Caso Lola Chomnalez: culpables y culposos

Feliz Año Nuevo, querido amigo lector. En este primer post de 2015, y en con el sano propósito de darle un descanso a las oficinas militares y civiles que siguen con atención nuestros encuentros semanales, intentaré dejar de lado las cuestiones internas de nuestra contrariada Patria para abordar sin ninguna autoridad profesional un tema que por estos días conmueve a la opinión pública de ambas márgenes del Río de la Plata. La muerte de la joven Lola Chomnalez. Lo haré como un simple espectador  local de la actualidad.

Razones profesionales me llevan a estar mucho tiempo aquí en Uruguay. Al menos el suficiente para ir comprendiendo a una sociedad muy parecida a la nuestra en muchas cosas pero con sensibles diferencias; entre ellas, la de la forma en que se encara desde las esferas oficiales y periodísticas un caso de fuerte percusión social como el que nos ocupa.

Algunas cosas de las ocurridas en torno a este aberrante crimen, son muestra de esas diferencias a las que aludo en el párrafo anterior. Sé que esto que le contaré querido amigo le resultará “increíble” pero, ¿a que no se imagina quien fue el encargado de informar a la sociedad uruguaya y a los medios sobre el hallazgo del cuerpo de la desafortunada joven? Continuar leyendo

El regimiento de los “ni-ni”

“Me pregunto quién te baja línea para escribir tus columnas”… La pregunta, disparada de improviso por un camarada naval, daba lugar para muchas respuestas las que – siendo sintético en extremo podría responder: simplemente el sentido común.

El cotidiano roce con la realidad, hace cada vez más difícil de encontrar a este preciado don que parece estar ausente en buena parte de la dirigencia argentina. Fiscales que repudian a su herramienta de trabajo -el Código Penal-, sindicalistas que pregonan que si tiene que morir gente que muera nomás y guerras bizantinas desatadas contra estatuas de mármol que yacen en el piso a la espera que se les asigne destino, son ejemplos más que suficientes para que se entienda a qué me refiero.

Y, como esa realidad  en su vorágine ultrasónica no nos da tregua, focalizamos un día la atención en la escalada del dólar, otro en meditar sobre los linchamientos populares a delincuentes de poca monta, otro más a la “lucha” de un señor convertido en señora que intentará adoptar como madre a un hijo que él mismo engendró como padre… y así sigue la rueda.

La hora marca la instalación en el colectivo social de un tema que tal vez la mayoría de nosotros consideró sepultado hace más de dos décadas.  Me refiero al regreso del Servicio Militar Obligatorio. Esta “original” iniciativa no ha partido de viejos generales del Proceso o de la más rancia derecha reaccionaria;  tampoco de los claustros de alguna universidad privada. Dirigentes políticos afines en mayor o menor medida al “modelo” menean esta idea periódicamente como la panacea para la solución de buena parte de los problemas sociales juveniles.

Resulta curioso ver que, así como una diputada del Frente para la Victoria (FPV) quiere quitarle el nombre de “Panamericana” a una autopista que hace años ya no se llama así (al margen que todos la conozcamos por su antiguo nombre), hoy un grupo de dirigentes del mismo signo político quieran promulgar una norma que retorne a la obligación de correr, limpiar y barrer luciendo un uniforme de combate, tal vez desconociendo que lo que quieren reponer en realidad no está derogado; siendo una facultad presidencial convocar al servicio militar obligatorio a los ciudadanos en determinadas circunstancias; las que por cierto nada tienen que ver con las intenciones de los “militaristas K”.

Los vientos cambiantes que cada vez afectan con mayor facilidad las sólidas estructuras doctrinarias del modelo nacional y popular, parecen determinar que, así como hay desapariciones condenables y otras perdonables (según quién hubiera sido el autor de las mismas), y así como el maléfico FMI ahora no lo es tanto,  las estructuras militares, ayer no más responsables de todos los males pasados presentes y futuros, ahora podrían ser aptas para “formatear” a los miles de jóvenes que deambulan a la deriva por la vida sin horizonte ni rumbo; sin la menor idea de lo que significa la responsabilidad, el deber o la obligación, ya que en los últimos diez años sólo se les instruyó acerca de sus derechos.

Resulta gratificante al menos ver que, aun mostrando severos contrapuntos entre ellos mismos, los mariscales del modelo están día tras día intentando dar a nuestras Fuerzas Armadas, misiones y responsabilidades. Menos gratificante es por cierto ver que –al parecer– nadie piensa en darles aquellas específicas para las que fueron creadas. Obviamente, la defensa nacional.

