Luz… cámara… ¡¡Berni!!

Deberíamos convenir que, a diferencia de otros funcionarios del actual gobierno nacional y popular, el inefable secretario de Seguridad Sergio Berni tiene algunos méritos a destacar. En primer lugar, es obvio que disfruta su trabajo y no le escapa al bulto, ya se trate de una tragedia aérea, un piquete rutero, el desbaratamiento de una banda narco o un gatito asustado en la copa de un árbol. El siempre estará ataviado para las circunstancias, sea con ropajes pseudo extraterrestres, casco de bombero, paracaídas o chaleco antibalas en posición invertida.

Con todo, el Teniente Coronel Médico Sergio Berni aquilata algunos activos que muchos de sus compañeros de gabinete le envidian. Por ejemplo, a diferencia de “Pinocho” Rossi (así bautizado por sus subordinados de uniforme), las cúpulas policiales lo respetan y hasta podría afirmar que lo aprecian. Tal vez su condición de militar (aunque no sea de comando) hace que su lenguaje y su mística del mando sean más o menos entendibles y aceptables para las fuerzas federales de seguridad. Por otra parte, y volviendo a la comparación con el área de Defensa, él no tomó como un castigo su salida del poder legislativo para ocupar funciones ejecutivas y, como ya dijimos, le encanta lo que hace a diferencia de lo que perciben los militares de su actual jefe. Por otra parte, a pesar de gozar de un excelente buen pasar económico, no pasea en Porsche, no toca la guitarra en bandas de rock ni sucumbió a las mieles de Puerto Madero -al menos no por ahora.

Tal vez el único vicio ostensible del subsecretario sea su desmedida adicción a la radio y televisión, no como espectador sino como protagonista exclusivo y excluyente. Este fenómeno comunicacional se está dando cada vez con mayor medida en funcionarios de segunda línea que tuvieron durante buena parte de la gestión K totalmente vedado el uso de la palabra. Y parece reafirmarse cada día que la constante denostación a los maléficos medios gráficos, televisivos y radiales es muy comparable a la reacción de la zorra de la famosa fábula de Esopo, aquella que al no poder tomar las uvas para sí por estar muy altas, se conforma convenciéndose que las mismas estaban verdes.

Ellos no odian a los medios y a quienes protagonizan la pantalla: ellos quieren ser los únicos protagonistas de la grilla (y si fuera posible, a toda hora, en todas las frecuencias y en cadena perpetua).  A veces, claro está, algún funcionario poco habituado a hacer uso de la palabra amenaza con ir a la guerra contra el Paraguay para defender nuestra soberanía fluvial, poniendo en un brete a un par de ministros. Pero, ya se sabe, cuando se enciende la luz roja de las cámaras puede pasar cualquier cosa

Ocurre también que, merced a la particular reasignación de funciones a distintos ministerios y secretarias, y así como juntamos al ministerio del Interior con los transportes y creamos un ministerio de Seguridad, casualmente por falta de la misma, le dimos al Teniente Coronel sanitario un rol tan particular que lo hace protagonizar con facultades de “comando” piquetes, protestas sociales varias, partidos de fútbol, choques de trenes, inundaciones, caída de aviones, incendios, derrumbes, toma de viviendas, y una larga lista de etcéteras. Negocia con “desacatados”, pelea con jueces y fiscales, conduce motos policiales, timonea lanchas de prefectura naval y hasta se le anima a los helicópteros de la Federal. Tiene también la costumbre de pedir explicaciones a los cuadros operativos de las fuerzas sobre la tarea que realizaron, para luego ser él quien con “solvencia profesional” se lo explique a los ávidos e inquisidores periodistas

Y es precisamente aquí – amigo lector- donde me quiero detener a reflexionar sobre un tema que es ya recurrente, al menos en las áreas de acción del gobierno nacional: la avidez de los funcionarios políticos de copar la palabra y de ponerla al servicio del modelo no reconoce límites de ningún tipo. Ni técnicos, ni profesionales, ni siquiera éticos.

