Gloria en Brasil, desvergüenza en Tucumán

Quiso el destino que razones profesionales me llevaran por estos días a cruzar el “charco” con destino a la vecina orilla, con la más sana intención de contrarrestar en parte el malestar que reina entre nuestros vecinos, a la luz de los últimos nada amistosos gestos que nuestro poco diplomático canciller y algún que otro funcionario de la secretaria de Transportes le han obsequiado a “nuestros hermanos uruguayos”. Así las cosas, luego de la jornada laboral del día 8 de Julio, pantalla gigante mediante, compartí con camaradas charrúas las alternativas de la derrota brasileña a manos de Alemania. Los sutiles comentarios que llegaban a mis oídos sobre los deseos para la jornada venidera me llevaron a la convicción de acelerar mi partida de tal forma que la salida de Argentina a la cancha me encontrara en territorio menos “hostil”.

A punto de abandonar el hotel, me sorprendieron las imágenes de la celebración del 198° aniversario del verdadero nacimiento de la Patria. Como resistir a la tentación de ser “testigo” de ese triste espectáculo. En realidad, tal vez el adjetivo correcto no sea precisamente el de “triste” pero es muy probable que cualquier otro que utilice me lleve invariablemente a tener que pedir perdón por mis dichos y realmente ninguno de los funcionarios allí presentes se merecen que ciudadano alguno les pida perdón -más bien todo lo contrario.

Un 9 de Julio a puertas cerradas, en un estadio “cuidado” mejor que los precios de igual denominación, con la militancia paga de siempre y un amplio operativo de arriado del ganado a sueldo. Ministros, secretarios de Estado, diputados, adherentes varios y jerarcas militares -entre ellos, el mismísimo jefe del Ejército, portando su desempolvado uniforme de súper gala, ya en desuso desde hace años para actos protocolares, ostentoso como lo no lo es su devaluado ejército nacional y popular y encima luciéndolo para sentarse a escuchar los divagues de un procesado por la justicia.

Creo estimado amigo que coincidirá conmigo si le digo que la cara de pocos amigos con que miraba Florencio Randazzo al Procesado Vicepresidente durante su obsecuente discurso sea tal vez la mejor síntesis de lo que puede sentir cualquier persona con dos dedos frente que es obligada por “obediencia debida” a rendir honores a un encartado judicial (nombre con el que la jerga jurídica denomina a todo delincuente procesado). Por otra parte, mientras la ministra de Industria Débora Giorgi no atinaba a levantar la vista mientras el procesado seguía loando a Néstor y Cristina, el inefable Rossi no conseguía esbozar al menos una tibia sonrisa , y se veía mucho más incómodo que cuando visita una unidad militar.

La postal que mostraban las cámaras oficiales -únicas habilitadas para obsequiarnos a todos y todas las imágenes del evento, aunque sin cadena nacional seguramente por un atisbo de vergüenza oficial- era rica en detalles pintorescos. Uno estuvo constituido por la cantidad de participantes que no demostraban la menor intención de aplaudir las huecas frases del orador, hasta que al ver sus rostros en las pantallas gigantes esbozaban un desapasionado palmoteo así como por las dudas.

Así fue que con la cabeza inundada por esas imágenes casi de ciencia ficción, me hice a la ruta, lugar en el me sorprendió el inicio de la esperada semifinal Argentina versus Holanda. Calles desiertas, rutas desiertas, control migratorio y aduanero desierto ( lo que no está bueno en ningún caso, muchos menores, mucha droga o mucha divisa podría pasar en dos horas de tierra liberada; sería bueno mejorarlo para el próximo domingo). En la más absoluta soledad viví el primer tiempo, el segundo, el alargue… los penales me sorprendieron ingresando a la Ciudad de Buenos Aires, la que de pronto estalló en un solo grito, en una sola consigna, en una sola bandera. La alegría de un pueblo muy castigado por sus dirigentes; el clamor de una sociedad que al menos encontró algo de lo que sentir orgullo, ante tanta vergüenza nacional y popular con la que nos bombardean cada día.

Los últimos kilómetros de mi trayecto contrastaron con las horas de viaje en soledad. La gente en las calles no era conducida por punteros, las banderas no tenían pañuelos extraños, ni nombres propios ni mucho menos flecos amarillos como la que ahora difunde el ministerio de Defensa desde su página oficial. La Plaza, el Cabildo, el Obelisco, las capitales de provincia, todo absolutamente todo se vistió de un legítimo fervor celeste y blanco tan multitudinario como el que ni “Él” ni “Ella” -ni mucho menos sus discípulos- podrían alguna vez conseguir por mucho recurso financiero al que pudieran echar mano.

Y creo, queridísimo amigo lector, que nos merecemos legítimamente disfrutar un poco el ver a la República Argentina, gracias al mérito de nuestros deportistas, entre los primeros puestos de algo positivo. Luego de encabezar tantos índices internacionales de corrupción, de baja calidad institucional, bajo nivel de enseñanza, paupérrima seguridad de incumplimiento de obligaciones financieras y comerciales, y un largo etcéteca.

