La última mentira de la década ganada

Si al menos por una vez la jefa de nuestro maltrecho Estado nacional fuera a cumplir la ley, el acto realizado en dependencias del pomposo Ministerio de Ciencia y Tecnología ha sido el último que legalmente haya encabezado antes de las próximas elecciones del 22 de noviembre. La norma sentencia que 15 días antes del comicio le queda vedado a quien detenta el poder publicitar actos de Gobierno que impliquen una solapada campaña electoral.

Esclarecida ya la población (por no decir avivada) de que los hospitales se inauguran sin camillas, equipos y médicos en su interior, que las obras faraónicas se bendicen una y otra vez sin que nunca lleguen a funcionar y que muchos emprendimientos tales como el tren bala o el polo cinematográfico se agotaron en simples maquetas y millonarios estudios de prefactibilidad, la arquitecta egipcia echó mano una vez más al misterioso mundo de la ciencia y la tecnología, con el convencimiento de que a la población en general se le hace muy difícil al día siguiente del anuncio constatar si esta vez hay algo más detrás del humo y la puesta en escena. Continuar leyendo

Mar de fondo

Tal vez por alguna extraña alineación planetaria, los últimos días han tenido a las distintas ramas de la actividad marítima del país como protagonistas de situaciones de lo más variadas. La catástrofe ambiental que mantiene en llamas a miles de hectáreas de bosques y la tragedia marina acaecida la semana anterior frente a las costas de Villa Gesell han movilizado a hombres y medios de nuestra Prefectura Naval, Marina Mercante y Armada para distintas tareas de socorro que exaltan una vez más lo mejor de nuestras distintas vertientes de hombres y mujeres de mar

Por otra parte y en otro plano, la política; el relato y el modelo se ocuparon casi simultáneamente de obligar a propios y extraños a anteponer el mal uso que se le da a recursos materiales y humanos; los que una y otra vez se ven envueltos en actividades que los alejan de su vocación y de sus aptitudes profesionales. Continuar leyendo

Si hubiera caído en el Atlántico Sur…

Como tantas otras veces, la catástrofe del avión de Malaysia Airlines se adueñó de las primeras planas de diarios y revistas, del aire de nuestras radios y de cientos de minutos de éter televisivo; fueron protagonizados por expertos marinos, pilotos civiles, de las fuerzas de seguridad y hasta oportunos vendedores de simuladores navales para intentar explicar al público espectador cómo se busca un avión siniestrado en la inmensidad del mar.

Tal como ha ocurrido en las últimas situaciones que han tenido al mar como protagonista -desde el último tsunami hasta la tragedia del Costa Concordia, pasando por el embargo de la Fragata Libertad-, el periodismo se lanza sobre distintos actores  principales o secundarios de la actividad naval vernácula, para intentar llevar a sus lectores, televidentes u oyentes, precisiones lo más aproximadas a la realidad de cada momento.  Descubren al mismo tiempo que, en algunos casos, la primera dificultad es qué preguntarle a quien se ha prestado al requerimiento periodístico ya que la cuestión marina es infinitamente más desconocida que cualquier actividad terrestre o incluso aérea.

En esta oportunidad , una vez que tomaron vida las versiones sobre el  descubrimiento de posibles restos náufragos en el poco apacible océano Indico, comenzó un largo raid de interrogatorios mediáticos del tipo:  ¿cómo se busca un avión en alta mar?, ¿qué es un caso “SAR”? ( siglas de la versión inglesa de la frase, “Salvamento y Rescate”), ¿puede un buque mercante ser apto para un rescate de este tipo? E incluso alguna risueña cuestión sobre si habría algún problema en enviar un buzo a 4000 mts de profundidad…..

Y cada uno de los entrevistados, invariablemente trata de hacer comprender con mayor o menor habilidad didáctica, las elementales pero desconocidas realidades de la actividad marítima y naval, los límites a la tarea, los protocolos que rigen la asistencia en alta mar y hasta con infinita paciencia lo que le pasaría a un ser humano si llegara a sumergirse en la profundidad marina más allá de algunas decenas de metros.

