Un ministro que hace agua

Las internas políticas sirven, entre otras cosas, para que compañeros y aliados incondicionales de ayer  se saquen a relucir mutuamente y con mayor o menor crudeza sus “trapitos al sol”. Aquellos que otrora se abrazaban emocionados al borde de las lágrimas por algún triunfo electoral del espacio político al que pertenecen miden en campaña cada gesto, cada palabra y cada movimiento que los pueda posicionar un pasito delante del compañero, correligionario o camarada competidor.

Como en tantas otras cuestiones que hacen a la mística de la política e incluso de las organizaciones mafiosas, hay para estos “ataques” límites y códigos que respetar, como así también chicanas y trapisondas que son prácticamente de manual.  Se trata, como dijimos, de pegarle al otro sin que la sangre que le hagamos derramar salpique nuestro propio traje.

En este contexto, las tan peculiares “ primarias” de la política vernácula ofrecen condimentos no menos peculiares. Podríamos haber naturalmente imaginado a Macri compitiendo en elecciones generales contra Carrió , el radicalismo y el Fpv. Pero ver a los tres primeros compitiendo en internas entre sí… es cuando menos algo imprevisto.

Están también los líderes partidarios que comienzan a bajar líneas que indican que no quieren en determinados cargos más de un candidato y, obviamente,  por encima de toda esta  miseria terrenal está “Ella” y toda la corte de laderos que en cada acto,  aparición o reunión de trabajo tratan de interpretar una palabra, una sonrisa e incluso hasta un reto dirigido a sus personitas como un guiño cómplice, una especie de “Te banco a morir”

Los que no tenemos ticket para ingresar a la carpa del circo nos conformamos con sentir desde afuera el rugido de las fieras cuando están solas y sus aullidos de dolor cuando la domadora los castiga con látigo. Los vemos de lejos mover la cola si ella les tira un terrón de azúcar y también observamos como vuelven mansitos cada uno a su jaula cuando termina la función. Pero quien más quien menos,  todos tenemos algún amigo payaso que nos tira de tanto en tanto algún chimento de la interna circense

Randazzo, el más “mimado”; Scioli, el “ hijo no deseado” y Rossi, el “desterrado”, se muestran simultáneamente como los candidatos  del modelo.  Cada uno recurre al fotomontaje para encarar la costosa impresión de afiches con los que el transeúnte desprevenido llegue a creer que realmente “Ella” posó sonriente  para la foto junto a cada uno u otro. Pero mientras Randazzo no para de comprar vagones y locomotoras  y mientras ya va por su quinta emisión de documentos cada vez más modernos y seguros, Rossi con lo que juntó de caja chica está trayendo cuatro trastos viejos que apenas flotan para nuestra desmantelada Marina de Guerra y consiguió mandar cuatro tanques  a un taller de chapa y pintura de Bulogne.  Scioli por su parte, a falta de mayores cariños, apela a la fe,  a la esperanza y a su modelo de Provincia “viable”.

Vivimos días de “carpetazos”. El término se volvió popular y, en esta suerte de todos contra todos pre-electoral, una foto, un legajo, una comprita o viajecito fuera de lugar y hasta las patéticas fotos con escenas de la diversión de un fiscal trágicamente muerto sirven para desprestigiarse entre  todos.

Resulta interesante ver como el ministro Rossi  no para de recibir golpes que provienen la mayor parte de las veces de su retaguardia.  El misil perdido, las 26.000 balas, las 8 toneladas de explosivos, de lo que poco se ha dicho, el robo de una unidad de control de un simulador naval  y hasta el incendio de la propia sede del ministerio que lo dejó sin oficina a él y a sus generales durante varios días. Lo tienen  más cerca de la sección policiales que de la de política en los grandes diarios nacionales.

Randazzo venia zafando. Su gestión en lo referente al mejoramiento del transporte público y la facilidad con la que ahora accedemos a nuestros documentos de identidad son indudablemente porotos que hay que sumarle a un ministro que se muestra serio y ejecutivo. Pero, imprevistamente, comenzó a hacer agua precisamente desde las poco visibles  áreas húmedas de su ministerio. La ciudadanía y la prensa están siempre atentas a trenes que no funcionan o a aviones demorados.  Pero los barcos, el puerto y los ríos no suelen llamar la atención.

