Soldaditos de plomo

Hace pocos días, la sociedad se hizo eco de un “descubrimiento” increíble, un logro periodístico muy valioso que expuso a la luz de la opinión pública una publicación del ex juez supremo Raúl Zaffaroni relacionada con el Derecho Penal Militar.

Obviamente la obra no es nueva y mucho menos secreta. Está -o estaba al menos hasta ahora- en casi todas las bibliotecas militares de las FFAA. Y fue consultada por más de un abogado defensor de los hoy procesados ex jefes militares.

“No puede afirmarse en forma rotunda que la supresión física del infractor sea inconstitucional en todos los casos”. Esta frase corresponde al capítulo “La excepcional necesidad de dar muerte al delincuente”. Esta joya literaria que interpreta el hoy derogado código de justicia militar, también dedica generosos párrafos a justificar la toma del poder por parte de las FFAA en casos extremos, a los que denomina “terribilísimos” (primera vez que escribo esta palabra), nos habla de los supuestos de “un ataque inesperado” (¿la guerrilla tal vez sería uno de ellos?) o el “ terremoto catastrófico” . No se priva Don Raúl de explayarse en cuestiones tales como la total inconveniencia de la homosexualidad dentro de las filas de las FFAA. Nunca sabremos qué hubiera escrito sobre este tema, si el tratado, en lugar de estar dedicado a la milicia, lo hubiera sido al Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial.

Por si aún no se enteró, y desea ahondar en detalles sobre el libro en cuestión, lo remito a una excelente nota sobre este tema publicada en este mismo portal.

Puede, ahora si lo desea, dedicar algunos minutos a exteriorizar su sorpresa, repudio o adhesión a los conceptos que el ahora ultra-progresista y abolicionista ex juez supremo expresaba hace apenas 30 años atrás. También a imaginar qué argumentos se abordarán desde el poder para justificar algunos contrasentidos o cuál será el nuevo escándalo que sepulte esta noticia, como ocurre casi a diario cuando vemos que nuestra capacidad de asombro alcanza un nuevo límite cada mañana.

Repuesto ya de su estupor, tal vez podamos juntos hacernos algunas reflexiones breves y simples que tal vez generen polémica, pero que no podemos dejar de formular.

Hace 30 años que no paramos de descubrir, analizar, desmenuzar, juzgar y condenar las enormes atrocidades que los militares le hicieron a la sociedad civil. En un país en el que la unificación de penas es moneda corriente, tenemos ex militares que acumulan varias cadenas perpetuas de tal suerte que, si llegasen a reencarnar, vayan directo de la maternidad al penal. Mientras que a terribles violadores seriales y asesinos varios se les modera la pena, para darles una nueva oportunidad de violar o matar, cientos de personas ancianas van muriendo por falta de atención médica en el penal de Marcos Paz.

Nadie pide para ellos un indulto sino simplemente un trato humanitario. Muchos de ellos aún gozan de la presunción de inocencia, la misma que aplica al Vicepresidente de la Nación. ¿Será que con ellos se aplican las teorías del anterior Zaffaroni, esas que hablan de la “supresión física del infractor” , por sobre el ahora esclarecido pensamiento del jurista y que parece abogar hasta por la supresión del derecho penal?

Pero ¿qué pasaba con nosotros mismos hace 40 o 50 años¿ ¿Cuánto había de aquel Zaffaroni en cada uno de los políticos que pedían a gritos que alguien hiciera algo para terminar con el desgobierno de la república? ¿Cuánto en cada empresario que hacia guiños cómplices para terminar con la peligrosa subversión? ¿Cuánto en los líderes religiosos, en los responsables de medios de comunicación y en definitiva en el común de los miembros de nuestra sociedad?

¿No será hora ya de comenzar a analizar, no solo lo que los militares hicieron con la sociedad civil, sino además lo que la sociedad civil hizo y hace con ellos? Podemos permitirnos el derecho de mutar de pensamiento; es parte de la evolución lógica de nuestra vida y por ende del colectivo social. Pero de la mano de esta “evolución” deberíamos ser lo suficientemente honestos para entender que todo lo terrible que nos pasó, tuvo como protagonistas a muchos más actores que los que hoy son sindicados como únicos responsables.