Pero tenemos que estar atentos y ser conscientes. Mucho cuidado con permitir que nos pretendan arengar el próximo domingo para asociarse a un eventual triunfo o una ya por demás honrosa derrota si no volviéramos con la Copa en la mano. Que ningún caradura desvergonzado, por más “amado” que sea, intente expiar u ocultar sus culpas tras la euforia de un triunfo deportivo. Que ningún genio financiero salga a “prepotear” a jueces y acreedores externos, regalándoles -como ya hizo- algunos cientos de millones de dólares adicionales a los que reclaman, mientras estamos distraídos y para demostrarles que con nosotros “no se jode”.

Si todo sale bien, querido amigo, el domingo píntese la cara. Salte. Grite. Cante. Llore. Tome la bandera. Salga al balcón, a la calle, a la ruta. No permita que nadie le robe su derecho a estar feliz. Pero recuerde que una vez un dictador quiso confundir al pueblo con una causa sublime como Malvinas apropiándosela y el pueblo en la plaza supo responderle con una ingeniosa rima que imagino Ud. recordará. Será cuestión que si se diera el caso, una vez más nuestro tradicional ingenio popular recuerde a nuestros salientes dirigentes con alguna estrofa rimada , que una cosa es la devoción por los actuales portadores de la gloriosa camiseta con el rayado celeste y blanco y otra muy distinta es el desprecio que generan los futuros portadores del famoso y metafórico traje a rayas que identifica a los que abusan de una u otra manera del resto de la sociedad a la que pertenecen.

Luz… cámara… ¡¡Berni!!

Deberíamos convenir que, a diferencia de otros funcionarios del actual gobierno nacional y popular, el inefable secretario de Seguridad Sergio Berni tiene algunos méritos a destacar. En primer lugar, es obvio que disfruta su trabajo y no le escapa al bulto, ya se trate de una tragedia aérea, un piquete rutero, el desbaratamiento de una banda narco o un gatito asustado en la copa de un árbol. El siempre estará ataviado para las circunstancias, sea con ropajes pseudo extraterrestres, casco de bombero, paracaídas o chaleco antibalas en posición invertida.

Con todo, el Teniente Coronel Médico Sergio Berni aquilata algunos activos que muchos de sus compañeros de gabinete le envidian. Por ejemplo, a diferencia de “Pinocho” Rossi (así bautizado por sus subordinados de uniforme), las cúpulas policiales lo respetan y hasta podría afirmar que lo aprecian. Tal vez su condición de militar (aunque no sea de comando) hace que su lenguaje y su mística del mando sean más o menos entendibles y aceptables para las fuerzas federales de seguridad. Por otra parte, y volviendo a la comparación con el área de Defensa, él no tomó como un castigo su salida del poder legislativo para ocupar funciones ejecutivas y, como ya dijimos, le encanta lo que hace a diferencia de lo que perciben los militares de su actual jefe. Por otra parte, a pesar de gozar de un excelente buen pasar económico, no pasea en Porsche, no toca la guitarra en bandas de rock ni sucumbió a las mieles de Puerto Madero -al menos no por ahora.

Tal vez el único vicio ostensible del subsecretario sea su desmedida adicción a la radio y televisión, no como espectador sino como protagonista exclusivo y excluyente. Este fenómeno comunicacional se está dando cada vez con mayor medida en funcionarios de segunda línea que tuvieron durante buena parte de la gestión K totalmente vedado el uso de la palabra. Y parece reafirmarse cada día que la constante denostación a los maléficos medios gráficos, televisivos y radiales es muy comparable a la reacción de la zorra de la famosa fábula de Esopo, aquella que al no poder tomar las uvas para sí por estar muy altas, se conforma convenciéndose que las mismas estaban verdes.

Ellos no odian a los medios y a quienes protagonizan la pantalla: ellos quieren ser los únicos protagonistas de la grilla (y si fuera posible, a toda hora, en todas las frecuencias y en cadena perpetua).  A veces, claro está, algún funcionario poco habituado a hacer uso de la palabra amenaza con ir a la guerra contra el Paraguay para defender nuestra soberanía fluvial, poniendo en un brete a un par de ministros. Pero, ya se sabe, cuando se enciende la luz roja de las cámaras puede pasar cualquier cosa

Ocurre también que, merced a la particular reasignación de funciones a distintos ministerios y secretarias, y así como juntamos al ministerio del Interior con los transportes y creamos un ministerio de Seguridad, casualmente por falta de la misma, le dimos al Teniente Coronel sanitario un rol tan particular que lo hace protagonizar con facultades de “comando” piquetes, protestas sociales varias, partidos de fútbol, choques de trenes, inundaciones, caída de aviones, incendios, derrumbes, toma de viviendas, y una larga lista de etcéteras. Negocia con “desacatados”, pelea con jueces y fiscales, conduce motos policiales, timonea lanchas de prefectura naval y hasta se le anima a los helicópteros de la Federal. Tiene también la costumbre de pedir explicaciones a los cuadros operativos de las fuerzas sobre la tarea que realizaron, para luego ser él quien con “solvencia profesional” se lo explique a los ávidos e inquisidores periodistas

Y es precisamente aquí – amigo lector- donde me quiero detener a reflexionar sobre un tema que es ya recurrente, al menos en las áreas de acción del gobierno nacional: la avidez de los funcionarios políticos de copar la palabra y de ponerla al servicio del modelo no reconoce límites de ningún tipo. Ni técnicos, ni profesionales, ni siquiera éticos.