Las últimas semanas comenzaron a ser de aguas agitadas, en el sentido literal de la palabra: históricos escándalos como sobreprecios e ineficiencia en el dragado de canales y accesos portuarios, sospechas que funcionarios de la subsecretaria de vías navegables siguen siendo titulares de astilleros donde el Estado repara buques y otras cosas que pasan generalmente  inadvertidas tuvieron dos excepciones. De pronto, tomó estado público la existencia de “La saladita” del puerto de Buenos Aires, una colosal feria de venta de artículos robados que desde hace años funciona en los galpones de la Administración General de Puertos, dependiente de Ministerio de Transporte y que al parecer era regenteada por un gerente de AGP, protagonista de varios spots ministeriales en los que lo solía ver supervisando el desembarco de los famosos trencitos chinos. Nadie duda que esta súbita perla arrojada a las fauces del oligopolio mediático provino de alguna operación  con el clásico aroma a ilegal inteligencia interna. Recuerde amigo lector que hoy el espionaje nacional viste de verde oliva, usa botas y gorra.

Rossi y Randazo  compartían algo más que su devoción por el modelo: un funcionario que milagrosamente trabajaba para los dos con “dedicación exclusiva”. El hombre cobró fama por haber herido de muerte al relato, cuando días pasados se desprendió sin miramientos de centenares de carpetas clasificadas y de información confidencial de un destino naval que dirige para Rossi, desobedeciendo órdenes expresas  sobre preservación de material relacionado con los años de plomo.  La desprolijidad demostrada en este accionar contrasta con la prolijidad extrema que demuestra en su cargo nacional como funcionario del área de transporte marítimo y fluvial.

Sus subordinados lo describen como un verdadero “caballo de Troya” que hace daño en Defensa y mérito en Transporte.  Masticando rabia y cuidando las formas, Rossi como pudo se lo sacó de encima y le otorgó una generosa licencia para que se dedique full time a su importante tarea  como funcionario nacional. Randazzo lo recibió con los brazos abiertos y antes que comenzara a disfrutar de sus valiosos servicios a tiempo completo, comienza a recibir señales  que un destructor de archivos de la dictadura  puede ser un bonito salvavidas de plomo, siempre siguiendo la línea naval de este relato.

Rossi es –prima facie- el candidato perdedor, lo que no quiere decir que se resigne al menos por ahora a bajar de la contienda. Le toca competir desde un escenario con poco glamour: tanques viejos y generales gordos contra trenes nuevos y jóvenes señoritas que nos hacen el DNI en los shoppings. Por lo que puede apreciarse estos amigables contendientes han decido no arrojarse carpetas, directamente se tiran con funcionarios.  Scioli entre tanto los mira y sonríe.

Defensa en penumbra

Aunque un poco devaluado por la profunda crisis económica que atraviesa con mayor o menor fuerza a casi todas las clases sociales argentinas, puerto Madero conserva buena parte de su movida nocturna. Transito intenso, peatones deambulando por ambas márgenes de esos diques que alguna vez albergaron a la poderosa flota de nuestra Marina Mercante y que hoy con holgura cobijan a  medio centenar de lujosas embarcaciones deportivas; mucho atuendo típico del extranjero en plan turístico  y una interminable hilera de restaurantes y bares bastante colmados de gente, conforman una postal digna de la prosperidad que indica el modelo y pregona el relato.

Pero al llegar a la esquina de Alicia M de Justo y Av. Belgrano, el brillo incandescente de las luminarias se interrumpe abruptamente. Un enorme “agujero negro” de cien metros de largo por ochenta de alto “encandila” con su oscuridad los ojos de transeúntes nativos y foráneos.

Esa enorme estructura edilicia a oscuras brinda al instante dos mensajes contrapuestos que podrían resumirse con la frase: “el orgullo de haber sido y el dolor de ya no ser” . Construido hacia el fin de la década del 30, el Edificio Libertador General San Martín es una joya de la arquitectura local. De estilo francés y techos rematados con pizarras negras como detalle de categoría, supo ser el primer ministerio de guerra de una Argentina con vocación de potencia regional.  A diferencia de otros palacios de nuestro país, al margen de las distintas denominaciones que sus ocupantes le dieron a sus dependencias, siempre representó ser algo así como la sede central de la defensa nacional.