Podemos válidamente enrostrarle a Zaffaroni su doble moral y su poca “resistencia al archivo”, pero no sin antes detenernos a pensar cuántos esclarecidos prohombres de la actual democracia mutaron de pensamiento y de moral conforme fueron pasando los años. El libro de Zaffaroni hoy es una obra literaria oculta. De la misma manera que muchos funcionarios públicos ocultan en sus CV sus actividades anteriores a la llegada de la bendita democracia.

Los nuevos paradigmas de la hora no contemplan la participación de la milicia armada en relación a la seguridad interior. Esto reduce la posibilidad que miembros de las FFAA vuelvan a enfrentar a un tribunal por crímenes de lesa humanidad. Pero, curiosamente, la política los sigue utilizando para tareas que mañana seguramente llevarán a algunos uniformados al banquillo. No solo el (poco) secreto espionaje e inteligencia interna sobre la ciudadanía integra la lista de ilícitos democráticos. Adquisición de chatarra naval, aérea y terrestre; alquiler de buques antárticos inservibles; reparación de un rompehielos con costos siderales y resultados patéticos; inserción de funcionarios políticos en cargos navales violando expresamente la ley de empleo público y otras menudencias, son toleradas hoy y serán condenadas mañana.

Parecería ser  que, una vez más, el complejo mundo de la política tiene protagonistas valiosos a quienes se debe preservar a todo costo y también a algunas herramientas a los que se puede echar mano y descartar según convenga. Por su bajo costo y por su fácil reposición. Como los juguetes baratos de nuestra infancia. Como soldaditos de plomo.

El legado de Brown

En noviembre de 1999 fue el momento de la Marina Mercante. En junio de 2010 le correspondió a la Prefectura Naval Argentina. Mañana, 17 de mayo, será el turno de la Armada Argentina para “soplar” sus 200 velitas al alcanzar el segundo centenario de vida institucional. No voy a abrumarlo, amigo lector, con un compendio de historia naval. Basta con recordar que la fecha corresponde al triunfo de la incipiente escuadra de Guillermo Brown sobre la flota realista en el combate naval conocido como “Batalla de Montevideo” acaecido el 17 de mayo de 1814

Personaje curioso de la historia resultó ser este irlandés con espíritu aventurero, emigrado muy joven a los Estados Unidos. Se formó navegando varios años como marino mercante , prisionero luego de la flota inglesa y convertido en forzado tripulante bajo su pabellón. Arribado posteriormente al Rio de la Plata, pretendió seguir con su profesión de marino y comerciante, aunque los avatares de la independencia local lo llevarían a convertirse nada menos que en el padre de lo que hoy conocemos como Armada Argentina y en su primer almirante.

Algo mágico deben tener estas tierras para que muchos extranjeros hubieran arriesgado sus vidas para defenderlas. Si bien fue Brown el más destacado, muchos años después decenas de marinos mercantes italianos y españoles participaron de la gesta de Malvinas a bordo de los buques comerciales que apoyaron las operaciones navales. Muy justamente la propia armada cada año recuerda este hecho que ocasionó la muerte de 16 marinos civiles en mayo de 1982.