Ver al responsable de la seguridad ciudadana dando directivas de abandonar los edificios céntricos frente a una posible nube tóxica en el puerto metropolitano resulta pintoresco, si no fuera porque cualquier entendido que hubiese podido tomar el micrófono hubiera indicado que era mejor encerrarse lo más herméticamente posible hasta que se determinara si había riesgo para la salud. Observarlo sentado como copiloto de un avión de la prefectura naval, explicando como se buscan posibles náufragos en el océano Índico, puede resultar un tanto hilarante porque, después de todo, no le hace mal a nadie.

Sin embargo, el montaje escénico del pasado martes en ocasión de producirse el accidente aéreo en aguas del Río de la Plata debería llamarnos a implorar un poco de respeto. No solo respeto a los familiares de las víctimas de la tragedia sino a la sociedad toda.

El carácter binacional de los sucesos permitió marcar un contrapunto clarísimo en la forma de abordar desde el punto de vista informativo la difusión de los mismos. Mientras que en la vecina orilla la palabra oficial era ejercida por el vocero de la autoridad marítima designado para ello, nuestro subsecretario pareció por momentos llegar al éxtasis enfrentando a los micrófonos para pronunciar célebres frases tales como “En mi experta opinión deben haber fallado los motores” o implorando con la mirada que alguien le arrime algún dato para poder retransmitir.

Curiosamente, apenas dos días antes, el mismo río fue testigo de otra tragedia que costó la vida a dos marinos argentinos y dejó secuelas de consideración en otros dos. Un buque fondeado en proximidades del puerto de Buenos Aires perdió a su capitán y a un tripulante en el interior de un tanque de cargamento. Una joven cadete y otro oficial resultaron heridos, y al parecer al no haber cámaras en medio del río, la noticia no pareció tener interés para el intrépido secretario.

Este avasallamiento a funcionarios públicos de carrera, sean estos civiles, militares, diplomáticos o policías, revela algo más que un afán de protagonismo. Creo, humildemente, que esconde un profundo desprecio por todo aquello o  -mejor dicho- por todos aquellos que no están en sus cargos por ser acreedores de favores políticos o por premios a la militancia, sino por haberse esforzado por abrazar una profesión para servir a la patria.

No voy a cometer el atrevimiento de cuestionar aquí la decisión presidencial de colocar a un Coronel médico a manejar la seguridad, ni a una aeromoza a encabezar la representación de Argentina justo frente a Inglaterra. Tampoco a la conveniencia de designar a un religioso para lidiar con la problemática de la droga. Pero parecería ser que esta gestión tiene un particular fastidio contra los escalafones.

Si seguimos por este camino, se podría llegar a la particular situación de encontrar en breve a un embajador de carrera alcanzándonos un refresco en pleno vuelo, a un rudo gendarme extendiéndonos una receta en su consultorio y a un narcotraficante recibiendo nuestra confesión en la catedral.

Una vez más, podemos recurrir al arte para redondear el concepto: “me dijeron que en el reino del revés cabe un oso en una nuez”; “que un ladrón es vigilante y que otro es Juez y que dos y dos son tres”. Qué quiere que le diga querido, amigo lector… Para entender lo que nos pasa no hay que saber de política, es más fácil tener cultura musical o al menos una buena discoteca.

Granaderos y granaderas

Teresa de Calcuta y Adolf Hitler, Kennedy y Lee Harvey Oswald, José de San Martín y el comandante realista Antonio Zabala (quien lo enfrentó en San Lorenzo), tuvieron al menos dos cosas en común: fueron personas de existencia real, hecho que no admite el menor margen de duda y, para bien o para ma,l marcaron con sus acciones los destinos de parte de la humanidad de forma indeleble.

El Llanero Solitario y el Zorro, el Hombre Nuclear ySuperman, también tienen su denominador común. Son fruto de la fantasía, de la creación de mentes imaginativas las que por intermedio de artilugios, maquillaje y efectos especiales cinematográficos los tornaron tan reales que todos nosotros creímos en algún punto de nuestra existencia que eran absolutamente verdaderos. ¿No sintió acaso – amigo lector- un poco de desilusión al ver postrado en una silla de ruedas al actor Christopher Reeve? Con lo bien que volaba…

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