Caso Lola Chomnalez: culpables y culposos

Feliz Año Nuevo, querido amigo lector. En este primer post de 2015, y en con el sano propósito de darle un descanso a las oficinas militares y civiles que siguen con atención nuestros encuentros semanales, intentaré dejar de lado las cuestiones internas de nuestra contrariada Patria para abordar sin ninguna autoridad profesional un tema que por estos días conmueve a la opinión pública de ambas márgenes del Río de la Plata. La muerte de la joven Lola Chomnalez. Lo haré como un simple espectador  local de la actualidad.

Razones profesionales me llevan a estar mucho tiempo aquí en Uruguay. Al menos el suficiente para ir comprendiendo a una sociedad muy parecida a la nuestra en muchas cosas pero con sensibles diferencias; entre ellas, la de la forma en que se encara desde las esferas oficiales y periodísticas un caso de fuerte percusión social como el que nos ocupa.

Algunas cosas de las ocurridas en torno a este aberrante crimen, son muestra de esas diferencias a las que aludo en el párrafo anterior. Sé que esto que le contaré querido amigo le resultará “increíble” pero, ¿a que no se imagina quien fue el encargado de informar a la sociedad uruguaya y a los medios sobre el hallazgo del cuerpo de la desafortunada joven? Continuar leyendo

Granaderos y granaderas

Teresa de Calcuta y Adolf Hitler, Kennedy y Lee Harvey Oswald, José de San Martín y el comandante realista Antonio Zabala (quien lo enfrentó en San Lorenzo), tuvieron al menos dos cosas en común: fueron personas de existencia real, hecho que no admite el menor margen de duda y, para bien o para ma,l marcaron con sus acciones los destinos de parte de la humanidad de forma indeleble.

El Llanero Solitario y el Zorro, el Hombre Nuclear ySuperman, también tienen su denominador común. Son fruto de la fantasía, de la creación de mentes imaginativas las que por intermedio de artilugios, maquillaje y efectos especiales cinematográficos los tornaron tan reales que todos nosotros creímos en algún punto de nuestra existencia que eran absolutamente verdaderos. ¿No sintió acaso – amigo lector- un poco de desilusión al ver postrado en una silla de ruedas al actor Christopher Reeve? Con lo bien que volaba…

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La tormenta desde la otra orilla

Quiso el destino que este convulsionado mes de enero, me sorprendiera del otro lado del Rio de la Plata. Le puedo asegurar –amigo lector- que para mi será tristemente inolvidable por un hecho que le contaré al final de esta columna. Cuestiones personales al margen, tal vez como pocas veces en los últimos años, pueblo y gobierno Uruguayos asisten hoy abrumados a las inexplicables sagas mañaneras que tienen como primer actor a nuestro Jefe de Gabinete y como actores de reparto a sus circunstanciales acompañantes frente al micrófono.

Siendo el Uruguay un país cultural, económica y geográficamente tan próximo a Argentina, es lógico que la coyuntura nacional inevitablemente lo involucre. Desde un temporal causado por el clima hasta el actual tsunami en el que nuestras autoridades están sumiendo al país y a la región.

No obstante  que esta situación de interdependencia es totalmente asumida por la sociedad uruguaya, hay un aspecto de nuestra particular realidad que resulta muy interesante de analizar; me refiero a la manera en que se aprecia la situación cuando quien la analiza se asume totalmente como víctima de la misma  sin derecho a voz ni voto.

Como todos sabemos, las emisiones radiales y televisivas argentinas penetran el territorio charrúa con la misma facilidad con la que un pez nada a su antojo por las aguas del Río de la Plata sin distinguir fronteras. Es así que las emisiones de los “maléficos” comunicadores de la corporación mediática se reciben con la misma claridad con la que lo hacen los esclarecidos pensadores de la TV pública. Siendo así que argentinos y argentinas en tránsito podemos seguir “gozando” de cada detalle de nuestra particular forma de vivir la vida.