Hoy en sus dieciséis pisos se encuentran: el ministerio de Defensa de la Nación, el Estado Mayor Conjunto de las FFAA, la Jefatura del Estado Mayor General del Ejército y varias dependencias de esta fuerza, entre ellas la sede del “todopoderoso” Servicio de inteligencia del ejército, con instalaciones totalmente remozadas que incluyen una espectacular sala de situación con paredes enteladas y detalles de diseño.  Durante la gestión de Nilda Garré al frente del ministerio se dispusieron locaciones para los jefes de la Armada y de la Fuerza Aérea,  las que aún permanecen vacías  ya que la cultura militar y la poca noción que aún tienen nuestros mandos militares sobre la conjuntes  operacional  hacen que ningún brigadier o almirante de cuatro estrellas quiera compartir edificio con el mandamás local, el Jefe del Ejército

Así las cosas, y como usted sabe, amigo lector, el miércoles pasado y, al igual que el resto de la Capital y el gran Buenos Aires, las arterias conductoras de fluido eléctrico, telefónico, informático  y todo otro cableado del imperial palacio colapsaron.  Y colapsaron mal, literalmente fueron arrasados por el fuego miles de metros de distintos  cables, fruto de una perversa combinación de baja tensión y exceso de carga.

Tal vez a raíz de las bondades de la década ganada,  los pisos del “Libertador” fueron viendo incrementar año tras año la cantidad de huéspedes que se cobijan en sus coquetos ambientes. Tantos son que la arquitectura tradicional cedió frente al avance de los paneles de “roca de yeso” de marca muy conocida.  Cientos y cientos de cubículos para albergar a nuevos asesores de nuevos secretarios y subsecretarios  que ocupan las también nuevos cargos a partir de las sucesivas modificaciones orgánicas de la cartera ministerial . Cientos y cientos de jóvenes militantes ávidos de viajar en esos aviones “Hércules” que ya casi no despegan o dorar sus torsos bajo el arrullo marino y el velamen de la fragata Libertad.  Todos con función jerárquica, todos con despacho, todos con confort nacional y popular que obviamente incluye aire acondicionado, microondas, centritos de computo por doquier y mucho pero mucho smart TV para seguir de cerca el devenir nacional.

Y así fue que el coqueto y octogenario edificio dijo ¡basta! El calor acumulado en sus cables por tanto consumo no calculado, mutó en llama (ciertamente no sagrada) y no quedó nada.  Desde el conmutador que nos daba la bienvenida  ya no con sones marciales pero sí con algún tangazo, hasta los servidores de la dirección de informática del ministerio, pasando lógicamente por los equipos de  acumulación de información del generalísimo Milani.  Agentes de campo que no tienen a quien reportar y analistas sin “luz”  son la consecuencia  más patética de la triste realidad.

Podría hablarle, querido amigo lector, de otros sectores. La FM Soldados,  la sastrería militar, las dependencias de la obra social del Ejército  y por qué no de  las instalaciones del recién creado comando de “Ciber-Defensa”. Todos y todas los que aquí trabajan  están  de franco en sus casas, en una decisión transversal e inclusiva que une a civiles y militares, espías y distraídos; políticos y administrativos, militantes y a aquellos pocos que aún no lo son.

Si bien la defensa nacional no es algo que importe mucho, tampoco es para no preocuparse. Los espías del General tienen en Campo de Mayo sus instalaciones de “back up”; ya se comenzó a estudiar la posibilidad de llevar a los más de 700 agentes de Inteligencia hacía allí. Pero, claro, mudar a nuestras  “99” lejos del jardín maternal de sus hijos y hacerles  rendir las “SUBE” con los mayores costos de transporte más que asemejarlas a la mítica agente de “Control” las sumerge en un absoluto y verdadero “ Caos “ (esos eran los malos ¿se acuerda?)

Gracias a la ausencia de hipótesis de conflicto, y a que merced a nuestra política exterior  nos hemos ganado el “cariño”  de nuestros vecinos, no se avizoran en el corto plazo peligros bélicos. Lo que es una verdadera suerte ya que si los hubiera el eventual enemigo no tendría dónde entregar la declaración de guerra y el ministro Rossi debería instalar el tablero táctico en living de su casa.

Ironías y bromas al margen,  el incendio y posterior  apagón del “Libertador” es una alarmante muestra a escala de la situación de la Nación. Declamamos abundancia pero respiramos miseria; pregonamos eficiencia estatal, pero exudamos inoperancia, clientelismo y mediocridad de gestión; alardeamos planificación federal; pero se nos apagan las centrales, se nos caen las redes y hasta se nos queman los cables.

