por nubarrones de vergüenza y abuso de poder. Alguien dijo:  “La cuna de la independencia es hoy la tumba de la democracia”. Atentos, dirigentes, el pueblo espera algo de ustedes.