Pero el dial uruguayo ofrece entre la cadena del desánimo y la apología del modelo, distintas versiones informativas locales que permiten al argentino que lo desee, asomarse a la desafiante aventura de ponerse en la piel del ciudadano uruguayo que intenta comprender el errático derrotero argentino, el que sin solución de continuidad cada (más o menos) diez años, castiga brutalmente a nuestra población y salpica irremediablemente al resto de la región.

Un denominador común parece haberse adueñado de la opinión pública y publicada de nuestros vecinos por estos días:  el desconcierto total y absoluto. Políticos, economistas, hombres de negocios, comerciantes y hasta choferes de taxi o encargados de edificios lamentan con la misma intensidad los lógicos trastornos que nuestra arritmia política y económica les origina, como el impredecible futuro al que nuestros dirigentes han condenado a nuestro país.

Hace un par de días un profesional uruguayo me comentó con absoluta simpleza e ingenuidad: “Bueno, si todos los males de los argentinos se deben a las maniobras de un grupo mediático ¿por qué no lo cierran y ya?; si pudieron expropiar YPF que era española, ¿por qué no hacerlo con Clarín que es argentino?”

Este simple ejemplo , es sólo uno de una larga cadena de situaciones que se dan a diario cuando miles de espectadores locales, observan a un señor que cada mañana anuncia alguna cosa, para tal vez anunciar la contraria al día siguiente o inclusive en la tarde del mismo día.

La larga lista de interrogantes que la estupefacta sociedad uruguaya se  formula, incluye entre otras cuestiones: ¿cómo es posible que el otrora “granero del mundo” hoy mida con cuentagotas míseros cupos de exportación?; ¿por qué nuestras exportaciones cárnicas se encuentran literalmente por debajo de las del propio Uruguay?; ¿por qué, siendo uno de los países más ricos de la región, estamos una vez más al borde del colapso sin que las razones parezcan ser otras que la impericia de quienes manejan el timón de la Nación?

¿Cómo puede hacer un vecino oriental para  digerir términos tales como Mercosur, Unasur, confraternidad rioplatense o simplemente sentirse hermanos o al menos vecinos de una administración que parece hacer lo imposible por dañarse a si misma y a quienes la rodean?

De la mano de nuestras emisoras televisivas, de nuestros políticos y de nuestros expertos opinólogos , en Uruguay intentan comprender cómo es eso de que el dólar negro sube por presión del narcotráfico (previo entender que es el dólar negro);  por qué escuchan a un ministro anunciar que el sistema bancario internacional está conspirando contra la democracia argentina;  cómo es que la Presidente viaja tres días antes a una cumbre internacional pero se vuelve antes porque le duele la espalda; sin éxito, indagan acerca del porqué a sus familiares radicados en nuestro país se les cobra un impuesto para ir de visita al Uruguay, siendo que integramos el mismo mercado común.  Se devanan la cabeza intentando descubrir por qué,  luego de tanta incitación a la estigmatización del accionar de las fuerzas armadas, ahora un general investigado por un presunto crimen durante la dictadura, toma el micrófono para anunciar que se lo está persiguiendo a él y a la Presidente….

No pueden, no conciben, no entienden nada de nada de lo que nos pasa. Temen por nosotro, porque nuestro fracaso es inevitablemente el de ellos.  Y sólo atinan a vislumbrar un oscuro desenlace. Pero si hay algo que les resulta superlativamente incompresible por encima de cualquier otra cosa , es de qué se ríen nuestros funcionarios cada mañana cuando toman el micrófono para anunciar un nuevo paso al frente en el camino al desastre.

PD: Con el permiso de editores y lectores, dedico esta columna a mi lectora más leal y a mi crítica más severa; a mi madre Graciana, que llegó a este suelo uruguayo de la mano de sus hijos y se fue al cielo de la mano de Dios. Un pedacito de mi partió con ella.