Y se sigue construyendo una “ nueva Argentina” con bases cimentadas con discursos groseros, con columnas erigidas  con ilusiones delirantes, con planos proyectados con modelos y relatos vacíos de lógica y razón. Una patria  que es inclusiva en la oscuridad fruto de cables finitos  y mentes estrechas, igualitaria en la inseguridad para todos y todas, ecuménica en lo que respecta a los avatares socio-económicos. En fin, mediocre, ficticia y decadente.

Mientras tanto, desde alguna locación descentralizada del ministerio de Defensa, un empleado por estas horas ha de estar redactando aquello que los empresarios amigos del poder esperan con ansia y que comienza más o menos así:  “ Llamase a contratación directa por razones de urgencia impostergable a la renovación integral de toda la instalación eléctrica del edificio Libertador. No importa lo que cueste, a la hora de contratar esta gestión no escatima en gastos”.

Espías de la democracia

Casi 40 años han pasado desde aquel famoso “Comunicado número 01 de la junta de gobierno” mediante el cual los por entonces todopoderosos comandantes en jefe de las FFAA nos anunciaron que pasaban a ser los jefes supremos de la Nación. Algunos menos desde que un grupo de pintorescos oficiales con la cara pintada inquietaron las vísperas de una semana santa de la democracia con una tragicómica asonada que, según sus mismos protagonistas, no pretendía ser un golpe de Estado sino una movida interna del ejército.

Muchísimo más cerca en el calendario y en nuestro recuerdo, está la protesta uniformada de las fuerzas de seguridad y algunos bastiones militares por reclamos salariales. En esta última oportunidad en la que los uniformados inquietaron a la sociedad, la cara visible no fue un general represor, ni un teniente coronel con cara ñata, ni oficial de inteligencia devenido luego en general de la democracia, jefe del ejército y  devoto del modelo; fue simplemente el cabo Mesa, un suboficial de intendencia que fue dado de baja a los  pocos días en que se erigiera como  portavoz de los reclamos salariales del sector.

Esta pequeña introducción, estimado amigo lector; sirve de apretada síntesis para que recordemos cómo fue disminuyendo -afortunadamente- la capacidad de nuestras fuerzas armadas y de seguridad para alterar el definitivo tránsito de Argentina por la senda de la institucionalidad democrática.  Ya no hay civiles dispuestos a tolerar otra cosa, pero no es menos cierto que tampoco hay uniformados con la menor intención de apartarse de este camino

Pero eso no quita  que a más de 30 años de gobiernos populares (porque a todos los votó el pueblo, bueno es recordarlo) las sucesivas administraciones no han llegado a acertar en la concreción de políticas de Estado destinadas a tres áreas  tan particulares como los son las fuerzas armadas, las de seguridad y los servicios de inteligencia.

Es bien sabido que algunos fundamentalistas de los “nuevos tiempos” consideraron lisa y llanamente eliminar las instituciones militares. Es bien sabido también que la primera dificultad con la se topaba ese utópico análisis no era de índole estratégico o de balanceo de fuerzas a nivel regional. Era más bien socioeconómico. Las fuerzas armadas y sus bases, cuarteles y materiales son fuentes de trabajo para una buena porción de la población civil. En algunos casos, cerrar una base naval o un cuartel del ejército implicaría dejar vacío de contenido al pueblo o ciudad que los alberga

Menos extremistas pero no menos erradas han sido muchas de las “terapias” con las que se pretendió “poner en caja” a esa especie de bichos raros con galones, espadas y gorras.  Así fue que unilateralmente eliminamos las hipótesis de conflicto al mismo tiempo que incrementamos medidas no siempre fáciles de digerir por parte de nuestros vecinos; confundimos el hecho de tener fuerzas armadas en democracia con la democratización de las fuerzas (algo imposible de concebir en estructuras donde el que manda no es elegido por quienes obedecen).