El solo planteo de reponer un servicio militar obligatorio masivo para todos y todas, implica un total desconocimiento de la situación actual de las estructuras militares de la Nación. No habría ni posibilidad de alojarlos, de darles de comer, de proveerles uniformes, mucho menos armamento y de conjugar la rigidez de la disciplina castrense con el manual de derechos, derechos y más derechos, que tornarían imposible hacer levantar a un “ni-ni” convertido en soldado al toque de diana, sin que el pobre cabo que tocó el clarinete sea procesado por violación a los derechos humanos de los pobres soldaditos.

Ironías y exageraciones al margen,  es muy cierto que el mundo está abandonando rápidamente las conscripciones obligatorias de soldados. Ya que los ejércitos son cada vez más altamente profesionales priorizándose la calidad de la tropa por sobre la cantidad de miembros de la misma; por otra parte, si mantenemos las doctrinas de “no hipótesis de conflicto” y de “no intervención en asuntos de seguridad interior”, me quieren decir que haríamos con la soldadesca?

Para tranquilidad de mamás y papás; la posibilidad de que la iniciativa prospere es aproximadamente del 0%, pero el solo planteo de la misma por los mariscales antes señalados es motivo más que suficiente para ponernos nerviosos.

No vamos a entrar en un análisis pormenorizado de la tremenda deuda social que han dejado estos años de desorden en el manejo de los recursos públicos destinados a la contención social de grupos vulnerables en general y de la juventud en particular.  Alcohol, droga, falta de oportunidades laborales, crisis educativa sin precedentes y varios condimentos más no han de encontrar su antídoto en la áspera voz de mando de un sargento de artillería, ordenando “alrededor mío carrera marrrr”. Además, y como dijimos en la columna anterior, si vamos a sacar a los chicos de las villas para uniformarlos y mandarlos a pintar las mismas villas, ahorrémonos un paso y pongamos manos a la obra sin necesidad de militarizarlos.

La iniciativa largada como globo de ensayo por un grupo menor de dirigentes; pero con el seguro consentimiento de muchos más que no lo hacen en público, desnuda la carencia total de planes para nuestra juventud (tampoco los hay para la niñez, para la adultez y para la vejez pero eso es otro tema)

Apelando una vez más a la analogía marina, en este tema también la nave parece estar a la deriva y en el puente de mando todos arriesgan una solución que se estrella y destroza  inevitablemente con la cruda realidad. De no hacer algo inteligente, racional y efectivo en forma más o menos urgente, los pibes para la liberación no servirán ni siquiera para rellenar los coloridos actos oficiales cantando y aplaudiendo según les indica el coreógrafo presidencial

¿Qué hago, mi General?

Si bien la noticia tomó estado público la semana anterior, hace ya varios meses que las fuerzas armadas han comenzado a realizar tareas de “ayuda social” en barrios carenciados del gran Buenos Aires y de la Capital Federal.

Promediando abril, el Ejército puso por primera vez sus pies en un barrio carenciado porteño, ya no para imponer las rígidas normas del estado de sitio, ni para buscar terroristas armados, sino para llevar algo de bienestar a quienes más lo necesitan. La Armada, por su parte, hace tiempo trabaja en tareas sanitarias en la villa 31, la que le ha sido asignada por cuestiones de proximidad.  Enfermeros y médicos del cuerpo sanitario naval, relevan el estado de salud de la población local y tropas del cuartel del Estado Mayor General de la Armada realizan tareas varias de saneamiento y urbanización.

Escribir el anterior párrafo casi me hace creer que cualquiera de mis tantos amigos lectores llegarán a las lágrimas al ver cómo finalmente la sociedad civil y la militar se confunden en un abrazo fraterno sellando para siempre cualquier diferencia que pudiera haber existido. Dije bien; casi…..

Coroneles, capitanes, cabos y soldados, bajo la atenta mirada del superior comando operacional de “La Cámpora” y Madres de Plaza de Mayo, han de desplegar su arte ciencia oficio y profesión para la realización de tareas que podríamos denominar “ramos generales”, zanjear una calle, destapar un baño, levantar un muro, podar los árboles y tal vez sacar a pasear a los perros. Todo vale para el operativo “subordinación y valor

Será así que nuestras tropas conocerán un novedoso aspecto de su carrera militar, ésa a la que voluntariamente entregaron sus cuerpos y almas, obligándose a tomar las armas en defensa de la Patria, a someterse a un régimen laboral con condiciones especiales y a – llegado el caso- entregar su vida en cumplimiento del deber.

