El pequeño gran cambio

Fernando Morales

Y finalmente pasó lo que muchos imaginamos que pasaría. El hastío, el modelo, el relato, los modos poco republicanos y algunas otras cosas terminaron rebalsando el vaso de la paciencia ciudadana y dijimos “Basta”.

Para la anécdota quedarán muchas de las contingencias de la campaña y del proceso eleccionario. Si el giro temperamental de Daniel Scioli le jugó en contra, si la Presidente saliente quería en realidad que la oposición ganara, si la diferencia fue más grande pero en el Correo pasó algo, son todas cosas del pasado. El país arrancó el lunes 23 con una sensación de aire fresco. No hubo festejos excesivos, ni tristezas extremas. Algún petardo bullanguero en el Obelisco y alguna lágrima honesta de militantes derrotados, que en muchos casos lloraron por convicción y no por perder sus cargos.

Distinta es la situación en oficinas ministeriales, despachos de funcionarios e incluso dependencias militares. Es increíble cómo ayer en las instalaciones oficiales que visité la trituradora de papeles estaba invariablemente trabajando a full. Uno se pregunta: si lo que rompen no es importante, ¿para qué lo imprimieron? Y si lo fuera, ¿por qué lo destruyen?

Como en cada recambio de funcionarios, los cortes no pueden realizarse en forma abrupta. La nueva gestión no sólo hereda lo bueno y lo malo del anterior Gobierno, sino que incluso debe concluir miles de cosas que seguramente jamás hubiera encarado. En mi ámbito de acción le tocará al nuevo ministro de Defensa iniciar una campaña antártica tardía, sin el rompehielos Almirante Irizar en servicio. Por otra parte, si continúan los retrasos por averías y contratiempos, deberá prestar su cara para recibir en el apostadero naval Buenos Aires a los cuatro trastos viejos pomposamente denominados ahora “Avisos”, pero que no son más que vetustos barcos de apoyo a plataformas petroleras ya en desuso por obsoletos. Uno de ellos ya tuvo su primera avería en máquinas, lo que retrasó la llegada y le impidió a Ella recibirlos con honores militantes (no militares) antes de las elecciones.

Perdido definitivamente el incentivo electoral, es de suponer que no habrá en estos días que restan para el cambio de mando inauguraciones, arengas o convocatorias estrafalarias. La Argentina ya es otro país o, mejor dicho, es el mismo país, pero con esperanzas de volver a la normalidad institucional.

Nada de lo que acá podamos decir, estimado amigo lector, podrá sorprenderlo o será novedoso. Todo pasará como pasa siempre, existirán pases de facturas entre los perdedores. Algunos hombres y mujeres hasta hoy poderosos verán drásticamente finalizadas sus carreras políticas, perderán amigos, aliados y súbditos. Otros se reciclarán rápidamente y algunos pasarán a ocupar el nada desdeñable rol de opositores formales a la nueva gestión.

Por el lado de los que llegan, comenzó ya la interminable ronda de hombres y nombres; personajes influyentes que alardean de tener la precisa sobre quiénes van a ocupar desde grandes tronos a pequeños sillones en todos los estamentos del poder y que incluso interactúan con funcionarios de línea, augurándoles futuros dorados o negros en la nueva etapa.

Todo ello es parte del tradicional folclore de la transición y seguramente no es patrimonio exclusivo de nuestra patria.

No obstante y aun antes de ver en acción a los nuevos timoneles de la nación, desde avezados dirigentes civiles, empresarios y periodistas hasta el más común de los ciudadanos, nos estamos asombrando y deleitando con algunos gestos a los que, aunque parezca increíble, nos habíamos desacostumbrado.

El Presidente electo dio una conferencia de prensa —¡Guau!—, además contestó preguntas. No habló de su propia persona como centro del mundo, no dio cátedra de nada y no se peleó con nadie. Más tarde anunció que denunciará a Venezuela por su violación a la cláusula democrática del Mercosur.

Ya acaba la campaña, atiende a periodistas que lo requieren telefónicamente y sugiere seguir comercializando con China, pero quiere recomponer lazos con Chile, Brasil y tantos otros países con lo que inexplicablemente estamos en conflicto.

En unos meses, de acuerdo con el curso que tomen los acontecimientos, unos y otros estaremos apoyando, criticando o sugiriendo lo que consideramos mejor en cada caso. Habrá también detractores y defensores acérrimos, y es normal que así sea. Pero, si Dios quiere, habremos recuperado la racionalidad. Tendremos gente normal conduciéndonos.

Pedimos a gritos seguridad, justicia, salud y tranquilidad económica. Todo ello muy difícil. Pero imploramos también buen trato, cero arengas fanáticas y militancia sin agresión. A partir de hoy la patria ya cambió. Le decimos “adiós” para siempre (o al menos por unos cuantos años) a:

  • La soberbia de Ella y de tantos como Ella
  • La prepotencia de los Moreno, de los Axel y de las Dianas
  • La grosería de los Fernández
  • La obsecuencia desenfrenada de los Sabbatella
  • La impunidad de los Boudou, de los Jaime, de los De Vido
  • La vergüenza nacional de La Cámpora, de las Delfinas, de los Reposo
  • La Justicia injusta, cómplice o complaciente con el poder
  • Las Fuerzas Armadas sojuzgadas en lugar de subordinadas
  • La sinrazón, los caprichos, la eternidad de la jefe, la apropiación de unos pocos de lo que es de todos, las designaciones sin méritos, la escribanía parlamentaria, el robo descarado.

 

No es magia. Es la decisión de una sociedad que se cansó de tanto abuso. Curioso privilegio el del ingeniero Macri, aún no pisó la Casa Rosada y todo lo antes enumerado ya forma parte de los logros de su gestión.

No esperemos el nacimiento de un nuevo país. Hagamos fuerza para volver a ser el gran país que alguna vez fuimos. No lo hará ni un presidente nuevo, ni un gabinete entrante, ni una coalición en el poder. Lo haremos usted, yo y cada uno de nosotros, si realmente nos dan la posibilidad de ejercer nuestro liso y llano rol de ciudadanos. Hoy como nunca: ¡Viva la patria!