A lo largo de 30 años hemos visto derogar códigos militares, asignar a las FFAA tareas sociales; les hemos cambiado los planes de estudio a sus escuelas; tomamos medidas innovadoras como prohibir el salto de rana, el cuerpo a tierra y hasta – como en el caso de la policía aeronáutica- prohibimos a sus miembros hacer el famoso  “saludo miliar”. Ya que hablamos de policía, también creamos la Bonaerense 2,  trocamos el vocablo Comisario por Comisionado y agente por oficial, dimos vuelta las jinetas para dejar en claro que no eran militares y pusimos a hombres entrenados para actuar en las fronteras y en las aguas, a pedir cédula verde y registro en la General Paz. Muy profundo todo.

Lo que por cierto no hemos, visto ni en materia de defensa ni de seguridad, es una política de Estado para al menos el mediano plazo. En el caso del primer área los cambios de rumbo ni siquiera esperan a un cambio de gobierno, cada ministro que ha asumido aún dentro de una misma administración se ocupó raudamente de marcar profundas diferencias con su antecesor. Resultará obvio si le digo que  la gestión de Horacio Jaunarena no fue en la misma dirección que la  que Nilda Garré; pero tampoco lo fue la de Puricelli y mucho menos la de Agustín Rossi, quien pasó de ser una de las espadas más poderosas del gobierno en el Congreso a deambular por hospitales militares inaugurando algún que otro equipo médico de mediana importancia, y que pasa sus días de exilio dorado ilusionándose al prometer  aviones, barcos y radares para reequipar a la milicia, pero alcanzando tan solo a comprar algún que otro trasto viejo a nuestros amigos de Moscú.

Mucho más complejo aún ha sido articular la relación de las distintas administraciones con las estructuras de inteligencia. Por estos días el descabezamiento de la ex SIDE trajo un poco de luz sobre un terreno siempre gris, oscuro y sobre el que pocos pueden o quieren saber algo.

Creo haberle dicho alguna vez, querido amigo, que la inteligencia como actividad no es algo malo en sí mismo. A veces nuestra fantasía un poco ayudada por la cinematografía nos lleva a ver detrás de ese vocablo,  a superdotados agentes que hacen cosas tremendas con absoluta impunidad.  Pero lo cierto es que no solo los Estados y sus fuerzas militares o policiales se valen del “espionaje” para fines que -al menos en teoría- son útiles a la defensa o a la seguridad o a la justicia. Las empresas hacen inteligencia cuando realizan estudios de mercado para medir la aceptación de nuevo producto; los equipos de futbol la hacen para indagar las debilidades del oponente de turno, Usted y yo la hacemos cuando navegamos la web averiguando sobre algún conocido o cuando rastreamos  en las redes sociales los pasos de una ex novia del secundario.

Ahora bien, Secretaría de Inteligencia del Estado, Direcciones de inteligencia en cada una de las FFAA  y de las distintas fuerzas de seguridad federales y provinciales. Una dirección nacional de inteligencia estratégica militar, más alguna que otra agencia de espionaje externa con personal en el país, conforman un panorama de complejas redes de obtención de información profunda y profusa acerca de países, instituciones e individuos con las que se así como se puede estar un paso adelante en resguardo de los intereses del país y sus habitantes, también se pueden neutralizar adversarios políticos, intimidar a miembros del poder judicial , silenciar a un periodista molesto o muchas cosas más.

El gran problema con el espionaje y sus agentes suele ser que no son sencillamente controlables. Cualquier cuadro político de talento medio se le anima al ministerio de salud, de Economía o de Relaciones Exteriores. Pero manejar las herramientas del espionaje y, sobre todo, a sus hombres con solo proponérselo, es tarea difícil.  Más difícil es no intentar aprovechar las facilidades del medio para el provecho propio o de la facción en el poder, algo que hoy por hoy  es más que claro que está ocurriendo.

No es un secreto por estos días que la Jefe de Estado perdió por completo el control de la Secretaria de Inteligencia. De hecho, derivó su confianza hacia los espías del Ejército, los que cobran su secreto salario para hacer otra cosa.  Pensar que este mismo gobierno procesó a unos cuantos almirantes por un “recorte y pega” de diarios ocurrido en una base naval, algo que más bien pareció un trabajo de alumnos de colegio secundario.

Con todo, el esfuerzo puesto en disciplinar al rebaño de los agentes secretos, la simple designación de uno de los pocos hombres de confianza que le quedan, no es para nada garantía de éxito. Muchas cosas más deberán ocurrir y es probable que ocurran aunque no nos enteremos.