Ver al responsable de la seguridad ciudadana dando directivas de abandonar los edificios céntricos frente a una posible nube tóxica en el puerto metropolitano resulta pintoresco, si no fuera porque cualquier entendido que hubiese podido tomar el micrófono hubiera indicado que era mejor encerrarse lo más herméticamente posible hasta que se determinara si había riesgo para la salud. Observarlo sentado como copiloto de un avión de la prefectura naval, explicando como se buscan posibles náufragos en el océano Índico, puede resultar un tanto hilarante porque, después de todo, no le hace mal a nadie.

Sin embargo, el montaje escénico del pasado martes en ocasión de producirse el accidente aéreo en aguas del Río de la Plata debería llamarnos a implorar un poco de respeto. No solo respeto a los familiares de las víctimas de la tragedia sino a la sociedad toda.

El carácter binacional de los sucesos permitió marcar un contrapunto clarísimo en la forma de abordar desde el punto de vista informativo la difusión de los mismos. Mientras que en la vecina orilla la palabra oficial era ejercida por el vocero de la autoridad marítima designado para ello, nuestro subsecretario pareció por momentos llegar al éxtasis enfrentando a los micrófonos para pronunciar célebres frases tales como “En mi experta opinión deben haber fallado los motores” o implorando con la mirada que alguien le arrime algún dato para poder retransmitir.

Curiosamente, apenas dos días antes, el mismo río fue testigo de otra tragedia que costó la vida a dos marinos argentinos y dejó secuelas de consideración en otros dos. Un buque fondeado en proximidades del puerto de Buenos Aires perdió a su capitán y a un tripulante en el interior de un tanque de cargamento. Una joven cadete y otro oficial resultaron heridos, y al parecer al no haber cámaras en medio del río, la noticia no pareció tener interés para el intrépido secretario.

Este avasallamiento a funcionarios públicos de carrera, sean estos civiles, militares, diplomáticos o policías, revela algo más que un afán de protagonismo. Creo, humildemente, que esconde un profundo desprecio por todo aquello o  -mejor dicho- por todos aquellos que no están en sus cargos por ser acreedores de favores políticos o por premios a la militancia, sino por haberse esforzado por abrazar una profesión para servir a la patria.

No voy a cometer el atrevimiento de cuestionar aquí la decisión presidencial de colocar a un Coronel médico a manejar la seguridad, ni a una aeromoza a encabezar la representación de Argentina justo frente a Inglaterra. Tampoco a la conveniencia de designar a un religioso para lidiar con la problemática de la droga. Pero parecería ser que esta gestión tiene un particular fastidio contra los escalafones.

Si seguimos por este camino, se podría llegar a la particular situación de encontrar en breve a un embajador de carrera alcanzándonos un refresco en pleno vuelo, a un rudo gendarme extendiéndonos una receta en su consultorio y a un narcotraficante recibiendo nuestra confesión en la catedral.

Una vez más, podemos recurrir al arte para redondear el concepto: “me dijeron que en el reino del revés cabe un oso en una nuez”; “que un ladrón es vigilante y que otro es Juez y que dos y dos son tres”. Qué quiere que le diga querido, amigo lector… Para entender lo que nos pasa no hay que saber de política, es más fácil tener cultura musical o al menos una buena discoteca.

El legado de Brown

En noviembre de 1999 fue el momento de la Marina Mercante. En junio de 2010 le correspondió a la Prefectura Naval Argentina. Mañana, 17 de mayo, será el turno de la Armada Argentina para “soplar” sus 200 velitas al alcanzar el segundo centenario de vida institucional. No voy a abrumarlo, amigo lector, con un compendio de historia naval. Basta con recordar que la fecha corresponde al triunfo de la incipiente escuadra de Guillermo Brown sobre la flota realista en el combate naval conocido como “Batalla de Montevideo” acaecido el 17 de mayo de 1814

Personaje curioso de la historia resultó ser este irlandés con espíritu aventurero, emigrado muy joven a los Estados Unidos. Se formó navegando varios años como marino mercante , prisionero luego de la flota inglesa y convertido en forzado tripulante bajo su pabellón. Arribado posteriormente al Rio de la Plata, pretendió seguir con su profesión de marino y comerciante, aunque los avatares de la independencia local lo llevarían a convertirse nada menos que en el padre de lo que hoy conocemos como Armada Argentina y en su primer almirante.

