Para combatir la desigualdad, tenemos que enfocarnos en la educación

Gabriel Sánchez Zinny

Son muchos los indicadores que señalan que el mundo finalmente ha dejado atrás lo peor de la crisis económica de 2008. La economía mundial, de acuerdo con la OCDE, se encuentra en un entorno económico “moderadamente positivo”. El desempleo está disminuyendo y los inversores están recobrando su confianza en los mercados.

Mientras la recuperación se consolida, y el miedo de un colapso económico aun mayor se desvanece, la desigualdad ha cobrado nuevamente un papel protagónico en la agenda global. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente Barack Obama utilizó su discurso del State of the Union de hace unos meses para subrayar que, en los últimos años, “la desigualdad ha ganado terreno y la movilidad de clases se ha estancado”.

También en el resto del mundo, la inequidad ha vuelto al centro del debate. Incluso los círculos financieros están empezando a reconocer la urgencia del problema. En la más reciente cumbre del Foro Económico Mundial de Davos, no sólo el Papa Francisco exhortó a los líderes del mundo a combatir la desigualdad y la exclusión social, sino que el Foro mismo declaró que la mitigación de la inequidad es una prioridad. “La desigualdad económica”, se lee en uno de los comunicados del Foro, “constituye un grave riesgo al progreso humano, afecta la estabilidad social en los países y representa una amenaza a la seguridad a nivel global”.

Desafortunadamente, ante la creciente atención mediática, los líderes políticos están adoptando posturas partidistas cada vez más radicales al ofrecer soluciones al problema de la desigualdad. Ambas partes parecen cada vez menos dispuestas a ceder. Y, mientras la lucha por la igualdad sea reducida a un combate político-ideológico, las posibles soluciones continuarán avanzando lentamente.

En medio de este agitado debate, hay una alternativa menos polémica cuyos efectos sobre la desigualdad tienen un gran impacto: la educación. En el largo plazo, un combate efectivo a la pobreza y desigualdad requiere garantizarles a todos los ciudadanos la oportunidad de no sólo tener un trabajo digno, sino también de desarrollar sus habilidades y capacidades al máximo. Por lo tanto, mejorar la calidad de la educación, en la medida en que promueve las habilidades necesarias para el trabajo en el siglo XXI, es un mecanismo tanto técnicamente viable como políticamente alcanzable para incrementar la movilidad social.

Este es el argumento de Josh Kraushaar en un artículo reciente de la revista The Atlantic. La esencia del asunto de la desigualdad, él explica, es que “los niños de menores recursos no tienen las mismas oportunidades educativas que los ricos”. Y este problema inicial se acentúa con el tiempo. Mientras los niños con más recursos económicos y mejor educación generan mayores ingresos a lo largo de sus vidas, los pobres se quedan cada vez rezagados.

La magnitud del desafío es abrumadora, particularmente en una región como América Latina. De acuerdo con cifras de Worldfund, mientras que, en promedio, 92 por ciento de los niños latinoamericanos entran a la primaria, son mucho menos los que llegan a la secundaria –en Brasil, 41%; en México, sólo 35%.

Además, en una economía globalizada, ante un mercado laboral cada vez más competitivo, la baja calidad de la educación latinoamericana presagia un futuro poco prometedor para los niños de la región que sí terminan sus estudios. Alarmantemente, 50% de los mexicanos, colombianos y brasileños no han desarrollado las habilidades necesarias para entender los problemas más básicos de ciencias y matemáticas. Si consideramos el nivel de variación de la calidad educativa dentro de cada país, particularmente entre zonas urbanas y rurales, el panorama para la desigualdad es aún más desalentador.

Por si fuera poco, las nuevas tecnologías también están contribuyendo a ampliar la brecha de la desigualdad. Los trabajos que requieren habilidades tecnológicas – y, por lo tanto, una buena educación –, son cada vez mejor pagados. Mientras tanto, los salarios de los trabajadores poco calificados continúan estancados, o cayendo. Como Tyler Cowen explica en su libro Average is Over, “los trabajadores serán clasificados en dos categorías… La pregunta crucial para ser contratado para la mayoría de los trabajos será: ¿eres bueno para trabajar con máquinas inteligentes?

Hasta que encontremos mejores formas de que todos accedan a herramientas para formar parte de esta nueva era de la sociedad del conocimiento, la desigualdad sólo continuará incrementando. La educación es una las pocas maneras –quizás la única– que, como sociedad tenemos para solucionar de raíz el problema de la divergencia de ingresos, en lugar de sólo mitigar sus peores aspectos.