Amores que matan

Es muy cierto que frecuentemente la percepción de la realidad se ve alterada por nuestro propio estado de ánimo; situaciones delicadas se suavizan si nos ocurren en un contexto mayoritariamente favorable en lo personal, y problemas menores pueden agigantarse hasta el infinito si cuando acontecen estamos “mal parados” frente a la adversidad. Es así que analizar la “particular” realidad de nuestro país por estos días requiere, de quien efectúe ese análisis, una cuota de frialdad y abstracción no muy fáciles de conseguir. Como ejemplo me permito citar la definición que me dio hace pocos días, acerca de la relación con el poder político, una alta fuente militar: “estamos viviendo un idilio con el gobierno como hacía mucho que no se daba”. Sólo un par de días antes, camaradas de la misma fuerza aturdieron mis oídos con el desastre generalizado que aprecian en el manejo de la cuestión militar y de las fuerzas de seguridad. Citando como obvio y recurrente ejemplo la asignación de tareas no del todo claras en materia de seguridad interior.

Como solemos decir, los ciudadanos comunes (que venimos a ser todos, militares, civiles y -aunque ellos no lo crean- los políticos también) tienen cada mañana problemas tan variados y tan importantes que atender que no suelen contar con tiempo libre para detenerse a analizar aquellos temas que no impactan en su presente urgente. Nuevas preocupaciones afloran cada día y con más fuerza en todas y cada una de las áreas en las que el Estado tiene responsabilidad directa ya sea por acción u omisión. No sólo la inexistente defensa sino la educación, la salud, la seguridad, la política económica… y sigue la lista. Asumiendo entonces que todo lo que ocurre nos impacta más tarde o más temprano, en mayor o en menor medida e incluso aunque nos demos o no nos demos cuenta.

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