Algo mágico deben tener estas tierras para que muchos extranjeros hubieran arriesgado sus vidas para defenderlas. Si bien fue Brown el más destacado, muchos años después decenas de marinos mercantes italianos y españoles participaron de la gesta de Malvinas a bordo de los buques comerciales que apoyaron las operaciones navales. Muy justamente la propia armada cada año recuerda este hecho que ocasionó la muerte de 16 marinos civiles en mayo de 1982.

Intentar rendir homenaje a una institución de la patria puede resultar para el caso de una fuerza armada un tanto complejo, particularmente para nuestra marina militar. Podría ser muy controvertido si no se lo hace considerando que sus 200 años de historia no pueden estudiarse en forma aislada del resto de la evolución nacional. De la misma forma que otras instituciones o grupos sociales, la fuerza muchas veces fue protagonista de páginas negras de la historia, pero también -y desde su nacimiento- ha encabezado o participado en acontecimientos de importancia superlativa para el conjunto de los habitantes de la patria

Y así como el cine se ocupó de hacer famosa la poco feliz actuación de la oficialidad de “La Rosales” durante su naufragio, poco se sabe sobre el heroico rescate antártico protagonizado en 1903 por la corbeta Uruguay al mando de quien luego fuera el Almirante Irizar, hecho en el que se salva en su totalidad a la tripulación de un buque expedicionario sueco varado en las heladas aguas polares. Una y otra vez recordamos los tristes sucesos ocurridos en la ESMA en los 70 , pero casi nada conocemos sobre los marinos que la idearon como centro de formación de miles y miles de jóvenes que egresaron de sus aulas durante más de 60 años. La locura de la guerra de Malvinas y la condena a los jerarcas militares que la llevaron adelante poco tiene que ver con el valor puesto de manifiesto por oficiales, suboficiales y soldados en las jornadas del conflicto. Sin lugar a dudas el máximo ejemplo de entrega en el cumplimiento del deber lo constituye el Capitán de Fragata Post Mortem, Pedro Giachino, quien cumplió su misión preservando la vida de sus hombres y la del enemigo, tal como se le había ordenado.

En cada acto, de cada día, de cada destino o de cada buque, se han de haber sucedido, sin solución de continuidad en estos dos siglos, los más maravillosos actos de entrega y grandeza, y seguramente también algunos que habrán puesto de manifiesto lo peor de la condición humana. El mar es muy proclive a sacar a relucir, a tan solo un par de días de alejarnos de la costa, lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.

Seguramente mañana, frente a la tropa formada y las naves especialmente traídas al puerto de Buenos Aires para la ocasión, el ministro de Defensa mechará en algún punto el ya tradicional reproche a los militares de hoy por lo que hicieron sus camaradas de ayer y realizará las acostumbradas promesas relativas a mejoras presupuestarias y de equipamiento, al tiempo que exhortará a los hombres y mujeres de la fuerza a la tantas veces declamada e intangible integración cívico-militar. Será una vez más una simplificación conceptual que dejará de lado a buena parte de la historia naval del país. Y aunque sería maravilloso que mi pronóstico falle, ocurre que la democracia argentina (incluyendo a todos los gobiernos desde 1983 a la fecha) aún no ha sabido exactamente como separar el rol de las Fuerzas Armadas dentro del proyecto nacional respecto del accionar de los hombres que las condujeron en algunos momentos de la historia argentina.