Hoy – con mucho sentido común- un camarada me hizo reflexionar sobre la única pregunta que ningún periodista realizó. Me atrevo a acotar; la única pregunta que afortunadamente ningún periodista realizó y que no obstante es más que obvia:  ¿qué hubiera pasado si la infortunada aeronave hubiera caído en el océano Atlántico Sudoccidental; porción de mar bajo control y responsabilidad de nuestro país a la hora de organizar y poner en práctica un protocolo de Salvamento y Rescate conforme a lo dispuesto por el organismo pertinente de las Naciones Unidas a partir de 1979?

La respuesta (o parte de ella al menos) nos debería llenar de orgullo como argentinos. Cientos de hombres y mujeres de nuestras Armada, Prefectura Naval y Marina Mercante, estarían dispuestos a poner todo su talento y profesionalismo para cumplir cada uno desde su rol específico con la sublime misión de proceder en salvaguarda de la vida humana en el mar.  La segunda parte de la respuesta prefiero decirla en voz bajita para que el mundo no se entere. Todos esos brillantes profesionales tropezarían desde el primer instante contra la cada vez más alarmante falta de medios técnicos para cumplir con su labor. Buques no aprestados para una rápida zarpada, elementos de localización obsoletos o inoperables, aviones vetustos y faltos de mantenimiento, lanchas rápidas de patrulla que hace años se prometen y que no han pasado del tablero de dibujo de quien las diseñó, una marina mercante destruida que ya no cuenta con buques de pabellón propio a los que echar mano sin necesidad de mendigarlos a alguna autoridad consular extranjera, y toda la larga lista de impedimentos que prefiero no agregar para que luego no se diga que lo mío es pura oposición.

Pero la intención de esta reflexión, es en parte responder a algunos amigos lectores o amigos personales, que muchas veces me preguntan  para qué quiere nuestro país tener por ejemplo una Armada moderna, bien equipada, con gente entrenada y buques que funcionen de verdad. Una de las respuestas se obtiene simplemente mirando un mapamundi e indagando un poco sobre cuál es la responsabilidad de nuestro país sobre unos cuantos millones de metros cuadrados de océano en los que el mundo confía que, de ocurrir algún percance, allí estaremos. ¿Estaremos?

El orgullo profesional de más de un camarada se va a sentir herido al leer esta afirmación, precisamente porque es ese orgullo el que suple con creces las elementales carencias de la Patria en la materia, siempre postergadas por otras no más importantes pero tal vez más urgentes cuestiones terrestres (que no son lo mismo que las urgencias terrenales de algunos dirigentes).

La reflexión viene a coincidir con días especialmente dolorosos para la Patria;  la mayoría de nuestra juventud aún no ha iniciado las clases, tal vez muchos de esos jóvenes al deambular sin horarios que cumplir por las calles, sean presa fácil del flagelo de la droga la que al parecer se ha adueñado de las principales ciudades del país; o pueden también transformarse en víctimas o instrumentos de la creciente ola delictiva que no respeta ni edad, ni sexo ni condición social.

Podría ocurrir también que queden atrapados en los cientos de conflictos sociales que conforman ya nuestro paisaje cotidiano y hasta tal vez de la simple furia ciudadana que día tras día nos hace más difícil la simple convivencia vecinal.

Uno debería pensar que nuestras máximas autoridades están al tanto de estas cuestiones, y que con un criterio propio de los grandes estadistas, se deban abocar a los conflictos docentes y sociales antes que a la problemática naval; el cálculo probabilístico indica que hay más posibilidades que ante una lluvia se nos inunde un barrio carenciado a que un avión caiga en nuestro mar.

Pero cuando uno ve que por cadena nacional se nos arenga con orgullo sobre nuestra condición de inventores mundiales del alfajor de tres capas, y se nos exhorta a comer con avidez las galletitas que nos regala en cada vuelo la aerolínea estatal económicamente más perdedora del mundo; necesariamente hay que preguntarse no sólo acerca de “en qué estamos” sino además acerca de “hacia dónde vamos”  y como por estos días los discursos oficiales vienen expresados un poco en castellano, un poco en inglés berreta y otro poco en lunfardo, al sólo efecto de que la ciudadanía toda los entienda mejor, sería bueno reflexionar sobre el eje de la temática presidencial de la última cadena nacional. Digamos al respecto que “Fantoche” viene a ser sinónimo de “persona muy presumida”. Pero también de “persona ridícula”.  Qué quiere que le diga, amigo lector. De seguir en este camino va a llegar el día en que el que el emblema nacional que mejor nos represente, en lugar del escudo será un simple alfajor.