Con total descaro desde el poder se han deslizado los aparentes  motivos de esta brusca intervención presidencial: los espías están dando información a los jueces sobre irregularidades de funcionarios, los agentes de la SI trabajan para la oposición, “debemos poner la inteligencia nacional a trabajar para contener el avance judicial y frenar a los opositores”, y algunas otras más…

Ni usted ni yo sabremos, claro está, la verdad completa de la historia. Lo que sí podríamos pedir dentro de la lista de deseos para 2015 es que quienes aspiran a ocupar el poder el año entrante se comprometan explícitamente no solo a no robarnos nuestro dinero, sino que además garanticen el respeto a nuestra intimidad, a nuestras comunicaciones y a nuestros pensamientos. Sería muy triste tener que lidiar no solo con nuestras  ilusiones “pinchadas” sino deber  también hacerlo con los teléfonos.

 

Ley antiterrorista nacional y popular

Una noche cualquiera de mi adolescencia, con el silencio habitual de esa noche cualquiera. Una ciudad adormecida entre sábanas, recuperando energías para la jornada por venir. Silencio, quietud, calles vacías, sueños en curso. Un ruido estremecedor, repentino e imprevisto. Gritos, sirenas, visibles rastros de sangre en las manos de quienes las tienden para ayudar.  También sangre, invisible, en las de aquellos jóvenes que en honor a vaya a saber uno que sublimes “ideales” rompían algunas noches no solo los sueños de la ciudad sino los de cientos de familias destrozadas por la bomba traicionera, la metralla fratricida, la muerte por la muerte misma y el despreciable empecinamiento en la revolución permanente. Eso creo recordar que era para mí generación el terrorismo

El guerrillero preso y desarmado; torturado y desaparecido. La embarazada cautiva a la que se le arranca de los brazos al hijo recién nacido, que es luego entregado a extraños para que crezca sin pasado, sin origen y sin raíces; constituyendo un delito aberrante ejecutado por un Estado que adquirió en la batalla los mismos males que se proponía erradicar. Eso también era terrorismo -y por cierto, de la peor especie.

Los relojes detenidos en las inertes muñecas de las 85 víctimas de la AMIA marcaron definitivamente a la hora 09:53 de aquel 18 de julio de 1994, como la correspondiente al mayor atentado criminal perpetrado en territorio argentino. Aquello también fue terrorismo, en su máxima expresión

Y las torres gemelas, la explosión en Atocha, los fundamentalismos asesinos escudados en cualquier exacerbación de una creencia religiosa, constituyen obviamente demenciales extremos de lo que el concierto mundial de las naciones reconoce como terrorismo

El terrorismo es definido por la RAE como la “actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos”. Simple pero contundente.

Nuestro código penal contempló hasta 2007 un concepto bastante aproximado al pensamiento mundial en la materia disponiendo en su artículo 213 “quien tomare parte de una asociación ilícita cuyo propósito sea, mediante la comisión de delitos, aterrorizar a la población u obligar a un gobierno o una organización internacional, a realizar un acto o abstenerse de hacerlo, siempre que ella reúna las siguientes características:

a) Tener un plan de acción destinado a la propagación del odio étnico, religioso o político;
b) Estar organizado en redes operativas internacionales;
c) Disponer de armas de guerra, explosivos, agentes químicos o bacteriológicos, o cualquier otro medio idóneo para poner en peligro la vida o la integridad de un número indeterminado de personas”

Luego el modelo que todo lo puede, sin pedir permiso a los padres de la lengua, agrupo bajo el término “terrorismo” a la trata de niños, la prostitución el fraude financiero y hasta la protesta social (si es una protesta social no conveniente claro está). Incluso a un periodista inquieto se le quiso aplicar como “correctivo” la particular ley antiterrorista nacional y popular.

Hace un par de días, en una nueva emisión del melodrama presidencial de entrega casi diaria que bien podría titularse “Sola contra el mundo”, fuimos informados que la quiebra de la imprenta Donnelley, constituye un terrible acto de terrorismo “puro y duro”.

Inútil sería intentar desde esta columna descubrir la verdad sobre el cierre del establecimiento gráfico. Pérdida de rentabilidad, alteración insalvable de los términos de la ecuación “costo beneficio”, hastío irreversible por los caprichos y entuertos administrativos, cepo y más cepo o también -porque no- la vieja y conocida maniobra de quiebra fraudulenta. Como sea, y sin ser expertos en derecho, parecería prima facie que el vocablo “terrorismo” no aplica para esta situación.