Cristina, la madrina argentina del Papa uruguayo

El próximo 30 de septiembre, Buenos Aires será protagonista de un hecho triplemente inédito. Por un lado, la más importante empresa de transporte fluvial de pasajeros del Río de la Plata (Buquebus) incorporará a su flota un nuevo barco dotado de propulsión a gas, un concepto de propulsión naval totalmente innovador que permite reducir prácticamente a cero la contaminación ambiental por gases de escape. A ello se le puede adicionar que la extraordinaria velocidad máxima que desarrolla la nave es de 58 nudos (107 kmts/hora). Piense, amigo lector, que si el barco se desplazara imaginariamente por la avenida General Paz, sería multado por exceso de velocidad.

En segundo lugar, si bien el nombre original de la embarcación sería el del fundador de la empresa naviera rioplatense (López Mena), la llegada del cardenal Bergoglio al sillón de Pedro en plena etapa final de alistamiento del buque produjo un radical cambio de planes. Será bautizado como “Francisco Papa”. Sin lugar a dudas, primer santo padre en ejercicio de su papado que tendrá un barco con su nombre.

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¿Policía militar o militares policías?

Finalmente de la mano de la gran tragedia electoral originada en esa suerte de encuesta nacional que fueron las PASO (toda vez que sacando a la agrupación UNEN, nadie las utilizó para dirimir en una interna los candidatos que competirán en octubre), el relato nacional comienza a borronearse en buena parte de su guión y lo que hasta ayer no era factible y en algunos casos ni imaginable, ahora termina siendo algo que siempre había estado en la mente y el corazón de nuestro tan particular gobierno nacional y popular para todos y todas.

Es así que pasamos de condenar la existencia de paraísos fiscales, a convocar a grandes evasores nacionales e internacionales a traer sus divisas y blanquearlas en nuestro sistema bancario sin mayores trabas. De la misma manera, puertas cerradas con siete candados para “desdicha” de acreedores que no supieron aprovechar las ventajas de nuestros generosos canjes de deuda, se abren ahora como por arte de magia para que los avaros de ayer recapaciten y se tienten con esta nueva y generosa oferta que estamos a punto de realizar.

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Un mar de diferencias

Al igual que los incrédulos cuarenta millones de argentinos y argentinas, usted, yo y buena parte de la opinión pública internacional escuchamos (¿o creímos escuchar?) a la presidente de la Nación efectuar una curiosa comparación entre nuestro país, Canadá y Australia.

De acuerdo con los guarismos tomados como base para el análisis descripto por la primera mandataria (no primera mandante), somos ganadores natos por paliza. Nuestro triunfo en todos los campos contrastados son casi más aplastantes que el triunfo electoral del oficialismo en la Antártida (sin contar la base Marambio -la del problema de aprovisonamiento- donde sobre 54 personas votaron sólo 3).

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La paradoja de los ’70

Cuando en 2003 Néstor Kirchner asumió la Presidencia de la Nación, Argentina inició un camino de profunda revisión de su pasado cuyos verdaderos límites aún se desconocen; nos realineamos respecto a nuestros anteriores aliados y adversarios; reescribimos la historia de los -por aquel entonces- 20 años de democracia; y fundamentalmente establecimos una política de culto a los derechos humanos, reabriendo un capítulo negro de nuestro pasado reciente, llevando a la Justicia a una enorme cantidad de miembros de las fuerzas armadas y de seguridad involucrados en la llamada “guerra sucia”, “lucha antisubersiva”, “represión ilegal” o como se lo quiera denominar de acuerdo con la íntima convicción de quien se refiera al tema.

Digo que los límites de esta revisión se desconocen, porque día tras día nos sorprendemos con nuevos alcances y consideraciones, que no han dejado afuera ni a José Gervasio de Artigas, Juana Azurduy y lógicamente la más reciente que incluye a Cristóbal Colón.