Intentar rendir homenaje a una institución de la patria puede resultar para el caso de una fuerza armada un tanto complejo, particularmente para nuestra marina militar. Podría ser muy controvertido si no se lo hace considerando que sus 200 años de historia no pueden estudiarse en forma aislada del resto de la evolución nacional. De la misma forma que otras instituciones o grupos sociales, la fuerza muchas veces fue protagonista de páginas negras de la historia, pero también -y desde su nacimiento- ha encabezado o participado en acontecimientos de importancia superlativa para el conjunto de los habitantes de la patria

Y así como el cine se ocupó de hacer famosa la poco feliz actuación de la oficialidad de “La Rosales” durante su naufragio, poco se sabe sobre el heroico rescate antártico protagonizado en 1903 por la corbeta Uruguay al mando de quien luego fuera el Almirante Irizar, hecho en el que se salva en su totalidad a la tripulación de un buque expedicionario sueco varado en las heladas aguas polares. Una y otra vez recordamos los tristes sucesos ocurridos en la ESMA en los 70 , pero casi nada conocemos sobre los marinos que la idearon como centro de formación de miles y miles de jóvenes que egresaron de sus aulas durante más de 60 años. La locura de la guerra de Malvinas y la condena a los jerarcas militares que la llevaron adelante poco tiene que ver con el valor puesto de manifiesto por oficiales, suboficiales y soldados en las jornadas del conflicto. Sin lugar a dudas el máximo ejemplo de entrega en el cumplimiento del deber lo constituye el Capitán de Fragata Post Mortem, Pedro Giachino, quien cumplió su misión preservando la vida de sus hombres y la del enemigo, tal como se le había ordenado.

En cada acto, de cada día, de cada destino o de cada buque, se han de haber sucedido, sin solución de continuidad en estos dos siglos, los más maravillosos actos de entrega y grandeza, y seguramente también algunos que habrán puesto de manifiesto lo peor de la condición humana. El mar es muy proclive a sacar a relucir, a tan solo un par de días de alejarnos de la costa, lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.

Seguramente mañana, frente a la tropa formada y las naves especialmente traídas al puerto de Buenos Aires para la ocasión, el ministro de Defensa mechará en algún punto el ya tradicional reproche a los militares de hoy por lo que hicieron sus camaradas de ayer y realizará las acostumbradas promesas relativas a mejoras presupuestarias y de equipamiento, al tiempo que exhortará a los hombres y mujeres de la fuerza a la tantas veces declamada e intangible integración cívico-militar. Será una vez más una simplificación conceptual que dejará de lado a buena parte de la historia naval del país. Y aunque sería maravilloso que mi pronóstico falle, ocurre que la democracia argentina (incluyendo a todos los gobiernos desde 1983 a la fecha) aún no ha sabido exactamente como separar el rol de las Fuerzas Armadas dentro del proyecto nacional respecto del accionar de los hombres que las condujeron en algunos momentos de la historia argentina.

Ahora mismo, el poder político se ufana de estar trabajando para unir a la sociedad civil con la militar. Craso error de concepto: no hay dos sociedades en la patria, hay una sola que incluye a médicos, obreros, maestros, ingenieros, bomberos, militares y a todos los hombres que quieran habitar el suelo argentino. Tal como reza el preámbulo de nuestra Constitución. Todo conflicto o enfrentamiento pasado o presente por el que hubiéramos transitado, jamás nos ha de servir como un multiplicador social. No se han de nacer nuevas sociedades a partir de una crisis; por el contrario siempre será la crisis un divisor de la única sociedad que tenemos, este concepto es algo que nuestra actual conducción política inexplicablemente no ha llegado a comprender empeñándose cada día en dividirnos más y más

Días pasados , recibí un casi “paternal” regaño por haber expresado en alguna columna anterior (palabras más palabras menos) que los buques de la armada no están en condiciones de operar. Es muy lógico inferir que escribir una columna de opinión resulte infinitamente más fácil que manejar una institución con miles de hombres y mujeres, y decenas de bienes materiales terrestres, aéreos y navales, pero no es menos lógico intentar desde un lugar como este, estimular -aunque sea a través del enojo- a nuestros funcionarios políticos para que presten la debida atención a una cuestión tan delicada como lo es la defensa nacional.