La capitana de la política y los nubarrones mediáticos

Seguramente, amigo lector, coincidirá conmigo en reconocer una especial tentación de cualquier dirigente, sea cual fuera la actividad en la que ejerce su mando, a recurrir a las metáforas marinas para graficar los distintos avatares de su vida. No es menos cierto que la clase política hace un uso hasta casi abusivo de la dialéctica marinera.

Desde Evita Capitana, pasando por Cristina (capitana también), hasta aquellos famosos “Capitanes de la Industria” y una vieja campaña política que con compases musicales arengaba “si el barco del gobierno se va a pique, la solución es ‘Udelpa’ de Manrique”, son ejemplos más que suficientes para graficar el fenómeno. Para ser justos digamos que en el caso del difunto Paco Manrique, él sí era marino de verdad y tuvo la delicadeza de pedir la baja de la Armada para dedicarse a la política.

Continuar leyendo

Fito Paez, la Antártida y el Almirante Irizar: caprichitos muy caros

Si hay algo que – al menos en teoría- es impecable en la administración de los recursos del Estado, es el sistema de contrataciones públicas, llevado a su casi perfección entre 1990 y 2000, época de gran cantidad de obras públicas y de una no menor cifra de escándalos políticos, judiciales y administrativos en materia de compras estatales y recientemente retocado mediante el decreto 893/2012 (recomiendo su atenta lectura).

La creación del sistema denominado “Transparencia” al que se accede simplemente googleando ONC” (Oficina Nacional de Contrataciones) es tan simple de entender que a poco de navegar sus páginas cualquier novel aspirante a contratista descubre cuáles son las condiciones que debe cumplir si desea vender un lápiz al Estado nacional, ofrecer un recital en una fiesta para todos y todas o reparar un rompehielos.

No es por cierto imposible trabajar legalmente para el Estado; inscribirse como proveedor, elegir el rubro o rubros en los que se ofrecen servicios, presentar balances, antecedentes y fundamentalmente demostrar cada cuatro meses mediante un certificado fiscal emitido por la AFIP que no se tiene deuda fiscal son las premisas básicas que, si no se cumplen (junto a otras ), deberían indicarle al aspirante a contratista que es mejor abstenerse.

Tan perfecto es el sistema que la propia Oficina Nacional de Contrataciones ha organizado reiterados cursos para funcionarios y contratistas, por los cuales todos los que alguna vez hemos Estado de uno u otro lado del mostrador estatal sabemos perfectamente cuáles son las reglas de juego.

Recientemente tomó estado público una millonaria contratación por parte de la Secretaría de Cultura para contar con los servicios artísticos del cantante Fito Páez; no se hizo en forma directa con el cantante sino por intermedio de la productora artística Siberia SA.

La perfección del sistema de contrataciones al que aludimos permitió que a pocos minutos de conocerse los detalles de la contratación, cualquier ciudadano desde su PC pueda comprobar que Siberia SA no posee certificado de habilitación fiscal para contratar con el Estado (lo que no implica que sea evasora o nada por el estilo, simplemente no puede contratar porque no cumplió el trámite de solicitar la constancia fiscal de libre deuda) y lo que es peor es que esa empresa jamás se inscribió como proveedora del Estado. Lo que resulta bastante difícil de explicar es cómo habrá sido el pago a esta firma, ya que el sistema sólo habilita el depósito en cuenta corriente bancaria a proveedores registrados (recordemos que el sistema es perfecto).

La noticia escaló por la fama del protagonista más que por la suma involucrada (una nimiedad en comparación al gran derroche estatal) pero se suma a otros escándalos recientes en materia de contrataciones públicas, como por ejemplo la bochornosa campaña antártica que insumió 90 millones de pesos contratados en parte con monotributistas y empresas intermediarias radicadas en el exterior con el triste agregado de que, a diferencia de Fito (que no defraudó a su público), el servicio contratado para atender a las bases antárticas fue pésimo.