Al sólo efecto de priorizar la reflexión antes que la polémica, permítame el lector aclarar, que más allá de lo que personalmente pueda yo pensar de cada una de las acciones antes descriptas, no se puede negar que han sido inspiradas por un gobierno legítimamente elegido por la ciudadanía y que las medidas que han llevado -por ejemplo- al pasar de la obediencia debida y el punto final, al procesamiento de centenares de uniformados, gozan de plena legalidad de forma y de fondo; y que en democracia todos tenemos libertad de pensamiento y opinión pero además tenemos obligación de aceptar lo que los organismos de la democracia disponen.

Asimismo es una realidad innegable que al margen del proceso democrático local, toda América Latina parece haberse alejado del riesgo de interrupciones democráticas con militares como protagonistas. El dudoso triunfo de Nicolás Maduro en Venezuela, y el desplazamiento de Fernando Lugo en Paraguay son cuestiones que pueden ser discutidas pero que no se comparan a la vieja asonada militar.

Así las cosas, quienes vivimos como jóvenes o adolescentes los gobiernos militares de la Revolución Libertadora de Aramburu y Rojas, la Revolución Argentina de Onganía, y el Proceso de Videla y Massera nos fuimos imbuyendo de la nueva y sana costumbre de la democracia perpetua- a la que cualquier argentino sub 30 concibe naturalmente como la única forma válida de gobierno

Pero como ocurre cada vez que una sociedad afronta procesos que imponen cambios de paradigma, la coexistencia de diferentes formas de pensamiento forjadas en circunstancias históricas distintas trae aparejados duros enfrentamientos (gracias a Dios retóricos en la mayor parte de las veces) que crean antagonismos entre los adherentes a alguna de estas clásicas posturas: “teoría de los dos demonios”, “genocidio unilateral contra jóvenes idealistas”, “guerra contra la subversión” y alguna que otra variante de ellas.

Como el hombre es un animal de costumbre y como además la acuciante realidad deja cada vez menos tiempo para el análisis histórico, los militares fueron desfilando hacia las cárceles, las marchas en su defensa fueron desapareciendo del paisaje urbano y el tema militar -para ser honestos- pasó a estar último en la tabla de posiciones de la actualidad nacional (casi al punto de irse a la “B”).

El incendio del Irizar, el embargo de la Fragata Libertad, el papelón antártico de Puricelli, el fallecimiento de Videla y algún que otro hecho aislado, devolvieron el mundo de los uniformados a las pantallas de televisión y primeras planas de los diarios, de forma muy puntual y acotada.

Hasta ahora… Desde hace un par de semanas, políticos, periodistas, analistas militares de primer nivel, senadores, organismos de DDHH y hasta programas de chimentos han vuelto a colocar en lugar protagónico no sólo a un general de nuestro ejército sino a la razón de ser de la actividad militar argentina.

Y es aquí donde necesariamente corresponde “parar máquinas” y atreverse a repensar si todo lo que con el ya nombrado amparo legal y consenso político hemos revisado en los últimos años no nos ha colocado en una paradoja que nos obligue a desandar en parte nuestros pasos, para justificar nuestros actos del presente.

En una columna anterior, he señalado que a diferencia de lo ocurrido en países como Chile, Brasil o Uruguay, la Argentina -al margen del castigo impuesto a los militares condenados por hechos relacionados con los ’70- pareció “colocar en penitencia” a todo el aparato militar de la Nación y, más aún, la Defensa de la Nación pasó a ser una especie de tabú para la clase política de casi todos los signos. Es sabido que en las apetencias de los “ministeriables” de 1983 hasta el presente, difícilmente el Ministerio de Defensa haya sido considerado algo más que un premio consuelo para quien fue “honrado” con esa cartea. Baste con indagar cómo tomó el actual ministro su designación para el cargo.

Presupuesto casi nulo (mayormente destinado al inevitable pago de salarios), inversión inexistente, presencia pública cercana al cero, desplantes muchas veces innecesarios y reformas legales y reglamentarias hechas más bien para limitar al máximo la actividad militar que para adecuarla al presente, han sido una constante.