Este nuevo rol social, presupone un cambio radical en su “contrato” con el Estado Nacional. Menos mal que no se encuentran  agremiados, ya que cualquier aprendiz de delegado se haría un picnic con la demanda laboral que por ejemplo haría un obrero de la construcción al que quisieran poner a realizar tareas ajenas a su convenio colectivo de trabajo.

Pero, hasta donde podemos saber, las directivas políticas han sido tomadas con una alta dosis de profesionalismo castrense y otro tanto de resignación y nadie piensa en un planteo militar por trocar el fusil por la pala o la escoba.

Ahora bien, como junto con las nuevas tareas, se ha instruido a los mandos militares de todo lo que no pueden hacer para no afectar la sensibilidad de la población, han comenzado a surgir algunas dudas. El personal en “operaciones” tiene absolutamente prohibido intervenir en cuestiones de seguridad interior. Las ordenes son claras y contundentes: “van como obreros no como policías”

El problema radica en que-  sea en una villa de emergencia o en el coqueto barrio de la Recoleta-, la concurrencia diaria del personal militar a cumplir sus labores, terminará tarde temprano en la inevitable situación que hará que un militar presencie “in situ” la ejecución de un delito.  Sea éste relacionado con la droga, la presencia de armas ilegales, la violencia de género, el robo o lo que podamos imaginar, la directiva es la misma: “no intervenir en asuntos internos de seguridad”; “hagan de cuenta que son empleados de una empresa constructora”, fueron las órdenes que recibió un oficial naval como respuesta a su inquietud.

La pequeña y sutil diferencia, entre quienes ejercen el noble oficio de la construcción y un cabo del Ejército o la Marina puesto a fratachar una medianera, es que estos últimos, al igual que sus jefes superiores (ministro de Defensa incluido), revisten la calidad de funcionarios públicos. Esto los coloca en la incómoda posición de deber obligatoriamente dar por lo menos parte a las autoridades judiciales de cualquier ilícito del que tomen conocimiento. No hacerlo los coloca sin excepción en las puertas de una acción penal en su contra. Y ni siquiera entramos a considerar qué puede pasar con un funcionario militar que, en presencia de un delito in fraganti, mira para otro lado.

Por muy nacional y popular que pueda parecer, y a diferencia del muy razonable uso de las tropas cuando ocurre una catástrofe natural o un siniestro de proporciones (hemos abordado el tema recientemente), sacar a los soldados a la calle para cualquier cosa no es algo que parezca muy lógico.

Tal vez las autoridades no se han dado cuenta  de que disponen ya de otro ejército, mucho más numeroso que la suma de hombres y mujeres de las tres FFAA juntas.  Me refiero al ejército que conforman los beneficiarios de los planes, no trabajar, no estudiar, procrear y progresar y tantos otros  en los que el Estado Nacional invierte miles de millones de pesos sin pedir nada; absolutamente nada a cambio.

Tal vez sería bueno que profesionales de nuestras fuerzas, pudieran contar con toda esa gente que se ve “privada” de la bendición de contar con un trabajo digno y debe conformarse con recibir un subsidio sin poder demostrar su voluntad de trabajar, y enseñarles un oficio.  Qué bueno sería que, sin llegar a incorporarlos bajo estado militar,  nuestros militares ingenieros, médicos, arquitectos, informáticos, etcétera, brindaran parte de sus conocimientos a tanto desocupado a sueldo y, como dice el viejo proverbio, les comenzaran a enseñar a pescar para ya no tener que darles pescado.

Pero lógicamente, tal vez hacer eso presuponga la estigmatización del subsidiado, atente contra la dignidad social, viole alguna remota convención protectora de los derechos humanos o lo que es peor, nos reste algunos votitos a la hora del próximo acto electoral.

Lo inevitablemente cierto es que, en breve,  luego de terminar la jornada laboral, algún cabo; sargento o teniente se presentará ante su comandante para explicarle que algo  pasó delante de sus ojos mientras le reparaba el calefón a una familia carenciada cuyos planes sociales sumados superan largamente sus propios ingresos como soldado de la Patria, o mientras zanjeaba una calle interna en un asentamiento.  Desde la comodidad de su despacho el desafortunado oficial superior deberá hacer malabares para responder la pregunta que hoy por hoy nadie quiere escuchar: “Presencié un delito; dígame…. ¿qué hago mi General?