Latinoamérica y ella

Fernando Morales

SI viajar es un placer, hacerlo representando a la institución a la que uno pertenece es más bien un orgullo. Los foros internacionales tienen una mística muy especial que se ve coronada cuando al ocupar el sitial asignado, la bandera de la patria nos cuida las espaldas.

Entre el 19 y el 23 de octubre, la Armada de Brasil fue anfitriona en varias de sus sedes de la XIX Cumbre Anual de la Federación Internacional de Ligas y Asociaciones Marítimas y Navales (Fidalmar), una organización internacional que reúne a instituciones navales de América y Europa, y que en la práctica sirve para que las marinas de guerra, mercante y la industria naval del anfitrión expongan ante sus pares visitantes sus potencialidades y sus proyectos en curso.

En esta ocasión, fueron sobresalientes las exposiciones de Brasil sobre su plan de construcciones navales, la fuerte actividad industrial relacionada con las actividades petroleras en alta mar y su plan de submarinos nucleares.

Perú mostró con orgullo su pronta puesta en servicio del buque escuela Unión, una promesa cumplida por parte del poder político a los militares locales.

La Argentina cosechó aplausos en el aula magna de la Escuela de Guerra Naval carioca cuando el capitán argentino Julio González Insfrán describió magistralmente la posibilidad de transformar los enmarañados ríos que atraviesan longitudinalmente nuestro continente en una enorme vía hídrica que facilite la logística del transporte internacional y que sirva además como desarrollo de poblaciones ribereñas de al menos siete países de la región. Hace falta, claro está, algo que no siempre está disponible en la región: talento y voluntad política.

Pero además de la satisfacción personal por haber encabezado la delegación nacional, esta reunión con hermanos brasileros, peruanos, colombianos, dominicanos, chilenos y españoles, entre otros, me deja la profunda sensación de que nuestro “modelo nacional y popular” ha dañado no sólo cada estamento de la patria, sino que además ha resentido a un punto casi extremo la relación del país con vecinos cercanos y no tanto.

Tal vez, cuando le cuente lo que he de contarle, usted concluya que como mis interlocutores son mayoritariamente militares resulta lógico que un régimen populista no sea bien visto. Pero le puedo asegurar que pensando eso mismo intenté profundizar en las ramas civiles de cada delegación con idéntico resultado.

¿América no nos quiere o no la quiere?

Brasil no es un país que se caracterice precisamente por ser amigable con la lengua española. La televisión carioca no es la excepción y obviamente allí no llega ni TN ni la TV pública. Así que si uno quiere información sobre la actualidad nacional, debe ocuparse de procurársela.

Para mi sorpresa, cada mañana mis camaradas americanos inundaban el desayuno con las últimas novedades del proceso electoral argentino. Duchos manejadores de portales digitales de sus respectivos países, solía verme rodeado de avezados analistas políticos de la realidad nacional.

Invariablemente, detrás de cada comentario venía la inexorable sentencia: “Dios quiera que puedan tener un cambio”, “¡Cómo han soportado tanto!” o “Si siguen por ese camino, serán Venezuela en poco tiempo” y cosas por el estilo.

En otras circunstancias, uno debería cambiar de tema y marcarle a su interlocutor de la forma más elegante que pueda que no está dispuesto a discutir política nacional con extranjeros. Pero con ello uno sólo lograría no enterarse de lo que de todas maneras piensan de nosotros o de nuestra realidad en el exterior, y en el fondo eso no cambiará las cosas, simplemente nos ajustará más la venda en los ojos. Tal como ella quiere que la tengamos.

Ya en la tarea de indagar sobre los motivos de semejante fervor anti K, resulta fácil descubrir las molestias brasileñas o chilenas. El descontento carioca es tan grande que desde funcionarios públicos de medio nivel hasta el conserje del hotel el fastidio brota apenas se rompe la más mínima barrera protocolar.

Larga es la lista de desplantes, compromisos rotos, cambio de reglas de juego, marchas, contramarchas y detenciones en materias relacionadas con actividades comerciales, industriales, turísticas y obviamente militares. Un funcionario carioca me asestó un golpe mortal cuando al ofrecer mi tarjeta de crédito para pagar el almuerzo me dijo: “¿No te hará problemas tu país por gastar divisas al pagar mi comida?”. Sobrevino inevitablemente una larga enumeración de los perjuicios que nuestra actual política cambiaria le origina a los términos de intercambio bilateral.

Motivos bien diferentes son los que provocan el recelo peruano, pero básicamente lo errático e impredecible de nuestra política exterior y el ninguneo que perciben de parte de nuestras autoridades hacia cuestiones que para su país son importantes, fueron rigurosamente facturados. Entienden, por otra parte, que en sus problemas marítimos con Chile la neutralidad Argentina es más que justificable.

¿Cómo pedirles a los colombianos que no se sientan molestos por nuestro irracional encuadre con el régimen venezolano? Lo que para nosotros es casi una comedia es realmente para buena parte de Colombia una verdadera tragedia que no ha pasado a mayores sólo por el temple y la mesura de la clase política y la subordinación militar. Un oficial de la Infantería de Marina colombiana describió la situación en la frontera de ambos países como catastrófica. Argentina, en tanto, ve al régimen de Nicolás Maduro como la panacea de la región.

Qué decir de lo que sienten los españoles sobre un Gobierno que no sólo cambió la historia del descubrimiento de América transformando a Colón en una suerte de genocida, sino que además cambió el proceso de recuperación de YPF por una irrupción compulsiva en las oficinas de la empresa y el desalojo a empujones de funcionarios ibéricos que simplemente estaban cumpliendo el trabajo que su empresa les había encomendado. Tal vez, por el mal trato que a diario nos dispensan nuestras autoridades como ciudadanos, no nos damos cuenta de que para el resto del mundo los hombres y las mujeres de bien merecen tan buen trato como el que en nuestro país les brindamos a delincuentes, sean estos cuentapropistas, ministros o vicepresidentes.

A las 20 horas del 25 de octubre, el avión que me traía de regreso tocó pista en Ezeiza. Se encendieron los celulares, se comenzaron a recibir noticias. El avión se tiñó de fiesta: todos recibían datos más o menos parecidos y todos los comentaban sin poder creer la contundencia. Me encaminé hacia la escalerilla del avión (la empresa que me trajo de regreso está castigada y le restringen el uso de la manga) para saludar al comandante de la nave con un simple “Buenas noches”, me estrechó la mano y me dijo: “Felicidades”. Nunca sabré por qué me lo dijo, aunque obviamente lo imagino.