Ahora mismo, el poder político se ufana de estar trabajando para unir a la sociedad civil con la militar. Craso error de concepto: no hay dos sociedades en la patria, hay una sola que incluye a médicos, obreros, maestros, ingenieros, bomberos, militares y a todos los hombres que quieran habitar el suelo argentino. Tal como reza el preámbulo de nuestra Constitución. Todo conflicto o enfrentamiento pasado o presente por el que hubiéramos transitado, jamás nos ha de servir como un multiplicador social. No se han de nacer nuevas sociedades a partir de una crisis; por el contrario siempre será la crisis un divisor de la única sociedad que tenemos, este concepto es algo que nuestra actual conducción política inexplicablemente no ha llegado a comprender empeñándose cada día en dividirnos más y más

Días pasados , recibí un casi “paternal” regaño por haber expresado en alguna columna anterior (palabras más palabras menos) que los buques de la armada no están en condiciones de operar. Es muy lógico inferir que escribir una columna de opinión resulte infinitamente más fácil que manejar una institución con miles de hombres y mujeres, y decenas de bienes materiales terrestres, aéreos y navales, pero no es menos lógico intentar desde un lugar como este, estimular -aunque sea a través del enojo- a nuestros funcionarios políticos para que presten la debida atención a una cuestión tan delicada como lo es la defensa nacional.

Todos anhelamos no ver más en nuestros ríos a buques militares con más de 70 años de servicio ni tampoco a destructores transformados en buques secundarios de apoyo logístico, por falta de repuestos para mantenerlos como navíos de combate. Al mismo tiempo no se puede menos que rendir homenaje a quienes día tras día hacen mucho con casi nada y tratan de mantener operativa a la mayor cantidad de unidades posible. Pero debe el país necesariamente plantearse de manera urgente, seria y profesional, el futuro mediato de sus instalaciones y medios militares operacionales para que temerarios atrevimientos editoriales como el mío de hace pocos días atrás no se transformen en verdades absolutas e irrefutables en un futuro cercano

Como siempre, muchos lectores fijarán posición en torno a esta columna y, como suele ocurrir, saldrán a la luz las más variadas posiciones. Todas las opiniones son respetables y dignas de atención, pero sería bueno que al reflexionar sobre este tema, tengamos en cuenta que la Armada no es propiedad de los almirantes que circunstancialmente la conducen, de la misma manera que el Congreso no se les entregó con beneficio de inventario a nuestros representantes legislativos y mucho menos -Dios quiera que lo entiendan- la Nación no ha sido escriturada a nombre del gobierno de turno y muchísimo menos aún a la familia presidencial y su séquito de empresarios aliados. Tenemos el derecho y la obligación de sentirnos dueños de todo aquello que es patrimonio nacional y que en su conjunto reafirma ese concepto que algún que otro perverso quiere que no tengamos en cuenta. Somos una única sociedad aunque se esmeren en querernos dividir para poder doblegarnos mejor.

A todos los colegas de la Armada Argentina, feliz cumpleaños y un muy muy especial “ Bravo Zulú”.

Cristina, la madrina argentina del Papa uruguayo

El próximo 30 de septiembre, Buenos Aires será protagonista de un hecho triplemente inédito. Por un lado, la más importante empresa de transporte fluvial de pasajeros del Río de la Plata (Buquebus) incorporará a su flota un nuevo barco dotado de propulsión a gas, un concepto de propulsión naval totalmente innovador que permite reducir prácticamente a cero la contaminación ambiental por gases de escape. A ello se le puede adicionar que la extraordinaria velocidad máxima que desarrolla la nave es de 58 nudos (107 kmts/hora). Piense, amigo lector, que si el barco se desplazara imaginariamente por la avenida General Paz, sería multado por exceso de velocidad.

En segundo lugar, si bien el nombre original de la embarcación sería el del fundador de la empresa naviera rioplatense (López Mena), la llegada del cardenal Bergoglio al sillón de Pedro en plena etapa final de alistamiento del buque produjo un radical cambio de planes. Será bautizado como “Francisco Papa”. Sin lugar a dudas, primer santo padre en ejercicio de su papado que tendrá un barco con su nombre.

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