Todos anhelamos no ver más en nuestros ríos a buques militares con más de 70 años de servicio ni tampoco a destructores transformados en buques secundarios de apoyo logístico, por falta de repuestos para mantenerlos como navíos de combate. Al mismo tiempo no se puede menos que rendir homenaje a quienes día tras día hacen mucho con casi nada y tratan de mantener operativa a la mayor cantidad de unidades posible. Pero debe el país necesariamente plantearse de manera urgente, seria y profesional, el futuro mediato de sus instalaciones y medios militares operacionales para que temerarios atrevimientos editoriales como el mío de hace pocos días atrás no se transformen en verdades absolutas e irrefutables en un futuro cercano

Como siempre, muchos lectores fijarán posición en torno a esta columna y, como suele ocurrir, saldrán a la luz las más variadas posiciones. Todas las opiniones son respetables y dignas de atención, pero sería bueno que al reflexionar sobre este tema, tengamos en cuenta que la Armada no es propiedad de los almirantes que circunstancialmente la conducen, de la misma manera que el Congreso no se les entregó con beneficio de inventario a nuestros representantes legislativos y mucho menos -Dios quiera que lo entiendan- la Nación no ha sido escriturada a nombre del gobierno de turno y muchísimo menos aún a la familia presidencial y su séquito de empresarios aliados. Tenemos el derecho y la obligación de sentirnos dueños de todo aquello que es patrimonio nacional y que en su conjunto reafirma ese concepto que algún que otro perverso quiere que no tengamos en cuenta. Somos una única sociedad aunque se esmeren en querernos dividir para poder doblegarnos mejor.

A todos los colegas de la Armada Argentina, feliz cumpleaños y un muy muy especial “ Bravo Zulú”.

Entre Bachelet y el “pongui pongui”

Hace un tiempo, mientras aguardaba a ser atendido por un directivo de la Liga Marítima de Chile, observaba el paisaje imponente que rodea al coqueto edificio “Coraceros” ubicado en pleno centro neurálgico de la ciudad de Viña del Mar. Hacia el poniente el majestuoso océano Pacífico. que casi parece acariciar el pórtico de entrada; hacia el este, la majestuosa Cordillera de los Andes y la sobresaliente silueta del Aconcagua. Esa postal que retrataron mis ojos desde un piso 24, era lo último que me faltaba para terminar de comprender la casi mágica subsistencia del pueblo trasandino (según nuestra ubicación, al menos; para ellos los trasandinos somos nosotros…)

Imagine, amigo lector, desde qué punto de la Argentina, sin importar lo alto que éste fuere, podríamos divisar los límites este y oeste del país. Imposible, claro está. Pero en Chile, basta trepar unos metros por sobre el nivel del mar para tomar adecuada perspectiva de su extrema delgadez territorial. Por un lado, el muro rocoso infranqueable; por el otro. el impredecible beso marino, que año tras año se roba unos centímetros de costa y que de tanto en tanto rompe sus propios límites para robarse la vida, los sueños y los bienes de los inevitablemente ribereños pobladores.

Con climas duros en el sur y en norte, con una agricultura extremadamente ingeniosa para arrancarle nutrientes a la roca, una rica minería y mucho pero mucho espíritu de sacrificio, Chile nos exhibe con orgullo algunos indicadores de desarrollo que son dignos de admiración. Puede también dejarnos con la boca abierta en algunas otras cuestiones, entre ellas la gran madurez con la que el pueblo y los distintos gobiernos democráticos han dejado atrás los años oscuros de la dictadura y, como más allá de derechas e izquierdas, cuestiones básicas tales como el posicionamiento internacional, la inquebrantable voluntad de ver en el Pacífico más que un límite una oportunidad de negocios con todo Oriente y la astucia y pragmatismo con que los demócratas de hoy supieron mantener todo aquello que los tiranos de ayer habían hecho más o menos bien, les permitió avanzar a un excelente ritmo.

