¿Puede crecer la economía de América Latina sin más innovación?

Gabriel Sánchez Zinny

La innovación está en boca de todos. Pocos políticos, líderes sociales o empresarios dan un discurso sobre América Latina sin incluir la importancia de innovar. Pero ¿qué quiere decir “innovación”? Y más importante aún, ¿cómo se alcanza? La Cumbre Latinoamericana de Innovación, que se realizó en Chile esta semana con apoyo del Institute for Large Scale Innovation, de California, y el Ministerio de Economía y Fomento de Chile invitó a líderes del sector político, empresarial y social para debatir sobre el concepto y definir una agenda regional que permita promover un ecosistema de innovación y emprendimiento en la región.

“La región reconoce la importancia de desarrollar estrategias innovadoras para comunicar el futuro y avanzar en las áreas de la tecnología, la economía y de modo significativo, en educación” dijo John Kao, presidente de la Cumbre. “A medida que la innovación se convierte en una prioridad para las naciones alrededor del mundo, la urgencia por crear una política para la innovación en América Latina comienza a ser vista con claridad por los líderes de todo el continente”.

América Latina es un mercado de 600 millones de personas y una de las principales economías del mundo, que genera cerca de 3000 patentes al año. Esto es menos de lo que hace Corea, que con 50 millones de habitantes supera a la región en inversión y en cantidad de patentes registradas al año. Asimismo, la inversión de América Latina en I+D representa entre el 0.5% y 0.8% del PBI a la vez que dos tercios de ella es financiada por el sector público, a diferencia de los países desarrollados en donde el sector privado lleva la delantera.

El desafío más difícil se plantea en términos de pasar de ser proveedores de recursos naturales a proveedores de ideas, innovación y emprendimiento. Y los sectores de recursos naturales pueden ser un buen punto de partida para liderar la innovación, ya que se trata de una industria en la que América Latina puede agregar un valor único a los mercados globales. El veloz multiplicador de la innovación es el capital humano, la habilidad de generar nuevas ideas, invertir con inteligencia ellas y tomar riesgos.

Innovar requiere contar con liderazgo y cierta capacidad de emprender. Sólo la parte inicial de la innovación se refiere a la creatividad, al descubrimiento de un nuevo producto, un nuevo servicio, un nuevo proceso, como explica John Kao es su libro Innovation Nation. El resto del proceso está vinculado con la ejecución de esas ideas, con la relación entre la academia y los capitales de riesgo para llevarlas adelante. Implica ver más allá de las encuestas u opiniones generales, para anticiparse a los tiempos y tomar desafíos. La riqueza de las naciones ya no está determinada por la riqueza de la tierra, sino más bien por su capacidad innovadora propia de las sociedades del conocimiento. “Si no tenemos futuro innovador, no tenemos futuro”, sostuvo Raúl Rivera Andueza, autor de Nuestra Hora, en su exposición.

Con el capital humano como componente fundamental de la innovación, será imposible fomentarla y avanzar la ciencia si no mejoramos la educación en América Latina. La región se enfrenta al desafío de mejorar la calidad educativa pero también y de modo creciente de vincular lo académico, la investigación y la ciencia aplicada a lo comercial y al mundo productivo.

Igual de importante para un ecosistema de innovación es la institucionalidad. La principal barrera para innovar en la región es la institucionalidad. No es el capital humano, ni el financiamiento, ni los recursos naturales, sino la falta de instituciones que promuevan la innovación y el emprendimiento.

El Estado puede jugar un rol fundamental definiendo políticas públicas que las fomenten. Difícilmente pueda dar recetas de cómo emprender o cómo innovar, pero puede colaborar creando un ambiente favorable, un ecosistema que promueva la innovación, el emprendimiento o el capital de riesgo, dando la oportunidad a que jóvenes de cualquier nivel de ingreso que tengan buenas ideas puedan llevarlas adelante, puedan generar riqueza, nuevos productos y servicios, y más empleos. Chile es un buen ejemplo de ello, con programas como StartUp ChileCONTACTChile (de ProChile) o la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), y otras iniciativas que en los últimos años han contribuido a un ecosistema emprendedor.

En América Latina llegamos tarde a la revolución industrial. No podemos llegar tarde a esta revolución, que es más profunda y más transformadora y está despertando cambios que se están acelerando… No alcanza con hacer más de lo mismo: tenemos que hacer un cambio en lo cultural y en la asignación de los recursos. Las políticas públicas son fundamentales, pero a ellas debe unirse el capital individual, un nuevo despertar al nivel de la voluntad y del espíritu de cambio de las personas.