Desde la vereda de enfrente

Fernando Morales

Resulta curioso cómo un mismo espectáculo puede ser apreciado de manera tan diferente según el ángulo desde el que se lo mire. Unas diez o quince mil personas, prolijamente arriadas en micros, como ganado, como mercadería, como bienes de uso más que como seres pensantes, fueron conducidas hacia las puertas de los tribunales federales más emblemáticos del país para ser parte de un ariete de presión hacia un Poder Judicial que intenta simplemente sacudirse un letargo de más de una década y desentrañar tan sólo una parte del período más corrupto de la Argentina contemporánea.

Lo que debió ser simplemente la declaración indagatoria de una imputada, sospechada de cometer un delito contra el Estado nacional, mutó en un acto político de la más baja estofa; plagado de golpes burdos, chicanas trilladas y una efímera intención de demostrar un poder que ya es parte de la historia más que del futuro.

Es cierto que las imágenes pudieron generar cierta desazón en quienes anhelan una Argentina mejor, pero no lo es menos el considerar que sin el apoyo del Partido Justicialista estas manifestaciones no pasan de ser ruidosos actos testimoniales.

La vereda de enfrente. Es la que corresponde a la numeración impar de la avenida Comodoro Py y la que alberga a unos cuantos miles de hombres y mujeres, civiles y militares que trabajan en el edificio central de la Armada Argentina.

Estos argentinos fueron testigos del agolpamiento humano que se produjo justo frente a su lugar de trabajo. No han de traumarse seguramente por las mayores o las menores molestias que debieron sufrir para ingresar a sus labores cotidianas. Tal vez tampoco hayan sufrido en demasía por el particular párrafo que la ex mandataria hoy sospechosa en varias causas judiciales les dedicara cuando dijo algo así: “En las oficinas de enfrente se cobijan represores”. Ni tampoco cuando los cánticos (como siempre, dirigidos) comparaban al actual Presidente, electo por el 52% de los votos, con la dictadura.

Pero me atrevo a decirle, querido amigo lector, que cada uno de estos testigos privilegiados con los que intercambié opiniones sobre lo sucedido este 13 de abril tiene una lectura común: esta expresa una profunda preocupación por el método elegido por la ex Presidente para presionar a la Justicia y obtener impunidad ya no por contar con fueros, sino por generar miedo.

La democracia conquistada por la sociedad argentina está garantizada. Pero tal vez adolece de algunas enfermedades a las que conviene prestar atención, de la misma manera que atendemos nuestra propia salud. Hoy el Estado argentino delegó en un grupo de militantes uniformados la seguridad de una parte de la ciudad. Hoy se ejerció el derecho a veto a la circulación de personas a gusto y placer de vaya a saber uno qué personajes sin derecho alguno para hacer tal cosa. Hoy se agredió reiteradamente a una periodista, que además es mujer. ¿Será que la declamada igualdad de género hace que el elemental respeto que esa condición amerita ya no esté en vigencia?

Algún rezago judicial militante autorizó a que la sede judicial se embandere con pancartas en defensa de la imputada. Si somos todos iguales ante la ley y la conducta de los jueces sienta jurisprudencia, uno podría preguntarse: ¿A partir de ahora queda expedita la vía judicial para que los familiares y los amigos de estafadores, asesinos y violadores varios pongan carteles en defensa de los reos más diversos el día que les toca enfrentar a la Justicia?

Hoy no es un día alegre para la república, aunque sea un día importante para quienes deseamos que alguna vez los responsables de la mayor estafa institucional desde que se recuperó la democracia comiencen a pagar sus culpas. Hoy quien abusó del poder cuando lo tuvo se burló de las instituciones una vez más, pero ahora desde el llano. Hoy más que un gobierno, sucumbió ante la patota encubridora un Estado entero. Hoy tal vez por primera vez en la historia judicial moderna una imputada por un delito, lejos de retirarse con vergüenza, se subió a un palco para arengar a un grupo de ciudadanos que en muchos casos ni sabían lo que estaban haciendo en ese lugar.

Miles de voces profiriendo amenazas, otros miles mirando desde ventanales, una mujer agredida cobardemente, olor a choripán y banderas prolijamente distribuidas por una empresa de marketing. Ella, una vez más, exultante, descarada, impune. Una postal terrorífica que ya recorre el mundo y que lamentablemente implica un mensaje nefasto hacia un mundo que está con ganas de pensar que la patria había comenzado a cambiar. Y que justamente el cambio era algo más que una consigna partidaria. Dios nos ayude.

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