Hace pocos días atrás, el anterior Jefe de la Armada Chilena definió a su país como “un balcón al mar”. Dicho sea de paso, no pasó a retiro porque osara hablar en público, ni por haber posado en una foto con un dirigente opositor. Simplemente cumplió su mandato de cuatro años al frente de su fuerza y, tal como marca la ley, fue reemplazado por uno de los tres oficiales superiores que le seguían en antigüedad. Una elemental forma de despolitizar a las cúpulas militares. (igualito que acá ¿vio?). Pero el destino parece ensañarse con nuestros hermanos con una inusual frecuencia: cuando apenas comienzan a levantarse de un tsunami, les manda un terremoto y, con las heridas aún sangrando, les envía un devastador incendio en la populosa Valparaíso, uno de los principales focos económicos del país.

Como todos saben Chile es gobernado por una mujer; una mujer que ha demostrado ser una verdadera estadista. Hija de un militar asesinado por sus propios camaradas de armas. Una mujer de esas que sí la pasaron mal durante la ausencia de la democracia y tendría más que sobrados motivos para buscar “revancha” desde el poder que por segunda vez le otorgó el voto popular. Pero una vez más y ante la terrible tragedia que ahora azota a su país, la presidente Michelle Bachelet no dudó en poner la zona en emergencia bajo el absoluto control de la fuerzas armadas de su nación. ¿Supone tal vez esta actitud sucumbir bajo el despótico dominio de las botas castrenses? ¿Significa acaso, que la autoridad civil se declara rendida ante la emergencia y pide a hombres de una raza superior que por favor salven al pueblo? ¿Claudicó la seguramente también nacional y popular jefa de Estado a los mandatos de las corporaciones trasandinas, al establishment local o la presión de alguna superpotencia extranjera ubicada más bien al sur de Canadá?

No, no y una vez más no. Simplemente la Jefa de Estado y Comandante en Jefe de sus Fuerzas Armadas ha revindicado su natural mando sobre las mismas. Ella; la Jefa civil, diagramará la estrategia y sus subordinados de uniforme actuarán en el terreno táctico. Bajo el mando civil, pero con la experiencia, disciplina, equipos y entrenamiento que les son propios. La democracia no pierde ni se arrían sus banderas con esta actitud, sino todo lo contrario. Se verá fortalecida

Algún amigo lector afín a nuestro “modelo” podrá decir que ante las últimas inundaciones en la ciudad de La Plata, las FFAA del país también fueron puestas al servicio de la población. Y es verdad en parte. Pero fueron confinadas a una función periférica, eran los aguateros del equipo. Las primeras figuras, como no podría ser de otra manera, fueron los jóvenes de la “Cámpora”, de “Unidos y Organizados”, de “Kolina” y cualquier otro con ganas de lucir en su pecho un chaleco que revindique a la década inundada. Perdón… ganada

Un papel no menor jugó el ahora exiliado ex secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el que dando muestras de una capacidad ejecutiva increíble decretó el ya famoso “pongui pongui” millonario impuesto de facto. Prolijamente recaudado, al parecer hasta el presente no fue aplicado a solucionar ninguno de los problemas originados aquel 2 de abril de 2013. Por su parte, Bachelet viajó de inmediato a ponerse al frente de la situación, no tuvo tiempo de pasar por la casa de su madre para mostrarla como una víctima más de la catástrofe. Seguro a causa de alguna perversa razón, los medios chilenos no enfocan a los jóvenes que portando pecheras de la “ Allende” o alguna otra organización política oficialista. Si se vieron por doquier a decenas de socorristas, médicos, camilleros, bomberos y militares haciendo su trabajo, no haciendo política.

Puede llegar a imaginar, querido amigo lector, qué nos pasaría de este lado de Los Andes si sufriéramos una seguilla de catástrofes como las que vienen padeciendo nuestros vecinos. ¿Se imagina a algún miembro de nuestro eximio gabinete (excepto Berni seguramente) metiendo los pies en el barro o tendiendo la mano a una víctima? ¿No? Tranquilo, yo tampoco. Se ve que Dios tampoco lo imagina: tal vez por eso no nos castiga con adversidades extremas y, a la hora de balancear desventajas territoriales con talento y honestidad dirigencial, ubicó de un lado de la cordillera a Bachelet y del otro al “pongui pongui”.