Bueno es recordar que se debió licitar un servicio de transporte antártico, porque desde hace años el rompehielos Almirante Irizar intenta ser reparado con poco éxito en una dependencia estatal (Tandanor) que por más buena voluntad que detente por parte de obreros y directivos no es el lugar adecuado para una tarea de semejante envergadura si se lo compara con los también estatales Astilleros Río Santiago, ubicados -claro está- en el hostil territorio bonaerense.

Así las cosas, sean un par de millones o decenas de ellos, sea un recital de un par de horas o una reparación naval de 6 años, se trate de la intención de reemplazar el tradicional desfile y las canciones patrias por cantantes de rock ataviados con bolivarianos colores o de asegurar la subsistencia de cientos de argentinos haciendo patria en el continente blanco, todas estas contrataciones públicas tienen un denominador común que excede incluso a la primaria sospecha de corrupción. Satisfacen irracionales caprichos.

Varios jefes y expertos navales recomendaron oportunamente a la entonces ministra Nilda Garré sobre la conveniencia de reparar el rompehielos en un astillero de envergadura como lo es Río Santiago (el astillero que construyó buena parte de los buques de la Armada, Fragata Libertad incluida).

Pero el capricho ministerial determinó que el destino fuera otro y el gustito ya nos va a costar casi 1000 millones de pesos (dos rompehielos y medio). La gestión Garré acertó, no obstante, con la elección del reemplazo del averiado Irizar y durante varias campañas el buque ruso Vasily Golovnin cumplió su tarea con eficiencia y a un costo razonable. Pero su sucesor al frente del ministerio de defensa, Arturo Puricelli, quiso ponerle su impronta a la gestión y contrató a un buque apto para transportar automóviles pero totalmente inadecuado para la tarea requerida. Otro caprichito… el que por mucho que sea defendido por el actual ministro Agustín Rossi, tiene a la base Marambio al borde del colapso.

Falta saber ahora cuál habrá sido el funcionario que nunca llegó a ver desde una cómoda butaca de algún teatro a Fito Páez y se dijo así mismo “ahora que tengo la manija, lo contrato y listo… total con media hora de recaudación por impuesto al cheque, retenciones al agro, ganancias a la cuarta categoría o alguna pavada de esas lo pago”.

El anterior párrafo es una mera construcción imaginaria, pero sirve para graficar y para preguntarse cuáles serán los criterios de quienes manejan desde su área de acción los dineros públicos y para reflexionar sobre si realmente no lo estarán usando como si fuera propio.

Solemos escuchar más veces de lo que quisiéramos frases tales como “yo que les pago el sueldo”, “aquí les traje ayuda”, “voy a hacer esto, aquello o lo de mas allá” como si realmente estuviéramos conducidos por un grupo de mecenas que gentilmente nos abren su billetera para satisfacer nuestras necesidades primarias, secundarias y terciarias.

Y lo grave del asunto es que cuando se echa mano a lo que es de todos en forma irresponsable o delictual pero sabiendo que no es propio, puede surgir (tal vez) el arrepentimiento, el miedo a ser descubiertos y/o el temor al castigo judicial. Pero cuando se hacen tropelías administrativas y económicas con la convicción de que encima están bien hechas, estamos en problemas ya que ninguna barrera inhibitoria aplica a quienes no llegan a percibir la diferencia entre lo que está bien o lo que está mal, entre lo legal o lo ilegal.

Hace muchísimos años un superior me reprochó severamente por haber perforado un mamparo (pared) de mi camarote para colgar un retrato familiar: “No muchacho, eso no se hace”. Aunque me costó entenderlo, tenía razón. “Mi camarote” no era mío, era el lugar que el Estado nacional me brindaba para que pueda vivir dignamente mientras cumplía mi trabajo de marino, lo que es sustancialmente diferente.

Serios problemas nos aguardan si los “timoneles de la Nación” siguen perforando los bienes y recursos del país con el mismo criterio con el que irresponsablemente perforé el mamparo de mi camarote, pero con el agravante de no contar con superior alguno que les diga “No muchachos, así no”.

Y como el todo siempre es superior a alguna de las partes, tal vez sea la ciudadanía la que deba advertir y corregir el error; en paz, en democracia, en libertad pero con absoluta severidad, antes de que por tanto perforar y perforar la Nación se vaya a pique.