La escuela de la guerrilla latinoamericana ahora promueve la paz regional

Gabriel Salvia

La dictadura militar cubana no deja de sorprender con sus iniciativas regionales e internacionales, amparada en una vergonzosa impunidad y desmemoria. Ahora, durante la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), que reunirá los días 28 y 29 de enero en La Habana a jefes de Estado y representantes de los 33 miembros de ese organismo, el gobierno antidemocrático de Raúl Castro impulsa declarar América Latinazona de paz”.

Seguramente, esta propuesta del régimen de partido único de Cuba no irá acompañada de una apertura política de pacificación interna que elimine todas las restricciones legales al ejercicio de los derechos humanos, como el de asociación, reunión y expresión, y una convocatoria a elecciones libres/multipartidarias que le permitan a los ciudadanos de la más grande de las Antillas contar con autoridades legítimas.

De la misma manera, la revolución cubana –siempre víctima de todo y nunca culpable de nada- no incluirá en esta propuesta un pedido de perdón por haber entrenado en su territorio a jóvenes latinoamericanos en prácticas guerrilleras, contribuyendo así a regar de sangre la región. Esta historia es muy reciente y la impunidad del régimen militar cubano por su responsabilidad en la promoción de la violencia política demuestra lo lejos que está América Latina de la memoria, la verdad y la justicia.

Varios libros documentan la responsabilidad de los hermanos Castro en el entrenamiento, financiamiento y exportación de la violencia política. Un clásico es “Nuestros años verde olivo” del escritor chileno Roberto Ampuero y otro texto imprescindible es “El furor y el delirio: Itinerario de un hijo de la revolución cubana” de Jorge Masetti (h) cuyo padre fue fundador de la agencia de propaganda Prensa Latina.

Una obra más reciente, titulada “Furia ideológica y violencia en la Argentina de los 70”, del periodista Daniel Muchnik y el artista Daniel Pérez, le atribuyen a la revolución cubana el haber desencadenado la ola de violencia en América Latina. En palabras de los autores: “el odio a Estados Unidos, la quema de sus banderas y la multiplicación de los Comités de defensa de la Revolución cubana sirvieron de marco a la esperanzada migración de miles de jóvenes latinoamericanos, que entraban en los campos de entrenamiento cubanos para volver a sus países de origen convertidos en temibles combatientes. Así comenzó la era de la violencia”.

En el caso de Pérez, fue uno esos tantos jóvenes que recibió entrenamiento militar en Cuba y en su valiente testimonio afirma lo siguiente: “llegada la hora de los balances, si los historiadores decidieran preguntarse cuál fue el legado más funesto del castrismo, el que arrastró las consecuencias más espantosas y duraderas, se encontrarán frente a una difícil encrucijada: en el escenario interior encontrarán el régimen de terribles penurias y constante vigilancia que la oligarquía militar-empresaria les impone a los ciudadanos, y en el marco externo tendrán que investigar las dos décadas de embestida ideológica e injerencia militar cubana en todos los países de América Latina, con la sola excepción de México”.

Lamentablemente, la política latinoamericana carece de líderes con profundas convicciones democráticas, por lo cual nadie se atreve a cuestionar responsabilidades pasadas y presentes de la dictadura militar cubana. Incluso ningún mandatario o canciller de país democrático de América Latina se animaría a plantearles frente a esta iniciativa “pacifista” que empiecen por casa, poniendo fin a esa práctica fascista de primitivismo político conocida como “mitín de repudio” y mediante la cual la dictadura intimida y reprime cobardemente a sus opositores pacíficos, incluyendo mujeres. Sobre estos métodos nada pacíficos del régimen cubano, un diplomático sueco que cumplió funciones en Cuba expresó: “Es una forma de persecución muy denigrante tanto para las víctimas como para los propios actores estatales”.

Por último, la propuesta de Cuba en la CELAC, planteando declarar a América Latina “zona de paz”, además de representar una actitud hipócrita por parte de la dictadura cubana, tampoco es novedosa. En efecto, al inaugurar la 40° Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), realizada en Lima entre el 6 y 8 de junio de 2010, bajo el lema “Paz, Seguridad y Cooperación en las Américas”, el entonces presidente del Perú, Alan García, propuso la limitación de la compra de armas para atender necesidades sociales urgentes.