Sin bien la imagen de 400 operarios sin trabajo causa angustia, desde hace ya bastante tiempo, con mayor o menor repercusión mediática, imágenes similares son casi cotidianas: autopartistas, metalúrgicas, constructoras, frigoríficos, textiles y tantas otras actividades industriales y comerciales van cerrando sus puertas. Van bajando sus persianas y apagando su luces para no encenderlas nunca más. Por más proclamas lanzadas en el salón “Mujeres argentinas”, por más conciliaciones que se hagan en la cartera laboral y por más que esmere nuestra Gendarmería en despejar las autopistas. Normalmente el empresario (patriota o buitre) recurre al cierre de su emprendimiento no como primer recurso ante un sacudón, sino como última e irreversible decisión cuando aprecia que con cada amanecer su situación empeora respecto al día anterior

Desde aquel famoso “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo” hasta las desaforadas alocuciones nacionales y populares que incluyen amenazas de expropiación de la gestión empresarial, precios cuidados y tal vez (porque no) la creación de un “Guantánamo” a la criolla para albergar a estos nuevos y peligrosos “terroristas”, nuestros brillantes líderes parecen no entender que sea que se trate de una poderosa filial de una aún más poderosa multinacional hasta un almacén de barrio, la cosa funciona con un viejo precepto fenicio: “maximizar utilidades y minimizar pérdidas”. Me permito agregar (utilizando mi profesión universitaria y no mi condición de marino) que resultará muy beneficioso también que las ganancias obtenidas lícitamente puedan también lícitamente ser de libre disponibilidad.

No se apure en condenarme, amigo lector. También existe la función social de la empresa, el rol integrador del trabajo, los factores de la producción que aprendimos en el cole (naturaleza, trabajo y capital) y un montón de cosas más. Pero el empresario no es un predicador y aún a los predicadores, a los curas y a los pastores, a usted y a mí, no nos gusta perder dinero, es así de simple y sencillo. ¿Acaso usted alguna vez pensó que el descuento del supermercado en un determinado día de la semana se hace para que el dueño de la cadena duerma mejor esa noche sabiendo que hizo el bien al prójimo? Seguro que no, pero eso no es óbice para que -si tenemos tiempo- aprovechemos ese día para deambular con nuestro carrito entre las góndolas y eso no nos transforma en usureros.

Gritos, amenazas, aplaudidores que asienten con la cabeza ante cada palabra pronunciada desde el podio y se miran entre sí para efectuar un “control cruzado” de gestos aprobatorios, advertencias cantadas por la barra adolescente y mucha pero mucha cadena nacional, no solo no alcanzan para frenar la debacle nacional y popular sino que la agravan y nos precipitan cada día a un abismo más profundo del que será más difícil salir.

Alguna razón secreta deberá existir para preferir estos métodos a otros un tanto más “ortodoxos” que permitan a un empresario trabajar con el natural riesgo de “ganar o perder”, pero sin el temor de ser equiparado a un miembro de Al Qaeda. Con todos los controles, regulaciones y medidas que por otra parte impidan que se transforme en un Al Capone. Y que si llegara a transformarse en un émulo del capo mafioso, hagan que vaya preso igual que este, por evadir sus tributos para con el fisco

La imprenta Donnelley tal como la conocimos ya no existe. Sus trabajadores, aún inundados por la adrenalina que genera la situación, se han puesto al frente de la producción. Sabemos cómo termina la historia: los clientes elegirán empresas menos conflictivas para encargar sus trabajos, no habrá plan de inversión ni conducción estratégica del negocio y tal vez cuando menos lo recordemos, la mano salvadora del Estado anexará la planta a la cartilla del déficit público o –por qué no- algún vicepresidente ducho en estas cuestiones armará alguna “cosita” con un par de amigos y se la quedará.Total, si lo pescan dirá que fue fruto de la más pura casualidad.

Una vez más lo invito a jugar juntos, amigo lector. Le pregunto: si pudiéramos poner en una larga fila a nuestros principales dirigentes empresarios, en otra a nuestros gremialistas y en una tercera a nuestros gobernantes y -ya que hablamos de terrorismo- los miráramos fijamente a sus ojos por un buen rato, ¿qué fila piensa usted que nos daría más terror?