¿A qué llaman pluralidad cuando hablan de falta de pluralidad?

Florencia Saintout

Últimamente la pluralidad se ha transformado en una cita obligada. O lo que se llama la “falta de pluralidad”. Se acusa al gobierno de falta de pluralidad; a la televisión pública de falta de pluralidad; a 678 de falta de pluralidad. Incluso cuando la oposición insulta de modo macartista a políticos oficialistas, los medios dicen que eso es producto de la falta de pluralidad del kirchnerismo. Así lo afirman cuando no hay conferencias de prensa, o cuando, según ellos, no hay debates (en una idea absolutamente restringida del debate, para el cual sólo hay un formato: la riña de gallos con un moderador que otorgue a cada gallo una misma cantidad de minutos).

Parece ser que la pluralidad lo explicara todo, por lo que tal vez no explique ya nada, y se haya transformado para muchos en un significante vacío. O tal vez exista para los medios y la oposición (a esta altura la misma cosa) una sola manera de entender la pluralidad, la que la asimila a pura diferencia.

Entender la pluralidad como mera diferencia o como diferencia en sí misma fue uno de los modos en que el neoliberalismo le dio lugar a los conflictos: cada diferencia en su corral, bajo el hipócrita relato de que se las respetaba como tales pero escondiendo la verdad de que ninguna valía lo mismo y que lo único que podía aglutinarlas era la existencia del mercado (donde todos sabemos, existe el derecho de admisión: unos sí entran, las mayorías afuera).

Fue durante la larga década neoliberal que Babel dejó de ser un castigo para ser una fiesta (claro, de aquellos que podían sentarse al banquete, de los que sí ganaban en un contexto de impresionantes derrotas para los sectores populares). Todas las voces todas, pero escondiendo que no todas tenían la misma fuerza. Y fundamentalmente, que cada una debía mantenerse en su cuadrícula, sin entrar en relación, silenciando el conflicto para mantener el orden. Mucha identidad, nada de distribución. Mucho de aparente diversidad, nada de igualdad. Una pluralidad con sentido de Apartheid. Una pluralidad de la multiculturalidad más que de la interculturalidad, cuya expresión más consolidada puede encontrarse en las ya clásica publicidad (subrayo: marketing, para la venta de productos en el mercado) de los United Color of Benetton.

¿Cómo sería entender de otro modo la pluralidad? En principio, como posibilidad de encuentro de las diferencias con sus palpitantes historicidades. Lo que de entrada jamás sucedería sin conflicto, pero sí en el marco del reconocimiento (que es algo muy distinto a decir “cada uno tiene derecho a su verdad”… ¡y que haga con ella lo que pueda!). La pluralidad siempre está más sucia, manchada, transpirada. Siempre es olorosa, caótica, embarrada. Pero siempre está en la historia y permite la comprensión. Posibilita la comunicación como puesta en común, donde el otro cuenta. La otredad no es tolerada sino que es reconocida, incluso para ponerla en crisis.

Así, el debate deja de ser un espectáculo del cual nada se espera realmente y se transforma en un diálogo (en un logos construido desde y con el nos/otros) que está situado en las posibilidades de la historia y en las capacidades de peinarla a contrapelo.

El diálogo, por otro lado, no sucede si falta la toma de posición. Sin convicciones, más o menos porosas (la derecha apela a la idea de la neutralidad o la independencia, escondiendo sus intereses justamente para defenderlos como naturales. Por eso, cuando aparecen otras posiciones dice que eso es autoritarismo). Pero las posiciones interesadas son imprescindibles para la pluralidad y el diálogo.

Si, por ejemplo, no se hubiera dicho “La argentina entiende como criminal todo tipo de acto terrorista” sería hoy imposible el horizonte de diálogo con Irán. Si no se afirmara el respeto a la soberanía de los pueblos, no estaría nunca la búsqueda de diálogo con Gran Bretaña. Si no hubieran convicciones profundas sobre la dignidad del trabajo, jamás hubiera sido posible el encuentro con los trabajadores. Si el kirchnerismo no hubiera afirmado soberanía política, independencia económica, justicia social, verdad, memoria, no hubiera podido reconocer (se) en los movimientos de desocupados, de derechos humanos, de mujeres, de diversidades sexuales, de jóvenes, de todo tipo de oprimidos para elaborar políticas de reconocimiento y también de redistribución.

También hay tomas de posiciones que impiden el diálogo o la pluralidad: condenar ética, política y humanamente la tortura implica no encontrarse ni aceptar a los torturadores. Quiero decir con esto que el diálogo no siempre es posible ni deseable lo cual no necesariamente es negativo sino más bien lo contrario.

Los falsos promotores de la llamada “libertad de expresión” sostienen un modelo de silencio que utiliza la idea de pluralidad como la asimilación de las diferencias, para luego neutralizarlas, disiparlas y homogeneizarlas bajo las reglas del mercado.

Las discusiones que este tiempo histórico nos permiten poner en tensión las verdades solidificadas por el neoliberalismo, hacen emerger las resistencias más violentas pero, como sostiene Eduardo Galeano, “al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.

 

Fuente: Telam