No acostumbrarnos a la borocotización de la política

Francisco Cafiero

Corría noviembre de 2005 cuando de la mano de Mauricio Macri, el Dr. Eduardo Lorenzo (popularmente conocido como Borocotó) irrumpía en la escena pública al ser elegido Diputado Nacional por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. A tan solo 17 días de los comicios, su electorado encontró en las primeras planas de los diarios el anuncio de su “pase” al Frente para la Victoria. Entonces, ocurrió una lapidación pública de su figura que llevó a especialistas del derecho y la política a ensayar diversas formas de impugnar su banca. Aunque logró asumir, pasó sin pena ni gloria por el Congreso. La dirigencia política, al igual que la sociedad entera, despreció su actitud y lo condenó mediáticamente para siempre.

Curiosidades risueñas de la historia, pocos recuerdan que el ideólogo de aquella aventura fue el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, hoy integrante del Frente Renovador y opinador serial sobre todo lo que el gobierno hizo y hace mal, desde que él se fue.

Borocotó no fue ni el primero ni el último en traicionar a su partido y a sus electores, pero su actitud fue tan flagrante que se ganó el derecho de autor del neologismo “borocotización”. No fue el primero porque incluso una de las “defensoras de la República” como la Dra. Carrió llegó a crear su propio partido (el ARI) mientras gozaba de una banca obtenida a través de la UCR a la que nunca renunció. Otro es el Intendente de San Isidro, Gustavo Posse, que no duda en cambiar de espacio político de acuerdo a la circunstancia. En los 15 años que lleva gobernando, nunca estuvo más de 4 años en un mismo frente político. Tampoco fue el último, porque no alcanzaría esta nota para dar cuenta de un fenómeno al que no nos debemos acostumbrar.

Hoy, con una periodicidad indisimulablemente organizada, todos los meses nos enteramos del “salto” de algún dirigente político hacia otro partido o frente o agrupación. Y la noticia lejos de generar repudio es convertida en una nota de color, incluso festejada por vastos sectores del periodismo.  Mas aún, una de las principales críticas que recaen sobre el gobernador Daniel Scioli es la de continuar en el mismo partido y proyecto político que lo llevó a ocupar lugares de responsabilidad que otros deshonraron ¿Qué nos pasa?

Sobre un hecho de traición hay, al menos, dos puntos de vista: el del traidor y el de los traicionados. El genio de Shakespeare describe que en el primero de los casos las reacciones son disímiles. Por caso en Macbeth, la ambición del protagonista se funde con la culpa que le genera el solo de hecho de planear el asesinato del rey Duncan; pero una vez que comete el despiadado acto y le da muerte al rey, su personalidad revela a un homicida frío y calculador. Su esposa, Lady Macbeth, procede de manera simétricamente opuesta: primero convence a su marido de matar al rey con crueldad, y una vez consumada la traición, los remordimientos asoman en forma de fantasmas que la llevan hasta la locura.

Desde el punto de vista de los traicionados tampoco existe homogeneidad. De la mano de la antropología hoy sabemos que la mayoría de las interpretaciones son ex-post facto, es decir que le atribuimos un sentido a las cosas una vez que nos ocurrieron. En toda traición hay una confianza que se quiebra. Confianza que tal como ha planteado George Simmel está situada entre el conocimiento y la ignorancia, que reside en la “fe” hacia alguien. La militancia que deposita su fe en un dirigente porque cree en su trayectoria, en su compromiso, también debería condenar estas actitudes. En cierto modo pareciera que acciones como la del Dr. Borocotó o la de Julio Cobos, como emblemas de la traición, hubieran anestesiado a nuestra sociedad.

Por eso como dirigentes, pero también como ciudadanos, es sano replantearnos el modo en qué pensamos la política y lo político. Desde hace más de 500 años Maquiavelo nos dejó una enseñanza central: la política tiene una moral propia que difiere de la religiosa pero que asume responsabilidades éticas para con los otros. No todo vale.

Ojalá nunca naturalicemos la traición de los valores elementales de la política y del funcionamiento de cualquier democracia. La invitación es a mirar al futuro con la lente de proyectos que trasciendan la especulación y mezquindad de este presente. Un futuro donde la ética, la coherencia y la lealtad sean la regla y no la excepción.