Sí. Es verdad, estamos en Haití y en algunas otras misiones de paz. E intentamos armar algún que otro radar, un vehículo gaucho (más bien gauchito) y mostramos la decadencia militar en Tecnópolis, pero creo que todos sabemos en donde estamos parados en materia de defensa.

Y de la mano de ese coto a las “ínfulas uniformadas” renunciamos para usar a nuestros militares y a sus medios y capacidades para cualquier cosa que tenga que ver con la seguridad interior a diferencia de lo que hacen casi todos los países del mundo cuando la situación lo amerita . También (respecto a aquel pasado tenebroso) determinamos que un cabo, un teniente de fragata o un general eran exactamente lo mismo a la hora de rendir cuentas ante la justicia por los “excesos cometidos” en aquella lucha o como cada uno de nosotros guste llamarla.

Y de nada valieron los argumentos de más de uno de los jerarcas procesados cuando se declaraban absolutamente responsables por las ordenes por ellos dictadas, pretendiendo desligar a jóvenes oficiales o suboficiales de cualquier responsabilidad. En virtud de aquel viejo axioma militar (vigente al menos hasta la actual revisión de la historia) sobre que “las ordenes no se discuten, se cumplen”.

Así fue que marcharon presos, almirantes y generales pero también quienes por aquellos años eran tenientes y cabos. Sin chistar o chistando poco, sin fugarse hasta que alguna cámara de apelaciones se apiadara de ellos y sin esperar ni pretender que las nuevas generaciones de uniformados se aparten de sus deberes para salir en su defensa.

Todos recordarán que el ex comisario Luis Patti, siendo ya diputado electo, terminó preso porque alguien lo reconoció por su voz a pesar del tiempo transcurrido y del hecho de haber sido un muy joven oficial por aquellos días. Hubo un caso de un oficial naval que al parecer bromeó ante un detenido con el nombre de una conocida avenida de la zona norte de Buenos Aires, colocado en honor a un antepasado suyo y al que luego su apellido coincidente con el nombre de esa avenida lo delató; y así mil historias.

Y llegó un día en el que cuando todo parecía hacernos creer que esta forma de haber “resuelto nuestro pasado” estaba totalmente cerrada a discusión alguna, la realidad se empeña en colocarnos en una especie de “segundo tiempo” de un partido de fútbol en el que los protagonistas han cambiado de arco. Y los que antes se erigieron en severos fiscales y custodios de la democracia, la república y los derechos humanos, tratan ahora de justificar algo que -en opinión de muchos que fueron condenados y tildados de fascistas defensores de genocidas- era una verdad de manual. Los jefes ordenan, los subordinados obedecen.

Ahora -según nos dicen-, no siempre está mal echar mano a los aparatos de inteligencia militar para espiar un poquito para adentro y no se siempre se puede dejar sin trabajo y menos aún condenar a una persona adulta y llena de galones, por lo que tal vez pueda haber hecho cuando era sólo un humilde subordinado con inescrupulosos superiores.

Y no parecería ilógico imaginar ahora; a algún encumbrado funcionario nacional, rodeado de asesores, sobre un escritorio repleto de discursos de campaña, de copias de expedientes judiciales, de fotos de marchas y escraches, hojeando el famoso Nunca Más en su versión riojana y exclamando, totalmente desorientado, “Y ahora… ¿qué hacemos?

La inteligencia militar

En cualquier texto básico de cuestiones militares la “Inteligencia” se define como “El conjunto de tareas que llevan adelante las unidades específicas de las fuerza militares, para recoger información sobre el enemigo (actual o potencial) para posibilitar la adecuada planificación de las eventuales operaciones”.

Pero para decepción de los lectores, no me voy a referir a esa “Inteligencia” (al menos por ahora) sino a la otra, a la que tarde o temprano tendrán que apelar no sólo nuestros uniformados, sino por sobre todo la conducción civil de las fuerzas armadas de la Nación, para –más allá de los discursos– enmarcar y dotar a su accionar de manera tal que la profesión militar tenga sentido para que quien la elige y fundamentalmente para el país.

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